Familia abandona a pobre niña en vieja casa hasta que se presenta un soldado y ella reconoce su cicatriz - Historia del día
Una niña de once años termina abandonada en la casa de su familia luego de que sus hermanos y sus padres la dejaran. Tuvo que forjarse una nueva vida.
Es difícil imaginar una vida más dura que la de Mayra Gómez. Fue la tercera hija de Lila y Daniel, quien llegó al mundo en medio de una tragedia familiar tan extrema que algunos pensarán que es ficción.
Lila y Daniel se habían casado cuando ella tenía solo catorce años y él estaba por encima de la tercera década de vida. Algo que lamentablemente es legal en muchos países. Sus padres habían estado ansiosos por entregarla y Daniel deseoso de casarse.
Casa en ruinas. | Foto: Unsplash
Nadie le preguntó a Lila qué quería. Era una boca menos que alimentar en una casa de once. Así que pasó a vivir su propio drama y agregó tres desafortunadas víctimas a la lista de Daniel: Beltrán, Dalia y Mayra.
La pareja vivía en una pequeña granja que Daniel había heredado de su padre, y que había sido traspasada por generaciones. Incluso más de las que él podía recordar.
No era una granja bien cuidada, con un granero rojo y vacas en el prado. La granja bordeaba humedales y nadie en la familia se había molestado en plantar una cosecha en cincuenta años.
Lo único que se movía en ese lugar eran los mosquitos. Lila y sus hijos vivían en condiciones lamentables. Daniel era un hombre pequeño y nervudo, con la cara roja y los puños furiosos, y le gustaba usarlos.
Al principio, Lila era su único objetivo, pero a medida que Beltrán y Dalia crecieron, también sufrieron su ira. Cuando Beltrán tenía seis años y Dalia cinco, nació Mayra.
Poco después de su nacimiento, se agregó otra fuente de preocupación a la vida de Lila. Comenzó a recibir visitas de trabajadores sociales que insistían en que sus hijos debían ir a la escuela.
Lila los recibía con un puchero hosco y un cigarrillo colgando entre los labios, sosteniendo a Mayra contra su pecho. "No tienen zapatos", le dijo Lila a la trabajadora social. "Así que no pueden caminar a la escuela".
La trabajadora social se horrorizó y lo anotó en su cuaderno. "La escuela más cercana está a más de 6 kilómetros de distancia", explicó. "Es imposible para niños tan pequeños".
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"Su papá no quiere que se vayan", dijo Lila, le dio la espalda y entró en la vieja casa en ruinas. La trabajadora social era una mujer terca por lo que decidió esperar a Daniel Gómez.
Mujer vestida de negro. | Foto: Pexels
Se sentó en el porche hasta el anochecer, y después de sufrir un estallido aterrador y fulminante de la furia de Daniel, se fue para nunca más regresar. Al año siguiente, el caso de los Gómez pasó a manos de alguien nuevo, pero todo lo que necesitó fue una visita.
Nadie, ni siquiera el comandante de la policía, volvió jamás por una segunda ración de la ira de Daniel. Curiosamente, la única persona a la que el amargado hombre nunca atacó fue a Mayra. Nunca la golpeó, ni siquiera le gritó.
De alguna manera, Mayra tocó una fibra sensible en el corazón de su padre, pero eso no le impidió presenciar la miseria que su madre y sus hermanos sufrieron en sus manos.
Cuando Mayra tenía seis años, Lila se fue. Simplemente, se fue con Daniel en un raro viaje al pueblo cercano y nunca regresó. Ella desapareció cuando entró en una tienda para comprar un hilo de pescar.
Daniel volvió en silencio, y cuando los dos niños mayores preguntaron por su madre, se aseguró de que nunca más preguntaran. Beltrán tenía doce años y Dalia once. Se tuvieron que hacer cargo de las tareas domésticas y de preparar las comidas.
Tres años más tarde, Dalia se escapó y Beltrán, de quince años, se llevó la peor parte de la ira de Daniel. "¡Eres un inútil como tu madre!", le gritó. Asustado, Beltrán se alejó de su padre y cayó.
Se golpeó la mejilla contra la vieja estufa de leña de hierro fundido. Mayra había entrado corriendo y se paró frente a su hermano. "¡Basta, papi!", dijo llorando. "¡Por favor, por favor!".
La vista de sus enormes ojos asustados de alguna manera detuvo a Daniel en seco. Le dio la espalda y salió, dejando a la niña para ayudar a su hermano.
Hombre con el puño cerrado. | Foto: Pexels
Dos años después, Mayra se despertó en medio de la noche y encontró a Beltrán sentado en su cama. "Mayra", susurró. "Me voy. Tengo que hacerlo, pero te prometo esto, volveré por ti, pase lo que pase, ¿de acuerdo?".
Mayra se incorporó y se mordió los labios temblorosos. "¿Lo prometes?", susurró.
"Te lo prometo", dijo su hermano mayor. “Y sabes que nunca rompo mis promesas”.
Mayra, de once años, se quedó sola con Daniel. Durante los siguientes seis meses reinó la paz en la casa ruinosa y destartalada. Daniel llevó a Mayra a pescar con él e incluso le enseñó a colocar trampas y cazar con su viejo rifle.
Entonces, un día, Daniel simplemente no volvió a casa. Mayra estaba aterrorizada. ¿Cómo iba a sobrevivir? Cuando se quedó sin comida, se fue a pescar y cazar.
Empezó a llevarle los conejos que atrapaba a su vecina más cercana, una anciana que a menudo le cambiaba azúcar, harina y aceite a Daniel por la carne fresca.
"¿Cómo está tu papá?", preguntaba la anciana.
"Está bien, señorita Rita", decía Mayra. "¡Él está muy ocupado!".
Retrato de una joven. | Foto: Unsplash
La mujer nunca cuestionó la ausencia de Daniel, y a veces le daba a Mayra un trozo de pastel. Una vez le dio una caja de libros viejos que habían sido de sus hijos.
Ese invierno, Mayra aprendió sola a leer. Sobrevivió. Cuando la trabajadora social visitó ese año, Mayra se escondió en el bosque en la parte trasera de la casa hasta que se fue.
A veces lloraba de soledad y pensaba en caminar hasta el pueblo e ir a ver a algún policía, pero luego recordaba la promesa de Beltrán.
Mayra se contaba a sí misma historias sobre el bosque y los animales. Cambió carne por papel y lápices a la Sra. Rita y luego comenzó a llenar sus hojas.
Empezó a usar los viejos vestidos de Dalia cuando los de ella ya no le quedaban, pero Beltrán aún no venía. Mayra tenía ahora dieciséis años y había estado sola durante cinco.
Una tarde, escuchó el sonido de un auto y de inmediato se escondió. Las únicas personas que llegaban eran los trabajadores sociales y el sheriff, y esas visitas nunca eran bien recibidas.
Observó cómo el auto se detenía y un hombre alto salía. Llevaba un uniforme. Caminó hasta la casa y llamó a la puerta.
Empujó la puerta para abrirla y entró. "¿Mayra?", escuchó llamar. Luego él salió y la luz del sol cayó sobre su rostro. Mayra vio la cicatriz en su mejilla izquierda y gritó. "¡Beltrán!".
Niña pescando. | Foto: Unsplash
"¡Estoy aquí, Mayra!", respondió su hermano mayor, quien abrazó a su hermana con fuerza. "Lo prometí, ¿no? ¡Regresé por ti!".
Beltrán cumplió su promesa y se llevó a Mayra. En los últimos cinco años, había estado buscando a Dalia y a Lila. Había encontrado a su hermana y ella era feliz y estaba casada, pero su madre había muerto.
Beltrán se había unido al ejército a los dieciocho años y ahora podía cuidar de Mayra. "Quiero que vayas a la escuela", dijo. "Quiero que aprendas a escribir y leer".
"Puedo leer y escribir", le dijo Mayra con orgullo y le dio uno de los cuadernos en los que había estado escribiendo. Beltrán comenzó a leer, y pronto, las lágrimas corrían por su rostro.
"¡Esto es hermoso, Mayra!", expresó con emoción.
Envió sus historias a un editor y él y Mayra quedaron asombrados cuando respondió. Quería publicar las historias de la joven y quería que ella escribiera más.
Mayra tomó su dolor, su soledad y su tristeza y escribió historias tiernas y desgarradoras sobre familias de animales que tenían todo lo que ella había anhelado: paz, amor y apoyo.
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Había una cosa que hacían los personajes animales de Mayra que pocas personas hacían: como Beltrán, siempre cumplían su palabra y siempre eran amables.
Niña llorando. | Foto: Pixabay
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Nunca te rindas, siempre hay esperanza: Mayra tenía mucho miedo, pero nunca dejó de creer que su hermano regresaría, y siempre hizo lo mejor que pudo.
- Cumple siempre tus promesas: Beltrán se escapó, pero cuando tuvo una vida estable, volvió por Mayra, tal como le había prometido.
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