"¡Eres un perdedor como tu papá!", familiares le dicen al hijo de conserje: 20 años después el chico es millonario - Historia del día
Sam tenía solo 10 años cuando su mundo se derrumbó tras la muerte de su padre. Mientras sus propios parientes consanguíneos buscaban aplastar sus sueños, una mano amiga cambió su vida por completo.
No había una sola forma de describir lo que el padre de Sam era para él. El hombre era su héroe, su mejor amigo y la persona con la que se sentía seguro y conectado en el mundo.
Y cuando el destino se lo arrebató de repente, el niño de 11 años se sintió perdido. No volvió a hablar sobre su padre, ni se le vio llorar como lo haría cualquier niño en su situación. Sam había recurrido a la forma en que mejor podía expresarse: escribiendo.
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Aparte de su profesor de lenguaje en la escuela, solo el padre de Sam, Carlos, sabía lo dotado que era su hijo con las palabras.
“¡No puedo creer que este sea mi hijo! Yo no podría leer ni escribir como él, aunque mi vida dependiera de ello!”, solía decir su padre con mucho orgullo, a todos los que conocía.
El hombre no tenía educación y había trabajado casi toda su vida adulta como conserje. Pero supo reconocer el interés de su hijo por las letras, lo cultivó y lo alimentó como si fuera lo más importante del mundo.
Sam no recordaba un día en que su padre no lo llevara a la biblioteca pública después de la escuela. Había días en que se acostaba sin cenar, pero nunca sin leer algún libro.
Después de la muerte de Carlos, Sam no podía leer una sola página sin quebrarse emocionalmente. Así que se dedicó a escribir. Pasados dos meses, el niño había agotado media docena de cuadernos plasmando sus pensamientos en esas hojas.
No es que a nadie le importara leerlo. Sam había estado viviendo con la familia de su tía paterna desde la tragedia, y por lo que el niño había observado, ella no era una mujer agradable.
Su marido era un hombre ruidoso y arrogante, y sus dos hijos eran chicos rebeldes, mala conducta y bastante antipáticos.
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“Tal como yo lo veo”, dijo su tío, que bebía té mientras Sam limpiaba el patio trasero, “tienes que ser hombre y encontrar algún trabajo remunerado. No tengo dinero para derrochar en ti, ya sabes. Así que a partir de mañana, ¡no hay escuela! ¡Y no hay biblioteca!”.
“Pero… la biblioteca no cuesta nada. Y necesito ir a la escuela, aprender y convertirme en…”.
“¡Chico, no nos importa en lo que quieras convertirte!”, le gritó su tía con desdén. “Podrías leer todos los libros bajo el sol, pero la manzana no puede caer lejos del árbol. ¡Eres un perdedor, como tu papá!", dijo la mujer. "¡Nunca serás un gran hombre!”, dijo con frialdad.
Sam empacó su mochila en silencio y salió para lo que se suponía que sería su último día en la escuela. Pero en realidad, tenía otros planes...
Nunca volvió a casa esa noche ni nunca más. La tía Carmela estaba más enojada que preocupada y decidió no reportar su ausencia a la policía. Tenía miedo de llamar la atención sobre su familia, que no siempre seguía las reglas.
Durante los dos primeros días, Sam había estado caminando por las calles durante el día. En las noches había dormido bajo el cuidado de algunas personas sin hogar a las que él y su padre a menudo ayudaron en el pasado.
Solo una persona en la escuela vio a Sam en las calles: su profesor de lenguaje, el señor Murillo. El hombre se sintió desconsolado al ver a uno de sus mejores estudiantes sentado afuera de un café, con lágrimas corriendo por su rostro. Parecía hambriento.
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“Sam”, la amable voz sobresaltó al niño. “Ven conmigo, niño”.
El maestro tenía un corazón generoso y, después de haber criado a dos niños adoptados, sabía cómo hacer que un niño se sintiera seguro y cómodo.
El señor Murillo llevó a Sam a su casa, lo alimentó, le dio ropa limpia y lo arropó para que durmiera la siesta. Luego miró en el bolso del niño, con la esperanza de encontrar algún número al que pudiera llamar. Allí encontró su diario.
Mientras Sam dormía, su maestro lloró en silencio mientras leía página tras página de lo que había estado viviendo el pequeño de 10 años.
Cuando Sam se despertó un par de horas después, encontró sus libros ordenados en un estante y su ropa guardada en una bolsa de lavandería. Sobre la mesa de estudio, estaba la foto de su padre en un hermoso marco.
“Te has estado escondido por mucho tiempo, hijo”, dijo el señor Murillo, luego de entrar a la habitación y sentarse a su lado.
“Ya no tienes hacerlo. Esta es tu casa por el tiempo que quieras. Puedes tener toda la comida, los juguetes y los libros que quieras. Podrás ir a la escuela todos los días y algún día, alcanzarás tus sueños, te lo prometo”, dijo el señor Murillo. El niño lo abrazó.
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A partir de ese día, la vida de Sam nunca fue la misma. Estudió mucho y desarrolló una personalidad confiada y amable. En un año, el señor Murillo se convirtió oficialmente en su padre adoptivo.
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Sam ahora tenía otra figura paterna a la que admirar y en la que apoyarse además de su difunto padre, y también tenía dos hermanos mayores cariñosos.
Con el amor y el apoyo de su nueva familia, logró graduarse de la escuela secundaria y fue aceptado con una beca en una de las mejores universidades para estudiar literatura.
Cuando Sam cumplió los 30 años, era el dueño de una exitosa editorial para escritores independientes de todo el mundo. Su rostro aparecía en la portada de todas las revistas de negocios y su nueva oficina se estaba quedando sin espacio para sus premios y reconocimientos.
¿Y la tía Carmela? Seguía envejeciendo en el pequeño mundo que se había construido. Su esposo se había ido con otra mujer años atrás, y los hijos la abandonaron al cumplir los 18 años. Apenas lograba sobrevivir con trabajos ocasionales.
Las cosas empezaban a mejorar para ella cuando encontró un trabajo estable como conserje en un edificio comercial del centro; la misma ocupación que tanto había despreciado siempre.
Un día, vio a un hombre que le resultaba familiar vestido con un elegante traje caminando por el vestíbulo. Cuando miró más de cerca, el trapeador se le deslizó de la mano.
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“¡Mira, es Sam, el dueño de esta editorial!”, le dijo otro miembro del personal de limpieza. “Un millonario que era hijo de un conserje, ¿puedes creerlo? ¡Qué ser humano más inspirador!”.
Las palabras de su compañero de trabajo hundieron a Carmela en una profunda vergüenza. Prefirió esconderse del sobrino cuyos sueños alguna vez había despreciado.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Las circunstancias no determinan el éxito que puedas tener: Sam demostró ser un ejemplo perfecto de alguien que superó su origen humilde y las circunstancias adversas, gracias al apoyo de un maestro que lo recibió en su hogar.
- Todos los niños merecen crecer al lado quien crea en ellos: Si bien la tía Carmela y su esposo menospreciaron las ambiciones de Sam, él había crecido con el apoyo en su difunto padre, Carlos, y luego en su padre adoptivo, el señor Murillo.
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