Mujer nota que su esposo desaparece por la noche y regresa en la mañana - Historia del día
Una mujer sospecha de una infidelidad, cuando su esposo comienza a desaparecer todas las noches después de la cena y no le dice adónde va.
Sally Campos sospechaba que su esposo la engañaba. Salía de la casa todas las noches sin dar explicación y regresaba al amanecer. También sabía por qué Tomás lo hacía después de 35 años de matrimonio. Ella estaba calva y se sentía fea.
Ella siempre había estado orgullosa de su larga y hermosa cabellera roja, así que cuando un día comenzó a caerse, se horrorizó. Pensó que tal vez era su champú o el cloro de la piscina donde nadaba.
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A medida que pasaba el tiempo, se le caía más y más cabello y decidió que era hora de ver a su médico. Después de muchas pruebas, el médico le dijo que tenía alopecia areata. Su hermoso cabello no volvería a crecer. Lo había perdido todo.
Sally llegó a casa y le contó a su esposo sobre su diagnóstico. No podía dejar de llorar y, por mucho que lo intentara él no lograba consolarla. “¡Soy fea!”, gritó Sally. “¡Mírame!”.
“¡No lo eres!”, respondió Tomás. “¡Eres tan adorable como siempre!”.
“¡Cállate!”, exclamó Sally. “¡Sé cómo me veo! ¡Me veo grotesca!”.
“No estoy de acuerdo”, dijo el esposo con firmeza. “Pero podemos ir a buscar una peluca mañana, ¿de acuerdo?”. Sally se apaciguó y acordó ir a comprar pelucas con él al día siguiente.
La expedición de compras resultó ser un completo desastre. No importaba lo que le mostrara el vendedor o la peluca que se probara, nada satisfizo a Sally. “¡No!”, repetía. “¡Ese es el tono de rojo equivocado!”.
Odiaba los colores, el corte y las texturas de cada peluca que le mostraban hasta que una vendedora irritada le dijo: “Señora, ¡o se queda calva y orgullosa o se manda a elaborar una peluca hecha a su medida!”.
Esa noche Sally lloró hasta quedarse dormida. A la mañana siguiente se envolvió la cabeza con un pañuelo para cubrir las calvas cada vez más grandes y nunca volvió a hablar de su cabello.
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Tomás a veces intentaba hablar con ella sobre eso, pero ella simplemente le pedía que dejara el tema. Sally empezó a salir cada vez menos e incluso se negó a visitar a sus hijos y nietos.
“¿Crees que quiero que me vean así?”, decía con desesperación. “¡No quiero ver a nadie!”.
Incluso evitaba comprar comida, luego de que una mujer le preguntara si estaba en quimioterapia. “Parezco una paciente oncológica”, dijo Sally. “Todos pueden ver que tengo un problema”.
“Mira, Sally”, dijo Tomás. “¡Sé que estás molesta por tu cabello, pero NO tienes cáncer y no vas a morir!”.
“¡Sabía que no lo entenderías!”, refutó. “¡Me veo horrible y me siento como un fenómeno! ¿Qué clase de vida es esta?”.
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Fue la noche siguiente cuando Tomás empezó a salir después de la cena, y Sally tenía demasiado miedo de preguntar a dónde había ido. ¿A dónde iba? ¿Con quién se estaba reuniendo?
Sería espantoso si él le dijera que prefería estar con otras personas, gente feliz que no grite, gente que disfrute de la vida y vaya a visitar a sus hijos, de compras y a bailar. Gente normal.
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Sally entró al baño y se paró frente a su espejo. Durante las últimas seis semanas, Tomás había pasado las noches fuera y ella no tenía el coraje de desafiarlo, o de exigirle una explicación.
Se quitó el pañuelo de la cabeza y se miró a sí misma con frialdad. Luego se tapó los ojos con las manos y comenzó a sollozar. ¡Daría cualquier cosa por volver a sentirse normal!
“¿Sally?”, escuchó la voz de su esposo detrás de ella y se tapó la cabeza con las manos para ocultar su calvicie.
“Tom”, susurró. “¡Por favor, no me mires!”.
Pero él le apartó las manos con ternura y le descubrió la cabeza. “Sally”, dijo, “la única persona que no quiere mirarte eres tú. Te amo, con o sin cabello”.
Sally comenzó a sollozar como si su corazón se fuera a romper. “¡Tom, por favor no me dejes! Sé que soy fea, y estoy enojada y deprimida todo el tiempo…”
“¿Dejarte?”, preguntó asombrado. “¿De dónde sacaste esa idea?”
“¡Te encuentras con alguien todas las noches, una mujer!”, gritó Sally. “¡Lo sé!”. La reacción de Tomás a su acusación la dejó sin palabras.
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“Eso es correcto”, dijo su esposo. “¡Pero no es lo que piensas!”.
“¿No?”, preguntó Sally, desconcertada.
Tomás tenía la sonrisa más grande en su rostro. “¡No!”, y colocó una gran caja redonda frente a Sally. “¿Recuerdas a esa mujer que habló de una peluca personalizada?”. Abrió la caja con lentitud.
“¡Mira!”, dijo y sacó una peluca exactamente del mismo color que solía ser el cabello de Sally, y con un peinado similar. “Trabajé con el fabricante de pelucas personalizadas todas las noches. ¡Usamos 23 tonos diferentes de rojo para hacerlo exactamente igual!”.
“¿Hiciste eso por mí?”, pregunto sorprendida.
Tomás asintió. “Bueno, ayudé a hacerla. Quería que fuera perfecta, quería que te sintieras bien con esta peluca”.
Sally recogió la peluca con manos temblorosas. “Oh Tom”, susurró. “¡Es tan hermosa!”. Y con su ayuda, se la puso. Realmente era hermosa, y en su rostro se dibujó una gran sonrisa por primera vez en meses.
“¡Me parezco a mí otra vez!”, dijo.
“¡Siempre me has parecido la mujer más hermosa del mundo!”, dijo su esposo con ternura.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- El amor verdadero no cambia solo porque el amado se vuelve mayor o menos atractivo. Tomás amaba a Sally tal como era y deseaba desesperadamente que se sintiera mejor consigo misma.
- La belleza viene de adentro, de un corazón amoroso y un alma amable. Sally pensó que Tomás había dejado de amarla porque a ella no le gustaba lo que veía en el espejo, pero él la amaba incondicionalmente.
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