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Una casa | Foto: Shutterstock
Una casa | Foto: Shutterstock

Hombre visita la casa que su difunta abuela le dejó 32 años atrás y la ve perfectamente limpia - Historia del día

Vanessa Guzmán
22 abr 2022
02:00

Un hombre arrogante finalmente visita la casa que su abuela le dejó hace 32 años por primera vez y se sorprende al ver todo relucientemente limpio y en perfecto orden.

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Darío estaba furioso. En la última reunión de la junta, se enteró de la decisión de su jefe de cotizar en bolsa junto con el resto de la alta gerencia. Darío, uno de los empleados más antiguos de la empresa, se sintió menospreciado.

Sabía que era uno de los trabajadores más valiosos. Había llegado a la cima, pero sentía que podía y debía llegar más alto: quería ser director de operaciones y quería que Ricardo, su jefe, lo supiera.

Darío irrumpió en la oficina de Ricardo sin siquiera llamar. "¿Cómo pudiste hacerme eso?", gritó enojado. "¡Después de todo lo que hice por ti!".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Ricardo se dio la vuelta, luciendo sorprendido. "¿De qué estás hablando, Darío?", preguntó desconcertado.

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"¡Sabes exactamente de lo que estoy hablando!". Contestó Darío. "¡Ni siquiera me consultaste sobre la inversión en la bolsa!".

Ricardo estaba atónito. "¿CONSULTARTE? ¿Estás loco?", expresó Ricardo. "Consulté a mis inversores. ¿Por qué te consultaría a ti?".

"¡Porque no estarías aquí sin mí!", dijo Darío con una mueca arrogante. "¡Me lo debes!".

"¿Te lo debo?", precisó Ricardo con la respiración algo pesada. "¡Según recuerdo, rogaste por una entrevista!".

"¡Y me la diste, y el trabajo, porque yo era el mejor candidato!", indicó Darío con lágrimas en los ojos.

"No”. Ricardo negó con la cabeza. "No, Darío. No te iba a dar el trabajo. Eras arrogante y pensé que serías un lastre".

"Entonces, ¿por qué me contrataste?", preguntó Darío, sorprendido.

"Porque tu abuela me llamó", dijo Ricardo en voz baja. "Ella me dijo que parecías tener un carácter demasiado fuerte, pero que eras honesto, dedicado y confiable. Tu abuela me convenció, para ser honesto, no fuiste tú".

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"¿Ella hizo eso?", preguntó Darío en un susurro.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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"Sí", respondió Ricardo con bastante calma. "Y tenía razón. Sigo pensando que tenía razón. Has sido mi mano derecha durante 35 años, pero te pasas de la raya de vez en cuando, y eso es lo que has hecho hoy".

Darío se sonrojó. "Lo siento", murmuró. "Sé que soy arrogante, pero no quiero decir... nunca tuve la intención de ofender”.

Ricardo sonrió. "Después de todo este tiempo, creo que te conozco mejor que nadie. Tienes un lugar importante en esta empresa, Darío, pero yo sigo siendo el jefe".

Ricardo le dijo a Darío que sería el director de operaciones y terminó disculpándose profusamente. Después de salir de la oficina de su superior, Darío repasó la conversación una y otra vez. Recordó su entusiasmo después de su primera entrevista con Ricardo, y la persistente sensación de que había encontrado algo muy bueno.

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Se lo había confesado a su abuela Esther, pero nunca imaginó que ella intercediera por él. "Todo este tiempo", susurró. "¡Me seguía felicitando por haberlo hecho solo, y te lo debía todo, abuela Esther!".

Esther había sido un bastión de fortaleza después de que los padres de Darío se divorciaran cuando él tenía 15 años. Ambos padres se habían vuelto a casar y el chico se había sentido tan incómodo con toda la situación que se mudó con Esther. Se quedó con su abuela hasta que completó la universidad.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Una vez que comenzó a trabajar para Ricardo y su carrera despegó, Darío se mudó a su propio apartamento. Después de eso, rara vez visitaba a Esther y la llamaba tres o cuatro veces al año.

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Cuando ella murió, recordó haberse sentido más sorprendido que afligido. La dejó a ella y a su infeliz adolescencia muy atrás. No estaba interesado en recordar nada de eso.

Unos meses después, un abogado lo llamó y le informó que Esther le había dejado su casa. Darío ni siquiera se molestó en revisar la propiedad. Simplemente le ordenó al abogado que cerrara la vivienda con llave, y luego se guardó el llavero en el cajón de su escritorio.

Ahora se encontró recordando a Esther y esos años oscuros que ella había hecho soportables con su amor, su dulzura y su humor irónico. Las lágrimas llenaron sus ojos. "Te abandoné", susurró Darío. "¡Lo siento mucho!".

Impulsivamente, Darío rebuscó en el cajón del escritorio y sacó las llaves de la casa de Esther. Se montó en su coche y condujo a través de la ciudad hasta su antiguo vecindario.

Todo se veía exactamente igual. Las calles limpias estaban ensombrecidas por árboles, las casas bonitas con sus pequeños jardines llenos de rosas. Esther siempre se había sentido orgullosa de su casa, recordó Darío y sintió una punzada de culpa.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Bien podía imaginar cómo se vería la casa después de 32 años de abandono. Pero cuando se detuvo frente a la propiedad, se veía en perfecto estado. El césped estaba cortado, las rosas estaban florecidas y los jazmines trepaban por la glorieta del jardín.

Probablemente algún vecino estaba cuidando el jardín para asegurarse de que el vecindario no pareciera deteriorado, pensó Darío. Caminó por el sendero y abrió la puerta principal. Había esperado encontrar la casa mohosa con el olor a polvo y abandono, pero olía fresco y dulce, a flores y cera para pisos como en los días de Esther.

Darío miró a su alrededor con asombro. ¡La casa se veía exactamente igual! Los muebles brillaban y ni una mota de polvo estropeaba los cristales de las ventanas. De hecho, no había ni una partícula de polvo ni una mancha de suciedad en ninguna parte que pudiera ver.

Entró en la cocina y vio que las antiguas ollas de cobre de Esther estaban pulidas como nuevas. "¿Qué?" gritó. "¡Eso es imposible!".

Fue entonces cuando una mujer entró en la cocina. Llevaba un jarrón con un ramo de flores y al ver a Darío, dio un pequeño grito y dejó caer el jarrón. Salpicó agua y esparció fragmentos de cristal por todas partes.

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"¡Darío!", exclamó la mujer. "¡Oh, Dios mío! ¡Me diste un susto!".

Fue entonces cuando Darío reconoció a la dama. ¡Era María Duarte! Había vivido al lado de Esther con sus padres y había sido tan infeliz como Darío. Esther también había sido el refugio de María, recordó el nieto de difunta anciana.

María había sido una niña flaca, con el rostro lleno de acné. Tenía la voz aguda y enormes ojos, como si siempre estuviera asustada. Las espinillas habían desaparecido, pero todavía estaba demasiado delgada y se veía muy cansada.

"¿Qué estás haciendo aquí?”, preguntó Darío.

"Justo antes de que Esther muriera, me pidió que mantuviera la casa lista para cuando te mudaras", explicó María. "Pensé que sería tal vez un mes o dos, pero a medida que pasaba el tiempo, me di cuenta de que no ibas a volver.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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"Supongo que querías dejar atrás esos años, pero le había hecho una promesa a Esther, ¿sabes? Ella había sido tan maravillosa conmigo, tan amable. Me dio un refugio seguro cuando mi propia casa era un infierno."

"Supongo que después de un tiempo, venir aquí y mantener las cosas como a Esther le gustaban se convirtió en mi forma de recordarla. Mi forma de rendir homenaje a la mujer maravillosa que había sido".

Darío sintió que se sonrojaba de vergüenza. Esther había sido maravillosa. Le había dado un hogar, amor y apoyo, e incluso había intercedido para asegurarse de que tuviera la oportunidad que necesitaba para lanzar su carrera.

¿Y qué había hecho él? Tan pronto como pudo, salió y nunca miró hacia atrás. Hizo todo lo posible por olvidar su pasado y descuidó vergonzosamente a Esther.

Mientras tanto, María, que había sido solo la hija de un vecino, había estado ahí para Esther durante esos últimos años, devolviéndole todo el amor y la devoción que había recibido mientras Darío no hacía nada.

Sintió que las lágrimas llenaban sus ojos. "Ni siquiera fui al funeral", susurró. “Mi madre iba a estar allí con su nueva familia, así que me negué a ir. Olvidé que todo se trataba de Esther, no de mí”.

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"Ni siquiera volví cuando me enteré de que estaba tan enferma. Nunca le dije adiós y nunca le dije cuánto la amaba o cuánto significaba para mí".

María sonrió. "Ella lo sabía", dijo suavemente. "Hablamos mucho de ti. Esther dijo que estabas impulsado a probarte a ti mismo por cómo tus padres te habían criado sin amor.

"Ella sabía que la amabas, sabía que volverías y lo hiciste. Me había rendido contigo, y aquí estás".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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"Demasiado tarde", dijo Darío con tristeza.

María sonrió y su rostro se transformó bastante. "NUNCA es demasiado tarde. Ella sabe que estás aquí. Apuesto a que ahora mismo está sonriendo".

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"María”, dijo él devolviéndole la sonrisa. "Siempre fuiste tan amable. Pero, ¿y tú? ¿Estás casada? ¿Tienes hijos?".

María se encogió de hombros. "Estaba casada, pero no funcionó", confesó. "Pero tengo dos hijos maravillosos y ahora ambos están en la universidad. La vida no ha sido fácil, tengo que admitirlo.

"Tengo dos trabajos para poder cubrir todos los gastos. Dos hijos en la universidad no es broma. Tengo suerte de que mi hijo tenga una beca de atletismo que me ayuda, o nunca lo lograría".

"¿Todavía vives al lado?", preguntó Darío.

"Ojalá", exclamó María con una sonrisa irónica. "¡Mis padres vendieron la casa y se mudaron a Florida para poder discutir en un clima más cálido! Alquilé un departamento en un vecindario a unos veinte minutos de distancia. No es el mejor, pero es lo que puedo pagar.

"Vengo aquí dos veces al mes para quitar el polvo, limpiar y poner algunas flores frescas, y mi hijo viene los sábados para cortar el césped y mantener el jardín".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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A Darío se le ocurrió una idea brillante. "Escucha", dijo. "¿Qué tal si dejas el departamento y te mudas aquí? De esa manera la casa estará en uso... ¡Me estarías haciendo un favor!".

"¿Está seguro?", preguntó María. "¡Esta es tu casa!".

"Estoy seguro", dijo Darío. "¡Y estoy seguro de que es lo que Esther hubiera querido!".

María estaba sonriendo de nuevo. "¡No tienes idea de la gran ayuda que sería!".

"Yo pagaré los servicios públicos", agregó Darío. "Después de todo, tú y tus hijos han estado trabajando gratis como cuidadores. ¡Es lo menos que puedo hacer!".

María estuvo de acuerdo y arregló mudarse a la casa de Esther a fin de mes. Cuando llegó, se llevó una gran sorpresa. En el recibidor había un enorme ramo de rosas y un gran sobre con su nombre.

Cuando la abrió, encontró la escritura de la casa de Esther. Darío había transferido la casa a su nombre. ¡La casa ahora era suya! Él había añadido una nota diciéndole que pagaría los servicios públicos y los impuestos sobre la propiedad a perpetuidad.

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Todo lo que quería a cambio era visitarlos de vez en cuando y hablar sobre Esther y todo lo que había hecho por los dos.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • La familia nunca debe pasar a un segundo plano para ganar dinero y construir una carrera: Dario había dejado todo atrás y se centró en tener éxito. Pero se dio cuenta de que todo se lo debía a su abuela Esther.
  • La amabilidad siempre es recompensada: Esther fue amable con María y mostró su gratitud al mantener su casa tal como le gustaba durante más de treinta años, a pesar de que su propia vida no era fácil.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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