Hombre arropa a perro friolento con una manta: el can regresa luego con su dueño y la manta entre los dientes - Historia del día
Después de un duro día de trabajo, Arnaldo volvió a casa y se encontró con un perro que se estaba congelando por el frío. No podía dejar que el can entrara a casa por las alergias de su mujer, así que lo cubrió con una manta. Pero al día siguiente, oyó fuertes ladridos, salió al exterior y se llevó una gran sorpresa.
Era una noche fría y Arnaldo volvía a casa tras su largo turno como conductor de taxi. Estaba deseando tomarse un chocolate caliente con sus tres hijos y acurrucarse en la cama con su esposa.
Los faros iluminaron la entrada de su vivienda cuando se estacionó, pero también revelaron algo extraño. Había una figura diminuta sentada en la hierba a la derecha del porche, así que salió del auto para comprobar que era.
Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels
Finalmente, se dio cuenta de que se trataba de un perro. Era un lindo amiguito que temblaba de frío. Cuando Arnaldo se acercó, el perro movió la cola y se aproximó a él, acurrucándose contra el calor corporal de Arnaldo. "Hola, amigo. ¿Qué haces aquí?", le preguntó al animalito, sin esperar respuesta.
Acarició al can durante un rato hasta que salió su esposa, Miriam. "Cariño, ¿por qué sigues afuera? La cena está lista", dijo ella desde el porche, abrazándose a sí misma para entrar en calor.
"Hay un perro aquí. Hace mucho frío, Miriam. ¿Puedo llevarlo adentro?", respondió Arnaldo, esperando que su mujer dijera que sí, pero era poco probable.
"Oh, querido. ¿No tiene una placa de identificación?", preguntó Miriam, sin moverse de su sitio. La mujer era terriblemente alérgica a los perros y sacudió la cabeza ante la idea de que el animal entrara en su hogar.
"Tiene un collar, pero no hay placa. Eso es muy irresponsable", dijo. El perrito seguía súper cerca de Arnaldo y no tenía ni idea de qué hacer.
"Cariño, puedo tomar una medicina para la alergia. No tengo corazón para dejarlo aquí fuera", sugirió Miriam. Su esposa tenía un corazón enorme, pero Arnaldo sabía que sus alergias serían un desastre durante varios días si llevaba al perro adentro.
"No, cariño, pero hay algo que podemos hacer", le aseguró. "Espera aquí, amiguito".
Sorprendentemente, el perro se quedó donde le ordenó, dándole a Arnaldo la impresión de que tenía un dueño que lo había entrenado bastante bien. Era raro que no se les ocurriera ponerle una placa, pensó Arnaldo.
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Entró en la casa y Miriam le siguió de cerca. El hombre no se atrevió a hablarles a sus hijos del cachorro, ya que exigirían llevarlo dentro y quedárselo para siempre, y su mujer cedería. Se apresuró a tomar una caja vieja y una manta.
Volvió a salir, colocó la caja en el porche y llamó al perro. "Aquí, amigo. Ven aquí".
El perro, una vez más, siguió su orden y se metió en la caja inmediatamente y Arnaldo hizo lo posible por envolverlo con la manta. Miriam trajo un plato de comida y agua para colocarlo junto a su improvisada cama.
"Gracias, querida", le dijo. "Mañana lo llevaremos al veterinario".
"Es una buena idea", le dijo ella. "Ahora, entra y come. Espero que no haga más frío esta noche".
"Yo también lo espero", dijo Arnaldo, mirando hacia la noche oscura y esperando que el perro estuviera bien en su porche. "Buenas noches, amigo. Mañana encontraremos a tu dueño".
A Arnaldo se le rompió el corazón al cerrar la puerta de su casa, pero se dijo que no podía hacer nada más por ahora. No tenían un garaje, que habría sido perfecto para albergar al perro, así que esto tendría que servir. Si el dueño no aparecía al día siguiente, pensaría en otra solución.
En la mañana Arnaldo se despertó para ver cómo estaba el perro y descubrió que había desaparecido, junto con la manta. Revisó la cámara de seguridad y vio que alguien había tomado al perro y se lo había llevado. Le pareció ver al hombre besando a la mascota, por lo que supuso que era el dueño.
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Se lo contó a Miriam y ella también se sintió aliviada. "Sinceramente, me costó mucho dormir pensando en esa pobre criatura congelándose fuera. Odio mis estúpidas alergias", se lamentó ella, y Arnaldo le dio un beso para disipar sus preocupaciones, asegurándole que el perro ya estaba bien con su dueño.
Desayunaron y se prepararon para llevar a sus hijos a pasar el día en el lago, una salida divertida y barata que les venía bien a todos, ya que la familia no tenía mucho dinero. De repente, oyeron ladridos procedentes del porche de su casa.
"¿Es un perro?", preguntó uno de sus hijos, levantando las cejas con curiosidad.
Arnaldo frunció el ceño y abrió la puerta, solo para descubrir al can de la noche anterior llevando la manta entre los dientes. Para sorpresa de Arnaldo, el animalito dejó caer la manta a sus pies y volvió a ladrar, moviendo la cola. Sacaba la lengua como si sonriera para darle las gracias.
Arnaldo levantó los ojos con sorpresa y vio al hombre que aparecía en su cámara de seguridad. Llevaba la correa del perro en una mano y una caja de regalo en la otra. Se acercó a Arnaldo con la otra mano extendida y se presentó.
"Hola, amigo. Soy Marcos. Mi perro se escapó de nuestra casa anoche y me pasé horas buscándolo. Muchas gracias por cubrirlo con una manta y darle comida. Esta mañana, me ha traído aquí con la manta en la boca. Es como si quisiera devolvérsela", afirmó riendo. "Vivo a cuatro manzanas y estoy completamente sorprendido. Rocky es un pequeño bribón, pero es muy inteligente. Toma esta caja de regalo, por favor, ¡hay algunos dulces y frutas para tus hijos dentro!".
Arnaldo asintió con una sonrisa de desconcierto. Se presentó y explicó lo sucedido la noche anterior. "Iba a llevarlo al veterinario para comprobar su chip, pero me alegro de que lo hayas encontrado".
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"Sí, encontré su placa en mi jardín. Se le debió caer cuando se escapó", contestó Marcos, arreglándose el pelo con una mano. "De todos modos, ¿cómo puedo pagarte por cuidar de Rocky?".
Arnaldo levantó las manos y negó con la cabeza. "Oh, no. Ojalá hubiéramos podido hacer más".
De repente, salió toda la familia y Arnaldo les habló de Marcos y de su perro, Rocky. Marcos levantó las cejas y sonrió a la familia.
"¿Van a algún sitio?", preguntó.
"Vamos a pasar el día en el lago", respondió Miriam con una ligera sonrisa.
"¿Sabes qué?", empezó Marcos, metiendo la mano en el bolsillo trasero y sacando un sobre. "Mi empresa recibe entradas para el parque de atracciones local todo el tiempo. Por favor, tómenlas".
"No podríamos", trató de rechazar Arnaldo, pero sus hijos se animaron. Ahora mismo no podían permitirse esas entradas, así que sería un regalo para ellos. Marcos seguía sosteniendo el sobre en alto, así que finalmente asintió vacilante. "De acuerdo. Gracias".
"¡Disfrútalas!", dijo Marcos. Tiró de la correa de Rocky y se despidió con la mano antes de marcharse.
Los planes de Arnaldo para el día cambiaron. Todos fueron al parque de atracciones y se lo pasaron de maravilla, cosa que no habría ocurrido si no hubiera ayudado a ese pobre perro la noche anterior.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Cualquier gesto amable que hagas te será devuelto con creces: Arnaldo ayudó a mantener caliente al perro, aunque quería hacer más. Pero al día siguiente recibió un enorme regalo de su agradecido dueño.
- Incluso los animales recuerdan a las personas que les han ayudado: Rocky recordaba exactamente quién le había dado la manta y quería devolvérsela a Arnaldo. También permitió a su dueño dar las gracias a Arnaldo por haber ayudado a su perro.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.