Pareja gay adoptó un bebé sin saber que tenía parálisis cerebral y lo aman de todas formas
Desde que nació, Benicio era visto por los médicos como una vida a punto de expirar, debido a sus múltiples problemas de salud. Nadie esperaba que el incansable amor de dos hombres llegaría para salvarlo.
El pequeño recién nacido había sido abandonado a su suerte en un hospital de Rosario, México. Su cuadro médico distaba de ser prometedor. Después de un embarazo sin controles, vino al mundo prematuramente con solo 6 meses de gestación. Pesaba apenas un kilo con 400 gramos.
La noticia de Benicio y su desafortunado advenimiento empezó a correr por la ciudad, hasta llegar a oídos de Pablo y Damián, una pareja gay que lo había intentado todo para tener un niño a quien brindarle el amor que sobraba en sus corazones.
Se apresuraron al centro médico y allí lo vieron. Aunque solo podían mirarlo a través de una ventana por el delicado estado del bebé, no les importó. Ellos veían como un regalo la responsabilidad de ser padres.
Han pasado cuatro años desde eso, y en este tiempo Benicio ha superado con creces los pronósticos que recibía en sus primeros días. Sin embargo, el camino a este prometedor presente estuvo lleno de arduos obstáculos.
La ventana que separaba al bebé de Pablo y Damián el primer día, se mantuvo entre ellos por dos semanas más. El pequeño luchaba con una delicada infección intestinal, producto de lo poco desarrollados que estaban sus órganos internos.
Por su lado, la pareja enfrentaba dificultades para completar el trámite legal que les permitiría convertirse finalmente en los padres de Beni, cuya condición se agravaba. Los médicos afirmaban que un día podría simplemente no despertar.
La pareja fue incluso aconsejada de desistir con los papeles, ya que el bebé podría fallecer poco después de que el proceso terminara. Ante esta situación, los aspirantes a padres tomaron una decisión.
"Nos fuimos a las 5 de la mañana a la Virgen de San Nicolás a pedirle por su vida. Le pedimos que le diera la oportunidad de salir adelante y llevar una vida plena y que nos permitiera a nosotros darle el amor que necesitaba".
La respuesta a sus plegarías llegó un día después, cuando recibieron la noticia de que el proceso de adopción se había completado.
A su vez, luego de 15 días de solo verlo a través de un vidrio, la condición de Benicio había mejorado lo suficiente para que Pablo y Damián pudiesen acercarse y tocarlo por primera vez.
En palabras de los doctores, este contacto físico y el amor que le transmitían a través de él produjeron una gran mejora en la salud del recién nacido, que sentía y sufría el abandono.
Sus visitas al hospital continuarían por 45 días más, hasta que el bebé finalmente recibió el alta y pudo ir a conocer su nuevo hogar.
Fue en las semanas siguientes que empezaron a notar el próximo obstáculo que su devoción por Benicio tendría que superar. Aun con cinco meses de edad, el niño no reía y no procuraba hace contacto visual. A esto se sumaba la inusual forma que sus brazos y piernas iban tomando conforme crecía.
“Síndrome de West”. Ese fue el diagnóstico que recibieron. Una forma de parálisis cerebral que altera la motricidad de las extremidades y produce rigidez en los músculos, dificultando el habla y las expresiones faciales.
Los padres nunca pensaron en desistir y, durante los meses siguientes realizaron todo tipo de tratamientos que prometiesen, al menos, una pequeña mejoría a la condición del pequeño.
"Como padre y como persona, no me afectó en nada. Nunca nos detuvimos a pensar en que a lo mejor nuestro hijo nunca nos diga 'papá'. Lo que sí sentí fue el dolor en el alma de que le haya tocado a él, que ya venía con una historia de vida tan pesada. Si queríamos darle una mejor vida, ¿por qué le tocaba a él también luchar contra esto?".
Desde terapia física hasta intervenciones quirúrgicas en las rodillas y cadera, todo contribuyó para que hoy, a sus cuatro años, Benicio esté más cerca de tener un desarrollo pleno. Es capaz de sonreír e interactuar, no solo con sus padres, sino con quienes le dan su cariño a diario.
El siguiente paso para esta familia es una cirugía que consiste en 48 correciones en determinados músculos y articulaciones. Esta liberaría gran parte de su rigidez corporal, facilitando sus movimientos y, posiblemente, permitirle hablar.
Aunque los especialistas han descartado la posibilidad de que Benicio pueda caminar, Pablo y Damián no piensan rendirse y sueñan con verlo andar un día.
Tienen razones para estar esperanzados, porque ha ocurrido antes que un niño con parálisis cerebral ha dado sus primeros pasos. Tal es el caso de Lorenzo Alegre, un pequeño argentino, que a sus cinco años y tras muchos tratamientos, finalmente tuvo razones para decir “¡Papá, estoy caminando!”.
La historia de Pablo, Damián y Benicio es una de las muchas pruebas que existen de que no es necesario que los miembros de una familia estén unidos por la sangre para que los lazos del amor se formen y les permitan lograr cualquier cosa.
Te invitamos a conocer otra historia como la suya, en la que una pareja gay de Estados Unidos le dio a su hijo adoptivo la oportunidad de brillar en el escenario.