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Persona sosteniendo un teléfono celular mientras conduce. | Foto: Shutterstock
Persona sosteniendo un teléfono celular mientras conduce. | Foto: Shutterstock

Mi mamá me prohibió ver a mi papá, pero todo cambió después de su llamada - Historia del día

Mi madre hizo todo lo que estuvo a su alcance para evitar que yo viera a mi padre después de que se divorciaron. Pero una vez él me engañó por teléfono y todo cambió.

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“¡No quiero verte nunca más!”, gritó mi mamá cuando mi padre se subió al auto y se fue de nuestra casa para siempre. Ese se convirtió en mi primer recuerdo. Papá se fue cuando yo tenía dos años después de una gran pelea con mi madre.

Se divorciaron y no lo vi durante muchos años. A medida que fui creciendo, me di cuenta de que mi progenitora me impedía verlo. “Quiero visitar a papá. ¡Por favor!”, rogué cuando tenía diez años.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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“¡No! No puedes ir a verlo. Está ocupado con su nueva familia y no quiere verte”, respondió. “¡Sé que eso no es cierto! ¡Me estás mintiendo! Hablo con él por teléfono y quiere verme”. Lloré, suplicándole ver a mi padre.

“¡No me repliques, Alexandra! Tu padre nos dejó y no merece tener una relación contigo ahora”, dijo mamá. Pensaba que era injusto, pero todavía era solo una niña.

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Mi papá y yo nos manteníamos en contacto constante por teléfono, pero realmente quería pasar tiempo con él y sabía que él quería lo mismo. Sin embargo, mamá era una experta en salirse con la suya.

Cuando era adolescente, decidí ir sola a verlo y ella llamó a la policía. Me recogieron antes de que pudiera llegar a su casa y me llevaron de regreso.

“¡La próxima vez que intentes desobedecerme, diré que tu padre te secuestró e irá a la cárcel donde pertenece!”, me gritó cuando la policía se fue.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

En ese entonces, pensé que ella estaba haciendo lo correcto para mí. Pero a medida que crecía, me di cuenta de que era puro egoísmo de su parte.

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No quería compartir con ella ni hacer nada. También comencé a rebelarme en la escuela. Ella abrió una gran brecha entre nosotras, y ya no me importaba.

“Alexandra, ¿quieres ir de compras conmigo?”, me preguntó un día. Tenía 17 años y casi había llegado a odiarla.

“No”, respondí. “¿Y al cine?”, dijo. “No”, contesté. “¿Por qué no quieres hacer nada conmigo?”, se quejó. “¿En serio? ¿Me estás preguntando eso? Sabes exactamente por qué te trato de esta manera”, dije en un tono aburrido.

“¡No te he hecho nada! ¡Todos los sacrificios que he hecho por ti, y eres tan ingrata!”, gritó mamá una vez más.

“Sí, ok. Cierra la puerta, por favor”, agregué.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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Para entonces, yo era inmune a sus rabietas y la forma en que se victimizaba para salirse con la suya. Me mudé tan pronto como cumplí 18 años y nunca miré atrás.

Pero ver a mi papá no fue más fácil. Tuve que tomar dos trabajos e ir a la escuela. Él también estaba ocupado con el trabajo y su segunda esposa acababa de dar a luz gemelos para entonces. Ninguno de los dos tenía tiempo, así que lo pospusimos.

Me reuní con él un sábado por la tarde en su casa y conocí a su esposa. Me presentaron a los mellizos y hablamos un rato. Pero se sintió tan incómodo que no quise volver a hacerlo.

Tal vez mi madre había arruinado cualquier posibilidad de tener una relación con él. Hablábamos por teléfono durante un rato una vez a la semana.

Le preguntaba por los gemelos y le hablaba de mi vida. No era ideal, pero funcionaba para nosotros. Así pasaron los años. No supe de mi madre hasta que cumplí 29 años.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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“Hola, Alexandra”, me dijo por teléfono de forma pausada. “Oh, hola, mamá”, respondí, confundida con su llamada. “No hemos hablado en mucho tiempo. ¿Cómo estás?”, preguntó.

“Estoy bien. ¿Y tú?”, respondí. Charlamos incómodamente durante unos minutos, y luego ella fue al grano. “Escucha, cariño. Esperaba que pudiéramos trabajar para mejorar nuestra relación. ¿Cómo suena eso?”, preguntó mamá.

“No sé. ¿Vas a disculparte por todo?”, repliqué. “Yo... todavía no creo que haya hecho nada malo. Estaba tratando de protegerte para que no te lastimaran, como cuando eras pequeña. Pero entiendo que tú lo sintieras de manera diferente”, explicó.

“Entonces, ¿no te estás disculpando?”, dije, cansada de esta conversación. Ella nunca iba a reconocer sus errores y yo no tenía tiempo para eso.

“¡Alexandra! Soy tu madre. ¡No me has hablado en años! ¡Eres muy egoísta!”, gimió, alzando la voz. “Ok, adiós,” dije y colgué el teléfono. Intentó devolverme la llamada, pero la ignoré. No la dejaría volver a mi vida hasta que se disculpara.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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Pasó otro año y recibí una llamada extraña de mi papá. Nunca llamaba durante las horas de trabajo. ¡Alexandra! ¡Esto es una emergencia! ¿Puedes venir a verme?”, dijo mi papá con urgencia cuando atendí.

“¿Qué? ¿Papá? ¿Qué pasa?”, pregunté con preocupación. “Te envié una dirección. ¡Ven rápido! ¡Es una cuestión de vida o muerte!”, me dijo y colgó.

Fui a ver a mi jefe, me tomé un día libre y corrí hacia mi auto. Pero la dirección que me dio papá me llevó directamente a un parque de atracciones cerca de su casa.

“¡Hola cariño!”, sonrió cuando lo encontré en la puerta principal. “¡Padre! ¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es la emergencia?”, pregunté, confundida.

“La emergencia es que tú y yo nunca pudimos hacer todas las cosas divertidas que hacen los padres con sus hijos a lo largo de los años. Hemos pospuesto la construcción de una relación real y no quiero perder más tiempo. ¡Vamos a divertirnos!”, explicó papá.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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“¿Puedes subir a las atracciones?”, sé que has tenido algunos problemas de salud últimamente”, dije vacilante. “Estoy bien. ¡Vamos!”, insistió.

Pasamos todo el día en el parque y hablamos de todo. Me sentí como una niña por primera vez en mi vida y fue maravilloso.

También le conté sobre mis problemas con mamá y lo difícil que fue verlo cuando era niña, pues ella no me dejaba. “Tu madre es complicada y está llena de orgullo. Pero ella no es mala. No funcionamos y ella no pudo soportarlo”, comenzó.

“Sí, desearía haber podido vivir contigo”, le dije. “Bueno, estuve bastante perdido durante muchos años tratando de resolver las cosas. Podríamos habernos odiado”.

“Pero aquí estamos, y creo que deberías arreglar las cosas con ella. La vida es demasiado corta para guardar rencor”, dijo. Después de ese maravilloso día en el parque, fuimos a cenar.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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Cuando llegué a casa, llamé a mamá y le conté todo lo que sentía con respecto a mi papá. Cómo me había lastimado en ese entonces al no dejarme pasar tiempo con él y lo divertido que había sido nuestro día.

Ella lloró y se disculpó conmigo por primera vez. Sentí que ella entendía y comenzamos a hablar más a menudo. También me acerqué más a mi papá y cuidaba a mis medio hermanos gemelos.

Incluso los llevamos al parque de atracciones para pasar un día divertido. Finalmente tuve la infancia que siempre quise.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • El divorcio ocurre entre las parejas, no con los hijos. La madre de Alexandra no entendía que su padre se había divorciado de ella, pero sí quería tener una relación con su hija.
  • La vida es demasiado corta para los rencores. El padre de Alexandra tiene razón. A veces, es mejor perdonar por tu propio bien. Olvida las cosas que te enojan y tu salud mental mejorará.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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