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Una persona sentada en el banco de un parque | Foto: Shutterstock
Una persona sentada en el banco de un parque | Foto: Shutterstock

Un indigente pidió sentarse a mi lado, acepté y él cambió mi vida - Historia del día

Mayra Pérez
08 oct 2021
22:00

Conocí a un indigente en el parque de una ciudad desconocida para mí y no pude negar la atracción que sentía por él. Pero ¿qué futuro podía esperar tener con un hombre así?

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Estaba pensando en todo menos en el amor cuando abordé un avión a San Luis. Yo era una exitosa mujer de negocios de treinta y siete años, y si alguien me hubiera preguntado si estaba sola, lo habría negado.

Salía esporádicamente con hombres guapos y exitosos que me llevaban a todos los lugares correctos, pero de alguna manera parecían dejarme indiferente. Yo era una mujer solitaria de camino a San Luis.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash

Una de las limusinas de mi empresa me recogió en el aeropuerto y me llevó directamente a la conferencia en la que sería la oradora principal. Hablé sobre las obligaciones morales de la industria con la sociedad durante dos horas, luego respondí preguntas.

Cuando terminé, estaba exhausta. Hubo un cóctel justo después de la conferencia, pero estaba tan cansada que decidí salir. Al otro lado del centro de conferencias había un pequeño parque encantador y allí fue donde me refugié.

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Me compré una taza de café en un pequeño quiosco y vagué entre los árboles hasta que encontré un banco cerca de un pequeño estanque con una hermosa vista de un famoso arco. Me senté y me relajé mientras tomaba un sorbo de café.

Un poco más tarde, mi ensoñación fue interrumpida por la voz de un hombre. “Disculpe, ¿le importaría si me siento?”. Miré hacia arriba y vi a un hombre de unos treinta años, obviamente sin hogar.

El hombre sonreía y tenía los ojos claros y brillantes de vitalidad. Eché un vistazo a su ropa gastada y muy remendada, pero limpia, y dudé una fracción de segundo. “Por favor”, dije, “siéntese”.

El hombre se sentó y me miró con franco interés. “Eres nueva en San Luis, ¿no?”, preguntó.

Asentí. “Sí, ¿se nota?”.

“Has estado mirando a tu alrededor, y de hecho has visto lo hermosa que es la ciudad. La gente deja de notar la belleza de su propia ciudad, se vuelve invisible, se convierte en solo un paisaje”.

Lo miré fijamente. “¡Tienes razón!”, dije. “Me acabo de percatar de que ya no me fijo en lo hermosa que es mi propia ciudad. La familiaridad hace que la belleza sea invisible… ¡No es de extrañar que tantos matrimonios fracasen!”.

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Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash

Él rio. “¡Tienes razón! Pero tu esposo tendría que ser tonto y ciego para no ver lo hermosa que eres”. Lo dijo con tal sinceridad que me dejó atónita. Estaba acostumbrada a los halagos, pero su voz denotaba una seriedad que me conmovió.

Se presentó como Víctor y pasamos las siguientes tres horas hablando como no lo había hecho con otro ser humano en años. Mi teléfono sonó, sonreí para disculparme y respondí.

Era mi asistente buscándome. Era hora de ir al hotel y prepararse para una cena de negocios. Me levanté e impulsivamente le tendí la mano a Víctor. “Adiós”, dije, “y gracias por una hermosa tarde”.

Él se puso de pie y tomó mi mano suavemente. “¿Por qué no vienes aquí mañana por la tarde y así te muestro dónde comer el mejor asado de la ciudad?”.

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Lo miré boquiabierta, atónita. “Yo… no sé… tengo que ver mi horario…”

Asintió y vi una tristeza fugaz en sus ojos. “Entiendo. Mira. Estaré aquí mañana a las cuatro. Espero verte, pero entenderé si no vienes”. Me regaló otra de sus dulces sonrisas y se alejó.

Durante toda la cena de esa noche, seguí pensando en Víctor, su voz serena, su sonrisa, su visión tranquila de la vida. Me acosté tan temprano como pude, pero no pude dormir. Seguí dando vueltas y vueltas. ¿De verdad estaba considerando una cita con un indigente?

Me quedé dormida a las 4 de la mañana, todavía indecisa. Esa tarde, a las 4:30, me encontré excusándome y dirigiéndome al acceso al parque desde el centro de conferencias. Llegué al banco, preguntándome si Víctor todavía estaba allí o si se había rendido conmigo.

No estaba preparada para la sacudida en mi corazón cuando lo vi. Se levantó de un salto y la sonrisa más grande y radiante que jamás había visto transformó su rostro. “¡Viniste!”, dijo. “No pensé que lo harías”.

Le devolví la sonrisa. “Yo tampoco, pero aquí estoy”. Pasamos esa tarde juntos y durante el resto de la semana fui conociendo a Víctor en cada encuentro después de la conferencia, hasta el último día.

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Sabía que había algo entre nosotros; no podía definir qué era, pero era algo que no quería perder. Saqué una de mis tarjetas de presentación y escribí mi número de teléfono celular en la parte de atrás.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash

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“Víctor”, le dije, “aquí está mi número. Espero que me llames”. Él tomó mi tarjeta y mi mano.

“Llamaré, Mina”, dijo en voz baja, “e iré a verte pronto”.

Sonreí y encontré mis ojos llenos de lágrimas cuando me di la vuelta para alejarme. ¡Era una tonta! Víctor era un hombre encantador, pero yo no tenía futuro con un vagabundo. ¿Qué podía esperar?

Aun así, durante las próximas semanas, mi corazón saltaba cada vez que sonaba mi teléfono, pero obviamente él era más sabio que yo porque no llamaba. Dos meses después de mi visita a San Luis, mi teléfono sonó a las 8 de la mañana. Me quejé y lo atendí.

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“¡Cualquiera que tenga este número SABE que nunca debería llamarme a esta hora un sábado!”, gruñí.

Con una risa tranquila, una voz dijo: “Lo siento, señorita, pero estoy aquí para llevarle el mundialmente famoso pastel de mantequilla de San Luis para su desayuno”.

De inmediato me senté en la cama. “¿Víctor? ¿Estás aquí? ¿En mi ciudad?”.

“Sí”, dijo. “Entonces, ¿qué tal si te reúnes conmigo en el estanque del parque en media hora?”.

Salté de la cama y me puse mi ropa y quince minutos después estaba caminando hacia el parque. Miré alrededor. ¿Dónde estaba Víctor? Luego, un hombre alto y bien vestido se acercó a mí.

“Mina”, dijo, y me abrazó. ¡Era Víctor! Llevaba ropa hermosamente confeccionada y estaba bien afeitado, pero su sonrisa y sus hermosos ojos eran los mismos.

“Víctor… cómo… qué…”, jadeé.

“Tengo una confesión que hacer y espero que no me la reproches”, dijo. “No soy un vagabundo”.

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“No eres un vagabundo”, repetí tontamente.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash

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“No”, sonrió. “Cuando nos conocimos, estaba trabajando en una historia sobre las personas sin hogar de San Luis. Soy periodista”.

Miré a Víctor a los ojos y vi la misma alma compasiva que me había conmovido. Supe que teníamos un futuro juntos. Yo tenía razón.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Si le das una oportunidad a la gente, es posible que te sorprendan. A Mina le sorprendió que se le acercara un indigente, pero estaba dispuesta a hablar con él y descubrir quién era.
  • Cuando hayas visto a las personas en su peor momento, sabrás quiénes son en realidad. Cuando Mina conoció a Víctor, él vivía en la calle con personas sin hogar y la experiencia le hizo apreciar la vida.
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Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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