Enfermera me ordenó abandonar la sala de partos de mi esposa - "¡Solo puede quedarse el verdadero padre del bebé!", gritó

Ethan estaba preparado para ser padre hasta que una enfermera le expulsa de la sala de partos diciendo que no es el padre biológico del bebé. Ethan está conmocionado y es incapaz de comprender sus palabras. Pero, ¿y su esposa? ¿Y el bebé? Ethan se ve obligado a tomar decisiones imposibles mientras una sorprendente revelación lo cambia todo...

Cuatro años. Ése era el tiempo que la había amado. Durante ese tiempo, Julia había sido todo mi mundo.

Y durante los últimos nueve meses, ese amor no había hecho más que crecer.

Desde el momento en que vimos el pequeño signo positivo en azul, me sentí maravillado por mi mujer. La forma en que se agarraba la barriga cuando pensaba que nadie le prestaba atención. Cómo le tarareaba a nuestro bebé todo el día.

Y cómo lloraba por los anuncios de comida para perros y lo achacaba a las hormonas. La forma en que se reía cuando yo leía sus libros de paternidad con la seriedad de un hombre que estudia para el examen de abogacía, múltiples resaltadores incluidos.

Se suponía que éste iba a ser nuestro mejor momento. El que habíamos estado esperando mientras nos metíamos en el papel de padres.

"Vamos a ser esos padres que quieren a sus hijos más que a la vida misma", dijo Julia una tarde, sentada en el sofá, sujetándose el estómago.

"No estoy seguro de que vayamos a ser los mejores padres", me reí. "Pero lo intentaremos con todas nuestras fuerzas".

"Ethan", dijo en voz baja. "No hay mejor padre que tú para este pequeño".

Había estado al lado de Julia durante toda su estancia en el hospital, sin separarme de ella salvo para ir a casa a ducharme o a comprar algo cuando lo necesitaba. Habíamos pasado la última semana en el hospital porque la tensión de Julia seguía bajando peligrosamente. Era el lugar más seguro en el que podíamos estar.

Las enfermeras se burlaban de mí, sobre todo una. Maggie.

"¿Aún no estás harta de Ethan?", bromeaba con mi esposa. "Avísame si quieres que lo deje fuera".

Julia se echó a reír, y su risa se apoderó de la habitación.

"¡Nunca!", decía. "¿Quién me traerá mis fresas cubiertas de chocolate? No puedo creer que sea uno de los últimos antojos de este pequeñín".

"Probablemente tu marido comprará una fuente de chocolate", se rió Maggie.

Maggie se sentía como una hermana mayor, siempre dispuesta a ayudarnos, siempre allí con una sonrisa.

Hasta aquella noche.

Debí de desmayarme del cansancio. Ni siquiera recuerdo haberme dormido, pero cuando me desperté, la habitación estaba vacía y oí voces frenéticas fuera.

"¡Ya es la hora! ¡El bebé tiene que salir ya! Necesito que alguien le controle la tensión. ¡Ya! Muévete!"

Me levanté de un salto, con el corazón palpitante, y corrí a la sala de partos. Mi esposa ya estaba anestesiada, con el rostro pálido pero tranquilo.

Aquello no iba según lo previsto. Se suponía que íbamos a tener un parto natural. Sólo quería acercarme a ella y agarrarle la mano con fuerza.

"¡Fuera de aquí, Ethan!".

Me quedé helado. Maggie se interpuso entre mi esposa y yo, con los ojos desorbitados.

"¿Qué? ¿Qué? Maggie, ¡soy yo!" dije, sin aliento. "Soy su esposo. ¡He formado parte del plan de parto desde el principio! Tú lo sabes".

Pero su rostro no se ablandó.

"¡Sólo puede quedarse el verdadero padre del bebé!", gritó.

Las palabras no me llegaron. O mi cerebro se negó a admitirlas.

"¿Qué acabas de decir?"

"Señor, tiene que irse", insistió.

Me dio un empujón. Me empujó de verdad. La mujer que se había reído conmigo, me había tranquilizado y me había tratado como de la familia me estaba echando del parto de mi esposa.

"¿Qué significa eso?", rugí.

Pero antes de que pudiera exigir una respuesta, las puertas se cerraron de golpe en mis narices.

Di cien vueltas por el pasillo. Me temblaban las manos. La cabeza me latía con fuerza.

Tenía que tratarse de un error.

Mi esposa nunca me había dado motivos para dudar de ella.

Jamás.

¿O no? ¿Quizá lo había ignorado?

No. No. Esto era una locura. Estábamos hablando de Julia. La mujer que se paraba en la calle para acariciar a todos los perros y gatos callejeros. Arrojaba migas de pan al porche para los pájaros. Nunca me engañaría.

Maggie debió de entender algo mal. O quizá había algún tipo de...

Las puertas se abrieron de repente y Maggie salió, con el rostro ilegible y sangre en el uniforme.

El corazón me martilleó en el pecho. Algo iba mal.

"¿Cómo está?", pregunté, con la voz ronca. "¿Y cómo está él?"

Maggie no contestó enseguida. Ni siquiera me miró a los ojos.

Y entonces me rompió el corazón en mil pedazos.

"Lo siento, Ethan" -dijo-. "Hubo complicaciones. Tu esposa no sobrevivió".

El mundo entero se me vino encima en ese momento.

Un sonido salió de mi garganta, algo roto, algo que no sonaba humano.

"No", susurré. "¡No, no, no!"

Ella se acercó a mí, con los brazos extendidos, pero yo retrocedí tambaleándome.

"¡No!", grité.

Pero Maggie no había terminado.

"Tu bebé ha sobrevivido".

Me ahogué en un suspiro.

Mi bebé. Nuestro bebé.

Pero cuando volví a mirar la cara de Maggie, algo oscuro se me enroscó en el estómago. Quería arremeter contra ella. Quería hacerle daño.

"Dime por qué dijiste eso. En la sala de partos".

Maggie tragó saliva y, por un momento, pareció casi avergonzada.

Y entonces dijo las palabras que me arruinaron.

"Mira, anoche oí a Julia hablando con una amiga. Dijo que tú no eras el padre biológico del bebé".

Todo en mi interior se detuvo.

"Eso no es verdad. No puede ser verdad".

"Señor..."

"¡Eso no es verdad!" Volví a gritar.

Pero lo sabía. Ya lo sabía.

Porque cuando salí del hospital anoche, corriendo a casa para ducharme y llevarle un libro a Julia, él había estado en el hospital.

"No tengas prisa, E", había dicho Ryan. "Esperaré con Julia hasta que vuelvas".

Ryan. Mi mejor amigo.

Debería haber ido a ver al bebé, debería haber pedido ver primero el cuerpo de Julia. Pero quería saber la verdad. Quería saber si Ryan y Julia habían tenido una aventura y si el bebé era suyo. Así que lo llamé.

"¿Es verdad?", pregunté en cuanto Maggie se marchó. "Ryan, sé lo de Julia. ¿Es verdad?"

Silencio.

"No criaré a ese niño, Ethan", dijo simplemente.

Casi dejo caer el teléfono.

"Tú... ¿Qué?"

"Me da igual, colega", dijo con indiferencia. "Nunca quise esto. Encárgate tú".

Se me escapó una risa fría que me sobresaltó. ¿En qué me estaba convirtiendo? Mis manos se apretaron con tanta fuerza que pensé que el teléfono se partiría por la mitad.

"¿Cuánto tiempo, Ryan?"

Suspiró. Un suspiro despreocupado. Como si le robara demasiado tiempo. Como si lo estuviera agotando. Como si no pudiera molestarse.

No había ni una pizca de culpabilidad.

"Dos años", dijo.

"Julia está muerta. Murió al dar a luz".

Colgué.

"¿Señor?", llamó otra enfermera, que sonreía como si todo estuviera bien en el mundo. "¿Quiere conocer a su hijo?".

La seguí hasta la sala de recién nacidos, con el corazón cada vez más oprimido a cada paso. ¿Cómo iba a enfrentarme a este bebé?

Aquella noche levanté a mi hijo en brazos por primera vez.

Era tan pequeño. Tan inconsciente de todo lo que había ocurrido. Sus diminutos dedos se enroscaban en los míos, su respiración era suave.

Era tan perfecto.

Noah.

"Quiero llamarlo Noah", había dicho Julia una noche. "Y quizá le gusten todos los animales, como a su madre".

Debería haber sentido rabia. Pero no la sentí.

En lugar de eso, me sentí perdido.

Me pasaba horas sentado con él. Pensando.

¿Podría criar al hijo de otro hombre? ¿Podría mirarlo todos los días y no ver traición? ¿Y si crecía y se convertía en un calco de Ryan? ¿Crecería odiándome si alguna vez se enteraba?

No sabía qué hacer.

Así que llamé a mi padre.

"Te necesito", le dije. "Por favor".

No había llorado delante de él desde que era niño, pero cuando lo vi, me derrumbé.

Me abrazó con fuerza, como si él también tuviera miedo de soltarme.

"Hijo, lo siento mucho", dijo.

Me aparté, sacudiendo la cabeza. Estaba frenético, como si el pánico hubiera estado a raya, pero con mi padre allí, me permití perder el control.

"No sé si puedo hacerlo, papá", dije.

Mi padre me tomó la cara, con los ojos enrojecidos.

"¿Crees que te quiero, Ethan? ¿Que siempre te he querido más que a nada en este mundo?".

Aparte de su automóvil, por supuesto, lo creía.

"Sí, lo creo", dije.

Inspiró bruscamente.

"Entonces tengo que decirte algo. No eres mi hijo biológico. Tu madre y yo te adoptamos cuando sólo tenías unos meses. Mamá y yo intentamos tener hijos por nuestra cuenta, pero su cuerpo no podía gestar. Yo también estuve a punto de perderla una vez. Fue entonces cuando decidimos adoptar. Para que nuestra familia estuviera completa".

"¿Qué?", pregunté, entumecido.

"Quería que lo supieras ahora, para que lo entendieras. La sangre no hace al padre. El amor sí. Este niño es completamente inocente en este mundo, Ethan. No ha pedido nada de esto. Lo único que necesita es amor incondicional. Puede que no seas su padre biológico, pero eres su padre elegido".

Algo en mi pecho se hizo añicos.

Le abracé con tanta fuerza que ninguno de los dos podía respirar.

"Yo le criaré", dije. "Te lo prometo, papá. Seré lo mejor que pueda".

Y lo decía en serio.

Habíamos enterrado a Julia cuando Noah tenía tres días.

Mi padre quería que esperara, que pasara al menos una semana con Noah antes de que tuviéramos que hacer los preparativos del funeral, pero yo no podía esperar.

"Papá, la quiero, pero me traicionó. Y yo... No puedo centrarme en Noah sabiendo que aún tenemos que planificar un funeral para su madre".

"Entonces déjamelo todo a mí", dijo. "Yo lo haré todo. Tú limítate a ir".

Una semana después, sonó mi teléfono y recibí la noticia que lo cambió todo una vez más.

Había sido una semana larga, y apenas había dormido bien. Noah era perfecto, claro. Pero era un bebé inquieto. Y puede que todo tuviera que ver con la ausencia de Julia, pero en cuanto se ponía el sol, los pulmones de Noah se abrían más con sus gritos.

Pero ahora, esta llamada era del hospital.

"Soy el Dr. Patel, del hospital. Tengo noticias sobre las pruebas posteriores al parto de tu hijo".

Fruncí el ceño. ¿Y ahora qué?

"Maggie pidió que hiciéramos una prueba de paternidad".

Era cierto. Antes de salir del hospital, Maggie me tomó una muestra de la mejilla. Y la de Noah. No había albergado ninguna esperanza, pero ahora...

"¡Dímelo!", dije. Con rudeza. No era mi intención.

Hizo una pausa.

"Resulta que usted es el padre".

Casi escupo el café.

"¿Qué?"

"Han llegado los resultados de la paternidad. Siento el malentendido".

Se me doblaron las rodillas y caí de espaldas en el sofá.

Estaba preparado. Ya había hecho las paces con criar al hijo de otro hombre.

Pero era mío. Siempre había sido mío. Este niño era todo mío...

Las lágrimas me quemaron los ojos. Miré a mi hijo, su pequeño cuerpo haciendo ese estiramiento de recién nacido.

Y por primera vez en lo que me parecieron años, sonreí como era debido.

Noah era mío. Y yo era suyo.

Y mi hijo siempre sería mi prioridad.

¿Qué habrías hecho tú?

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Cuando Sarah llega a casa después de hacer los recados habituales con sus hijos, lo último que espera es oír a su marido soltar sus verdaderos sentimientos hacia ella: que sólo es un medio para conseguir un fin en su vida. Pero Sarah no va a permitir que Ethan se salga con la suya en su insensible comportamiento.

Esta obra se inspira en hechos y personas reales, pero se ha ficcionalizado con fines creativos. Se han cambiado nombres, personajes y detalles para proteger la intimidad y mejorar la narración. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia y no es intención del autor.

El autor y el editor no garantizan la exactitud de los acontecimientos ni la representación de los personajes, y no se hacen responsables de ninguna interpretación errónea. Esta historia se proporciona "tal cual", y las opiniones expresadas son las de los personajes y no reflejan los puntos de vista del autor ni del editor.