Niño le da un gatito a una viuda para que no se sienta sola: su mamá recibe una lluvia de regalos al día siguiente - Historia del día
El corazón de un niño se compadece de una viuda solitaria, y le da su gatito para consolarla. Al día siguiente, un camión se detiene frente a su casa y su madre recibe una lluvia de regalos por su buena acción.
Aterradora, bruja, solitaria y loca. Estos eran solo algunos de los muchos términos utilizados por los vecinos de la señora Andrea para describirla.
La viuda de 89 años siempre vestía de negro y apenas salía de su casa. Los niños temían acercarse a ella, y los mayores solo habían escuchado rumores sobre cómo había matado a su esposo o hacía magia negra.
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Pero había un pequeño ser en el vecindario que se preocupaba por la señora Andrea. El pequeño Tomás solía sentarse en su balcón y miraba la casa de la anciana con binoculares.
“¡Todos son unos mentirosos! Se ve muy mayor y bastante triste. ¡Pero no creo que dé miedo!”. Así pensaba el niño sobre la viuda.
Su madre, Laura, era madre soltera y tenía tres trabajos para mantener el hogar. El dinero escaseaba, pero el corazón de Tomás estaba lleno de amor y bondad.
Tenía solo 6 años, pero su pequeño cerebro era tan analítico como el de Sherlock Holmes. Después de seguir a la señora Andrea durante una semana, sabía todo sobre su itinerario.
Él había visto como ella pasaba el rato mirando a través de las cortinas de la sala y cómo disfrutaba comiendo naranjas en su balcón. Parecía necesitar un amigo para recuperar la alegría.
Tomás quería ser su amigo, pero estaba seguro de que su mamá se enojaría. Un día, se le ocurrió la solución perfecta para consolar el corazón roto de la señora Andrea.
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Iba de camino a casa desde la escuela cuando vio una pequeña gatita en el camino. Parecía enferma y débil, así que la llevó a casa. La limpió suavemente con una toallita, le ofreció leche tibia y le construyó una pequeña cama con una caja de zapatos.
“¿Cómo debería llamarte?”, se preguntó, mirando el dulce rostro de la gatita.
Tomás pensó en el nombre durante mucho tiempo y decidió llamarla Pelusa. “¡Pelusa! ¡Sí! ¡Ese es el mejor nombre!”.
Cuando su mamá llegó a casa ese día, Tomás no le contó nada sobre la gatita. La escondió en su cuarto debajo de la cama porque si Laura se enteraba de que la tenía allí, se enfadaría.
Al día siguiente, cuando Laura fue de compras al supermercado, Tomás encontró la oportunidad perfecta. Le dijo a su niñera que iba a salir a jugar, pero en lugar de eso, metió a Pelusa en la caja de zapatos y se fue con ella hasta la casa de la señora Andrea.
La anciana, que caminaba con un bastón, se tomó su tiempo para abrir la puerta. “¿Quién eres? ¡¿Por qué tocaste el timbre tantas veces?!”, preguntó, apenas abrió la puerta.
Tomás sonrió y la señora Andrea notó que le faltaba uno de sus dientes frontales. De repente se echó a reír.
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“¡Sabía que no daba miedo!”, dijo Tomás. “Se ve bonita cuando sonríe, como mi abuela. Se ha ido, ¡pero sé que me sonríe todos los días desde el cielo!”.
“Por supuesto que no doy miedo. Dime algo, ¿cómo te llamas? Verás, no siempre recibo visitas”, le dijo la señora Andrea, sonriendo sinceramente.
“¡Soy Tomás!”, dijo con orgullo y le tendió la caja de zapatos con la gata adentro. “Esto es para usted. Es mi mascota, Pelusa. Sé que usted se siente sola después de que su esposo se murió y creo que esta gatita le hará compañía”.
La sonrisa de la señora Andrea se desvaneció de repente y se agarró el pecho. “¿Viniste hasta aquí para regalarme una gatita?”, preguntó ella, con voz entrecortada.
Tomás asintió. “¡Por favor, no le diga a mami! ¡Se enojará conmigo!”.
“Muchas gracias, Tomás”, dijo la señora, conmovida. “Todos me temen y me llaman cosas terribles. Nadie se molestó en preguntarme cómo estaba después de la muerte de mi esposo. El hecho de que te preocuparas por mí conmueve mi corazón. ¿Puedo darte un abrazo?”.
Tomás se adelantó para abrazar la cintura de la señora Andrea y la anciana lo abrazó suavemente. “Estará bien. Estaba muy triste cuando murió mi abuela. Pero ahora estoy bien”, le dijo el niño.
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La señora Andrea se sintió conmovida por lo que Tomás hizo por ella. Lo invitó a merendar galletas y chocolate caliente, y el niño compartió todas sus preocupaciones con ella.
Le contó que su madre tenía tres trabajos y que no tenían suficiente dinero para sus útiles escolares y matrícula escolar, por lo que aún no iba al colegio.
Al día siguiente era domingo y Tomás estaba jugando en el patio delantero cuando un camión se detuvo frente a su casa. Dos hombres bajaron varias cajas envueltas en papel de colores y las apilaron en el porche delantero.
“¿Quién son ustedes? ¿Por qué nos trajeron tantas cajas?”, preguntó Tomás mientras corría hacia los hombres.
“Son para tu madre, niño”, respondió uno de los hombres. “¡Que tengas un buen día!”. Luego se marcharon.
Tomás corrió llamando a su madre. “¡Mamá! ¡Mamá! ¡Alguien nos envió regalos!”.
“¿Qué? ¿Quién enviaría esto?”. Laura estaba sorprendida. Entonces su atención se centró en una nota encima de una de las cajas.
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“Tu hijo tiene un corazón de oro. Por favor, no te enojes con él. Él me ayudó y yo quería hacer algo por él. Por favor, acepta esto con gratitud.
Con amor,
Tu vecina,
Andrea”.
“Cariño, ¿conociste a la señora Andrea? ¡Ella fue la que nos envió esto!”, preguntó su madre.
Temblando de miedo, Tomás le contó todo, incluso cómo había encontrado a la gatita. “Lo siento, mami. ¡No lo volveré a hacer!”
Pero Laura no estaba enojada. Estaba orgullosa de su pequeño hijo. “¡Hiciste algo muy hermoso, Tomás! No estoy enojada contigo. Yo también quería acercarme a la señora Andrea también, pero me daba algo miedo. ¡Eres un niño muy valiente!”.
Tomás y Laura abrieron las cajas y encontraron ropa nueva para el niño, una mochila, libros, papelería y mucho más que lo ayudaría en la escuela. Era la manera de la señora Andrea de darle las gracias al pequeño por su generosidad, y a Laura por su buena labor criándolo.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Siempre que puedas, ayuda a tu prójimo: Tomás quería alegrar un poco los días de una anciana solitaria, y le llevó una pequeña y adorable gatita para que le hiciera compañía. La señora Andrea lo recompensó regalándole lo necesario para comenzar en la escuela.
- Los rumores de vecindario no siempre tienen bases reales: Los vecinos decían muchas cosas desagradables sobre la señora Andrea, y la valentía de un pequeño niño dejó en evidencia que eran mentiras y que la anciana era amable y generosa.
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