Señora solitaria regresa a casa y ve cochecito abandonado con un bebé recién nacido - Historia del día
Una anciana solitaria y sin hijos encuentra a una bebé abandonada en un cochecito y se sorprende al reconocer el hermoso collar de diamantes escondido debajo de la manta.
Janet Chazarreta estaba por llegar a casa del supermercado cuando vio el cochecito en su jardín, bajo la sombra.
“¿Una carriola?”, pensó. “¿A quién conozco que tenga un nieto?”
A los 68 años, Janet todavía era vivaz y dinámica. Rápidamente, abrió la puerta y vio que no había nadie junto a la carriola, pero escuchó el inconfundible gorjeo de un bebé.
Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash
Corrió hacia ella y se encontró con un bebé pequeño, de pocos días de nacido. Lo sacó de la carriola y lo abrazó. Dentro del cochecito había una bolsa con pañales y fórmula.
Janet arrulló al bebé y dijo: “¡Pobrecito! Vamos a llevarte adentro”. Volvió a acostarlo en la carriola y sintió algo frío y duro debajo de la manta.
Era un collar de diamantes, y uno que ella conocía muy bien. Había sido de su madre y luego había pasado a manos de su hermana Karen. Janet no la había visto en diez años, desde que habían tenido una terrible discusión.
Janet se había arrepentido casi de inmediato por la pelea y había tratado de disculparse, pero Karen era terca y resentida y ni siquiera había querido atender sus llamadas. Ahora aquí estaba un bebé en un cochecito con el preciado collar de diamantes de su hermana.
Janet llevó al bebé a la casa, y al cambiarle el pañal supo que era una niña. Le dio un biberón y la pequeña se quedó dormida. Minutos después, tomó el teléfono y llamó a su sobrina.
“Hola, Keila”, dijo alegremente. “Te llamé para preguntar el nombre de la bebé. ¡Al menos podrías haberte quedado a tomar el té!”. El silencio de su sobrina fue toda la prueba que Janet necesitaba. Su corazonada era correcta.
“Ven a casa, Keila”, dijo Janet suavemente. “Hablemos de esto”.
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Keila estuvo allí unos minutos después. Se había quedado escondida detrás de un árbol, al otro lado de la carretera, para asegurarse de que la bebé estuviera a salvo hasta que Janet regresara de la tienda.
De inmediato, se acercó al cochecito y tomó a la niña en sus brazos. “Se llama May”, dijo. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. “Lo siento, tía Janet”, sollozó. “Quedé embarazada cuando apenas comenzaba en la universidad y tuve a la bebé”.
“Tenía miedo de decírselo a mi madre, ya sabes lo implacable que es, pero no podía mantener a May en el dormitorio. Así que esperaba que la cuidaras, porque siempre fuiste muy dulce conmigo cuando era pequeña”.
“Keila”, dijo Janet con firmeza. “Esto no es una solución. Vete a casa, veré como puedo resolverlo”.
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Al día siguiente, Janet fue de compras con May y por la tarde empujó el cochecito hasta la casa de su hermana, a solo tres cuadras de distancia. Llamó a la puerta y saludó alegremente cuando Karen abrió.
“¡Hola, Karen!”, dijo. “Estaba caminando y decidí que nuestra pelea ha durado lo suficiente, ¡así que será mejor que me invites a pasar!”.
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Karen la dejó entrar a la casa a regañadientes y miró el cochecito con recelo. “¿Qué tienes ahí? ¡No me digas que eres una de esas mujeres que pasean a sus perros en carriolas!”.
“¡No es un perro, es una bebé!”, dijo Janet. Inmediatamente, cargó a May y se la mostró a Karen. “¿No es simplemente hermosa?”.
“Pero... ¿De quién es esa bebé?”, preguntó Karen, desconcertada.
“Es mi ahijada, May”, dijo Janet con orgullo. “Es tan dulce y buena... Es un angelito”.
“Tu ahijada…”. Karen suspiró con envidia. “¿Puedo cargarla?”.
Janet le entregó a May y observó cómo su hermana la abrazaba y la arrullaba. En cuestión de minutos estaba bajo el hechizo de la adorable niña y perdidamente enamorada. “¡Mira Janet!”, dijo con emoción. “¡Me sonrió!”.
“Por supuesto”, dijo Janet suavemente. “¡Reconoce a su abuela!”.
Karen casi deja caer a May por la impresión. “¿ABUELA?”, preguntó en voz alta. “¿Qué estás diciendo?”.
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Janet volvió a la puerta y llamó a Keila. “Antes de que empieces a gritar y gritar, quiero que te des cuenta de que tu hija de 19 años estaba en problemas y el miedo le impidió acudir a ti”.
“Piensa en eso. Keila y May necesitan tu amor, no tus juicios y sermones”.
Karen lloraba desconsolada y abrazaba a la pequeña May mientras alcanzaba a Keila. “Lamento que creyeras que te juzgaría, hija”. Karen sollozó. “¡Te amo! ¡Y esta pequeña es una bendición!”.
Con una sonrisa en su rostro, Janet vio cómo madre e hija se abrazaban. “¡No aplasten a la bebé!”, exclamó en tono de broma.
Keila se volvió hacia su madre. “Mamá, tomé el collar, el de diamantes por el que discutieron tú y tía Janet…”.
Karen se volvió hacia Janet. “Me equivoqué y lo sé”, dijo. “Tú eres la hija mayor. El collar debió haber sido tuyo…”.
Janet negó con la cabeza. “No, Karen”, respondió ella. “El error fue mío. No tengo a nadie a quien heredarle esa reliquia. Tú tienes a Keila, y ahora a May, y si mi sobrina me deja ser la madrina...”.
Las hermanas se reconciliaron, y Janet se convirtió en la orgullosa madrina de May. A partir de ese momento, la vida de la familia se volvió plena y feliz.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- La ira y el resentimiento envenenan a una familia. Por diez años, Karen no fue capaz de volver a aceptar a su hermana en su vida, tras una discusión por un collar de brillantes. Su intransigencia provocó que su hija le tuviera miedo.
- Se necesita mucha fuerza y honestidad para admitir los errores. Luego de saber que su hermana era abuela, Janet hizo a un lado todos los problemas y fue hasta su casa para interceder por su sobrina y que toda la familia volviera a reunirse.
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Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.