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Cada día, anciana ve a trillizas solas y descalzas pescando en un estanque y las sigue - Historia del día

Vanessa Guzmán
20 abr 2022
11:30

Una mujer mayor que deseaba convertirse en una dulce abuela quedó intrigada cuando vio a unas solitarias trillizas. Las niñas estaban descalzas y jugaban junto al estanque cerca de su casa. La mujer mayor decidió seguirlas y descubrió algo impactante.

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Desde que su hijo Manuel se mudó a Santa Cruz para establecer su negocio de carpintería, Marlene Hernández se sentaba frente a su ventana por las noches. Daba al estanque y le permitía observar a las familias que lo frecuentaban, en particular los abuelos y sus nietos.

La alegre mujer de 80 años esperaba con ansias que su hijo le informara que se convertiría en abuela antes de que Dios la llamara y se sirviera de ella.

Es por eso que cuando Marlene notó a unas trillizas, descalzas y solas, llamaron su atención. Las niñas fueron a pescar al estanque durante varios días y se iban del lugar tarde en la noche. Les calculaba no más de 7 años. Vestían trajes rosas y usaban anteojos redondos.

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"Hola, niñas", las saludó Marlene mientras se acercaba a ellas, con una amplia sonrisa en su rostro. "Mi nombre es Marlene Hernández. Vivo en una de las casas cerca del estanque. ¿Cuáles son sus nombres?".

"Buenos días, Sra. Marlene. Mi nombre es Sara", se presentó una de las niñas que sostenía la caña de pescar. "Ellas son mis hermanas, Beatriz y Clara".

"Tienes un nombre encantador, Sara", comentó Marlene en voz baja. "En realidad, estoy un poco preocupada por ti y tus hermanas. ¿Sabías que caminar descalza es malo? Podrían lastimarse los pies".

"Pero no queremos que Beatriz se sienta sola", suspiró Sara, "así que Clara y yo decidimos no usar sandalias".

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"¿Qué?", Marlene estaba desconcertada. "Lo siento, cariño, no entiendo. ¿Por qué Beatriz se sentiría así?".

"Porque se le rompieron sus sandalias y..." Antes de que Sara pudiera terminar la oración, Beatriz cubrió los oídos de Sara con sus pequeñas manos y susurró algo.

Marlene las miró desconcertada, incapaz de comprender lo que estaba pasando. "Está bien, dime una cosa, Sara", preguntó. "¿Tus padres saben que tú y tus hermanas vienen aquí solas todos los días?".

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"Lo siento, pero tenemos que irnos", respondió Sara, levantando su pequeña tina de plástico que contenía algunos peces diminutos que atraparon. Las chicas desaparecieron en un instante, y Marlene se quedó preguntándose por qué siempre estaban solas.

Mujer mayor sonriendo. | Foto: Pexels

Mujer mayor sonriendo. | Foto: Pexels

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Al día siguiente, mientras observaba a las niñas irse, decidió seguirlas para averiguar más sobre ellas. Después de unos minutos de seguirlas, notó que entraron en una casa vieja y destartalada en medio del bosque.

Marlene caminó lentamente hacia la puerta. Estaba agotada por la caminata y tenía la respiración acelerada. "¡Hola! ¿Hay alguien en casa?", gritó. "Soy Marlene Hernández. Conocí a Sara y sus hermanas".

Niña con vestido y zapatos blancos. | Foto: Unsplash

Niña con vestido y zapatos blancos. | Foto: Unsplash

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La mujer mayor esperaba que un anciano abriera la puerta, pero cuando se abrió, Sara salió. "¡Hola, señora Hernández!".

"Oh cariño, ¿puedo entrar? Me siento un poco cansada", le pidió a la niña.

La pequeña niña asintió y la guio adentro. Marlene la siguió y vio las condiciones deplorables en las que vivían las trillizas. Toda la casa olía a pescado podrido y la habitación principal parecía un basurero. Había desorden por todos lados y la ropa estaba regada en el piso.

"¿Dónde están tus padres, cariño?", preguntó Marlene a Sara, sorprendida por el estado de la casa.

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"Mami no vive con nosotros. Se fue con un ángel cuando nací. Y papá está de viaje de negocios. Dijo que pronto regresaría a casa".

"Oh, querida, ¿entonces están solas?, precisó Marlene. "No se preocupen. Puedo ayudarlas a ti y a tus hermanas hasta que tu papá regrese a casa, ¿de acuerdo? ¿Y adivina qué? Tengo algo para todas ustedes".

Abrió su bolso y le dijo a Sara que llamaba a Beatriz y a Clara. “¡Les compré zapatos nuevos y un pastel delicioso!".

"¿En verdad?", sonrió Sara. Tenía los ojos brillantes por la emoción.

"¡Sí!", contestó Marlene con una sonrisa en su rostro.

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Niña rubia comiendo. | Foto: Pexels

Niña rubia comiendo. | Foto: Pexels

Sara corrió hacia sus hermanas y las llevó a la sala. Marlene sacó del bolso los tres pares de zapatos amarillos que compró en el mercado esa mañana. Ayudó a las niñas a ponérselos y vio lo felices que se estaban.

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"¡GRACIAS, SEÑORA HERNÁNDEZ!", gritaron las niñas al unísono, mientras miraban sus zapatos nuevos. Y Marlene no pudo controlar sus lágrimas en ese momento. Siempre había querido ser abuela y sentía que Sara y sus hermanas eran una bendición para ella.

"¿Comemos pastel, chicas? ¿Comieron algo? Supongo que no deben haber tenido una comida adecuada en mucho tiempo ya que están solas".

"Sabemos cocinar", dijo Sara con orgullo. "Como papá suele estar fuera, nos enseñó a cocinar. ¡Beatriz y Clara hacen galletas deliciosas! ¡Vamos a pescar todos los días y probamos nuevas recetas de pescado!".

"¡Ohh! ¡Qué bueno!", expresó Marlene impresionada por lo responsables que eran Sally y sus hermanas para su edad. "Eso es maravilloso, chicas. Pero a partir de hoy, les prepararé la comida, ¿de acuerdo?".

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"¡Okey!”, contestó Sara sonriendo, mientras disfrutaba de una porción de pastel.

A partir de ese día, Marlene nunca tuvo que sentarse junto a la ventana para ver a los niños de los demás junto al estanque. Tenía tres hermosas niñas a las que cuidar y con las que pasar el tiempo.

Sin embargo, cuando pasaron varios días y su padre no aparecía, Marlene empezó a preocuparse. “¿Debería pedirle a Sara el número de teléfono de su papá? Espero que no le haya pasado nada malo”.

Afortunadamente, llamaron a la puerta esa tarde, y cuando abrió, notó que había un hombre alto de unos 30 años parado allí. "¡Hola! ¿Qué desea?". Marlene solo había comenzado a hablar cuando irrumpió dentro de la casa.

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Padre e hija sonriendo. | Foto: Pexels

Padre e hija sonriendo. | Foto: Pexels

"¡¿Qué diablos?! ¿Quién eres? ¿Y qué haces aquí? Janet, ¿estás en casa? ¿Clara? ¿Sara? ¿Beatriz?”, gritó a todo pulmón.

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¿Quién es Janet? se preguntó Marlene. "Mire, señor, yo..."

"¿Dónde diablos están mis hijas? ¿Y quién eres tú? ¡Voy a llamar a la policía!".

De repente, las trillizas bajaron corriendo las escaleras. "¡Papá!". Lloraban mientras lo abrazaban.

"¡Oh, mis niñas! ¿Están bien? Ella les hizo daño, ¿verdad?".

"No, papá", dijo Beatriz. "La Sra. Hernández es muy dulce. Nos ayudó cuando no estabas".

"¿Qué?". El hombre se sorprendió. "¿Dónde está la tía Janet?".

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"Ella nunca llegó a casa, papá. Estábamos solas. Solo la Sra. Hernández nos ayudó", explicó Sara.

Ante eso, el hombre se sintió mal por arremeter contra Marlene. "Lamento mucho el arrebato, señora. No la conozco, así que estaba un poco asustado. Mi nombre es Leo Figueroa. Gracias por ayudar a mis hijas".

"Está bien, jovencito. Soy Marlene Hernández y me alegro de haber encontrado a tus hijas cuando no estabas. Pero, ¿puedo preguntarte por qué dejaste a tus hijas solas?".

Mesa llena de ricos platos de comida. | Foto: Unsplash

Mesa llena de ricos platos de comida. | Foto: Unsplash

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"De hecho, le había pedido a mi hermana que cuidara de ellas, pero supongo que Janet no apareció. ¡Incluso le pagué por eso! Dijo que me cobraría por cuidar a las niñas, pero ni siquiera está aquí. ¡Un segundo! ¡déjame llamarla".

Cuando Leo llamó a Janet, resultó que ella no había llegado intencionalmente porque estaba de viaje con sus amigos. "Oye, Leo, mira, lo siento, está bien", dijo por teléfono. "Estaba… solo necesitaba un descanso, y yo...".

"¿Está bien?". Leo arremetió. "¡Mis hijas estaban solas en casa, Janet! ¿Crees que es una broma? ¡No te atrevas a llamarme de nuevo, y sí, quiero que me devuelvas el dinero!", replicó y colgó.

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"Lo siento", lo consoló Marlene. "Pero ahora que estás de vuelta en casa, puedes estar con tus hijas. Y si necesitas ayuda la próxima vez, puedes llamarme. Vivo cerca del estanque. Me encantaba pasar tiempo con tus hijas y, sinceramente, ha sido un placer".

“Hace mucho tiempo que no me sentía tan feliz. Mi esposo falleció hace unos años y mi hijo casi no me visita".

"Bueno, entonces, Sra. Hernández, puede venir aquí cuando quiera. Nos encantaría tenerla aquí, y muchas gracias por lo que hizo por mis niñas. Nunca podría devolverle su amabilidad".

Marlene sonrió. "Puedes... puedes... ¿qué tal una cena en mi casa esta noche? ¿Tú, yo y las chicas?".

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"Oh, nos encantaría eso. ¡Gracias!".

"¡Hasta luego entonces!".

Marlene compartió su dirección con Leo antes de salir de su casa y, por la noche, les preparó una deliciosa cena. Cocinó un delicioso pescado al curry.

Retrato de un hombre con camisa blanca. | Foto: Pexels

Retrato de un hombre con camisa blanca. | Foto: Pexels

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A partir de ese día, Leo y sus hijas comenzaron a pasar tiempo con Marlene, asegurándose de que nunca se sintiera sola. Leo a veces pasaba por su casa temprano en la mañana con el desayuno, y a menudo disfrutaban juntos del té por la tarde, mientras las niñas jugaban junto al estanque.

Un día, Leo y sus chicas estaban en la casa de Marlene cuando llegó Manuel. Tenía la intención de sorprender a su mamá con su visita, pero fue él quien se sorprendió. O más bien, se sorprendió cuando encontró a Marlene tomando el té con Leo en el jardín. Sara y sus hermanas estaban jugando alrededor de ellos.

Todos se veían tan felices y dulces, como si fueran una familia, y Manuel se sintió como si fuera un extraño visitando su casa. Se bajó de su auto y se sorprendió al ver a su mamá tan feliz con extraños.

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"¿Manuel?", exclamó Marlene. Se quedó atónita al verlo. "¡Pensé que nunca serías capaz de hacer tiempo para mí! ¿Cómo es que estás..."

"¿Quiénes son, mamá?", susurró Manuel con tono enojado.

"Cálmate, Manuel. Cuando no estabas aquí, Leo y sus hijas se convirtieron en una familia para mí... Es una larga historia, pero eso no importa".

"¿Familia?". Manuel se burló de ella con una mueca en los labios. "¡Lo que sea! No me importa".

Leo tomó la iniciativa y se presentó, y Manuel le sonrió a regañadientes.

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Tenía envidia de que su madre estuviera tan contenta con otra persona y no estuviera emocionada de verlo después de todos estos años. Fue en ese momento que se dio cuenta de que cosas como la familia son mucho más importantes que el dinero.

Había dejado sola a Marlene y priorizado su trabajo todo este tiempo. Ahora estaba arrepentido de haberlo hecho.

Familia corriendo en una pradera. | Foto: Shutterstock

Familia corriendo en una pradera. | Foto: Shutterstock

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A partir de ese día, Manuel cambió para mejor. Agradeció sinceramente a Leo por permanecer al lado de su madre y se hizo muy amigo de él. También comenzó a pasar más tiempo con su mamá.

Seis meses después, cuando él y su novia decidieron casarse tras enterarse de que esperaban mellizas, la primera en enterarse de esta noticia fue Marlene.

Obviamente, estaba encantada cuando escuchó eso, no solo porque iba a convertirse en abuela, sino también porque ahora tenía cinco nietas encantadoras y dos hijos. (Leo y sus hijas, así como Manuel y su esposa, con las mellizas Georgina y Andrea, que nacieron nueve meses después”.

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

La amabilidad es como un boomerang; siempre regresa de alguna forma: Marlene ayudó a Sara y a sus hermanas cuando las vio solas junto al estanque y, a cambio, Dios le concedió su deseo, bendiciéndola con no uno, ni dos, sino cinco nietas.

La familia siempre debe ser prioridad: Manuel se dio cuenta de esto tarde, pero afortunadamente lo hizo y mejoró su relación con su madre.

Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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