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Escondite en el piso | Fuente: Shutterstock
Escondite en el piso | Fuente: Shutterstock

Encontré un escondite bajo la alfombra en la casa abandonada de mis abuelos fallecidos - Historia del día

Guadalupe Campos
13 oct 2021
05:00

Mi abuelo me dejó una casona antigua en Santa Cruz, y decidí venderla. Cuando empecé a hacer algunas mejoras, descubrí evidencia de algo que el abuelo me había dicho cuando era niño, pero nunca creí que fuera verdad.

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Durante sus últimos días, sabiendo que el final estaba cerca, el abuelo dejó todos sus asuntos en orden: a mi hermano Daniel le dejó sus ahorros, y a mí su casa de Santa Cruz. Éramos los únicos herederos, y fue su abogado quien nos informó de esto. Daniel y yo firmamos.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

Mi abuela falleció hace unos años, pero el abuelo llevaba apenas una quincena de fallecido. Yo estaba destruido: el abuelo nos había acogido a mi hermano y a mí tras la muerte de mis padres, y siempre había sido mi mayor apoyo con mis sueños de convertirme en fotógrafo de viajes.

Ambos amábamos las aventuras y las historias sobre piratas y tesoros escondidos. No entendía por qué me había dejado a mí la casa de Santa Cruz y a mi hermano todo el dinero. Daniel incluso lo habló conmigo.

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"Oye, podemos repartir el dinero si quieres", ofreció. Mi hermano es una muy buena persona, y esta forma de distribuir las cosas no le parecía justa conmigo. Para mí, una casa era un inconveniente.

"No te preocupes, Dani. Repararé y venderé la casa, y puede que hasta obtenga más dinero que tú", bromeé. Lo cierto es que la casa de Santa Cruz no valía tanto. Y llevaba por lo menos diez años cerrada, desde que los abuelos habían decidido alquilar un apartamento en la capital para estar más cerca de nosotros.

"Bueno, sabes que estoy para lo que necesites. Y puedo prestarte dinero para las reformas, creo que lo vas a necesitar. Cuando la vendas tan bien arreglamos", ofreció Daniel, cosa que acepté.

Un mes más tarde, de vuelta de trabajar como camarógrafo para un documental en la Polinesia, partí a Santa Cruz. En efecto, la casa necesitaba todo tipo de reparaciones. Pero estar allí era fantástico.

Mi infancia estaba en cada rincón esperándome. Me recordó todas las veces que el abuelo y yo nos entreteníamos con sus libros y sus historias de aventuras. Me alegré de que me hubiera dejado la misión de remodelar la casa para que otra familia pudiera crear memorias allí.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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Nunca fui ajeno al trabajo manual, así que decidí invertir mis vacaciones en hacer las partes de la limpieza y refacción que podía realizar yo. Además, tenía la difícil tarea elegir qué quería conservar, qué era para donar, qué para vender y qué cosas irían a la basura.

En el armario de mi abuelo encontré una caja de fotografías. Había fotos mías y de Daniel de niños, de la boda de mis padres, de la de mis abuelos y más. No podía creer que eso hubiera quedado atrás. Obviamente, eso iba para casa.

Pero encontré algo todavía más interesante: un mapa del tesoro. El abuelo lo había hecho cuando yo era niño y jugábamos a las aventuras. Junto al mapa había fotos de los dos vestidos de piratas. Él solía decirme que había un tesoro bajo la casa, pero nunca creí que hablara en serio.

Se me fue toda la mañana y parte de la tarde mirando esos recuerdos. Cuando me levanté para ir a hacerme algo de comer, la hebilla del zapato se me enganchó en la alfombra, y levantó un pedazo. "Hay que cambiarla de todas formas", dije, y le di un tirón. Uno de los tablones del piso se movió también cuando la saqué.

"Esto es raro", me dije. Era claro que el tablón estaba suelto a propósito. Encendí la linterna del celular y miré: había varias cajas escondidas allí abajo.

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Saqué una, y descubrí una colección de monedas antiguas. Algunas de ellas tenían varios siglos de antigüedad. La otra caja tenía joyas de mi abuela: diamantes, perlas rubíes y más. Tras estas dos había una tercera, con algunos lingotes de oro.

No lo podía creer. El abuelo sí tenía un tesoro escondido bajo la casa. Llamé a Daniel de inmediato. "¡Guau, eso es increíble!", dijo mi hermano, cuando se lo expliqué.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash

"Yo estoy que no me lo creo tampoco", comenté. "¿Lo dividimos, verdad?".

"No te hagas problema, Oscar. Tú no te quejaste cuando solo te quedó la casa, y la verdad que tampoco necesito el dinero. Quédatelo. Después de todo, el que jugaba a los piratas con el abuelo eras tú, él habrá querido que encontraras el tesoro".

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"Pero no me parece justo...", protesté.

"En serio, no te preocupes. ¡Disfrútalo! Puedes vender algunas cosas para pagar las reparaciones, y quién sabe, quizás hasta te sirva para montar tu estudio y establecerte", me contestó, de buen talante.

Con todo, me seguía pareciendo un reparto poco equitativo, así que tras vender lo necesario para contratar a una empresa constructora y refaccionar la casa, vendí otra parte para crear un fondo para mis sobrinos. Otra parte la gasté en equipos para mi trabajo, y el resto fue a una caja fuerte.

Cuando la casa estuvo lista, decidí no venderla. Me establecí en Santa Cruz, y allí vivía cuando no estaba de viaje. Allí sigo viviendo ahora, que me casé con Carla y tengo niños con los que jugar a los piratas.

Los niños han escuchado montones de historias sobre el abuelo, claro está. Y les encanta hacer mapas del tesoro. Al final, mi abuelo sabía que yo apreciaría la casa más que Daniel, y que no me quitaría la pasión por explorar.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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Pero es más que eso. En algún momento, descubrí que mis mayores aventuras estaban allí al alcance de la mano, en cada "te amo", en cada risa en la cocina y cada tarde en el jardín. No podría haber pedido nada mejor.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Puede que no veas el valor verdadero de las cosas en un primer momento. Al principio, Oscar creía que le había tocado la peor parte de la herencia, pero no era así en absoluto.
  • Nunca discutas por asuntos de herencia. Tanto Daniel como Oscar tuvieron momentos en los que podrían haberse enemistado por dinero, pero la relación entre ambos era demasiado buena como para que lo material la echara a perder.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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