Adolescente da a su bebé en adopción y recibe carta 18 años después: "Soy tu hija. ¿Puedes reunirte conmigo?"
Amy era demasiado joven para cuidar a un bebé y no tuvo otra opción que entregar a su hija en una adopción cerrada. Se sintió triste sabiendo que probablemente nunca volvería a verla, pero eso cambió 18 años después cuando recibió una carta.
En 1995, Amy Erickson tenía solo 17 años cuando dio en adopción a su bebita. Una decisión que resultó ser muy difícil de tomar, pero que era muy vital.
La joven había pasado algunos meses en conflicto al pensar qué le depararía el futuro. En medio de su confusión descubrió que estaba embarazada y su debate interior acerca de su destino se intensificó.
[Izquierda] Amy Erickson sosteniendo a su hija en brazos después del parto; [Derecha] Amy Erickson y su hija sonriendo en una selfie. | Foto: Facebook.com/Ama lo que importa
LA CONFIRMACIÓN
Después de semanas de negación, Amy acudió a un centro de embarazo en crisis y fue atendida por un consejero. Allí le confirmaron que tenía 11 semanas de embarazo.
Posteriormente, dejó el centro para informar a sus padres y a su novio, pero la adolescente sabía que las semanas que le esperaban serían difíciles.
Amy, que todavía estaba estudiando, trató de vivir su vida con normalidad. Iba a clases y trabajaba para mantenerse ocupada, pero tuvo que lidiar con náuseas matutinas y el crecimiento de su vientre.
Inicialmente, su novio abordó el tema del matrimonio, pero en realidad eran demasiado jóvenes para ser padres. La idea de tener y cuidar un bebé los aterrorizaba a ambos.
SE SINTIÓ AVERGONZADA
Caminar con su panza abultada hizo que Amy se sintiera avergonzada con sus compañeros. Ellos la miraban de reojo y veían cómo aumentaba el tamaño de su barriga.
También le dijeron que ocultara su embarazo en la iglesia y le prohibieron participar en actividades con su grupo.
El seguro de los padres de Amy no podía cubrir un embarazo adolescente. Por tal motivo, tuvo que soportar el terrible y vergonzoso trato de médicos y enfermeras que hacían juicios sobre su vida. Aunque sus padres y su novio la apoyaban, Amy se sentía triste y sola por su situación.
A medida que pasaban los meses, muchas personas, incluidos sus padres y su pastor, le aconsejaron que considerara dar a su bebé en adopción. Sin embargo, Amy insistió en que no lo haría.
LA ADOPCIÓN
Después de unos seis meses de embarazo, se dio cuenta de que la idea de cuidar al bebé no era algo que pudiera hacer. Fue entonces cuando Amy se puso en contacto con una agencia de adopción y decidió que iba a renunciar a su bebé.
Se consoló con la idea de que le daría un bebé a una familia que lo deseaba desesperadamente y que lo amarían y cuidarían. Amy también podía ver cómo sería su futuro si no tuviera que preocuparse por cuidar a un niño pequeño.
En abril de 1995, después de 20 horas de trabajo de parto, Amy dio a luz a una niña. Durante los siguientes dos días, trató de pasar el mayor tiempo posible con su hija antes de que la agencia se la llevara.
Luego, firmó el documento cediendo sus derechos de paternidad y vio con tristeza cómo le quitaban a su bebé. Pasó las siguientes dos semanas con un agujero en el corazón.
La adopción cerrada significaba que no habría contacto entre ella y la niña más allá de algunas fotos y cartas hasta que la niña cumpliera un año. Esto, según explicó, le permitiría seguir adelante con su vida.
Durante los siguientes 18 años, Amy fue a la universidad, tuvo citas, se casó dos veces y tuvo cuatro hijos más. Trató de no pensar en su bebé durante todo ese tiempo, pero el vacío nunca desapareció. No creyó que volvería a ver a su hija hasta que llegó una carta que cambió todo para ella.
MADRE E HIJA REUNIDAS
La hija de Amy estaba a días de cumplir 18 años cuando envió una carta a su madre biológica y le pidió que se vieran. Cuatro meses después, Amy condujo durante cinco horas para ver a su hija por segunda vez. Explicó que la experiencia fue aterradora pero asombrosa.
Pasaron el fin de semana hablando y riendo, y Amy se dio cuenta de cuánto se parecía su hija a ella y de lo que había echado de menos no estar en su vida. Estaba agradecida con la familia que la adoptó, pero triste por no haber visto crecer a su niña.
Después de esa semana, continuaron comunicándose, y Amy incluso llevó a sus hijos a conocer a su hermana, pero a medida que las cosas se calmaron, luchó por seguir adelante. Amy sintió una profunda tristeza que no sabía cómo controlar.
Decidió buscar opciones de apoyo y una búsqueda en Google la llevó a una institución llamada Tied at the Heart, que organizaba retiros de fin de semana para madres biológicas.
Asistió a su retiro donde conoció a unas 20 madres que también tenían experiencias como la suya y, aunque todas tenían sus diferencias, sabían cómo se sentía Amy.
Saber que no estaba sola y que sus sentimientos eran válidos le dio mucho alivio a Amy y le dio la oportunidad de sanar de su tristeza. Encontró paz al poder compartir sus sentimientos con otras mujeres que sabían lo que era estar en sus zapatos.