A los 79, la boda de mi madre parecía perfecta hasta que impuso una regla chocante para quien recogiera el ramo — La historia del día

Pensaba que la boda de mi madre, a los 70 años, sería un acontecimiento dulce y sencillo, hasta que cogió el micrófono y anunció una regla chocante para quien cogiera su ramo. Di un paso atrás, evitándolo. Pero entonces aterrizó... justo en mis manos.

Me quedé de pie en la cocina, viendo a mi madre revolotear alrededor de la mesa, reorganizando los cubiertos, ajustando las servilletas y murmurando sobre combinaciones de colores como si el destino del universo dependiera de ello.

Estaba radiante, prácticamente resplandeciente. Mientras tanto, yo seguía intentando comprender cómo estaba ocurriendo aquello.

"Mamá, ¿hablas en serio? ¿Tienes setenta y nueve años y te vas a casar?".

Levantó la vista, completamente imperturbable por mi tono, esbozando una sonrisa maliciosa.

"Oh, no pongas esa cara, cariño. Esto no es el fin del mundo. Es el principio de una nueva vida".

Tenía exactamente el mismo aspecto que cuando tenía veinte años, con el mismo brillo en los ojos, el mismo entusiasmo temerario que hacía que discutir con ella fuera absolutamente inútil.

"Mamá, ¿por qué? Vives perfectamente bien sola".

"¿Y quién ha dicho que quiera vivir sola?".

Mi madre siempre había hecho exactamente lo que quería.

"Sé que después del desastre de tu matrimonio has dejado de creer en el amor, pero yo no. Harold es perfecto para mí. Me hace reír. Y vuelvo a sentirme viva".

Suspiré, observándola. Tenía mucha fuerza de voluntad, era intrépida e irremediablemente testaruda. Si había tomado una decisión, no había forma de disuadirla.

"Entonces, ¿la boda ya está planeada?".

"Los invitados están invitados, el vestido está elegido, el menú está ultimado".

"Esto es una locura".

"Así es la vida, cariño", sonrió socarronamente. "Y deberías empezar a vivirla de nuevo en vez de esconderte detrás de tu cinismo".

Apreté la mandíbula. Mi madre tenía una forma exasperante de sacar el tema de mi divorcio en los peores momentos.

Recordé el día en que mi Esposo se marchó. Había llegado a casa sin esperar nada raro, pero me encontré con las maletas alineadas junto a la puerta. Acababa de anunciar que estaba enamorado de alguien más joven. Alguien divertido.

Después de aquello, el amor me había parecido una estafa demasiado cara, un cuento de hadas vendido a mujeres ingenuas que no se daban cuenta de que el príncipe acabaría aburriéndose y encontrando a otra.

Había pasado años reconstruyéndome, ladrillo a ladrillo, convenciéndome de que estaba mejor. Que no necesitaba amor.

"¿Sabes?", la voz de mi madre me hizo retroceder, "he planeado algo divertido para mis chicas favoritas en la boda".

"¿Chicas?".

"Tú, querida, y mis encantadoras nietas".

Me sonrió. Había un brillo en sus ojos que no me gustó.

"Mamá".

"Confía en mí", me saludó. "Te va a encantar".

Lo dudaba.

***

El día de la boda, de camino a la gran finca donde se celebraba la ceremonia, la vida decidió recordarme que yo no tenía el control de nada.

Se me pinchó una rueda en medio de la nada. No había gasolineras. Ni coches que pasaran. Sólo yo, una señal de teléfono inútil y mi propia mala suerte.

Salí del coche, maldije en voz baja y estaba a punto de llamar al servicio de asistencia en carretera cuando una camioneta nueva y reluciente se detuvo a mi lado.

"¿Tiene algún problema, señora?".

Puse los ojos en blanco antes de darme la vuelta.

El hombre que estaba junto al camión era alto, ancho de hombros, moreno y con una sonrisa que me irritó de inmediato.

"Se me ha pinchado una rueda -dije secamente.

"Oh, eso tiene fácil arreglo. Dame cinco minutos y podrás irte".

"¿Eres mecánico?".

"No, pero no me vas a pedir mis credenciales mientras te arreglo la rueda, ¿verdad?".

Le fulminé con la mirada. "Escuche, señor..."

"Nick".

"Escucha, Nick, no estoy de humor para bromas".

"Parece que necesitas unas cuantas bromas", sonrió satisfecho, arrodillándose junto a mi Automóvil.

Solté un largo suspiro y me di la vuelta, sólo para oír el chirrido de la puerta del Automóvil al abrirse.

"¿Hablas en serio, Nick?", dijo una voz femenina, aguda y molesta.

Me volví y vi a una mujer alta, rubia y claramente enfadada que se asomaba desde el asiento del copiloto.

"Un momento, Julie", llamó por encima del hombro.

Me lanzó una mirada, y su expresión pasó instantáneamente de irritada a francamente hostil. Luego, con un suspiro tenso, volvió a sentarse en el coche.

Fruncí los labios. El típico hombre. Con su típica historia de amor. Me daba igual. Sólo quería llegar a la boda y acabar con aquel día.

***

La boda fue extravagante. Mi madre parecía emocionada. Harold parecía exultante. Los invitados reían, bailaban y se lo estaban pasando como nunca. Y entonces mi madre se acercó al micrófono.

"¡Señoras y señores, es hora de lanzar el ramo!".

La multitud vitoreó. Mis sobrinas se acercaron, preparándose ya para luchar por él.

"¡Y quien lo coja recibirá mi preciado anillo de zafiro!".

Otro murmullo de excitación.

"Pero hay una condición", continuó, levantando un dedo. "¡El ganador deberá tener una cita con alguien que yo elija!".

"Oh, no", murmuré, dando un paso atrás.

Entonces, mi madre se dio la vuelta y, justo antes de lanzar el ramo, juraría que me guiñó un ojo. Ajustó su postura, apuntó...

Y lo lanzó. Directamente. A. Directamente. No pude moverme a tiempo. El ramo aterrizó justo en mis manos. Se hizo el silencio. Entonces... estallaron vítores a mi alrededor.

Me quedé helada mientras mi madre sonreía. "¡Felicidades!"

"Esto es una broma", susurré.

"Un trato es un trato, cariño", sonrió.

"¿Quién... es exactamente mi cita?".

Su sonrisa se ensanchó. "Nick, querido, ¡sube!".

Giré la cabeza. El mismo maldito Nick avanzaba a grandes zancadas, con aspecto demasiado divertido. Me miró con una ceja levantada. "Vaya, vaya. Parece que el destino quiere que cenemos".

Detrás de él, Julie se burló en voz alta de pura indignación.

Me volví hacia mi madre. "De ninguna manera".

Me puso una mano en el brazo y susurró: "Por favor, cariño. Sólo por esta vez. Hazlo por mí. Como regalo de bodas".

Antes de que pudiera negarme, le hizo señas a Nick para que se acercara y desapareció entre la multitud que bailaba. Nick sonrió satisfecho, inclinándose hacia mí.

"Entonces, ¿cuándo es nuestra gran cita?".

"Acabemos con esto de una vez. Lo haré, pero sólo para no arruinar la boda de mi madre. Una cita. Ya está".

"Perfecto. Dime la hora y el lugar, y allí estaré".

"Sábado. A las 19.00. En ese sitio italiano del centro. Vincenzo's".

"Elegante", se burló. "Es un honor".

"Ahora, si me disculpas, tengo que fingir que esto nunca ha ocurrido durante el resto de la velada".

Cuando me di la vuelta para marcharme, vi a Nick por el rabillo del ojo. Ya se había dado la vuelta y se dirigía directamente hacia Julie.

Ella ya estaba furiosa, pero Nick se limitó a sonreírle, dijo algo en voz tan baja que no pude oírlo y, para mi total incredulidad, la cogió de la mano y la llevó a la pista de baile.

Ya había visto suficiente.

Ni siquiera esperé a la tarta nupcial. Sin decir una palabra más, cogí el bolso y me marché, directa a casa con un solo pensamiento repitiéndose en mi cabeza...

¿Por qué demonios me hace esto mi madre?

***

Llegó la noche de la cita. Estaba sentada en una cafetería tranquila, tamborileando con los dedos sobre la mesa. Había llegado diez minutos antes porque quería acabar de una vez.

Y entonces, justo a tiempo, entró Nick.

Llevaba una camisa de manga corta y unos vaqueros oscuros, y parecía... irritantemente arreglado. Me vio enseguida y sonrió.

"Vaya", dijo, sentándose frente a mí. "Has venido de verdad. Casi esperaba que me dejaras una nota de 'Querido John' y desaparecieras".

"Créeme, lo he pensado".

"Entonces, hagámoslo como es debido. ¿Cómo te ha ido el día?".

Le estudié. "¿Quieres decir antes o después de arrepentirme de haber aceptado esta cita?".

Nick soltó una carcajada.

"Vale, ¿ves? Por eso me gustas. Eres brutalmente sincera. Refrescante".

Suspiré, dando un sorbo a mi café. "Mira, accedí a esto por mi madre. Una cita. Sin expectativas. Sin ilusiones".

"Entendido. Sin ilusiones".

Durante unos instantes, no estuvo tan mal. Entabló una conversación ligera, bromeó sobre la boda y, de algún modo, consiguió hacerme sonreír más de una vez. Odiaba admitirlo, pero era... encantador. De un modo exasperante.

Y entonces sonó su teléfono. Apenas miró la pantalla antes de pulsar "Rechazar". Un minuto después, volvió a sonar.

Esta vez suspiró, comprobó el identificador de llamadas y murmuró: "Dame un segundo".

Se levantó, alejándose unos metros mientras contestaba. No pretendía escuchar a escondidas, pero...

"Oye, Julie, no pasa nada... sí, lo sé. Sólo... cálmate, ¿vale?".

Una pausa. Luego otro suspiro.

"Sí, llegaré pronto. No te muevas".

Colgó, se pasó una mano por el pelo y volvió a la mesa, con aspecto más tenso que antes.

"Lo siento -dijo, guardándose el teléfono en el bolsillo-. "Tengo que irme".

"¿Algo importante?".

"Sí, sólo... algo de lo que tengo que ocuparme".

"Déjame adivinar", dije rotundamente. "¿Julie?"

"Sí".

"Por supuesto".

Se levantó y arrojó unos cuantos billetes sobre la mesa. "Escucha, lo siento. Sé que esto es..."

"No te preocupes. Digamos que hemos terminado. No hace falta cambiar la cita".

"Vamos, ¿vas a descartarme así?".

Le dediqué una sonrisa seca. "Nick, si vas a escaparte con otra mujer en mitad de nuestra primera cita, al menos intenta ser sutil al respecto".

Abrió la boca para discutir, pero decidió no hacerlo. En lugar de eso, suspiró y sacudió la cabeza.

"Te lo explicaré más tarde".

Luego, con una última mirada, se dio la vuelta y salió. Me quedé mirando el café sin tocar durante un largo rato antes de contemplar mi reflejo en el líquido oscuro.

Nick. Julie. Por supuesto.

Sabía que el intento de casamentera de mi madre sería un desastre, pero ni siquiera yo esperaba que me emparejara con un jugador. Un hombre que ni siquiera podía pasar una sola cita sin dejarme por otra.

No importaba. Ya no era mi problema. Al menos, eso pensaba yo, que no tenía ni idea de que volvería a verle antes de lo que esperaba.

***

Las flores empezaron a llegar a la mañana siguiente.

Al principio, pensé que se trataba de un error. Un ramo gigante de rosas rojas estaba sobre la mesa de mi despacho cuando entré. La tarjeta adjunta tenía un mensaje:

"Espero que no seas alérgico. Nick".

Gemí en voz alta, tirando las flores a la papelera.

"Por supuesto, era él".

"¿Admirador secreto?", se burló uno de los compañeros de trabajo cuando le entregaron el siguiente ramo al día siguiente.

"Más bien un error persistente", murmuré en voz baja, arrojando otro ramo a la sala de descanso para que se lo llevara quien quisiera.

Había conseguido ignorar a Nick durante una semana entera cuando llamó mi madre, con la voz tan alegre como siempre.

"La cena, cariño. En mi casa. Esta noche".

"Mamá, yo..."

"No hay excusas. Apenas pude verte después de la boda. Te fuiste muy pronto. Incluso antes de la tarta. Me debes una cena".

"Vale", cedí. "Allí estaré".

Debería haber sabido que tramaba algo.

***

En cuanto entré en el patio trasero de mi madre, el aroma de la comida a la parrilla llenó el aire. Durante un breve instante, me relajé. Bueno. Sólo una cena familiar. Nada sospechoso.

Entonces vi a Nick. De pie junto a la parrilla. Volteando hamburguesas.

Y entonces... como si el universo no fuera ya lo bastante cruel, Julie entró en el patio justo detrás de él.

Me hirvió la sangre al instante. Increíble. Antes de que pudiera salir corriendo, mi madre me cogió del brazo y me sonrió.

"¡Cariño! Lo has conseguido!".

"Madre. ¿Qué hace él aquí?".

Ella fingió inocencia. "¿Se me olvidó mencionarlo? He invitado a Nick".

"¿Por qué?".

"Porque, cariño. Creo que empezasteis con mal pie. Y quería daros otra oportunidad de conoceros".

"Oh, no. Llegué a conocerle muy bien. Créeme".

"Ah, bueno, entonces no te importará quedarte a cenar", dijo dulcemente, prácticamente empujándome hacia la mesa.

Antes de que pudiera discutir, Nick se volvió y me vio. "Vaya, mira quién ha decidido por fin dejar de evitarme".

Apreté la mandíbula.

Julie, que había permanecido en silencio hasta ahora, finalmente se burló. "¿Podemos comer ya?"

Mi madre dio una palmada. "¡Claro que sí! Pero antes, Nick tiene algo que decir".

Nick suspiró dramáticamente, dejando la espátula. "Tengo que presentarte a alguien".

"Oh, conozco a Julie", dije fríamente. "La vi mucho en la boda, colgada de tu brazo mientras tú...".

Nick me cortó. "Así no. No es lo que piensas".

Se volvió hacia Julie y le puso una mano en el hombro. "Esta es mi hija".

"...¿Qué?".

Julie resopló, poniendo los ojos en blanco.

"Sí, sí. Sé que parezco demasiado mayor para ser su hija, pero créeme, he tenido que vivir con él dieciocho larguísimos años".

Se me abrió la boca. Luego se cerró. Luego volvió a abrirse. Nick se rascó la nuca.

"Sí, así que... Mi esposa falleció cuando Julie tenía seis años. Desde entonces estamos los dos solos. Y, bueno..."

Lanzó una mirada a su hija. "A alguien no le gusta compartirme".

"Eres irritante".

"Eso es genético, chiquilla".

"Así que no eras...". Hice un gesto vago. "Vosotros dos no estabais...".

"¿Salían?", terminó Nick por mí, riéndose. "Claro que no. Eso sería raro".

Julie emitió una arcada. "Qué asco".

Luego suspiró dramáticamente y se dejó caer en el asiento de enfrente.

"Mira, no eres tan malo como pensaba", admitió. "Y, sinceramente, mi padre tiene que seguir adelante de una vez. En fin. Si puedes tolerarlo, deberías tener otra cita".

Miré a Nick, que me observaba con expresión de suficiencia.

"¿Ves? Hasta mi hija piensa que soy una buena elección".

Sorprendentemente, sonreí. Sólo un poco. "Puede ser. Pero primero, a cenar. Me muero de hambre".

"Es lo mejor que has dicho en toda la noche".

La conversación fluyó fácilmente después de aquello. Hablamos, nos reímos y, de algún modo, contra todo pronóstico, la tensión se disipó. Por fin estaba preparada para abrir mi corazón a un hombre.

Dinos lo que piensas de esta historia y compártela con tus amigos. Puede que les inspire y les alegre el día.

Si te ha gustado esta historia, lee esta otra: Creía que mi marido estaría a mi lado pasara lo que pasara. Pero la noche que le descubrí con mi mejor amiga, mi mundo se hizo añicos. Huí hacia la tormenta, cegada por las lágrimas, sin ver el giro brusco que me esperaba. Lee la historia completa aquí.

Este artículo está inspirado en historias de la vida cotidiana de nuestros lectores y escrito por un escritor profesional. Cualquier parecido con nombres o lugares reales es pura coincidencia. Todas las imágenes tienen únicamente fines ilustrativos. Comparte tu historia con nosotros; tal vez cambie la vida de alguien. Si quieres compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.