logo
página principalHistorias Inspiradoras
Una casa antigua. | Foto: Shutterstock
Una casa antigua. | Foto: Shutterstock

Señora que no salió de su casa en 6 años, sale corriendo al ver a una chica al borde de tener un accidente - Historia del día

Georgimar Coronil
02 mar 2023
23:20

Una trágica pérdida deja a Eliza llena de miedo y dolor, hasta que una adolescente se hace amiga suya. Sin embargo, la mujer no se da cuenta de que la chica esconde un secreto que le cambiará la vida.

Publicidad

"¿No puedes esperar hasta mañana por la mañana?", preguntó Robert.

Eliza miró sorprendida a su marido.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

"No, no puedo. Robert, mañana por la mañana tenemos que tener leche para los cereales y el café. Sabes que horneo los martes, y sabes que eso significa que tienes que comprar leche de camino a casa".

Robert suspiró. Estaba cansado de un largo día de trabajo y había estado deseando relajarse en casa. Una mirada a la cara de Eliza le dijo que no habría paz si no iba a comprar la leche.

Publicidad

Cuanto antes se fuera, antes volvería. La tienda estaba cerca, así que no se molestó en ponerse su chaqueta a pesar de la niebla que había en el exterior.

Robert quería mucho a su mujer, pero deseaba que no fuera tan rígida con sus rutinas y horarios en ciertas ocasiones. Algunos artículos tenían que comprarse en determinados días.

Eliza no tenía problema con quedarse sin leche si se le acababa antes de lo previsto, pero rabiaba si se olvidaba de comprarla el día que tenía estipulado para ello. Robert soltó una risita mientras se detenía en la acera. Eliza era rara, pero no la cambiaría por nada del mundo.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

La niebla amortiguaba todos los sonidos, haciendo que la noche se volviera silenciosa. Robert no oyó ni vio el coche que bajaba por la colina hasta que fue demasiado tarde. Lo último que pensó fue en Eliza y en lo disgustada que estaría por no haberle comprado la leche.

Publicidad

Seis años después…

Eliza descorrió las cortinas lo suficiente como para asomarse al exterior. Su corazón latió más deprisa cuando su mirada se posó en la hierba descuidada de su patio y, más allá, en la carretera.

Necesitaba harina. Necesitaba aventurarse en el mundo salvaje, incontrolable e impredecible que había más allá de la puerta de su casa para conseguirla. A Eliza se le cortó la respiración.

Era demasiado peligroso, pero hoy tocaba hornear. Estaba decidida a ser valiente, pero su coraje se esfumó cuando llegó a la puerta principal. La chaqueta de Robert con las tiras reflectantes seguía colgada precisamente donde la había dejado aquella noche.

No, hoy no podía salir. Eliza se apartó de la puerta y en su lugar llamó por teléfono a su vecina, María, para preguntarle si podía comprarle los artículos que necesitaba.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pixabay

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pixabay

Publicidad

Poco después, Eliza oyó que llamaban a la puerta. La abrió lo suficiente para que entrara María y la cerró rápidamente.

"Sabes que estoy encantada de ayudarte, Eliza, pero esto no puede durar mucho más". María llevó las bolsas de la compra a la cocina y las dejó sobre la encimera.

"Han pasado meses desde la última vez que saliste. Estoy muy preocupada por ti".

"Intenté salir, pero… demasiadas cosas malas pueden pasar ahí fuera", dijo Eliza. "Demasiada gente caótica y negligente que hace que las cosas vayan mal".

María frunció el ceño y frotó el brazo de la mujer mayor. Entiendo que estés asustada, pero esto no puede seguir así mucho más tiempo. Lo que le pasó a Robert fue un accidente".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pixabay

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pixabay

Publicidad

"¡Fue una negligencia!", dijo Eliza. "Me da igual lo que diga el tribunal, ese hombre debería estar en la cárcel por conducción imprudente, no sentado en casa, impune".

María suspiró. "No puedes quedarte encerrada en casa para siempre, Eliza. Algo tiene que cambiar. ¿Quizá podamos ir juntas de compras la próxima vez?".

Eliza asintió, aunque la mención de ir de compras le había vuelto a acelerar el corazón. María se equivocaba: Eliza no tenía miedo de salir; estaba aterrada.

María se marchó poco después y Eliza empezó a hornear. Estaba amasando la masa cuando oyó que llamaban a la puerta. Eliza no esperaba a nadie, pero se lavó las manos y salió a la puerta.

No había nadie. Abrió un poco la puerta y vio una bolsa de la compra en el escalón. María ya le había dado todos los artículos que había pedido, así que ¿qué podía ser esto?

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Publicidad

Eliza agarró el asa de la bolsa y haló hacia la puerta. Dentro encontró un tarro de mermelada y una bolsa de manzanas. Nada de eso era lo que ella le pedía a María que comprara. Llamó a su vecina para preguntarle por el paquete, pero la mujer no sabía nada.

Hubo otro paquete unos días después y otro la semana siguiente. María seguía insistiendo en que no era cosa suya, así que Eliza decidió averiguar quién dejaba comida en su puerta.

Eliza se sentó junto a la ventana de su salón y esperó. Al día siguiente, su paciencia se vio recompensada. Oyó pasos en la escalera y ya tenía la mano en el pomo cuando la misteriosa persona llamó a la puerta.

"¿Quién eres?”, preguntó.

La adolescente que estaba parada en su porche brincó del susto. Se quedó mirando a Eliza.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Publicidad

"Soy Estefanía", respondió la chica.

"¿Y qué haces aquí?", le preguntó.

"Vivo en la calle de al lado", dijo Estefanía. "Me enteré de que llevaba unos meses sin salir de casa y quería hacer algo para ayudarla".

"Eres muy amable y te lo agradezco". Eliza alcanzó el paquete y lo metió dentro. "La próxima vez, puedes entrar a tomar té".

Eliza cerró la puerta antes de que Estefanía pudiera responder. El corazón le martilleaba el pecho y las manos le sudaban tanto que apenas podía agarrar el paquete de Estefanía. Se retiró a la cocina, lejos del peligroso exterior.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Publicidad

Estefanía regresó unos días después. Eliza oyó que llamaba a la puerta e invitó a la chica a pasar. Era miércoles y Eliza había horneado galletas el día anterior, así que las tendría listas para cuando la chica volviera a pasar por casa.

"¿Puedes venir a visitarme con más frecuencia?", le preguntó. "Me complica la agenda no saber cuándo puedes venir".

"¿La agenda?", comentó Estefanía.

"Sí, querida, mi agenda. Organizo todas mis tareas para días diferentes, así siempre sé qué esperar y qué tengo que hacer."

"Bueno, supongo que puedo venir los martes y los jueves".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pixabay

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pixabay

Publicidad

"Los martes no puedo. ¿Te parece los lunes y los jueves?".

"Claro". Estefanía sacudió la cabeza y soltó una pequeña carcajada. "Es usted una señora interesante".

"Puedes llamarme tía Eliza". La mujer sirvió té en una taza para Estefanía. Había sacado su porcelana fina para la ocasión. "También me gustaría hablar contigo de mis compras".

Estefanía parpadeó. La chica parecía sorprendida.

"Estoy muy agradecida por tu amabilidad y generosidad Estefanía, pero esto no puede continuar sin un poco de orden, querida. El problema del mundo es que carece de orden. Se dejan demasiadas cosas al azar, y eso provoca demasiadas oportunidades para que se instale el caos".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Publicidad

"Y a usted realmente no le gusta el caos, ¿verdad, tía Eliza?".

"A nadie le gusta el caos, querida".

Eliza y Estefanía hablaron y bebieron su té. Eliza estaba encantada con los buenos modales de la chica y sus amplios conocimientos sobre los temas que trataban. Resultó que a Estefanía también le gustaba la repostería, aunque tuviera algunas ideas equivocadas sobre qué manzanas quedaban mejor para una tarta.

Eliza cambió de opinión impulsivamente en el último momento y aceptó que Estefanía la visitara los martes para que pudieran hornear juntas. Empezó a sacar tiempo de su agenda de los lunes para buscar en sus recetas alimentos que la chica y ella pudieran hornear juntas al día siguiente.

Aunque al principio no se dio cuenta, poco a poco Eliza empezó a beneficiarse más de las visitas de Estefanía. Abría la puerta un poco más cada vez que dejaba entrar a la chica.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Publicidad

A veces, la joven se quedaba hasta tarde para llevarse a casa algunos de los productos de pastelería que hacían juntas, y Eliza la vigilaba desde la puerta hasta que Estefanía desaparecía de su vista para garantizar su seguridad.

Un día, habían hecho bagels y terminado la última horneada cuando sonó el teléfono de Estefanía. La chica estaba sacando los panecillos del horno, así que Eliza descolgó el teléfono para contestar. Cuando vio la imagen en el identificador de llamadas, casi se le cae el teléfono.

"¿Qué significa esto?", dijo Eliza. "¿Por qué te llama el asesino de mi marido?".

Estefanía se apresuró a dejar los panecillos y cogió el teléfono. Terminó la llamada. "Puedo explicarlo, tía Eliza".

"¡Espero que lo hagas!".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Publicidad

"Es mi padre", respondió Estefanía. "Mi padre siempre se ha culpado de lo que pasó con tu marido. Le carcomía por dentro, así que mi madre y yo le instamos a que averiguara si usted estaba bien."

Estefanía agachó la cabeza.

"Cuando nos enteramos de que ya no salía de casa, decidimos como familia que queríamos hacer todo lo posible por ayudarla. Mi padre estaba seguro de que usted no aceptaría su ayuda, así que me ofrecí de voluntaria para entregarle los paquetes de comida."

"Tu papá tenía razón. No necesito su ayuda y no la quiero. Me has mentido, Estefanía. Has traído el caos a mi casa, y te agradeceré que te lleves todo".

"Por favor, tía Eliza, no se enfade. No haga que me vaya. Me encanta visitarla", expresó.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Publicidad

"Estoy segura de que te produce cierto placer burlarte de mí entrando en mi casa con falsos pretextos, pero no volveré a ser el blanco de esta broma".

Eliza acompañó a Estefanía a la puerta.

"Bien", dijo Estefanía mientras Eliza la acompañaba a la puerta principal. "Si realmente piensa que todo esto ha sido una broma de mal gusto, entonces no quiero visitarla más".

Estefanía se puso los auriculares y bajó corriendo los escalones. Fuera estaba oscuro y había niebla. Eliza se quedó de pie en la puerta, paralizada por el miedo mientras el tiempo le traía oscuros recuerdos de la noche en que murió Robert.

Su querido y dulce Robert. En el fondo, Eliza sabía que había muerto por su culpa, ya que no habría vuelto a salir si ella no hubiera insistido en que comprara leche. Las lágrimas corrían por sus mejillas. Le nublaron la vista al ver a Estefanía bajarse de la acera y salir a la carretera.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Publicidad

La niebla en lo alto de la colina brilló dorada por un momento cuando un coche se acercó a ellas. Eliza vio cómo Estefanía, ya casi en medio de la carretera, resbalaba y caía.

Eliza agarró la chaqueta de Robert. La agitó sobre su cabeza mientras corría hacia la carretera. Cuando se acercó al lugar donde Estefanía había caído, los faros del coche aparecieron entre la niebla.

Por un momento, Eliza pensó que todo había terminado. Ahora ella encontraría su fin, igual que Robert encontró el suyo, y Estefanía perecería con ella. Era irónico.

Entonces los frenos chirriaron y el coche se desvió. Eliza oyó un fuerte golpe.

"¡Tía Eliza, me ha salvado!". Estefanía la miró asombrada. "¡Y está afuera!".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Publicidad

"¿Están bien?". La voz de un hombre salió de la niebla. Un minuto después, el sujeto se tambaleó hacia ellas.

"Lo siento, hay tanta niebla que no la vi hasta el último momento".

Señaló la chaqueta de Robert. "Si no llevara esa chaqueta con tiras reflectantes, igual no la habría visto".

Eliza se llevó la chaqueta a la cara y empezó a llorar. Todos estos años se había amargado y encerrado en el miedo por la muerte de Robert, pero ahora se enfrentaba a la verdad que tanto le había costado aceptar.

Fue un accidente, y aunque podría haberse evitado si ella no hubiera insistido en que Robert comprara leche o si él se hubiera puesto su chaqueta, nada podía cambiar el pasado.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pixabay

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pixabay

Publicidad

Eliza aceptó la muerte de su marido aquella noche. Siguió siendo amiga de Estefanía e hizo las paces con su padre. Eliza también empezó a ir a terapia para ayudarla con su agorafobia.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • No te quedes con el hábito de culpar a los demás cuando ocurren cosas malas: Eliza pasó muchos años sufriendo porque se negaba a aceptar que la muerte de su marido había sido un accidente.
  • Nunca tengas miedo de buscar ayuda: Muchas personas luchan solas para hacer frente a enfermedades físicas y mentales debilitantes, pero hay recursos disponibles para ayudar.

Comparte esta historia con tus amigos. Puede que les alegre el día y les sirva de inspiración.

Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

Publicidad
Publicidad