Pobre niño paga boleto de bus de $3 a señora ciega: su hijo lo busca a la mañana siguiente - Historia del día
Generosamente, un niño pobre interviene para ayudar a una anciana ciega que había perdido su billetera y no podía pagar el pasaje de autobús. No imagina que sus acciones tendrían consecuencias.
La luz de la luna se asomaba por la ventana de la cabaña, iluminando tenuemente la habitación. Oliver yacía en su cama, absorto en su libro, cuando escuchó la voz de su abuela Ángela.
“Oliver, la cena está lista, cariño”, dijo. “¡Apúrate!”.
“¡Ahora no, abuela!”, suspiró Oliver. “¡Estaba en la mejor parte!”.
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Oliver tenía mucha curiosidad por conocer la continuación de la historia que estaba leyendo. Había encendido una vela en su mesita de noche cuando la oscuridad se hizo mayor, y no quería dejar de leer, pero cerró el libro y bajó a cenar.
El niño era un ratón de biblioteca en lo que a libros de aventuras se refiere. Los leía todas las noches antes de la cena; también de camino a la escuela, a bordo del autobús, y en cada oportunidad que se le presentaba.
Su familia era pequeña, al igual que la cabaña donde vivía. La integraban su abuela Ángela y su hermana pequeña, Eva. Su madre había fallecido hacía varios años debido a un cáncer y su padre los había abandonado después de eso.
Cuando Oliver se sentó a la mesa, todos se tomaron de las manos, rezaron una oración y comenzaron a comer. Con la boca llena de comida, les contaba detalles de la historia de detectives que estaba leyendo. Su pasión era contagiosa.
Ángela sentía pena por Oliver al escucharlo hablar con entusiasmo sobre los libros que estaba leyendo. Eran pobres y ella sabía que el dinero que le daba para el almuerzo se gastaba en esos libros y eso la entristecía.
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En un momento, ella quería buscar otro trabajo para que Oliver no tuviera que saltarse su almuerzo, pero Eva era muy pequeña y necesitaba a alguien que la cuidara. Además, su salud no estaba en las mejores condiciones.
Así que todas las noches sonreía con el corazón apesadumbrado mientras Oliver narraba las historias que leía. Deseaba poder ser una mejor abuela y darle mucho más.
Esa noche, después de que todos terminaron de cenar, Oliver ayudó a Ángela a limpiar la mesa, luego volvió a sus libros y se quedó dormido mientras leía.
Al día siguiente, en el autobús, Oliver estaba leyendo nuevamente cuando escuchó una discusión y levanto la vista. El conductor estaba gritándole a una mujer que usaba anteojos gruesos negros, mientras ella le suplicaba que la dejara abordar la unidad.
“¡Salí muy apurada de la casa y creo que perdí mi cartera, señor!”, le dijo al conductor. “Tengo que ver a mi hija. ¡Está en el hospital!”.
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“Será mejor que baje, señora”, dijo en forma rotunda el conductor. “¡Estoy harto de que la gente invente mentiras para no pagar la tarifa!”.
“Señor, no estoy mintiendo”, dijo la anciana. “¡Ayúdame por favor! ¡Haré que alguien en el hospital le pague apenas lleguemos!”, suplicó.
“¡FUERA!”, le gritó el conductor. “Ya he escuchado esa excusa antes. ¡No me hagas perder el tiempo!”.
Sabiendo que no sería capaz de persuadir al conductor, la mujer mayor estaba a punto de bajarse, preparándose para los vientos fríos que soplaban por la ciudad, cuando Oliver intervino.
“¡Yo pagaré los $3 de su pasaje, señor!”, dijo Oliver. “Señora, por favor, venga conmigo. No es necesario que se baje”.
Oliver ayudó a la anciana ciega a sentarse junto a él y pagó su pasaje. Cuando regresó a su asiento, le preguntó si estaba bien y ella sonrió.
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“Muchas gracias”, dijo la mujer. “¡Tienes la dulce voz de un niño pequeño!”.
“¡Soy grande!”, respondió él con orgullo. “Y mi nombre es Oliver. ¿Qué le pasó a tu hija?”.
“Soy Mary”, se presentó. “Mi hija dio a luz y necesito verla. Gracias por ayudarme hoy, Oliver”.
“No fue un problema, Mary”, dijo Oliver, aunque sí sería un problema para él. Ese dinero que acababa de gastar en el pasaje lo había estado ahorrando para comprar el próximo libro de la serie que estaba leyendo. Pero no pudo evitar ayudarla.
“¿Adónde te diriges, Oliver?”, le preguntó Mary.
El niño le explicó que iba camino a la escuela, y charlaron un poco antes de que llegaran a la parada donde Oliver debía bajarse.
A Oliver le gustó mucho Mary. Le recordaba a su abuela. Cuando él le dijo que amaba los libros, ella lo escuchó con la misma paciencia que Ángela. “Le contaré a la abuela sobre ella. ¡Estará orgullosa de lo que hice!”, pensó, mientras caminaba hacia su escuela.
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Y así lo hizo. En lugar de hablar sobre sus libros esa noche, Oliver habló sobre Mary y la buena acción que había hecho por ella.
“¡Qué bueno lo que hiciste, Oliver!”, dijo Ángela. “¡Eso fue muy dulce de tu parte!”.
Oliver no tenía idea de que muy pronto conocería al hijo de Mary. Así que, cuando un hombre alto apareció en su puerta a la mañana siguiente, estaba confundido.
“¿Eres Oliver?”, preguntó el hombre.
“Sí, soy yo”, respondió Oliver cuando Eva y Ángela se unieron a él en la puerta.
“¿Cómo podemos ayudarte?”, preguntó Ángela. “¿Conoces a Oliver?”.
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El hombre sonrió. "Soy Javier. Oliver ayudó a mi madre ayer, así que quería agradecerle. Con la información que le dio no me fue difícil ubicar la dirección. Te conseguí algo”, dijo mirando al niño. “Dame un segundo”.
El hombre fue a su auto y regresó con una caja llena de libros.
“¡No puedo creerlo!”, exclamó Oliver al ver los libros. “¿Mary te dijo que me encanta leer?”.
Javier asintió. “Claro que lo hizo, ¡y espero que te haya gustado su sorpresa!”.
“Esos libros deben haberte costado mucho más de lo que pagó Oliver. No podemos aceptarlos”, dijo Ángela muy apenada.
“Es cierto, Javier”, dijo Oliver con tristeza. “¡No puedes comprar tantos libros por solo $3!”.
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“Puedes quedártelos todos, Oliver”, dijo Javier. “No estoy seguro de si tu nieto te contó con detalles lo que ocurrió ayer”, continuó, mirando a Ángela, “pero mi madre no hubiera podido visitar a mi hermana sin su ayuda”.
“Así que, por favor, insisto; permíteme hacer esto. Acciones tan generosas como las de este niño merecen ser reconocidas y recompensadas”.
Al final, logró convencer a Ángela para que aceptara los libros, y Oliver estaba demasiado feliz. ¡Era un verdadero tesoro para él!
“¡Mary es la mejor! ¡Javier, por favor, dile que me encantaron los libros y que muchas gracias!”, dijo el niño.
“¡Lo haré, amigo!”, dijo Javier, sonriendo. “Ella estará muy feliz de saber eso”.
Poco después, Javier tomó una deliciosa taza de té de frambuesa con las galletas que había hecho Ángela. También observó que tenían algunos problemas con la electricidad y decidió hacer algo al respecto. Definitivamente, ese fue un día especial para todos.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Siempre que puedes, ayuda al prójimo: Oliver pagó los $3 del pasaje de Mary, y eso le permitió a la mujer llegar al hospital para conocer a su nieto recién nacido. Él le regaló, con su generoso gesto, un momento de felicidad.
- Sé agradecido: Mary escuchó con atención al pequeño Oliver y así supo cuál era la manera perfecta de agradecerle por su haberla ayudado en su emergencia. Le envió muchos libros y dibujo una hermosa sonrisa en su rostro, tal como él lo hizo con ella.
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