Padres vecinos que pelean con frecuencia notan un día que sus hijos han desaparecido - Historia del día
Dos familias vecinas se pelean constantemente hasta que descubren que sus hijos se han enamorado. Eso termina siendo un punto de inflexión en sus vidas.
Hay un viejo adagio que dice que las buenas cercas hacen buenos vecinos, pero la verdad es que una buena actitud hace buenos a los vecinos. Y durante más de 15 años, los Pérez y los Guzmán fueron pésimos vecinos.
Se habían mudado a sus casas idénticas, una al lado de la otra, cuando ambas parejas eran recién casadas. Al principio, Sara Pérez y Elsa Guzmán eran las mejores amigas.
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Cuatro años más tarde, las dos mujeres dejaron de hablarse y la ira y resentimiento mutuos no tenían límites. Ese odio terminó por salpicar la relación entre sus dos esposos y el resto de las familias.
Pero, ¿cómo había ocurrido esto? Aunque las dos parejas habían comenzado en forma similar, luego las cosas cambiaron mucho. La vida de los Pérez había mejorado año tras año a medida que la carrera de Samuel despegaba.
Hicieron muchas mejoras en su hogar, cambiaban su vehículo cada dos años y viajaron frecuentemente al extranjero con su hijo, David.
A los Guzmán, por otro lado, las cosas no les salieron tan bien. José estaba estancado en una pequeña empresa sin posibilidad de ascenso, y las finanzas familiares habían sufrido.
Su automóvil tenía más de veinte años y la casa, que alguna vez había sido linda y acogedora, ahora se estaba cayendo a pedazos; lucía abandonada.
Mientras que el jardín de los Pérez estaba impecable y hermoso, el jardín de los Guzmán estaba cubierto de malas hierbas, y el césped tenía parches amarillos y espacios muertos.
Era innegable que Elsa sentía algo de envidia por la prosperidad de su vecina y amiga, pero esa no había sido la causa de la ruptura. Todo había ocurrido hacía tanto tiempo que ninguna de las dos recordaba lo ocurrido, solo que aún sentían ira, indignación y dolor.
Elsa y José tenían una hija, Mary, de la misma edad de David; sus cumpleaños tenían solo dos días de diferencia. Cuando eran pequeños, sus madres solían organizar una gran fiesta para ambos.
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A pesar de los conflictos entre sus padres, los dos niños habían seguido siendo amigos cercanos. Mary y David, que asistían a la misma escuela, eran inseparables.
Ninguna de las familias había tratado de evitar la amistad, pero constantemente se enviaban mensajes a través de sus hijos: “¡Dile a los Guzmán que estoy harto de que su humo contamine el aire todos los domingos!”.
José le gruñía a Mary: “¡Dile a Pérez que si vuelve a estacionar su auto tan cerca del mío en la acera, voy a dejar una abolladura en su elegante pintura!”.
Ambas familias buscaban constantemente razones para pelear. Si no eran los autos, era la parrilla, las ramas de un árbol invadiendo el patio del otro, o el perro abriendo huecos en el inmaculado césped de los Pérez.
Todas las mañanas, José se ponía su impermeable amarillo brillante, le ponía una correa a su perro Gandalf y salían a caminar juntos. Pero antes, dejaba que explorara el patio del vecino, y le permitía hacer sus necesidades allí.
Ese día, en particular, ocurrió el desastre. Cuando Gandalf vio al amado gato de la familia Pérez en el patio, haló tan fuerte la correa que se le salió de las manos a su dueño. El perro lo persiguió, pero el felino fue mucho más rápido.
Saltó al techo de la casa, y se sentó tranquilamente a acicalarse mientras Gandalf, ladraba fuera de control y saltaba y golpeaba la pared repetidamente en vanos intentos de alcanzarla, dejando sus huellas llenas de barro en ella.
Sara escuchó los ladridos y salió al porche, donde vio a José parado en los límites de su propiedad, mirando a su perro con una sonrisa satisfecha. De inmediato llamó a su esposo.
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José llamó a Elsa y luego ambas mujeres llamaron a gritos a sus hijos. En poco tiempo todos estaban gritándose, mientras Mary y David, ahora de 17 años, observaban tristemente desde un costado.
David se acercó sigilosamente a Mary y le tomó la mano para consolarla. Cualquiera se hubiera dado cuenta de que los jóvenes estaban enamorados.
Ellos habían sido los mejores amigos desde siempre, hasta que un día descubrieron que se amaban. Todos en la escuela sabían que eran novios, y los llamaban Romeo y Julieta.
Sin embargo, sus padres lo ignoraban... Al menos hasta que José dejó de gritar por un momento y vio a David sosteniendo la mano de Mary.
“¡Quita tus manos de mi hija!”, le gritó a David.
“¡Deja a mi hijo en paz!”, gritó Sara enojada, luego se volvió hacia David y ordenó: “¡No toques a esa chica!”
Apenas se dieron cuenta de lo que estaba pasando entre sus hijos, estallaron: “¡No quiero que mi hija se involucre con tu arrogante hijo!”, gritó Elsa. “¡Mantenlo alejado de mi Mary!”.
"Claro que lo haré”, gritó Sara. “¡Ella no es lo suficientemente buena para él! ¡Se merece una chica con clase!”.
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En medio del conflicto, los vecinos decidieron llamar a la policía. Cuando llegaron los oficiales, se llevaron a los hombres a la comisaría para enfrentar cargos de alteración del orden público y sus esposas tuvieron que rescatarlos. Cuando las familias regresaron, notaron la ausencia de sus hijos.
“¡Mary!”, gritó el padre, “¡baja ahora mismo!”. Pero su hija no bajó ni contestó. Ella no estaba en casa ni respondía llamadas.
Mientras tanto, una escena idéntica se desarrollaba en la casa de los Pérez. Su hijo, David, también había desaparecido.
“¡Tu hijo ha secuestrado a mi niña!”, acusó Elsa. “¡Voy a llamar a la policía y va a ir a la cárcel!”.
“¿Qué dices?”, gritó Sara. “¡Fue esa descarada intrigante la que se llevó a mi hijo!”.
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Como de costumbre, los gritos continuaron durante mucho tiempo hasta que ambas parejas vieron llegar a sus hijos.
“¿Dónde has estado?”, preguntó Elsa enfadada. “¡A partir de ahora no tienes permiso de ir a ninguna parte con ese chico!”.
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Mary miró con tristeza a su madre. “David me llevó al asilo de ancianos para ver a la abuela. Hoy es su cumpleaños, y como arrestaron a papá…”.
“¡No fui arrestado!”, dijo José enojado. “Todo esto es tu culpa”, dijo mirando con furia a Samuel.
“¡Basta!”, gritó Mary. “Amo a David, y él me ama. Mientras todos se gritaban, fuimos a llevarle a la abuela un ramo de rosas y un pastel. Ella quiere mucho a David”.
“¿Y quién pagó las rosas y el pastel?”, preguntó Sara con malicia. “Apuesto a que fue mi hijo”.
“¡Basta, mamá!”, dijo el chico con firmeza. “¡Ya hemos tenido suficiente de ustedes cuatro! Se les olvida que cuando papá tuvo un accidente el año pasado, Mary le donó sangre”.
“Ustedes fueron amigos una vez, ¿qué les pasó? ¡Apuesto a que ni siquiera se acuerdan! ¡Deberían avergonzarse de ustedes mismos! ¡Hagan lo que quieran, pero Mary y yo no somos parte de su problema!”
David y Mary se dieron la vuelta y se fueron a sus respectivos hogares, mientras sus padres se miraban a través de la cerca. A la mañana siguiente, José y Elsa despertaron a Mary. “¡Levántate, dormilona!”, dijo Elsa con un timbre alegre en su voz. “¡Levántate y vístete!”.
“¿Por qué?”, preguntó María. “¡Hoy es domingo!”.
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José estaba sonriendo. “Así es”, respondió. “¡Y esta vez nos han invitado a la parrillada de los Pérez y vamos a llegar tarde!”.
A partir de ese día, las dos familias comenzaron a trabajar en restaurar su antigua amistad y descubrieron que ser buenos vecinos requería mucho menos esfuerzo y era más agradable. Muchos años después, todos se convirtieron en abuelos de los hijos de David y Mary.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Los hijos tienen derecho a elegir sus propios caminos. Los Pérez y los Guzmán querían dictarle condiciones a sus hijos, pero a ellos no dejaron que el resentimiento entre sus padres los afectara y el amor creció entre ellos.
- La envidia y el resentimiento ahogan el amor y la amistad. Los Pérez y los Guzmán habían comenzado como amigos, pero los rencores y la ira los convirtieron en enemigos.
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