Mujer va a la iglesia y encuentra a su hermano perdido - Historia del día
Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock
Una mujer pensó que pasaría otro domingo de rutina con su familia en la iglesia, pero terminó hallando a su hermano luego de decidir dar un vistazo detrás del altar.
Era un domingo como cualquier otro. Adela preparó el desayuno para su Sergio y sus dos hijos, y luego fueron a la iglesia. La familia repetía esa rutina desde años atrás.
Cada domingo ella hacía huevos fritos y panquecas, iban a la misa, y luego al parque. Almorzaban en algún restaurante cercano y llegaban a casa satisfechos y cansados. Lo que ella no imaginaba es que este domingo sería diferente al resto.
Familias en la iglesia. | Foto: Shutterstock
Todos los miembros de la familia sabían lo que debían hacer, así que las mañanas de los domingos funcionaban como un engranaje bien aceitado. Por eso siempre llegaban a la primera misa, a las 11 AM.
Sin embargo, esa mañana tuvieron que ir a echar combustible al auto, por lo que al llegar a la iglesia, los mejores asientos ya estaban ocupados. La familia tuvo que conformarse con un asiento en la parte trasera
Ese día, el sacerdote dio un largo sermón sobre la importancia de vivir la vida de forma piadosa. A la mitad de la homilía, Adela sintió ganas de ir al baño.
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"Oye, cariño, déjame pasar", le dijo a su esposo.
"¿Qué pasó, amor? Todo bien?", preguntó su marido.
"Sí, todo bien, solo necesito ir al baño. Ya sabes cómo es mi vejiga", susurró, y se levantó de su asiento y fue hacia los baños. Estaban ubicados en un edificio anexo a la iglesia, en la parte de atrás.
Al doblar la esquina, Adela vio a un hombre caminando hacia el área de la sacristía, donde vive el sacerdote. Lucía muy fuera de lugar. No recordaba haberlo visto antes en la misa.
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Tenía ropa oscura, que parecía bastante sucia. No parecía estar interesado en el sermón, por lo que Adela supuso que no era un miembro de la congregación.
Justo antes de cruzar la esquina y desaparecer de su vista, el hombre miró brevemente en la dirección de Adela. Ella pudo darle un vistazo a su rostro, y quedó paralizada y se puso muy pálida.
Decidió dar unos pasos hacía la sacristía y dar un vistazo al interior para confirmar lo que creyó haber visto. Estaba casi segura de que había sido solo su imaginación.
Adela se preparó mentalmente para lo que podría encontrar al otro lado de la puerta de la sacristía. Esperaba que no fuese lo que creía. Cuando abrió la puerta, le temblaban las manos.
Conteniendo la respiración, miró hacia el interior de la estructura. Por un instante, quedó ciega, mientras sus ojos se adaptaban a la oscuridad.
Una vez que pudo distinguir figuras en la sacristía, vio directamente hacia el hombre. Y justo en ese momento, el hombre subió la cabeza y miró a Adela. Era exactamente lo que ella había temido.
Su mente se aceleró, saltando a través de una serie de devastadores pensamientos. Se olvidó por todo de su vejiga, y regresó a su asiento abrumada. Intentó calmarse orando.
"Estamos en medio de la misa, tienes que aguantar", se dijo a sí misma.
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"¿Oye, pasó algo?", preguntó su marido al verla volver. "Pareciera que hubieses visto un fantasma".
Adela sabía que debía decir algo, pero no se atrevía a hablar. Todavía sonaba ridículo en su mente, y no quería hacer una escena sin razón.
Aun así, sabía que tenía que contarle a alguien sobre el hombre, y rápido. Comenzó a morderse las uñas de ansiedad, pensando en el hombre y esperando a que terminara el sermón. Tras la misa, pidió a su familia que la esperaran afuera.
"Quiero hablar con el padre un momento", le dijo a su esposo. El hombre accedió y se llevó a sus hijos sin pensarlo mucho, pues no le parecía raro que su esposa tuviese que consultar al sacerdote.
"Está bien, cariño. Estaremos junto al auto", respondió, y se alejó con los niños.
Tan pronto como se perdieron de vista, Adela caminó el frente de la iglesia, donde el sacerdote estaba hablando con varias familias de la congregación.
Él la vio acercarse y se excusó del grupo de familias para saludarla. "¡Adela!", exclamó felizmente. "¿Cómo está mi feligresa favorita el día de hoy?"
"Estoy bien, padre", dijo, incapaz de resistir su cálida sonrisa.
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El padre Carlos tenía ese efecto en todos. Era como si derramara oleadas de energía positiva a su alrededor en todo momento. Sabía cómo alegrar a su congregación en un instante.
Él y la familia de Adela tenían una relación de larga data. Adela había ido a esa iglesia con sus padres, desde que era niña. Incluso su abuela solía ir, cuando seguía con vida. Era su iglesia de toda la vida.
"¿Estás segura?", preguntó el padre Carlos. "Pareces algo nerviosa, hija".
Cuando estaba a punto de hablar, el hombre del cobertizo entró por la puerta lateral y fue hasta el altar. Adela sintió que se iba a desmayar. Carlos vio cómo su rostro se ponía pálido y la miró consternado.
"Adela, ¿qué está pasando?, le preguntó suavemente. Pero Adela no respondió, sino que comenzó a moverse.
Caminó rápidamente hacia el altar, subió los pequeños escalones, colocó la mano sobre la gran mesa de mármol y miró detrás de ella. Un grito ahogado se escapó de sus labios.
Sus acciones no pasaron desapercibidas, y la gente que quedaba en la iglesia estaba viéndola con curiosidad. Todos la escucharon gritar. Adela sintió que alguien la sujetaba por el hombro.
Podía oír a su corazón latiendo en su pecho. Sus ojos estaban clavados en las facciones del hombre, bañado por la luz de la capilla. Estaba de rodillas detrás de la mesa del altar, limpiando.
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"Es él", pensó. "No me equivoqué. Es él". Se dio la vuelta y vio que la mano en su hombro era la del padre Carlos, que la veía con sincera preocupación.
"Adela. ¿Puedes decirme qué está pasando?", preguntó.
"¿Camilo?", susurró. "Camilo, ¿eres tú?".
Camilo era su hermano perdido, a quien no había visto en más de 20 años. Pasó más de una década buscándolo, pero nunca tuvo éxito y había perdido la esperanza.
Sus padres se separaron cuando ella era muy pequeña, y fue un divorcio terrible. Cada uno se había quedado con uno de sus hijos, y nunca volvió a ver a su hermano.
El padre de Adela cuidó bien de ella, pero Camilo no tuvo la misma suerte. Después del divorcio, su madre falleció, y él terminó en las calles. Se involucró con pandillas, y terminó haciéndose adicto a las drogas.
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El padre Carlos se enteró de la situación de Camilo, y se apiadó de él. Le permitió dormir en la iglesia un par de veces, para sacarlo de las calles, y luego le ofreció un puesto como conserje en la iglesia.
Recogía la basura, mantenía el césped verde y limpiaba los altares, entre otras cosas. Era bastante trabajo, pero lo hacía sin chistar. El padre Carlos se percató de eso, y Camilo se ganó su respeto.
El sacerdote se comprometió a ayudar al joven a conseguir una vivienda propia, Entretanto, le había designado una pequeña alcoba en la sacristía.
"Y eso fue lo que pasó", dijo el padre a Adela, ya en su oficina, junto a Camilo. Adela y Camilo tenían los ojos colmados de lágrimas. Él no podía creer que no hubiese reconocido a su propia hermana.
"Gracias hermanita", dijo entre lágrimas. "Por reconocerme cuando yo no pude reconocerte a ti". Camilo se fue casa con su hermana, pero no antes de que ambos agradecieran al sacerdote por su amabilidad.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- La esperanza es poderosa, es importante mantenerla viva. Adela buscó a su hermano por años, pero perdió la esperanza y se rindió.
- Ser bondadoso siempre vale la pena. El padre Carlos y su bondad permitieron a Camilo recuperar su vida.
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Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.