Abuelo viudo finalmente se encuentra con sus nietos tras años separados y se siente como de 20 divirtiéndose con ellos - Historia del día
Un anciano logró que su hija y sus nietos malcriados lo visitaran en el campo después de no haberlos visto durante siete años. ¿Tendrán suficiente tiempo para disfrutar el uno del otro?
Carlos extrañaba a su hija y a sus nietos. La última vez que había visto a su familia había sido en el funeral de su esposa, varios años atrás. No tenía otra familia.
Diana se había mudado tras terminar la universidad y se había convertido en la directora ejecutiva de una empresa extremadamente exitosa. Nunca le había gustado la finca, y nunca había querido llevar a los niños al campo de vacaciones.
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Mientras su madre vivía, Diana se esforzaba por visitarla en el lugar al menos una vez al año. Después de su muerte, se alejó. Llamaba por teléfono a su padre todas las semanas o hacía videollamadas, pero Carlos sentía que no era lo mismo.
Él quería verla a ella y a sus nietos. Ya tenía más de ochenta años y sentía que no le quedaba mucho más de vida. El médico le había dicho que gozaba de buena salud para un hombre de su edad, pero Carlos estaba cansado.
Un día llamó a Diana y la invitó a que lo visitara en la finca. “Trae a los niños, cariño”, dijo. “Los extraño a ellos y a ti”.
“Estoy muy ocupada, papá”, dijo ella. “Además, llevaré a los niños al Caribe en el verano, ¡pero prometo que iremos pronto!”.
Pasaron dos años desde esa conversación, y no había habido ninguna visita. Carlos ya tenía siete años que no veía a su hija y a sus nietos, y decidió actuar. Llamó a Diana por Zoom y le dijo que no se sentía bien.
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“No lo sé, cariño”, dijo con voz trémula. “Me caí anoche cuando me levanté para ir al baño. Me mareo todo el tiempo”.
“¿Qué dice el doctor?”, preguntó Diana.
“No he hablado con él”, dijo el anciano. “Es un viejo alarmista”.
“Papá”, dijo Diana. “Ve al médico ahora mismo”.
“¡No!”, dijo él. Luego comenzó a toser violentamente. Dos días después, Diana y los dos niños viajaron a la finca.
“Papá”, gritó ella, echándole los brazos al cuello. “Me preocupaste. ¿Estás bien?”.
“Sí”, dijo Carlos sonriendo. “Fui a ver al médico ayer y me dio un jarabe para la tos. Estoy bien. ¿Dónde están mis nietos?”.
Los niños estaban parados junto al auto alquilado con aspecto aburrido y no lucían entusiasmados por verlo.
“¡Mis muchachos!”, gritó Carlos, y abrió los brazos como solía hacer cuando eran pequeños. Pero no corrieron a abrazarlo.
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Kevin, de 14 años, lo miró y dijo: “¿En serio, abuelo? ¡Ya no tengo cinco años!”.
Jacobo, de 12 años, dijo riendo. “Exacto”.
“Saluden a su abuelo, chicos”, dijo Diana, pero los dos jovencitos la ignoraron. Sacaron sus maletas del maletero y se dirigieron a la casa.
“Será mejor que tengas Wi-Fi”, dijo el mayor. “¡O nos vamos de aquí!”.
Carlos miró a Diana y le guiñó un ojo. “Me temo que no hay internet en la casa”, dijo. “¡Ni siquiera tengo una computadora!”.
“¿Es en serio?”, preguntó Kevin enojado. “¿Qué vamos a hacer por diez días atrapados aquí?”.
“Pueden ayudarme con la finca”, dijo el anciano. “Me estoy haciendo viejo, ¿saben? Necesito que alguien me ayude a conducir el tractor”.
“¿Podemos ayudarte con el tractor?”, preguntó Jacobo con entusiasmo. “¿De verdad?”.
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Su hermano le dio un empujón. “¡Si alguien va a ayudar al abuelo a conducir el tractor, soy yo!”, gritó. “¡Soy el mayor de los dos!”.
Al día siguiente, ambos chicos estaban en los campos al amanecer con Carlos, aprendiendo a conducir el tractor. Después de eso fueron con él a alimentar a las aves de corral. Con las gallinas no había problemas, pero ambos niños estaban aterrorizados por los gansos.
“¡Tienen que endurecerse, muchachos!”, dijo Carlos. “¡Ustedes, los chicos citadinos, no pueden temerle a un ganso!”, dijo riendo, casi cayendo del tractor. Después de un rato, los chicos también se rieron.
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Poco después, los jovencitos bajaron al arroyo a pescar con su abuelo y se sumergieron en el agua para nadar, como si hubieran vivido en la finca toda su vida.
“¡Nunca los había visto tan felices!”, exclamó Diana. “¡Apenas reconozco a mis propios hijos!”. Diana observaba cómo Kevin y Jacobo aprendían a conducir el tractor con Carlos, ayudaban a ordeñar las vacas, se reían y jugaban entre ellos.
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“Les hace bien alejarse de sus teléfonos y sus computadoras de vez en cuando”, dijo Carlos. “Que sean niños, jueguen y hagan algunas tonterías. ¡Ayudarlos a convertirse en hombres!”.
“Gracias, papá”, dijo Diana, y besó a Carlos en la mejilla. “¡Te amo!”.
“Yo también te amo, cariño”, dijo el anciano. “Me gustaría que vinieras a visitarme más a menudo”.
“Es solo que…”, Diana suspiró y se le llenaron los ojos de lágrimas. “Es difícil estar aquí sin mamá, ¿sabes?”.
“Lo sé”, dijo Carlos. “Estoy muy agradecido de que hayas venido... ¡Esos chicos me hacen sentir como si tuviera 20 años otra vez!”, dijo Carlos.
“Aunque me engañaste haciéndome creer que estabas al borde de la muerte”, se rio ella. “¡Eres un viejo bribón!”.
Dos días después, Diana y los niños regresaron a la ciudad. “Me gustó estar aquí”, dijo Kevin. “¿Cuándo podemos volver?”.
“¿Qué tal para Navidad?”, preguntó la madre.
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Pero no iba a ser. Dos meses después de su visita, el médico de Carlos llamó a Diana y le dijo que su padre había fallecido mientras dormía.
Diana comenzó a llorar. “Ay, papá”, susurró. “¡Perdí mucho tiempo lejos de ti! Si tan solo hubiera sabido”.
“¿Mamá?”, preguntó Kevin, preocupado. “¿Qué está pasando?”.
“Tenemos que volver al pueblo”, dijo Diana.
“¿Para ver al abuelo?”, interrumpió Jacobo emocionado.
“Ay mis hijos”, sollozó Diana. “¡El abuelo ha fallecido!”.
Los dos niños comenzaron a llorar y abrazaron a su mamá. “No puedo creer que nunca lo volveremos a ver, o jugar con él de nuevo”, susurró Jacobo. “Ojalá hubiéramos compartido más tiempo con él”.
“Lo voy a extrañar por el resto de mi vida”, dijo Kevin con tristeza. Carlos sería recordado con mucho amor por sus nietos y viviría en sus corazones.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- No pierdas la oportunidad de pasar tiempo con tus seres queridos. La vida es corta y es posible que no tengas otra oportunidad: Diana, Kevin y Jacobo se dieron cuenta de que compartir con Carlos los hacía muy felices. Cuando el anciano falleció, se arrepintieron de no haber pasado más tiempo con él.
- Hay más en la vida que teléfonos celulares y dispositivos electrónicos: ¡aprende a divertirte! Kevin y Jacobo aprendieron que pescar y jugar en la finca eran tan emocionantes como cualquier videojuego.
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