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Niño llora en un banco del parque | Foto:Shutterstock
Niño llora en un banco del parque | Foto:Shutterstock

Anciana viuda ayuda a indigente en el parque y se da cuenta de que es idéntico a su difunto esposo - Historia del día

Mayra Pérez
22 sept 2022
18:00

Una anciana, cuya vida había perdido sentido después de la muerte de su esposo, se encontró en una situación difícil cuando ayudó a un vagabundo en un parque. Él era la viva imagen del difunto.

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A Marla le encantaba cuando el clima era agradablemente frío. La brisa alborotaba suavemente sus cabellos plateados mientras sorbía su té caliente en el balcón, con la mirada fija en una familia que jugaba en el patio de la casa frente a la suya.

Los fines de semana, la mayoría de las familias hacían eso. Se reunían y pasaban tiempo juntos, y Marla se llenaba de nostalgia. Ella no había tenido hijos, y su amado esposo solo le había causado angustia en sus últimos días.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Marla había odiado a Eduardo en esos últimos días. Él estaba constantemente irritado y quejándose. La culpaba por no haber tenido hijos que los acompañaran en sus últimos años.

Las cosas habían escalado a tal punto que ella llegó a considerar divorciarse de él. Pero antes de eso, él murió de un ataque al corazón mientras dormía una noche.

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Se había quedado viuda y sola en su enorme casa. Marla se preguntaba si alguna vez había amado a Eduardo. No había podido derramar lágrimas cuando lo enterraron o cuando lo vio en su lecho de muerte.

No había sido un buen marido, ella lo sabía, pero tampoco fue el peor. Se habían casado jóvenes, con apenas 18 años, y se habían prometido estar juntos hasta la muerte. Habían cumplido con su promesa.

Y Marla estaba segura de que, aunque él no había sido el mejor esposo, nunca le había sido infiel. Le había gritado y discutido con ella, pero nunca la había engañado. Ella apreciaba eso. Estaba agradecida de haber tenido una pareja fiel toda su vida.

El té se había terminado y Marla estaba tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta. Lentamente se levantó de su asiento y entró, pero no sirvió una segunda taza como solía hacer.

Caminó hasta su dormitorio, agarró un libro y su bolso, y se dirigió a su lugar favorito, el parque. Desde la muerte de Eduardo, ella disfrutaba pasar tiempo en la naturaleza. Le reconciliaba con la vida, al menos por un rato.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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A veces, mirar a los niños jugando allí le recordaba sus propios días de infancia, y una sonrisa jugaba en sus labios cuando los veía hacer algo tonto. Pero ese día fue diferente.

Cuando Marla se sentó en un banco, vio algo que atrajo su atención. Era un niño, vestido con harapos, que intentaba robar un sándwich de la canasta de una familia que estaba de pícnic en el parque.

“¿Estás seguro de que eso es lo correcto, muchacho?”, le preguntó, tocándole el hombro por detrás. El niño se estremeció cuando se giró para mirarla.

“Por favor, por favor, no diga nada”, suplicó entre lágrimas. “No he comido en días. Mis padres tampoco han comido. ¡Necesito ese sándwich!”.

La delgadez de su cuerpo y las bolsas oscuras debajo de sus ojos sugerían que no estaba mintiendo. El corazón de Marla se compadeció de él y sacó un billete de $100 de su bolso.

“Trabaja duro si no quieres pasar hambre. Robar nunca está bien”, dijo, y el niño asintió agradecido, aceptando el dinero.

“Gracias”, dijo. “No lo olvidaré. ¿Viene aquí a menudo?”.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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“Sí”, respondió ella. “Disfruta de una buena comida esta noche. Espero que no te pille robando de nuevo”.

“No volverá a pasar”, dijo y desapareció.

Marla volvió a su lectura, pero no podía concentrarse. Se sentía mal por el pobre niño, así que decidió encontrarlo y ayudar a su familia llevándolos a un restaurante cercano. Finalmente, vio al chico cerca de un banco.

“¡Oh, ahí estás!”, dijo. “¿Dónde están tus padres?”, preguntó. “Pensé que podría invitarlos a todos a comer”.

“¿En serio? ¡Gracias! Los llamaré…”. El niño salió corriendo a llamar a sus padres mientras Marla esperaba en el banco.

Poco después, un hombre alto y una mujer menuda se le acercaron y se pararon detrás del niño. Los ojos de Marla quedaron muy abiertos por la incredulidad cuando vio al hombre. “Tú… ¡Te pareces a mi difunto esposo!”, exclamó, y la sonrisa del hombre se desvaneció.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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“Es raro que piense eso. La gente no quiere tener nada que ver con un vagabundo como yo, y no suelen mirar más allá de la ropa sucia y rota”.

“Pero, ¿cómo no notarlo?”, añadió Marla, alarmada. “¡El parecido es extraordinario! ¿Cómo podría ser esto posible?”.

Sacó su teléfono de su bolso y le mostró la foto de su esposo al vagabundo. El hombre se quedó sin palabras.

“Él… sí que nos parecemos”, logró decir finalmente. “¿Podrían ser familia? Cuéntame algo de ti”, preguntó Marla.

“Mi madre me abandonó cuando era un bebé”, explicó el vagabundo. “Y crecí en un albergue. Las cosas no me han salido del todo bien, así que terminé viviendo en la calle con mi familia”.

“No tengo la menor idea de quién fue mi padre. Tampoco quiero saber nada de él. Dejó embarazada a mi madre y la abandonó. Es todo lo que llegué a saber”.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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“Pero a mí sí me gustaría saber”, dijo la anciana entre lágrimas. “¡Quiero saber si eres familia de mi esposo! ¿Aceptarías una prueba de ADN? Sé que todo esto suena loco, pero no sé... Por cierto, mi nombre es Marla. ¿Te suena familiar?”.

“Lo siento, señora”, dijo el vagabundo. “No sé nada de mi infancia, excepto que me abandonaron, y no, su nombre no me es conocido. Pero nos ayudó, así que no puedo decirle que no. Cuando quiera hacemos la prueba. Soy Patricio”.

Marla llevó a la familia de Patricio a casa y les ofreció comida y refugio. Su corazón se estremeció ante la idea de hacerle la prueba, aunque ella lo había sugerido. Pero necesitaba saber la verdad.

Al día siguiente, Marla envió las muestras para una prueba de ADN de ascendencia a un laboratorio en particular. Ella sabía que su esposo había enviado su muestra a esa empresa. Dijo que estaba interesado en encontrar a sus familiares.

Ahora se preguntaba si él había estado tratando de encontrar a Patricio. Una semana después, llegaron los resultados, y las manos de Marla no dejaban de temblar.

Se hundió en el sofá y parecía tan aterrorizada que Patricio se sintió preocupado por ella. Tomó la carta de sus manos y así supo que era el hijo biológico de Eduardo.

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Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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“Señora Sierra, lo siento”, dijo, tomando sus manos. “Nunca deberíamos habernos conocido. Lo siento mucho…”.

Marla negó con la cabeza y se secó las lágrimas. “No es tu culpa, Patricio”, dijo. “¿Cómo podría culparte? Es mi esposo quien actuó mal. Debería haberme dicho, al menos”.

“Sigo pensando que deberíamos irnos”, dijo Patricio. “Usted fue muy amable al ayudarnos. Estaremos eternamente agradecidos por eso”.

“¡NO!”, dijo Marla, poniéndose de pie de un salto. “No se vayan. De pronto, te convertiste en la familia que nunca tuve. Sé que nuestra conexión se basa en el engaño de un hombre, pero ahora eres MI familia, y yo no abandono a mi familia. Quiero que ustedes se queden conmigo…”.

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Marla estaba herida, pero no le veía sentido a alimentar rencores contra alguien que ya había muerto. Era una pérdida de tiempo y de energía reflexionar sobre el pasado.

Patricio y su familia decidieron aceptar la propuesta de Marla y mudarse con ella. Ahora su casa vacía bullía de vida, y nunca más sintió nostalgia por la familia que nunca tuvo. Por un giro del destino, había logrado encontrar una.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

Un mundo construido sobre mentiras se derrumba tarde o temprano. Eduardo se llevó su secreto a la tumba y nunca podría haber anticipado que saldría a la luz. Pero así fue.

Una familia no siempre surge de una conexión biológica. Patricio no tenía lazos de sangre con Marla, pero se convirtió en la familia que ella siempre había querido, para la felicidad de todos.

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