El nuevo alumno de mi clase me regaló una tarjeta de San Valentín que yo había hecho para mi primer amor hace muchos años - Historia del día

Llevaba una vida normal hasta que uno de mis alumnos me regaló una tarjeta de San Valentín. Me resultaba familiar y, cuando la desdoblé, se me detuvo el corazón. Era la tarjeta que había escrito años atrás para alguien a quien una vez amé. Tenía que saber cómo había acabado en sus manos - aunque eso lo cambiara todo.

Todo el mundo piensa que ser profesor de primaria es el trabajo más fácil, pero eso no podría estar más lejos de la realidad.

Me pregunto, profesores universitarios, ¿alguna vez han tenido que quitar un pegoste del cabello mientras el culpable se ríe en un rincón? ¿Han intentado alguna vez borrar rotulador permanente de una pared?

¿O llevado a toda prisa una alfombra a la tintorería porque un alumno no llegó a tiempo al baño? Creo que no. Para mí, eso formaba parte del trabajo.

Aun así, me encantaba mi trabajo. Los niños tenían una forma de hacer que incluso los días más agotadores resultaran gratificantes.

Pero a veces, lo juro, enseñaba a pequeños tornados disfrazados de niños.

El caos les seguía a todas partes. Sin embargo, había alumnos como Mark.

Mark era diferente. Era el tipo de niño que la gente llamaba un verdadero ángel. Era callado pero no tímido, educado pero no estirado, siempre amable.

Y, para mi sorpresa, a menudo me traía regalitos: un dibujo, una flor que había encontrado, incluso una servilleta bien doblada que le parecía un cisne.

Sólo llevaba un mes en mi clase y me di cuenta de que aún se estaba adaptando.

Muchos niños aún no lo habían aceptado del todo, y yo intervenía cuando lo dejaban de lado. Pero Mark nunca parecía disgustado.

"Me dan pena", me dijo una vez. "No saben ser amables". ¿Lo ves? Un verdadero ángel.

Durante los descansos, se acercaba sólo para hablar. Me contó que su familia se había mudado mucho: de ciudad, de país.

Su padre era periodista y ahora, por fin, se quedaban aquí. A menudo me preguntaba quién había criado a un niño tan maravilloso.

Pero como su niñera siempre lo recogía, nunca tuve la oportunidad de averiguarlo.

El día de San Valentín, Mark se acercó a mi mesa, cambiando el peso de un pie a otro.

Sus pequeñas manos aferraban algo a su espalda. Sus ojos me miraron y luego bajaron.

"Quería darle un regalo de San Valentín" -dijo. Su voz era suave.

"¿Para mí?", pregunté.

Asintió con la cabeza. "Es una gran profesora".

"Eres muy amable, Mark. Gracias".

Asintió rápidamente y se dio la vuelta como si fuera a marcharse.

"Espera", dije. "¿Dónde está el regalo?"

Mark abrió mucho los ojos. "Sacó una tarjetita de detrás de la espalda y la colocó sobre mi escritorio, casi dejándola caer.

La levanté. Había algo que me resultaba familiar. La desdoblé.

"Para el chico más divertido e inteligente que conozco. No te atrevas a olvidarme. Tuya, Annie".

Se me cortó la respiración. Mis manos se apretaron alrededor del papel. Conocía esta letra. Mi letra.

"Mark, ¿de dónde has sacado esto?"

"Entre las cosas de mi papá", dijo. "Incluso tiene su nombre. ¿Le gusta?"

Tragué saliva. "Sí, Mark. Me encanta".

Me abrazó y salió corriendo, dejándome helada. ¿De verdad lo había conservado después de tantos años?

Los recuerdos se abalanzaron sobre mí, arrastrándome a una época que creía haber dejado atrás. Jasón.

Mi primer amor. Mi único amor verdadero. Incluso ahora, decir eso me parecía ridículo, como sacado de una vieja novela romántica. Pero era cierto.

Habíamos pasado el instituto soñando juntos, trazando un futuro que parecía seguro.

La universidad, carreras, una vida juntos. Nada podría tocarnos. Nada podría rompernos.

Hasta que un día, Jason entró en el pasillo del instituto como si todo su mundo se hubiera hecho añicos.

"Nos vamos a Europa", dijo, con la voz entrecortada. "A mi padre le han ofrecido un trabajo allí".

Ni siquiera intentó contener las lágrimas. Se derrumbó en mis brazos, con el cuerpo tembloroso.

Lo abracé tan fuerte como pude, intentando respirar a través del nudo que tenía en la garganta.

"Jason, no", susurré, aunque ya sabía que no podía hacer nada.

Nuestro último día juntos fue San Valentín. Le di aquella tarjeta, la que Mark me había entregado. Lo miré leerla, con los ojos vidriosos.

"Aunque quisiera, nunca podría olvidarte", dijo. Luego me estrechó entre sus brazos, apretándome como si pudiera detener el tiempo. Pero el tiempo no se detuvo. Jason se fue.

Nuestro amor no tuvo un final feliz. Con el tiempo, perdimos todo contacto y, por lo que yo sabía, nunca volvió a nuestra ciudad. Al menos, eso pensaba hasta que Mark me trajo aquella tarjeta.

Necesitaba respuestas. Abrí el expediente de Mark, con el corazón palpitante. El nombre de su padre: Jason. No era una coincidencia.

En cuanto acabaron las clases, me dirigí a la dirección que aparecía ahí. En la puerta, me temblaban las manos.

Contrólate, Annie. No seas cobarde. Respiré hondo y llamé al timbre.

La puerta se abrió y una mujer se plantó ante mí. Era impresionante: alta, elegante, perfectamente arreglada.

"¿Puedo ayudarle?", preguntó inclinando ligeramente la cabeza.

Tragué saliva y forcé una sonrisa. "Me gustaría hablar con Jason".

Enarcó una ceja. "No está en casa. ¿De qué se trata?"

Dudé. "¿Eres la nueva niñera de Mark? Me gustaría hablar con Jason".

Una sonrisa lenta y cómplice se dibujó en su rostro. "Soy Katherine. La esposa de Jason. La madre de Mark. ¿Y tú eres?"

Las palabras me golpearon como una bofetada. La mujer de Jason. Por supuesto. Se me retorció el estómago.

¿Qué había esperado? ¿Que me esperara todos estos años? Qué idiota fui.

"Soy la señorita Annie", dije, manteniendo la voz firme. "La profesora de Mark".

Su expresión no cambió. "¿Mark tiene problemas en la escuela? Puede hablar conmigo".

"En absoluto", dije rápidamente. "Mark es maravilloso. Sólo quería conocer a sus padres".

Katherine asintió, con una sonrisa fría. "Encantada de conocerte".

"Lo mismo digo", murmuré, luego me di la vuelta y volví a mi auto.

En cuanto entré en el automóvil, se me saltaron las lágrimas. Calientes, imparables. Mis manos se aferraron al volante mientras los sollozos me sacudían el pecho. Qué tonta había sido. Una completa tonta.

¿Qué había esperado? ¿Que llamaría a la puerta, Jason abriría y su rostro se iluminaría al reconocerme?

¿Que seguiría soltero, esperando, pensando en mí después de tantos años?

¿Que me diría que nunca había dejado de quererme y que, de algún modo, reescribiríamos nuestra historia con un final feliz?

La realidad me golpeó con fuerza. Jason tenía una esposa. Una familia. Una vida que no me incluía. Aquela tarjeta probablemente estaba metida en alguna caja olvidada, mezclada con papeles viejos, sin sentido ahora.

Me limpié la cara y volví a casa en silencio. Aquella noche me acurruqué en el sofá con un pote de helado, ahogando mis penas en un dulce consuelo.

En la pantalla sonaban comedias románticas, burlándose de mí. Me habían hecho creer en el amor, en el destino. Mira adónde me llevó eso.

Intenté seguir adelante. Casi lo conseguí, hasta que una tarde, después de clase, recogí unos juguetes desperdigados. Una voz grave me detuvo en seco.

"Buenas tardes. Mi hijo le regaló una tarjeta de San Valentín hace unos días. Sé que es una pregunta terrible, pero ese regalo es muy importante para mí. Me gustaría que me la devolviera".

La voz me resultaba familiar. Demasiado familiar.

Me levanté demasiado deprisa y me golpeé la cabeza contra la estantería de madera que tenía encima. El dolor me atravesó el cráneo.

"¡Ay!", grité, frotándome la herida.

"¿Está bien?", preguntó el hombre, dando un paso adelante. Su voz mostraba preocupación. "No quería asustarla".

"Estoy bien, no ha...", empecé a decir, pero me detuve en seco. Por fin lo miré.

"Jason...", susurré.

Sus ojos se abrieron de par en par. "Annie..." Respiró lentamente, como si intentara estabilizarse. "Yo... nunca pensé que esto pudiera ser real. Cuando Mark me dijo que su profesora se llamaba Annie, pensé que era una coincidencia".

"Resulta que no lo era", dije, con voz inestable.

Asintió con la cabeza, con la mirada clavada en la mía. "Quería encontrarte, pero...". Sus palabras se interrumpieron.

"Yo también quería verte", admití. "Incluso fui a tu casa después de que Mark me regalara aquella tarjeta de San Valentín, pero tu esposa me dijo que no estabas".

Jason parpadeó. "¿Mi esposa?".

"Katherine", aclaré.

Jason suspiró, negando con la cabeza. "No es mi mujer. Es decir, lo era. Pero nos divorciamos hace años".

Fruncí el ceño. "Eso es... extraño. Me dijo que era tu esposa".

Jason soltó una carcajada cansada. "Eso suena a Katherine. Cree que puede reconquistarme asustando a cualquier mujer que se me acerque".

Lo miré fijamente y luego solté una pequeña carcajada sorprendida. Incluso después de tantos años, aún tenía una forma de hacerme sonreír.

"Entonces", dijo, señalando con la cabeza la tarjeta. "¿Sigo siendo el chico más gracioso que conoces?"

Tragué saliva y apreté los dedos contra el borde del escritorio. "¿Por qué la has guardado todos estos años?".

Los ojos de Jason se suavizaron. "¿Por qué crees?"

"Jason, no quiero verme envuelta en un drama con tu ex", empecé, obligándome a mantener la lógica.

"No hay ningún drama", interrumpió. "Katherine vive en Londres. Sólo está aquí visitando a Mark".

Dudé. "Jason... ¿por qué guardaste la tarjeta?", volví a preguntar.

Se acercó un poco más, ahora con voz más baja. "Por la misma razón por la que volví aquí. Por ti".

"¿Has vuelto por mí?" Mi voz apenas hizo ruido.

Jason asintió. "Estaba demasiado asustado para buscarte. Pensé que no te acordarías de mí".

Tragué con fuerza. "Nunca te olvidé".

Su rostro se descompuso en la misma sonrisa que me había enamorado hacía tantos años. Quizá tengamos un final feliz después de todo.

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