Mi hijastra me odiaba, hasta que una tormenta de nieve nos dejó varadas y sucedió algo que no esperábamos — Historia del día

Ser madrastra nunca es fácil, sobre todo cuando tu hijastra te ve como el enemigo. Por mucho que lo intenté, se negó a dejarme entrar. Pero una tarde helada, cuando nos quedamos tiradas en la nieve, todo cambió. Pensé que las cosas entre nosotras no podían empeorar... hasta que empeoraron.

Crear una nueva familia era difícil. Crear una nueva familia cuando tu esposo ya tenía una hija era el doble de difícil. Crear una nueva familia cuando esa hija era una adolescente que te odiaba era casi imposible.

Roy y yo llevábamos casados tres meses. Antes de eso, habíamos salido durante dos años.

Aquellos años habían sido maravillosos, llenos de amor, risas y sueños de un futuro juntos. Pero había una cosa que nunca pudimos comprender del todo: Kris.

No sólo le caía mal a la hija de Roy. Me odiaba con toda su terquedad adolescente.

No importaba lo que hiciera, lo amable que fuera o el espacio que le dejara, nada parecía cambiar.

Si le preguntaba por su día, ponía los ojos en blanco. Si intentaba entablar una conversación trivial, me ignoraba. Si le hacía un cumplido, asumía que estaba fingiendo.

Sabía que nunca podría sustituir a su madre, y nunca quise hacerlo. Pero esperaba -esperaba de verdad- que, con el tiempo, pudiéramos construir algo real.

Una conexión. Una amistad. Un sentimiento de confianza. En cambio, Kris me trataba como si fuera la villana de uno de sus libros: la malvada madrastra que se había abalanzado sobre ella para robarle a su padre.

Y así, discutíamos. Todo el tiempo.

Una noche, Kris acudió a Roy con una petición: quería ir a otra ciudad con sus amigos a un concierto.

"Ni siquiera sé qué decir", le dijo Roy. Me miró. "¿Qué te parece?"

"No creo que sea buena idea que yo...", empecé, queriendo decir que no quería interferir en la educación de Kris, pero ella me cortó.

"¡Ella no tiene nada que decir en esto!", gritó Kris, con los brazos cruzados sobre el pecho.

Roy exhaló. "Ahora somos una familia y tomamos decisiones juntos", dijo antes de volverse hacia mí. "Así que dime lo que piensas".

"¿Habrá algún adulto contigo?", pregunté.

Kris puso los ojos en blanco. "No, pero Eliza y Stacy tienen dieciséis años, así que iremos en sus automóviles".

"No me parece buena idea. Sólo tienes trece años", dije.

El rostro de Kris se tensó. "¡Pero todos los demás pueden ir!", gritó.

"En realidad, no es una decisión que deba tomar yo", dije, manteniendo la voz firme.

"Creo que Leslie tiene razón. Eres demasiado joven para un viaje así", dijo Roy.

Las manos de Kris se cerraron en puños. "¡Claro que sí! ¡Leslie siempre tiene razón! A nadie le importa lo que yo piense".

"Sólo estamos preocupados", dije.

"¡Dejen de fingir! ¡Sé que no les importa! Sólo quieres parecer una buena madre delante de mi padre!", exclamó Kris.

"Sí que me importa. Precisamente por eso no quiero que vayas. Tienes trece años; ya tendrás muchas oportunidades de hacer viajes como éste", dije, alzando la voz.

"Eres lo peor", gritó Kris.

"¡Para!". La voz de Roy era firme. "Ya he tenido bastante. Nos vamos todos de viaje familiar a las montañas".

Kris y yo nos quedamos mirándolo.

"¡¿QUÉ?!", exclamamos al mismo tiempo.

"Sí. Este fin de semana. Sin discusión", dijo Roy.

"¡Los odio a los dos!", gritó Kris y corrió a su habitación, dando un portazo tras de sí.

Aquel fin de semana, por la mañana temprano, Kris y yo ya estábamos en la carretera, en dirección a las montañas.

Los copos de nieve flotaban en el aire, empolvando el parabrisas. Cuanto más avanzábamos, más pesaba. La carretera se extendía por delante, cubierta de una fina capa blanca.

Aferré con fuerza el volante. Pensar en carreteras de montaña bajo una tormenta de nieve me revolvía el estómago.

Kris suspiró con fuerza. "No entiendo por qué tengo que viajar contigo". Se apoyó en la puerta, cruzada de brazos.

"Roy ha tenido una urgencia en el trabajo. Saldrá más tarde". Me centré en la carretera. "A mí tampoco me entusiasma, teniendo en cuenta que esto fue idea suya".

"Sí, claro", se burló Kris. "Le sigues la corriente a todo lo que dice. Y lo hace todo por su preciosa Leslie".

"Eso no es verdad. Bueno, no del todo cierto". Mantuve la voz firme. "Nosotros también discutimos, ¿sabes? Y si alguna vez tu padre tuviera que elegir entre nosotras, te elegiría a ti".

Kris soltó una carcajada seca. "Ya no me eligió a mí". Volvió la cara hacia la ventana.

Quería decirle que se equivocaba, pero sabía que no me creería.

La carretera se volvía borrosa a medida que la nevada se hacía más espesa. Los neumáticos luchaban por traccionar. Pisé el acelerador. Nada. El automóvil se negaba a moverse.

Kris se incorporó. "¿Qué ocurre?"

"Estamos atascadas".

Levantó las manos. "Estupendo. Justo como quería pasar el fin de semana: atrapada contigo".

"A mí tampoco me entusiasma, por si te lo estabas preguntando". Saqué el teléfono y llamé al servicio de grúas. La conversación no fue prometedora.

"Dicen que la grúa tardará al menos dos horas en llegar", le dije.

Kris resopló. "Qué bien".

El silencio llenó el automóvil. Los copos de nieve repiqueteaban contra las ventanillas.

Por fin hablé. "¿Por qué me odias tanto?"

"Porque eres horrible", dijo Kris rotundamente.

"Eso no es verdad. Y creo que lo sabes".

"¡Es verdad!". Alzó la voz. "¡Nos has arruinado la vida! Estábamos bien sin ti!"

"Si todo estuviera bien, tu padre no habría estado conmigo". Las palabras salieron más fuertes de lo que pretendía.

"¡Yo estaba bien! Teníamos nuestra vida, ¡y tú la destruiste! Hiciste que traicionara a mi madre!"

El corazón me latía con fuerza. "¡No puedes traicionar a alguien que ya se ha ido!". Las palabras se me escaparon antes de que pudiera detenerlas.

En cuanto salieron de mi boca, me arrepentí. Me tapé los labios con la mano.

La cara de Kris se arrugó. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

Sin decir palabra, abrió la puerta de un empujón y salió furiosa hacia la nieve, cerrándola tras de sí.

Pensé que Kris se quedaría fuera cinco minutos, tal vez diez, y que volvería cuando el frío la afectara.

Pero no volvió. Seguí mirando el reloj. Pasaron diez minutos. Luego veinte. Se me hizo un nudo en el estómago.

Abrí la puerta y una fuerte ráfaga de viento me golpeó. Los copos de nieve me picaron en la cara.

Apenas podía ver unos metros más adelante. La nevada se había espesado, cubriéndolo todo de blanco.

"¡Kris!", grité. El viento se tragó mi voz. Me alejé del automóvil. "Kris, ¿dónde estás?".

No hubo respuesta.

El pánico se apoderó de mí. El corazón me latía con fuerza mientras caminaba por la nieve.

Entonces, por fin, la oí: una débil voz. "Estoy aquí".

Me volví hacia el sonido y divisé una forma oscura en la nieve. Kris estaba semienterrada, temblando.

"Se me ha atascado la pierna", dijo, castañeteando los dientes.

Me arrodillé y empecé a cavar. La nieve estaba muy compacta. Tenía el pie atrapado entre las raíces de un árbol caído. Me ardían los dedos de frío, pero seguí trabajando. Finalmente, liberé su pierna.

Se apoyó en mí mientras luchábamos por volver al automóvil. Una vez dentro, puse la calefacción a tope.

"¿Por qué...?"

"Yo..."

Los dos empezamos a hablar al mismo tiempo.

Kris suspiró y se miró las manos. Dudé antes de preguntar: "¿Puedo empezar yo primero?".

Ella asintió con la cabeza.

Respiré hondo. "Siento lo que dije sobre tu madre. No debería haberlo dicho. Estaba frustrada, pero eso no lo excusa".

Kris no respondió. Mantenía la mirada fija en el suelo.

"Sigo intentando hacerme amiga tuya, pero tú me alejas", admití. "No quiero sustituirla. Nunca quise".

Aun así, no dijo nada. Luego, al cabo de un momento, preguntó: "¿Por qué has venido a buscarme?".

La miré fijamente. "Porque estaba preocupada por ti. Porque me importas".

Kris se burló. "No, tenías miedo de que me pasara algo y tuvieras que explicárselo a mi padre".

"Eso no es verdad". Sacudí la cabeza. "De verdad que me importa. Kris, sé que nunca seré tu madre. Nadie puede serlo. Pero quiero a tu padre. Y te quiero a ti".

Apretó la mandíbula. "No me quieres", dijo rotundamente.

"Claro que te quiero". Hice una pausa, observando su expresión. "Mírate, eres increíble. Bueno, al menos cuando no me gritas".

Kris soltó una risa corta y temblorosa.

"Incluso entonces, te quiero", añadí. "Roy dice que le recuerdas a tu madre".

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero seguí. "Sé que sientes que Roy te abandonó por mí, pero eso no es cierto. Te quiere más que a nada en el mundo".

Kris se limpió la nariz con la manga. "Durante mucho tiempo estuvimos los dos solos".

"Lo sé", dije suavemente. "Pero el cambio no siempre es malo. Quiero estar aquí para ti, apoyarte, quererte. Pero tienes que dejarme".

Tragó saliva con dificultad. "¿Y si deja de quererme? ¿Y si te da todo su amor a ti?".

Negué con la cabeza. "Eso es imposible. El amor no funciona así. Lo único que ha cambiado es que ahora te quieren dos personas en vez de una".

Por un momento, Kris no se movió. Luego, de repente, me abrazó.

Me quedé helada, sorprendida. Luego, lentamente, le devolví el abrazo. La abracé con cuidado, temiendo que se apartara.

Dos horas después llegó la grúa y nos llevó a la cabaña que habíamos alquilado.

Cuando llegó Roy, Kris y yo estábamos sentadas junto al fuego, bebiendo té, aún intentando entrar en calor.

"Vaya", dijo Roy, dejando su bolsa en el suelo. "Esperaba una escena de acción de verdad cuando llegara".

Kris me miró y sonrió. "Decidimos dejarla para más tarde".

Le devolví la sonrisa y apreté suavemente su mano.

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