Mi suegra se mudó después de un incendio y casi nos lleva al divorcio, pero entonces descubrí la verdad - Historia del día

Pensaba que lo más duro del matrimonio serían las noches en vela con un recién nacido. Me equivocaba. El verdadero reto llegó cuando alguien se mudó a nuestra casa, convirtiendo cada momento en una batalla. Las críticas, la manipulación y una sorprendente traición me llevaron al límite. Nunca esperé lo que ocurrió después.

¿Conoces ese momento en una relación en el que todo va tan bien durante tanto tiempo, y empiezas a preguntarte cuándo algo irá mal? Pues bien, para mi esposo y para mí, el "mal" resultó ser su madre. Judy.

A veces pensaba que era la mano derecha del diablo, si no el diablo mismo.

Y no me malinterpretes, lo intenté. De verdad que lo intenté. Quería ser la buena nuera, de la que la gente habla en las reuniones familiares con admiración.

La invitaba a ir de compras, pensando que quizá si pasábamos tiempo juntas, me vería como una verdadera parte de la familia. Pero todas las veces acababa arrepintiéndome.

"Querida, ¿comes lo suficiente? Tienes un aspecto un poco frágil", me dijo una vez.

¿Y la siguiente? "Has engordado, ¿verdad? Una nueva dieta podría ayudarte".

Era como si tuviera la misión personal de encontrarme defectos. Al cabo de un tiempo, dejé de intentar ganarme su aprobación. Era inútil. En lugar de eso, me limité a ser educada y a mantener las distancias.

Entonces, justo antes de nuestra boda, hizo lo impensable. Contrató -perdón, encargó- a Mark una mujer de moral cuestionable.

"Sólo para que recordara que hay mujeres mejores ahí fuera", había dicho.

Y eso fue todo. El colmo. Tuvimos una pelea tan grande que pensé que los vecinos llamarían a la policía.

Después de aquello, dejamos de fingir. En las reuniones familiares, actuábamos como si el otro no existiera.

¿Sinceramente? Fue un alivio. No perjudicó a nuestro matrimonio, sino que lo fortaleció. Mark y yo éramos un equipo.

Judy pensaba que era un niño de mamá, pero en realidad su relación era igual de tensa.

Últimamente, sin embargo, las cosas habían sido perfectas. Hace dos meses, di a luz a nuestra hija, Riley.

Claro que estábamos agotadísimos, pero éramos más felices que nunca. Hasta que un momento lo cambió todo.

Mark entró en la habitación de la bebé mientras mecía a Riley, con las manos inquietas. Tocó la cuna, enderezó un peluche, echó un vistazo a los pañales.

Algo iba mal.

"¿Qué pasa?", pregunté, moviendo a Riley entre mis brazos.

Mark estaba cerca de la cuna, con los dedos golpeando la barandilla de madera. Estaba dando rodeos. Me di cuenta de que no me miraba.

"¿Qué quieres decir?", respondió, fingiendo que acababa de llegar.

Entrecerré los ojos. "Quieres decir algo. Lo veo en toda tu cara".

Mark vaciló. Sus hombros se tensaron. Se rascó la nuca. "Siempre lo sabes todo", murmuró.

Sonreí con satisfacción. "Llevamos juntos ocho años. ¿Qué esperabas?".

Mark inspiró profundamente y lo soltó todo de golpe. "Mamátuvounincendioynecesitaunlugar".

Parpadeé. "¿Qué?".

Exhaló, esta vez más despacio. "Mamá ha tenido un incendio. Necesita hacer reformas, así que se quedará con nosotros".

La habitación se quedó en silencio. Agarré con más fuerza a Riley. "Estás bromeando".

Mark arrastró los pies.

Sentí que se me oprimía el pecho. "¿Me lo has dicho a propósito mientras sostenía al bebé para que no te gritara?".

Su silencio fue respuesta suficiente.

"...Quizá", admitió.

Exhalé lentamente, intentando mantener la voz uniforme. "Te das cuenta de que estoy en casa con Riley todo el día, lo que significa que estaré con Judy todo el día".

Mark intentó esbozar una débil sonrisa. "Al menos tendrás ayuda".

Solté una breve carcajada. "¿Ayuda? ¿Te refieres a sermones sin parar sobre cómo lo hago todo mal? ¿Sobre cómo no sé ser madre?".

"Kate, por favor", suplicó.

Le miré fijamente. "Bien. ¿Cuánto tiempo se va a quedar?".

Mark vaciló. "No lo sé".

Antes de que pudiera decir otra palabra, salió corriendo de la habitación como un culpable que huye de la escena de un crimen.

Me pellizqué el puente de la nariz y exhalé bruscamente. Aquélla iba a ser una experiencia muy interesante.

Judy, por suerte, vivía en otra ciudad, a cinco horas de distancia. Pero ahora llevaba cuatro días en mi casa. Y yo ya estaba al límite.

"Bañas mal a Riley, le cambias mal el pañal, la alimentas mal, la duermes mal".

Todo lo que hacía estaba mal a sus ojos. No importaba cuántos libros hubiera leído, a cuántos pediatras hubiera consultado o lo bien que estuviera creciendo Riley.

Judy había criado a un hijo, así que, aparentemente, eso la convertía en la mayor experta mundial en maternidad.

Una tarde, mientras hacía eructar a Riley después de darle de comer, Judy se sentó frente a mí con una taza de té. Me observó durante largo rato, con los labios fruncidos.

Luego, lo dijo. Con indiferencia. Como si estuviera comentando el tiempo.

"Quizá deberías dejar que me llevara a Riley. Estaría mejor conmigo".

Me quedé paralizada. Mis manos se apretaron alrededor del pequeño cuerpo de Riley.

"...¿Estás bromeando?". Mi voz era más aguda de lo que pretendía.

Judy ni siquiera parpadeó. "No. Yo crie a Mark, y te gusta, ¿verdad? No quiero ni imaginar qué clase de niña criarás".

Sentí que una oleada de calor me recorría el cuerpo. "Entonces, ¿qué... quieres llevarte a mi hija?".

"Pues sí, querida. Pero sería lo mejor". Extendió la mano y me la puso en el hombro.

La aparté de un empujón. Me temblaba todo el cuerpo. Me di la vuelta y entré en la habitación de la bebé.

Recogí las cosas de Riley y las metí en una bolsa. Luego fui directa al dormitorio.

Mark estaba sentado en la cama, leyendo. No se dio cuenta de que se avecinaba una tormenta hasta que empecé a sacar ropa de la cómoda.

"¿Adónde vas?", preguntó, sobresaltado.

"A casa de mi madre. Me quedaré allí hasta que se vaya Judy".

"¿Qué?". Se incorporó, confuso.

Giré para mirarle. "¿Sabes lo que acaba de decir? Que deberíamos entregarle a Riley porque no confía en la clase de madre que seré".

"Seguro que no lo decía en serio". Su voz era débil, insegura.

"Oh, créeme. Lo decía en serio".

La cara de Mark se desencajó. No discutió. Se limitó a suspirar y a tomar las llaves del automóvil. Nos llevó a casa de mi madre en silencio.

Habían pasado casi tres semanas. Judy seguía en mi casa. Mark nos visitaba casi todos los días, pero la tensión entre nosotros iba en aumento.

Una noche, mientras estábamos sentados en el salón de casa de mi madre, el cansancio flotaba entre nosotros como una pesada nube.

"Ven a casa", dijo Mark.

Le miré fijamente. "¿Se ha ido Judy?".

Mark se movió. "No. Dice que la casa sigue en reformas".

Solté una carcajada aguda. "¿De verdad? ¿No te parece raro? ¿Tan grave fue ese 'incendio' que todavía no está arreglado después de un mes?".

Mark se frotó las sienes. "No lo sé. Pero te echo de menos. Y echo de menos a Riley".

Sacudí la cabeza. "No voy a volver mientras ella siga allí. No es culpa mía que ella sea más prioritaria para ti que Riley y yo".

La expresión de Mark se endureció. "¿Lo dices en serio?".

Me crucé de brazos. "¿Me equivoco?".

Apretó la mandíbula. "¡Quizá deberías pedir el divorcio si es así como te sientes!".

Se me cayó el estómago. "¡Quizá lo haga!".

En cuanto las palabras salieron de mi boca, el rostro de Mark se retorció de arrepentimiento. Pero ya era demasiado tarde. Se marchó dando un portazo.

Me hundí en el suelo y se me saltaron las lágrimas. Estaba agotada. Completamente agotada.

A la mañana siguiente, me despedí de Riley con un beso y la dejé con mi madre. Mis manos agarraron el volante con más fuerza de la necesaria mientras conducía, con los pensamientos acelerados.

Necesitaba verlo con mis propios ojos. El supuesto incendio. Los daños. Las reformas que, de algún modo, habían retenido a Judy en mi casa durante semanas.

Estaba furiosa. Furiosa con Mark por dejar que esto se alargara. Furiosa conmigo misma por no haberlo comprobado antes.

Pero, sobre todo, estaba furiosa con Judy. Había puesto nuestra vida de cabeza.

Cuando llegué a su casa, me preparé para ver paredes carbonizadas o a los obreros de la construcción. Pero lo que vi me dejó helada.

La casa estaba en perfecto estado. Ni una sola marca de quemadura. Sin daños. Ninguna construcción.

Las ventanas estaban intactas, el césped pulcramente recortado. Tenía exactamente el mismo aspecto que la última vez que la había visto.

Me temblaron las manos al sacar el teléfono y hacer fotos. Necesitaba pruebas. Pruebas. Cualquier cosa que impidiera a Mark defenderla.

No pensé. Simplemente conduje. Directamente de vuelta a casa.

Cuando llegué, ya era tarde, pero no me importó. Entré furiosa, con el corazón palpitante.

Mark y Judy estaban sentados en el salón, viendo la tele como si no hubiera pasado nada.

"Ka...", empezó Mark, pero no le dejé terminar.

Me volví hacia Judy con las manos cerradas en puños. "Dime la verdad. No hubo ningún incendio, ¿verdad?".

Ella parpadeó, fingiendo confusión. "¿Qué? No sé de qué estás hablando".

Solté una carcajada amarga. "Ni lo intentes. Acabo de ir a tu casa. Está perfectamente. Ni incendio, ni reformas, nada. ¿Por qué has mentido?".

Judy suspiró, hundiendo los hombros. "Me sentía sola", admitió. "Tu madre vive cerca. La ves siempre. Yo sólo puedo ver a mi hijo en vacaciones".

Mark frunció el ceño. "¿Por qué no nos lo dijiste?".

Judy negó con la cabeza. "Porque Kate nunca me habría dejado quedarme".

Me crucé de brazos. "Te lo has hecho tú sola, Judy. Intenté llevarme bien contigo. Te invité a sitios. Te dejé formar parte de nuestras vidas. Pero lo único que recibí fueron críticas".

Judy vaciló, bajando los ojos. "Lo sé", dijo en voz baja. "Siempre quiero lo mejor para la gente. Pero no sé cómo decir las cosas de la manera correcta".

Suspiré y me senté, sintiendo el peso de todo lo que había pasado.

Por primera vez en años, hablamos, hablamos de verdad. Al principio fue incómodo, las dos vacilábamos, inseguras de por dónde empezar.

Pero poco a poco surgieron las palabras. Ella admitió sus errores y yo expresé mis frustraciones.

Hurgamos en años de resentimiento tácito, quitando capas de malentendidos. No fue fácil, pero fue real.

Entonces, sin previo aviso, alargó la mano y me abrazó. Me quedé inmóvil un momento, y luego solté la tensión que había arrastrado durante tanto tiempo.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.