Mujer escucha la voz de su hijo en el hospital 5 minutos después de que desconectaran su soporte vital - Historia del día
Cuando el esposo de Amelia los abandonó a ella y a su hijo por nacer, ella le prometió a su pequeño que siempre lo mantendría a salvo y feliz. Unos años más tarde, una tragedia le hizo darse cuenta de que había hecho una promesa que no podía cumplir.
“No sé por qué estás tan sorprendida, Amelia”, le dijo Tomás a su esposa, casi sin mirarla, mientras guardaba sus últimas prendas en un bolso de lona. “Te dije que no quiero hijos”.
“Es un poco tarde para eso”, contestó Amelia, palmeándose el vientre.
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Tenía poco tiempo de embarazo como para que se notara, pero ya amaba la pequeña vida que crecía dentro de ella. Había pensado que Tomás sentiría lo mismo, pero en lugar de eso, los iba a dejar a ella y a su pequeño por nacer.
“Lo siento, Amelia, pero no puedo ser padre. No quiero compartirte”.
“Aunque no quieras, vas a ser papá. Creo que quieres decir que eres demasiado egoísta para ser padre, ¿y sabes qué? Tienes razón”.
Amelia se dirigió a la cama. Le arrebató el bolso de lona de las manos a Tomás y lo arrastró hasta la puerta principal. “Cuanto antes te vayas, mejor”.
Amelia arrojó su bolso a los escalones. Tomás fue tras él. Se giró para decir algo, pero Amelia ya había oído suficiente de sus tonterías egoístas. Cerró la puerta en su cara. “¡Que te vaya bien!”, le dijo.
Amelia se sentó en el suelo. Tomaría mucho trabajo, pero sabía que ella y su bebé estarían bien sin Tomás. Ella cuidaría a su niño sola.
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“Siempre haré todo lo posible para asegurarme de que estés a salvo y feliz, pequeño”.
Amelia abrazó su vientre. “Te prometo que siempre estaré ahí para ti”.
Unos meses más tarde, ella dio a luz a un hermoso y saludable niño llamado Nicholas. Aunque tenía que esforzarse, Amelia siempre pasaba la mayor parte de su tiempo libre con su hijo. Todos los días, renovaba su promesa de asegurarse de que Nick estuviera feliz y seguro.
Sin embargo, hay algunas cosas de las que ningún padre puede proteger a sus hijos, como Amelia descubrió un día. Nick tenía tres años en ese momento.
Él y su madre estaban en el patio, jugando con sus camioncitos por la tierra cuando el pequeño hizo un sonido horrible.
“¿Nicky?”, dijo Amelia sosteniendo a su hijo. El niño tenía la boca abierta y sonaba como si se estuviera ahogando. Ella revisó su boca en caso de que se hubiera tragado una parte de uno de sus juguetes cuando no estaba mirando, pero no vio nada.
Los siguientes segundos se sintieron como horas cuando Amelia se dio cuenta de que Nicholas estaba en serios problemas. Llamó a los paramédicos y una ambulancia llevó a Nick al hospital.
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Amelia paseaba por el pasillo fuera de la sala de emergencias. Sus pensamientos se aceleraron mientras trataba de averiguar si había hecho algo malo para causar esto y qué haría si sucedía lo peor.
Estos oscuros pensamientos estaban a punto de consumirla cuando un médico se le acercó.
“¿Señora Lacayo?”.
“¿Cómo está Nicky?”, preguntó Amelia, retorciendo sus manos.
“¿Mi hijo va a estar bien?”.
“Lo hemos estabilizado, pero debemos mantenerlo durante la noche para monitorear su situación y realizar algunas pruebas. Necesitaré que firme estos formularios de consentimiento”.
Amelia se quedó mirando los formularios que le entregó el médico. “Son muchas pruebas”.
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“Su condición es grave y necesitamos averiguar qué está causando sus problemas respiratorios”.
Amelia firmó los papeles y una enfermera la acompañó más tarde a la cama de Nick en la sala de cuidados intensivos. Su hijo ya era un poco pequeño para su edad, pero ahora se veía empequeñecido por los tubos y las máquinas que tenía a su alrededor.
La madre se derrumbó en la silla junto a la cama de su hijo y comenzó a llorar. Todo esto era su culpa. Sentía que si le hubiera dado a Nick un multivitamínico mejor o hubiera sido más estricta al obligarlo a comer su brócoli, todo esto podría haberse evitado.
Se quedó dormida, pensando que había roto su promesa de mantener a su pequeño a salvo, y se despertó con el sonido de las alarmas de las máquinas. Las enfermeras entraron corriendo en la habitación y se apiñaron alrededor de Nick.
Amelia trató de abrirse paso entre las enfermeras para ver qué estaba pasando. Alcanzó a ver el rostro pálido y los labios azules de su hijo antes de que fuertes brazos la apartaran.
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“Lo siento, señora, pero debe irse para que podamos ayudar a su hijo”, le dijo una de las enfermeras mientras la escoltaba fuera de la habitación.
Amelia apretó la cara contra el panel de vidrio de la puerta, pero incluso eso pronto se le negó.
“Lo siento, señora, pero necesito entrar allí”, dijo un médico colocando su mano sobre el hombro de Amelia y la alejó de la puerta. Un técnico que manejaba una máquina entró corriendo en la habitación de Nick.
“Sé que es difícil esperar aquí, pero necesitamos que tenga paciencia, por favor”, continuó el galeno.
“Estamos haciendo todo lo que podemos por Nicholas”.
Ella se alejó y se quedó esperando una vez más. Sentía que su vida se derrumbaba a su alrededor. Desesperada, sacó su teléfono de su bolsillo y llamó a alguien con quien no había hablado en años.
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Amelia comenzó a hablar tan pronto como respondieron la llamada, pero rápidamente rompió en sollozos.
“No entendí ni una palabra de lo que acabas de decir”, dijo una mujer, “pero parece que estás muy mal. ¿Qué puedo hacer para ayudarte?”.
Amelia se sorprendió. “¿Quién eres? ¿Dónde está Thomas?”.
“Él está arriba. Soy su esposa, Mary. ¿Quién eres tú?”.
“Su exesposa y la madre de su hijo”.
“¿Thomas tiene un hijo?”.
Amelia colgó y volvió a guardar el teléfono en su bolsillo. ¿Por qué había pensado que a Thomas le importaría que Nick estuviera enfermo?
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Pronto, el médico salió de la habitación del niño e invitó a Amelia a entrar.
“Nick está estable por ahora, pero estoy profundamente preocupado por la gravedad de sus dificultades para respirar”, dijo el doctor. “Hasta que podamos llegar a la raíz de lo que lo está causando, debemos ponerlo en soporte vital”.
El médico guio a la madre hasta la silla y se agachó a su lado.
“Sé que esto da miedo, pero estamos haciendo todo lo posible para entender qué le está pasando a Nick. Hasta que tengamos respuestas, ponerlo en soporte vital es la única forma de evitar que vuelva a sufrir dificultad respiratoria”.
El médico tenía un rostro amable y ojos amables. Él realmente se preocupaba por Nick y Amelia sintió que podía confiar en él.
“Haga lo que tenga que hacer”, dijo ella.
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Durante días, Amelia apenas salió del hospital. Durmió en la silla junto a la cama de Nick hasta que el médico, Gavin, dispuso que se colocara una cama pequeña en la habitación para ella. Cada vez que Nick estaba despierto, Amelia tomaba su mano y le hablaba.
A veces, le leía un libro de cuentos que Gavin le había traído, pero sobre todo le cantaba. Nick amaba la música. No podía cantar porque estaba entubado, pero escuchar cantar a su mamá siempre le hacía brillar los ojos.
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Gavin visitaba al pequeño varias veces al día y siempre le llevaba algo de comer a Amelia.
“Necesitas tu fuerza”, le había dicho la primera vez que empujó un recipiente de comida en sus manos. “Definitivamente no soy el mejor cocinero, pero puedo garantizarte que es mejor que la comida de la cafetería”.
Su consideración conmovía a Amelia. Ella sabía que él había estado esforzándose para averiguar qué le pasaba a Nick y había consultado con especialistas de todo el mundo.
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“¿Tratas a todos tus pacientes con tanto cuidado?”, le preguntó Amelia un día mientras Gavin estaba revisando a Nick.
El médico le sonrió. “Me gusta pensar que sí, pero podría ser culpable de brindarles a ti y a Nick un poco de atención adicional. Como médico, hay momentos en que tus pacientes se meten en tu corazón”.
Él quitó suavemente el cabello de Nick de su frente. “¿Quién no se sentiría conmovido por la determinación de este pequeño? ¿O por el coraje y la fuerza de su madre?”.
Amelia agachó la cabeza cuando sintió que se sonrojaba.
“Yo le prometí que siempre estaría allí para él y que haría todo lo posible para darle una vida segura y feliz”.
Amelia suspiró y miró a su hijo dormido. “Si tan solo hubiera sido capaz de mantener esa promesa”.
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“No te culpes a ti misma”, le dijo Gavin. Luego se acercó y le apretó suavemente el brazo. “Eres una gran mamá, Amelia, pero algunas cosas en la vida están más allá de nuestro poder y control. Has hecho todo lo que has podido y eso significa que has cumplido tu promesa”.
Toda la culpa de Amelia durante los últimos días la abrumó entonces. Se echó a llorar y sollozó hasta que sintió la garganta en carne viva y apretada. Gavin le rodeó los hombros con el brazo y apoyó en silencio a Amelia hasta que se le secaron las lágrimas.
Al día siguiente, la madre se sintió más positiva sobre la situación de Nick. Se había quitado un peso de encima cuando Gavin la ayudó a darse cuenta de que no había incumplido su promesa, y los resultados de la última serie de pruebas de Nick debían presentarse hoy.
Amelia confiaba en que los resultados de la prueba contendrían buenas noticias hasta que vio la mirada oscura en los ojos de Gavin y la preocupación grabada en su frente.
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“Lo siento mucho, Amelia”, dijo el médico.
“Los resultados de la prueba llegaron esta mañana y no son buenos. Nick no está respondiendo al medicamento”.
Amelia no podía creer lo que estaba escuchando. “Estaba muy segura de que tendrías buenas noticias”, murmuró.
“Ojalá fuera así, pero no hay nada más que podamos hacer por él en este momento. Yo... odio decir esto, pero debes tomar una decisión difícil. Nick no puede permanecer con soporte vital indefinidamente”.
Los miedos más profundos de Amelia habían cobrado vida. No podía respirar y las paredes se cerraban a su alrededor. Una parte de ella quería gritar y golpear a Gavin hasta que él le dijera algo mejor, pero cuando lo miró, solo vio el dolor que él compartía con ella.
“Si hubiera algo más que pudiéramos intentar, lo haría”, dijo él, “pero hemos agotado todas nuestras opciones”.
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Amelia se alejó para sentarse al lado de Nick. Tomó la mano de su hijo. Era tan pequeño. Ella pasó los dedos por sus mejillas regordetas y en su pelo fino y oscuro. Le esperaba otro corte de pelo, pero no lo necesitaría ahora.
La madre sintió una ligera presión en su mano y miró hacia arriba. Nick la miraba con sus grandes ojos oscuros.
“¡Hola, cariño!”, le dijo ella. “¿Quieres escuchar una canción?”.
Nick volvió a apretarle la mano, así que Amelia le cantó. Ella le leyó su cuento favorito y luego le cantó un poco más. Su garganta estaba adolorida y áspera cuando Nick se volvió a dormir, pero Amelia estaba decidida a hacerlo lo más feliz posible durante sus últimas horas.
Eventualmente, escuchó que la puerta se abría y una mano suave aterrizó en su hombro.
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“Es hora”.
Amelia asintió. Cogió a Nick de la mano mientras el médico y las enfermeras empezaban a desconectarlo de las máquinas de soporte vital. Cuando empezaron a quitarle el tubo que le suministraba oxígeno, Amelia no pudo soportarlo más.
Salió corriendo de la habitación llorando y cayó de rodillas en el pasillo. Su hermoso hijo, por el que tanto había luchado, estaba a punto de morir. ¿Cómo había podido llegar a este punto?
Entonces Amelia oyó algo que la hizo sobresaltarse. Reconoció al instante la voz de su hijo mientras cantaba su canción favorita.
Amelia volvió a la habitación de Nick. El pequeño yacía en su cama, libre de todos los tubos y máquinas a los que Amelia se había acostumbrado, y estaba cantando. No era un truco de su imaginación.
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Gavin parecía tan sorprendido como ella. Él presionó su estetoscopio contra el pecho del niño y escuchó sus pulmones. Sus miradas se encontraron a través de la habitación.
“Está respirando por sí mismo”, dijo el médico.
Nick mejoró lentamente después de ese día. Lo transfirieron a un centro de rehabilitación y, finalmente, Amelia pudo llevarlo a casa.
Mientras observaba a su hijo quedarse dormido, la madre no pudo evitar pensar en el amable doctor que se había esforzado para salvar a su pequeño. La mujer regresó al hospital al día siguiente y buscó a Gavin.
“¿Amelia?”, dijo el médico acercándose a ella con una mirada preocupada. “¿Está todo bien?”.
“Sí, y todo es gracias a ti”. Amelia le entregó a Gavin el contenedor que había traído para él. “Hice galletas para agradecerte todo lo que hiciste por Nick y por mí. No solo eres un médico increíble, sino también una persona increíble”.
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Gavin sonrió tímidamente.
“Es muy amable de tu parte, Amelia. Significa mucho para mí, y me alegra volver a verte. Espero que esto no suene demasiado extraño, pero he extrañado verte todos los días”.
Un calor inesperado floreció en el pecho de Amelia. “Yo también extrañaba verte, Gavin”.
Los dos intercambiaron números. Descubrieron que tenían muchos intereses en común a medida que se conocían mejor y finalmente se enamoraron.
Nick también llegó a amar a Gavin y a verlo como su padre. Llevó con orgullo los anillos cuando Amelia y Gavin se casaron unos años más tarde.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Los milagros pueden ocurrir cuando menos los esperamos: Amelia había perdido toda esperanza de que su hijo se recuperara, pero fue bendecida con un regalo maravilloso.
- La amabilidad siempre unirá a las personas: El afecto genuino y la actitud solidaria de Gavin hacia Nick y Amelia forjaron un vínculo entre ellos que ninguno podría haber anticipado.
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