Hombre invita a vecina anciana y solitaria a su casa para cenar: al día siguiente, un coche de policía se detiene frente a su casa - Historia del día
Santiago invitó a su mejor amiga de 83 años, la señora Dalma, a una cena a la luz de las velas en su cumpleaños número 30. Se despertó con una fuerte sirena de policía a la mañana siguiente y encontró a todos sus vecinos llorando en la puerta de su casa.
Cualquiera que viera juntos a Santiago, de 29 años, y a la señora Dalma, de 83, sentía que estaban en mundos diferentes. Lo crean o no, él y la anciana eran mejores amigos.
Su amistad comenzó seis meses atrás cuando el joven vendió la casa de su difunto padre y se mudó a un barrio tranquilo de la ciudad. Fue aquí donde conoció a la señora Dalma.
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Ella vivía al lado y nunca hablaba mucho con nadie. Al igual que los demás, Santiago pensaba que la mujer se irritaba con facilidad.
Al principio, intercambiaban frases cortas como “buenos días” y “¿cómo le va?”. Pero un día, el hombre y la anciana tuvieron una conversación.
Al principio él no entendía lo que ella decía porque tenía asma. Cuando finalmente pudo entenderla, instantáneamente se cayeron bien.
“Joven, mi esposo y yo nos estamos quedando sin compañía. ¿Te importaría entrar a tomar una bebida?”, le dijo la señora Dalma a Santiago mientras tosía.
Él estaba sorprendido. Pensaba que no debería aceptar tan fácilmente, pero tampoco podía negarse. Después de todo, la señora tenía una sonrisa muy dulce y prístina que derretiría el corazón de cualquiera.
Santiago la siguió hasta su casa y miró a su alrededor. Estaba un poco aturdido. Ella le había dicho que su esposo también estaba adentro, pero no vio a nadie más en su sala de estar.
Él le preguntó: “¿Dónde está el señor Dalma? ¿Está dentro?”.
La anciana sonrió y señaló una fotografía vieja en el estante. “¡Ah, ahí está! A mi esposo le encantaba el té de jengibre en las tardes lluviosas. Era su favorito. ¡Extraño a ese viejo tonto!”.
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“Todas las noches me siento a tomar una bebida frente a su foto y finjo que está conmigo, haciéndome cumplidos por mi té y croissants”.
Las lágrimas llenaron los ojos del joven cuando supo que el señor Dalma había fallecido recientemente. La viuda tenía un hijo que estaba demasiado ocupado para visitarla. Santiago nunca lo había visto por ahí.
Los días pasaron y el joven y la señora Dalma forjaron una amistad única que dejó a todos asombrados. La mujer le ofreció a Santiago un hombro en el que pudiera llorar por varias cosas, incluida la reciente ruptura con su novia.
“Señora Dalma, ¿por qué algunas mujeres abandonan a su hombre? ¿Por qué no están satisfechas con nada? ¿Es tan difícil complacer a una mujer? Amaba a Rebeca con todo mi corazón y mi alma, pero ella me dejó”, dijo el joven mientras lloraba.
La anciana asintió suavemente y sonrió. “Hijo, no es difícil complacer a una mujer. Pero no puedes esperar que la otra persona te ame de la misma manera que tú la amas. A veces, tienes que aceptar y dejar ir”.
Pero esa no había sido la única vez que Santiago había recurrido a la señora Dalma en busca de su sabiduría y motivación. Un día, él llegó a la puerta de su casa con sus muletas después de un accidente laboral.
La anciana se sintió terrible cuando vio a Santiago cojeando. No podía soportar verlo sufriendo.
“¡Dios mío! ¿Qué te pasó?”, preguntó ella alarmada. Resultó que a Santiago se le había caído una caja pesada en el pie. Debido a esto sufrió varias fracturas y tenía que usar muletas para sostenerse.
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El joven no podía ir a trabajar, por lo que le habían dado una licencia durante varios días. Estaba solo en casa y esperaba con impaciencia reunirse con la señora Dalma.
Ella visitaba diariamente la iglesia. No es que Santiago no tuviera fe, pero quería utilizar su permiso pagado por enfermedad para descansar y recuperarse.
Él seguía levantando la cortina para ver si su vecina había llegado a casa. Su vivienda estaba a solo unos metros de la ventana de su dormitorio, lo que la hacía fácilmente visible.
“¿Por qué la señora Dalma no ha vuelto a casa todavía?”, se quejó y decidió que la llamaría a su teléfono. “¡Ah! Olvidé que no tiene celular”. Santiago había llamado al teléfono fijo de la anciana.
Un rato después se asomó nuevamente por la ventana y vio que la casa de la señora Dalma estaba abierta. Santiago quería sorprenderla con una cena porque era su cumpleaños número 30.
Quería dedicarle la comida a ella, así que no invitó a ninguno de sus amigos a tomar una copa ni a una fiesta.
“¡Estoy seguro de que a la señora Dalma le encantará el pavo que preparé!”, pensó mientras miraba su mesa llena de deliciosas comidas y postres.
Santiago felizmente salió cojeando de su casa para invitar a su querida vecina a cenar, pero no se imaginaba que esta sería su última comida juntos.
“Señora Dalma... ¡Dios mío! La esperé todo el día. Venga conmigo, le tengo una sorpresa”, le dijo Santiago, y la llevó a su comedor.
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“Oh, vaya, eso huele muy bien. ¿Cuál es la ocasión especial, hijo?”, preguntó ella.
“¡Es mi cumpleaños, señora Dalma!”.
La anciana se quedó atónita y no pudo contener las lágrimas. Abrazó a Santiago y lo besó en la frente, deseándole toda la suerte y prosperidad a lo largo de su vida.
El joven sirvió a su anciana amiga los mejores platos que había preparado. Era la cena a la luz de las velas más memorable que habían tenido.
“Esto sabe delicioso, hijo. ¿Cómo es que cocinas tan bien? Eso me recuerda a mi amado. Él solía cocinar para mí”, la señora Dalma mordió el pavo y se echó a llorar.
“Aprendí estas recetas de mi mamá. Después de que ella se divorció de mi padre y se casó con un colega, me mudé con papá. Él murió el año pasado y he estado solo desde entonces”.
“¡Ay, cariño! No digas que estás solo, me tienes a mí. Ven aquí”, la anciana abrazó al joven, ofreciéndole la calidez y el consuelo que tanto necesitaba y que había perdido.
Después de su copiosa comida, Santiago acompañó a la señora Dalma a su casa. Entró y se dio la vuelta para despedirse de su joven amigo, haciendo alarde de su sonrisa dorada, con lágrimas de alegría brillando en sus ojos. El joven nunca volvió a ver esa hermosa sonrisa.
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Al día siguiente, el ruido de una sirena despertó a Santiago. Se sobresaltó y vio que la casa de la señora Dalma estaba inusualmente llena. Se puso los pantalones y los zapatos y salió cojeando con sus muletas para averiguarlo.
El joven vio una patrulla de policía afuera. Un oficial salió del auto y le habló: “¿Santiago Tabares?”.
“Sí, soy yo, oficial. ¿Qué está pasando? ¿Por qué la gente entra y sale de la casa de la señora Dalma?”. El joven estaba aterrorizado.
“Yo soy su hijo. Mi madre me contó mucho sobre usted, pero no pude encontrar tiempo para visitarlo. Me acaban de transferir", le dijo el oficial al joven.
“Ah, hola, oficial. Me alegro de conocerlo. Pero la señora Dalma nunca me dijo que usted la visitaría. ¿Y por qué su casa está llena de gente? ¿Por qué lloran todos?”, preguntó Santiago preocupado.
Cuando supo lo que había ocurrido su corazón se rompió. Sentía que el dolor del mundo entero se había posado sobre su hombro.
La señora Dalma había muerto la noche anterior mientras dormía. Poco antes había llamado a su hijo por teléfono para contarle sobre Santiago y sobre lo bendecida que se sentía por tenerlo en su vida.
“Anoche mi madre me dijo que se sentía muy feliz y que deseaba unirse a mi padre en el cielo”, dijo el oficial llorando.
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“También me dijo que se sentía rara, así que llamé a todos los vecinos hoy por la mañana para que se acercaran a ver cómo estaba. No tenía su número y no podía comunicarme con usted”.
Los ojos de Santiago se llenaron de lágrimas cuando sacaron el cuerpo sin vida de la señora Dalma para subirlo en una ambulancia. Ese día, sintió que había perdido una parte importante de sí mismo.
Después del funeral, el hijo de la difunta le dio un cheque a Santiago. “Mamá me contó sobre su accidente. Siempre quise conocerlo en persona y agradecerle por cuidar a mi madre”.
“Usted fue más que un amigo para ella. Sé que esto no puede medir su amor por ella, pero es solo una pequeña muestra de agradecimiento”.
Santiago se obligó a contener las lágrimas hasta que el hijo de la señora Dalma salió del cementerio. Tan pronto como vio desaparecer al oficial en la calle, se arrodilló y lloró, rogándole a su vieja amiga que regresara.
“Extraño sus bromas y su té de jengibre. Extraño que me llame niño tonto. Extraño nuestros paseos matutinos. Señora Dalma, por favor regrese. La amo”, dijo el joven llorando.
Una bocanada de dientes de león aterrizó en sus manos y le hizo cosquillas suavemente antes de alejarse revoloteando hacia arriba. Se sintió como si la anciana finalmente se hubiera reunido con su amado en el más allá.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Todo el mundo necesita un hombro amigo en el que apoyarse: La señora Dalma era el pilar de apoyo y motivación de Santiago cada vez que estaba triste y necesitaba palabras amorosas de consuelo y sabiduría.
- Difunde amor y felicidad porque nadie sabe lo que puede deparar el futuro: Santiago invitó a la señora Dalma a cenar en su cumpleaños y la hizo feliz. No anticipó que sería su última comida juntos.
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