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Adolescente le presta su abrigo a una anciana friolenta: al otro día, la chica halla un anillo y una nota en el bolsillo - Historia del día

Georgimar Coronil
31 ago 2022
13:40

Zoe, de 14 años, ayudó a una anciana en un día frío. Su acto de bondad le abrió inesperadamente las puertas a la autocuración.

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Cuando Zoe era pequeña, sus padres fingían pelearse por ella.

"¿Quién es tu favorito, mamá o papá?".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Getty Images

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La respuesta de Zoe nunca cambiaba. Se preparaba, sabiendo que su respuesta provocaría un ataque de cosquillas de sus padres. "¡La abuela!", gritaba y estallaba en una risa incontrolable.

Años más tarde, las peleas de almohadas entre su mamá y su papá se habían convertido poco a poco en un silencio amargo y un resentimiento reprimido.

Zoe estaba alejada de todo, aprendiendo a ser una joven fuerte pero amable con su abuela. Puede que Emilia solo tuviera una pequeña casa en una granja, pero para su nieta, que la visitaba todos los fines de semana, era el paraíso.

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Mientras otros abuelos leían cuentos a sus chicos, Emilia enseñaba a Zoe a alimentar el ganado y a limpiar los cobertizos. Zoe aprendió a regatear, a vender productos y a mejorar los beneficios en el mercado de los domingos. A los doce años, la chica podía llevar el puesto del mercado por sí sola.

Zoe pensaba que tenía lo mejor de ambos mundos. Vivía con sus padres en la ciudad durante la semana, y los fines de semana pasaba el tiempo con su abuela en el campo.

Hasta ese día en que ambos mundos se derrumbaron como fichas de dominó. Zoe aún recuerda cómo sus padres la sentaron en el mismo sofá en el que la familia se acurrucaba y veía películas juntos.

"Zoe, sé que esto será un gran shock para ti, querida. Pero tu padre y yo somos infelices desde hace tiempo y hemos decidido divorciarnos".

Con cada frase de su madre, el corazón de Zoe se hundía más. Mientras tanto, su padre permanecía callado y apenas establecía contacto visual con ella.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Getty Images

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Fue entonces cuando recibió aquella devastadora llamada telefónica. Zoe aún podía recordar cómo el rostro de su padre se puso pálido y se quedó con la mirada perdida en el suelo durante unos segundos antes de romper a llorar.

Su padre se había derrumbado en los brazos de su mujer y lloraba: "Era el tío Gerardo... ¡Mamá ha muerto!".

Emilia había fallecido. La persona favorita de Zoe, su maestra de fortaleza y bondad, su mejor amiga, había dado su último adiós.

'¡Todo mientras mis padres estaban demasiado ocupados tratando de separarse!', pensó Zoe.

El resto de esa fatídica semana fue un borrón para Zoe. El funeral, el último desayuno en familia con sus padres, todo le pareció insignificante.

Zoe estuvo distante y enfadada durante el resto del año. Expresó su dolor en todas las redacciones, dibujos y cartas de la escuela. Para ella, era un medio de alivio. Pero para sus profesores, la oscuridad de sus pensamientos era preocupante.

Solo en el último mes, Berta, la madre de Zoe, había sido llamada al colegio dos veces. Parecía que hoy sería la tercera vez.

Había pasado exactamente un año desde el día del fallecimiento de Emilia. Berta había preparado los almuerzos, había encendido una vela frente al retrato sonriente de Emilia en el salón y esperaba a Zoe en la puerta.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Getty Images

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"Quizá hoy me hable", pensó Berta al ver que Zoe se ponía la mochila, lista para salir de casa.

Madre e hija solían compartir un silencioso e incómodo viaje en auto hasta el colegio de Zoe cada mañana. Pero hoy, la chica tenía otros planes.

"Hoy tomaré el autobús para ir al colegio", murmuró en voz baja y caminó a paso ligero junto a su madre sin mirarla a los ojos.

Antes de que Berta pudiera decir nada, Zoe se había ido.

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No es que Zoe no quisiera a su madre, sino que necesitaba tiempo y espacio para pensar.

"Quizá hoy llore", esperaba Zoe.

Al llegar a la parada de autobús del barrio, el corazón le dio un vuelco. Era como si su abuela estuviera sentada en el banco, acurrucada y tratando de evitar que sus brazos y piernas temblaran por el brutal frío.

No pudo evitar acercarse a la anciana. "¿Está usted bien, señora?".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Getty Images

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"¿Eh? Sí, solo tengo... mucho, mucho frío". La mujer apenas podía hablar.

Zoe lanzó una mirada rencorosa a las personas que estaban en la parada del autobús. "¡Cómo podían ignorar a una anciana que estaba sufriendo ante sus ojos!”.

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Sin pensarlo dos veces, se quitó el abrigo y ayudó a la mujer a ponérselo. Por suerte, llevaba un suéter debajo que la mantenía caliente.

"¡Gracias, gracias, jovencita!".

"¿Tiene que ir a algún sitio?", preguntó Zoe, ayudando a la mujer a mantenerse en pie.

"¡Mi casa está en la calle Corrientes! Tonta de mí, perdí el autobús, y el próximo no llegará hasta la tarde. Solamente quiero ir a casa".

"La calle Corrientes está a pocas manzanas de aquí. Puedo acompañarla hasta allí si le parece bien".

"¿Harías eso por mí?", la mujer dio una mirada de sorpresa, entrecerrando los ojos para ver a la chica a través de su visión borrosa.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Getty Images

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"Claro, puedo acompañarla. Tengo clases, pero puedo escaparme un rato, de todos modos mis profesores probablemente citarán a mi madre a la escuela hoy".

"¡Pareces una estudiante encantadora!", dijo la anciana, haciendo que Zoe se riera.

Fue un lento paseo de 20 minutos hasta la casa de la mujer. "¡Qué vergüenza si te dejo ir sin una buena taza de chocolate caliente!", dijo la mujer.

Mientras tomaba la deliciosa bebida y comía galletas caseras, Zoe mantuvo una sincera conversación con la anciana, Diana. Un viejo dolor reprimido comenzó a salir de los rincones de su mente, y Zoe finalmente rompió a llorar en los brazos de su nueva confidente.

"¡Siento que Emilia y yo habríamos sido grandes amigas!", dijo Diana, mientras consolaba a Zoe.

La conmovedora tarde estaba llegando a su fin. Cuando Diana abrazó a Zoe para darle las gracias por última vez, esta permaneció abrazada durante varios segundos antes de soltarse.

Al día siguiente, Zoe se dirigió a su parada de autobús. Se subió la cremallera del abrigo y como de costumbre, se metió las manos en los dos bolsillos.

¿Qué es eso?", pensó al sentir una pequeña caja y un papel doblado en su bolsillo izquierdo.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Getty Images

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Era una pequeña caja de terciopelo con un brillante anillo de esmeralda en su interior. Zoe se detuvo sorprendida y abrió rápidamente la nota, queriendo dar sentido a cómo había llegado la caja hasta allí:

Zoe,

Gracias por mostrarme tu amabilidad. Tu abuela estaría orgullosa. Conozco tu dolor y también siento el alivio que has experimentado hoy.

Al igual que te he recordado a la abuela que perdiste, me has recordado a mi querida Susana, la hija que perdí. Este es su anillo, y quiero que lo tengas.

Vuelve pronto, te contaré todo sobre ella

Con cariño,

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Diana.

Zoe se quedó con la caja abierta y la carta en las manos, sin palabras. Se tomó unos segundos para ordenar sus pensamientos y supo lo que tenía que hacer.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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"Mamá, ¿puedes venir a buscarme a la parada de autobús?".

Una hora después, Zoe y Berta llamaban a la puerta de Diana.

"¡Zoe, no esperaba volver a verte hoy! Esta debe ser tu madre. Pasen".

Las tres mujeres se sentaron en la pequeña sala de estar, hablando por turnos de las mayores penas de sus vidas. Por primera vez, se sintieron escuchadas. Por primera vez, sintieron que las cosas iban a salir bien.

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Por primera vez, Zoe abrazó a Berta y se dejó llevar por el dolor.

"Me dijo que este hermoso anillo perteneció a su hija. Después de ella, solo puede pertenecer a usted", dijo Zoe, colocando de nuevo la caja de terciopelo en manos de Diana.

"La ayudé por la bondad que me enseñó mi abuela. Pero a cambio, usted me dio algo mejor. Me ha acercado a mi madre. No puedo pedir nada más".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Getty Images

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

El dolor nos une a todos: Todos experimentamos el dolor en algún momento. Atravesarlo juntos puede aliviar un poco el sufrimiento. Zoe se dio cuenta de ello y llamó a su madre para sanar juntas.

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Siempre que puedas, ayuda a los ancianos: Las personas mayores han luchado en la vida más que nadie. Ayudarles con actos de bondad puede hacer que sus últimos años sean mejores. Zoe hizo precisamente eso y fue bendecida con la oportunidad de volver a acercarse a su madre.

Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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