Cuando sus hijos se van, Carolina toma todos sus regalos y los quema en la chimenea - Historia del día
Carolina enviudó a los 58 años de edad, y se horrorizó al descubrir que sus hijos la consideraban una vieja acabada.
Carolina Dalverde quedó devastada cuando su amado esposo Walter falleció tras una valiente lucha contra el cáncer que duró 8 años. En el momento de su muerte, Carolina tenía solo 58 años. Lucía muy bien, pero se sentía como una anciana.
Ella tenía tres hijos, pero vivían lejos y casi nunca la llamaban. Con la ayuda de amigos, Carolina comenzó a recuperar su chispa. Gran parte de su renovada pasión por la vida se debía a su trabajo con un centro local para jóvenes en riesgo.
Consejera con grupo de jóvenes. | Foto: Shutterstock
Carolina fue maestra de escuela por años, antes de dejar su carrera para criar a sus hijos. Eso le permitió sentir gran satisfacción al ayudar a estos chicos, que en muchos casos se parecían a ella.
Todos tenían familia en algún lugar del mundo, pero no tenían a nadie a quien recurrir, o que tomara sus manos cuando se sentían triste, o compartiera sus pequeñas victorias.
"Todavía puedo hacer mucho bien", pensó Carolina. "Walter estaría orgulloso de mí". Pero a Carolina le esperaba una desagradable sorpresa.
Sus hijos la llamaron y le dijeron que todos iban a visitarla para celebrar su 60° cumpleaños, y que traerían a sus hijos. Carolina quedó encantada. ¡No los veía desde el funeral de su marido, dos años atrás!
Comenzó a preparar todo para las visitas con mucha emoción. Limpió la casa de arriba abajo, y consiguió que Cintia, una de sus favoritas en el centro juvenil, viniera y la ayudara a hornear.
Agotadas, Carolina y Cintia observaron el pequeño festín que habían preparado. "¡Cintia, creo que hicimos un gran trabajo", dijo Carolina. "Cuando lleguen mis hijos, cada uno podrá probar su postre favorito".
Tres postres diferentes. | Foto: Shutterstock
Cintia asintió, pero luego bajó la mirada. "Señora Carolina, tengo que confesarle algo... y creo que se va a molestar conmigo", dijo la joven.
Carolina abrazó a Cintia. "¡Ay mija, por favor! ¡Sabes que nunca podría molestarme contigo! A ver, cuéntame".
Cintia comenzó a llorar. "Estoy celosa, señora Carolina. Estoy celosa de sus hijos, y de sus nietos, porque nadie nunca hizo algo así de lindo por mí".
Carolina abrazó a Cintia con fuerza. "Óyeme bien, Cintia Bravo", dijo Carolina. "Porque soy vieja, y sé de lo que estoy hablando".
Cintia se rio. "¡No es vieja, señora Carolina! ¡Solo está versada en la vida!".
Carolina también se rio. "¡Como sea! Escucha, algún día tendrás gente dispuesta a hacer todo en este mundo por hacerte feliz, ¿sabes por qué?"
"¿Por qué?", preguntó Cintia.
"¡Porque tienes un corazón de oro, por eso mija!", dijo Carolina. Le dio a Cintia otro gran abrazo y una enorme caja de golosinas para compartir con otros niños en el centro juvenil.
Montón de dulces y caramelos. | Foto: Shutterstock
Cuando llegaron sus hijos, Carolina estaba vestida de punta en blanco, luciendo hermosa y radiante. "¡Carla, Marcos, Odette!", gritó feliz mientras saludaba a sus hijos.
Luego miró a su alrededor, sorprendida, "Pero... ¿dónde está el resto de la familia? Mis nietos...".
"Bueno, mamá", dijo Marcos con una sonrisa, "pensamos que sería mejor si solo éramos nosotros cuatro, para que pudiéramos hablar bien de algunas cosas".
"¡Mamá!", exclamó Carla, emergiendo desde una densa nube de perfume. "¡Deja de preocuparte!".
"Pero horneé toneladas de galletas, pasteles y ponquecitos para ellos", dijo Carolina, decepcionada.
"Ay, mamá", dijo Odette. "¡Sabes que a mis hijos no les permito comer azúcar, así que es mejor que no hayan venido!"
A pesar de su decepción, Carolina dio la bienvenida a sus hijos. Al poco rato se sentaron juntos en la gran mesa del comedor, frente al suntuoso festín que había preparado con Cintia.
Tras varias rodajas de pastel, Carolina sirvió café. Sus hijos entonces le dieron inesperados regalos, los cuales Carolina abrió con mucha emoción. El regalo de Carla era una caja rosa con un lazo blanco. En su interior, halló un camisón con volantes.
Caja de regalo. | Foto: Shutterstock
Era probablemente el camisón más feo que Carolina había visto en su vida. "Y bien, mamá, ¿te gusta?", preguntó Carla con una gran sonrisa.
"Bueno", dijo Carolina educadamente, "¡nunca había tenido uno parecido!".
"Me pareció que era algo perfecto", dijo Carla, muy oronda. "Ya sabes ... ¡para tu edad!".
"¿Mi edad?", preguntó Carolina, sorprendida. "¡Pero so solo tengo 60!".
"¡Por eso te traje ESTO!", exclamó Odette, y le entregó su regalo, Carolina abrió la caja y encontró una gama de productos para mujeres de más de 70 años, con la piel frágil.
Carolina leyó las etiquetas por un momento y se quedó mirando a Odette. "Hija, tengo 60 años, no 70. Y gracias a Dios, no tengo la piel envejecida prematuramente".
"Vamos, mamá", dijo Marcos dulcemente, "sabes que estás envejeciendo. Creemos que tal vez es hora de que vendas la casa y te mudes a un ancianato".
Corredor de ancianato con andadera. | Foto: Shutterstock
"Sí", dijo Carla, "La pensión que papá te dejó es más que suficiente para cubrir un sitio de primera. ¡Y piensa en lo mucho que te divertirás!".
"Pero, ¿qué hay de mi casa?" preguntó Carolina, "¿Qué hay de mi vida?".
"Bueno, obviamente venderíamos la casa", dijo Marcos. "Y Odette y yo ya nos encargamos de dividirnos las joyas de la familia y esas cosas", dijo Carla.
"A la esposa de Marcos no le gustan las cosas viejas, así que Carla y yo...", comenzó a decir Odette, pero su madre la interrumpió.
"Ya veo... sí, ya veo", dijo Carolina, poniéndose de pie. "Bueno, como dijo Marcos, estoy envejeciendo, y estoy muy cansada ya para seguir hablando. Es mejor que se vayan ahora", dijo.
Los hermanos se quedaron sorprendidos por el tono frío de su madre, pero supusieron que se le pasaría tarde o temprano. Carolina los vio marcharse con un gran dolor en su corazón.
Ya la habían descartado como una inútil. Ya estaban repartiendo sus pertenencias, planeando vender su casa, y eligiendo ancianatos para internarla y no volver a preocuparse por ella. ¡Con apenas 60 años!
Carolina miró el horrible camisón de anciana y las cremas para viejas que le regalaron. Suspiró amargamente, recogió los regalos y los lanzó a la chimenea.
Mujer mayor limpiándose las lágrimas. | Foto: Shutterstock
Carolina se sentó cerca del fuego y lloró en silencio. Estaba tan sumida en su dolor que no se dio cuenta de que su vista comenzó a nublarse. Al poco tiempo, cayó desmayada.
Se despertó horas después en el hospital. Los doctores le explicaron que era un milagro que hubiese sobrevivido. Los envoltorios de plástico de los paquetes que quemó en la chimenea soltaron vapores tóxicos que casi la matan.
"¡Tuvo mucha suerte de que su joven amiga fuera a su casa cuando lo hizo!", dijo el doctor.
"¿Mi joven amiga?", preguntó Carolina desconcertada. Pero entonces notó a Cintia, parada en la puerta de la habitación, mirando al piso con vergüenza.
"Lo siento, señora Carolina", dijo. "¿Ya se siente mejor?".
"Sí, así parece", dijo Carolina. "Y todo gracias a tí. Pero, ¿cómo me encontraste? ¿Qué estabas haciendo allí a esa hora?".
Cintia se sonrojó. "Supongo que la estaba espiando... quería ver cómo era una familia real, con los nietos y todo", dijo la jovencita.
Parafernalia hospitalaria. | Foto: Shutterstock
"Me salvaste la vida, Cintia", dijo Carolina en voz baja, "y creo que eso nos convierte en familia". Carolina le pidió a Cintia que se mudara con ella. Un año después, la adoptó legalmente.
Sus tres hijos biológicos se molestaron mucho por eso. Pero a Carolina no le importó en lo absoluto. Estaba demasiado ocupada guiando a Cintia, quien fue a la universidad y tuvo un gran desempeño.
Años más tarde, cuando Cintia se casó con un hombre amable y encantador, Carolina la entregó en el altar. Tiempo después, Carolina estaba sentada en su casa, ante una mesa llena.
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Estaba Cintia, y junto a ella, su marido. Sus hijos colmaban el resto de la mesa. Eran una familia real, una familia construida sobre lazos de amor, no de sangre.
Décadas después, a los 93 años, Carolina pasó a mejor vida. Marcos, Carla y Odette se pusieron furiosos cuando se enteraron de que dejó su casa, su dinero y todas sus propiedades a "la hija de mi corazón, Cintia".
Abogado leyendo testamento a descendientes. | Foto: Shutterstock
¿Qué podemos aprender de esta historia?
Lo que nos hace familia es el amor y el cariño. Los hijos biológicos de Carolina solo pensaban en sí mismos, pero Cintia la amaba realmente.
Siempre hay tiempo para asumir un nuevo desafío y encontrar la felicidad, sin importar la edad que tengas. Carolina descubrió que todavía tenía mucho que dar a las personas que la necesitaban.
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