Profesora visita a niño que falta a clase: se entera de que cuida solo a su hermana pequeña - Historia del día
Una profesora se enteró de que su alumno, que había estado faltando a clases, cuidaba solo a su hermana pequeña cuando le hizo una visita sorpresa. Ella no sabía que estaba a punto de descubrir una desgarradora verdad sobre el niño que cambiaría sus vidas para siempre.
El corazón de la Sra. Blanco se hundió aquella mañana cuando regresó del patio del colegio. Por primera vez ese año Jaime se había sincerado con ella sobre su familia.
Como profesora, ella era consciente de sus limitaciones y de que no era su trabajo husmear en la vida de sus alumnos. Pero el pequeño Jaime era muy diferente. No porque tuviera debilidad por él, sino porque era el niño más dulce y amable de su clase.
A pesar de tener sólo siete años, nunca le había causado problemas a nadie. Y siempre había sido muy callado para alguien de su edad. Así que ese día, cuando lo vio en el patio con una cámara polaroid, decidió tener una pequeña charla con él. Si hubiera sabido que esa charla cambiaría su vida para siempre...
Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels
“Tienes una cámara preciosa, cariño”, comentó la Sra. Blanco, y el niño se giró hacia ella.
“Gracias...”, dijo él en voz baja. “Me la regaló mi papá”.
“¿Tienes alguna foto ahí? ¿Puedo mirar?”.
Jaime negó con la cabeza. “Todavía no. Pero sé que sacaré algunas fotos muy bonitas. Papá era fotógrafo y le encantaba tomar fotos”.
“Ah, ¿sí? Bueno, supongo que eso es lo que hacen los papás inteligentes”, dijo ella con una sonrisa. “Mi padre era profesor de literatura, así que su talento consistía en explicar a sus alumnos las obras de Shakespeare, Dante y todos esos escritores. No es tan divertido como la fotografía”.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que al chico se le estaban llenando los ojos de lágrimas. “Pero él ya no puede regalarme nada...”, susurró. “Mi papá ya no está... se fue con los ángeles”.
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Cuando Jaime dijo eso, algo pasó por el corazón de la Sra. Blanco. Se le revolvió el estómago y deseó no haberle preguntado al niño por su padre.
Desde que había comenzado a darle clases a Jaime, la Sra. Blanco siempre se había preguntado por qué el chico nunca hablaba de su familia. En una ocasión había visto a su madre durante la reunión de padres y profesores, pero nunca tuvo la oportunidad de preguntarle si Jaime era feliz en casa.
Después de enterarse de la muerte de su padre, a la Sra. Blanco se le encogió el corazón. “Eres un chico valiente, Jaime”, le dijo con calma, “¡y estoy segura de que tu padre está contándole a los ángeles sobre el hijo tan hermoso tiene! ¿Verdad?”.
Los lazos del parentesco no siempre pesan más que otras relaciones que se pueden establecer en la vida.
La Sra. Blanco notó una extraña tristeza en los ojos de Jaime cuando este asintió y regresó a clase esa mañana. Ella se quedó allí, viéndolo partir y preguntándose cuán terrible debía haber sido la pérdida para que la soportara un corazoncito como el de Jaime.
Por desgracia, no tenía idea de que el niño estaba tan destrozado por la pérdida de su padre que era incapaz de desprenderse de su cámara. La llevaba a todas partes e incluso en ocasiones se saltaba las clases para fotografiar paisajes y la naturaleza.
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Un día ocurrió algo parecido. Jaime no se presentó en la escuela ese día y la Sra. Blanco no podía localizar a su madre. Supuso que el niño estaba enfermo y que volvería pronto al colegio, pero no fue así.
Pasaron los días y Jaime seguía sin aparecer por el colegio. La Sra. Blanco intentó ponerse en contacto con su madre, pero todas sus llamadas iban directamente al buzón de voz.
La docente pensó que podía estar dándole demasiadas vueltas a las cosas y que Jaime volvería al colegio.
¿Quizá estaba realmente enfermo? ¿Quizá su madre se daría cuenta de sus llamadas perdidas y se pondría en contacto con ella?
Pero cuando eso no ocurrió, algo en su mente le dijo que el niño estaba en peligro. Así que, después de las clases, ella buscó en el directorio de la escuela la dirección de Jaime y decidió ir en auto hasta su casa.
Cuando llegó, entró en el porche delantero de una casa decente pero descuidada. Tocó el timbre y miró a su alrededor. Era urgente que cortaran el césped y faltaban piquetes de la valla. ¿Qué estaba pasando?
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La Sra. Blanco volvió a tocar el timbre porque nadie había respondido la primera vez. Cuando la puerta se abrió, se sorprendió al ver a Jaime en el umbral con una bebé en brazos.
“¡Oh, cariño! ¡Jaime! ¿No hay adultos en casa?”, preguntó preocupada.
Los hombros de Jaime se desplomaron. “Estamos bien, Sra. Blanco”, admitió cabizbajo. “Podría venir más tarde. La abuela no está en casa...”.
La Sra. Blanco se arrodilló frente a Jaime y le preguntó: “¿Dónde está tu madre, cariño?”.
Notó que a Jaime se humedecían los ojos. “Ella...”, dijo. “No está en casa”.
“Comprendo”, dijo ella. “¡Entonces voy a entrar a cuidarte hasta que ella regrese!”.
La Sra. Blanco irrumpió en la casa y se llevó sus manos a la boca en estado de shock cuando vio dentro. En la encimera de la cocina había medio pan con mantequilla y había varios juguetes esparcidos por la sala. Luego se fijó en los biberones sucios en la mesa de la entrada y en un cochecito de bebé junto al sofá.
Parecía que la casa no había sido limpiada en días, o quizá semanas. La Sra. Blanco se estaba haciendo poco a poco una idea de por qué Jaime llevaba días faltando al colegio.
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“¿Sería tan amable de sostener a mi hermana Camila, Sra. Blanco? Puedo prepararle un té. Y tengo hambre. Necesito hacer sándwiches”.
“Bueno, cariño, ahorita no me provoca tomar té, ¡aunque sí puedo prepararte un sándwich! Pero tienes que decirme si alguien está cuidándote a ti y a tu hermanita. A mí me parece que esta casa está desordenada, ¡y tu madre debería dar gracias de que nadie haya llamado a la policía!”, exclamó. “¡Así que te puedes sentar en el sofá que yo me encargaré de todo!”.
La Sra. Blanco untó el pan con mantequilla y preparó jugo con las naranjas que encontró en la cesta de la fruta. Luego le dio a Jaime un vaso grande de jugo y un sándwich. Mientras comía, el niño mecía a Camila.
De repente, Jaime habló. “Mi abuela llegará pronto a casa. Gracias por su ayuda”.
“Ah, bueno, de acuerdo”, contestó la Sra. Blanco mientras miraba alrededor de la casa. Pudo ver otra habitación justo al lado de la cocina, y tenía fotografías en las paredes. Una de las fotos estaba claramente visible. Era una foto de Camila tomada con una cámara polaroid. La docente no pudo resistirse a preguntarle a Jaime.
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“¿Las fotos que están en esa habitación son de tu hermanita?”, preguntó, y Jaime asintió.
“Las tomo para seguir su crecimiento. Papá también lo hacía... cuando yo era pequeño”.
“¡Qué dulce! Eso es encantador, Jaime”, dijo la Sra. Blanco mientras se sentaba a su lado. Luego preguntó: “Entonces, ¿tu madre no vive con ustedes? Quiero decir, dijiste que tu abuelita te estaba cuidando”.
Jaime negó con la cabeza. “Ella está...”, dijo el niño, haciendo una pausa.
“¿Ella está…?”, preguntó la Sra. Blanco. “¿Tu mamá está en problemas, Jaime? Puedes ser honesto, y yo…”, el timbre la interrumpió antes de que pudiera terminar la frase.
La docente abrió la puerta y vio en el umbral a una mujer frágil que se parecía a Jaime. “¿Es usted la abuela de Jaime?”, preguntó, y la mujer mayor asintió.
“Siento haber irrumpido en su casa, pero Jaime no apareció en la escuela durante días, y yo estaba preocupada. Soy su profesora. Ah, disculpe, por favor, pase adelante”.
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La abuela de Jaime, Rosa, entró y sus ojos se llenaron de lágrimas. “¡Dios mío!”, gritó, mientras sus débiles manos presionaban sus labios. “¿En qué se ha convertido esta casa?”.
La Sra. Blanco preparó un poco de té para Rosa, y fue ella quien explicó por qué Jaime había faltado a clases durante varios días seguidos.
La madre del niño, Estela, era muchas cosas, pero no era una madre. Una semana atrás venía de regreso a casa de una fiesta cuando su auto, que iba a toda velocidad, volcó y ella murió. La noticia de perder a su hija fue un shock para Rosa, y no pudo soportarlo.
Sufrió un derrame cerebral y la llevaron a un hospital. Una amiga de Rosa se encargó de los preparativos del funeral de Estela, pero ella tenía sus propias responsabilidades, así que no pudo quedarse a cuidar a Jaime y Camila.
“Nadie sabe quién es el padre de Camila”, admitió Rosa. “Sé que Estela era mi hija, ¡pero era una madre terrible! E hizo un montón de cosas muy malas... cosas que ninguna mujer debería hacer”.
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Rosa reveló que, antes de su muerte, su hija solía tener aventuras con hombres mucho más jóvenes y también con individuos mayores que ella. Uno de esos hombres probablemente era el padre de Camila.
Estela no quería tener a la niña, pero no pudo interrumpir el embarazo por complicaciones, y en el momento en que dio a luz a Camila, sintió que se liberaba.
Abandonó a sus hijos en manos de Rosa y volvió a su antigua vida, de fiesta y pasando noches con hombres. La abuela se sentía fatal por sus nietos y no podía soportar la idea de que acabaran en una casa de acogida, así que tomó cartas en el asunto y empezó a cuidarlos.
“Estela era parte de mí. Era de mi sangre”, dijo Rosa con tristeza.
“Ella era madre, y yo también lo soy. La idea de perder a un hijo te rompe por dentro. Cuando la policía me llamó para informarme que mi hija simplemente... no iba a volver, ¡quedé destrozada!”.
La Sra. Blanco puso su mano sobre la de Rosa y le habló de su desgarradora pérdida. “Lo entiendo”, dijo. “Lo entiendo. Mi esposo y yo perdimos a nuestro hijo hace dos años, y las cosas nunca han sido lo mismo desde entonces”.
“Las cosas dejan de ser lo que solían ser”, comentó Rosa. “Todo lo que queda es un pesar y una pizca de esperanza de que las cosas puedan cambiar...”.
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“Entiendo por lo que está pasando”, dijo la Sra. Blanco. “Mi esposo y yo intentamos tener un hijo después de perder a nuestro querido niño, pero no estaba en los planes de Dios”.
“Nos sometimos a todo tipo de tratamientos de fertilidad y pedimos consejo a los mejores expertos, pero a veces ciertas cosas no están destinadas a ser”.
“Escuche, estaré encantada de ayudarlos en todo lo que pueda”, dijo la docente. “Jaime ha sido un niño maravilloso, y no quisiera ver que se pierda su infancia”.
“Mi nieto ha pasado por mucho”, admitió Rosa, mirando a Jaime, que estaba comiendo en la mesa de la cocina. “Hablé con él cuando estaba en el hospital. Él... lloró y me dijo que me quería en casa. Hoy me dieron el alta, y ya ve, ha estado cuidando a Camila, y sé que hace cosas que un niño de siete años no haría”.
“Pero él no tenía opción. Yo le he enseñado cosas que no enseñan en la escuela, ya que su vida ha sido muy diferente a la de los otros niños. Estela no estaba allí para él; su padre lo había abandonado hacía tiempo. Yo he estado presente, pero casi siempre enferma. Y apenas he podido ayudar a mi nieto”.
“Pues bien, Rosa, cambiemos eso”, dijo la Sra. Blanco con tono alentador. “Me encantaría ayudar a esta dulce y pequeña familia, especialmente a Jaime...”.
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“Es difícil imaginar una vida más dura que la de Jaime”, pensó la Sra. Blanco mientras conducía de vuelta a casa aquel día. Se lo contó todo a su esposo, y a él le sorprendió que un niño tan pequeño cuidara solo a su hermanita.
Así que la amable pareja decidió ayudar a Jaime y a su familia en todo lo que pudieran, y así lo hicieron. Mientras la Sra. Blanco ayudaba a Rosa a cuidar a Jaime y a Camila, al Sr. Blanco se le ocurrían emocionantes picnics, excursiones, visitas turísticas y viajes para la familia.
En pocos meses, parecía que los Blanco eran la familia que Jaime y Camila nunca habían tenido. Pero ahí es donde las cosas empezaron a ponerse bonitas para las dos familias.
En el cumpleaños de la Sra. Blanco, Jaime le regaló un álbum con las fotos que había tomado con su cámara las veces que habían salido juntos. Las fotos eran preciosas. Aparecían sonriendo y haciendo las cosas divertidas que hacen las familias.
A la Sra. Blanco se le saltaron las lágrimas cuando encontró un mensajito detrás de una de las instantáneas.
“Camila, la Sra. Blanco y yo. Ella es como nuestra nueva mamá”.
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“Es una señal de Dios”, pensó la Sra. Blanco. Tal vez su encuentro con Jaime siempre había sido la intención de Dios, y ella acababa de darse cuenta.
Así que la docente y su esposo tuvieron una seria discusión, tras la cual decidieron adoptar a Jaime y a Camila. Vacilantes, le propusieron la idea a Rosa, que rompió a llorar y apretó suavemente las palmas de las manos de los Blanco.
“Siempre me había preguntado qué sería de mis preciosos nietos si Dios me llevaba con él”, confesó Rosa. “A veces discutía con Él, suplicándole respuestas. Creo que hoy finalmente obtuve mi respuesta. No podría haberle pedido más. Mis nietos estarán a salvo contigo. Eso es todo lo que había deseado”.
Años después, Rosa falleció, y para entonces los Blanco ya habían adoptado a Jaime y a Camila. Cuando el niño creció, siguió los pasos de su difunto padre y se convirtió en un reconocido fotógrafo.
Algunas de las mágicas instantáneas que había tomado de la Sra. Blanco acunando a Camila y de los piececitos de su hermana pequeña creciendo, le valieron elogios y un reconocimiento con el que sólo podía haber soñado.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Los lazos del parentesco no siempre pesan más que otras relaciones que se pueden establecer en la vida: Mientras Estela llevaba una vida frívola, abandonando a sus adorables hijos en casa, la Sra. Blanco sentía que era su responsabilidad salvar a los dos niños de su miserable vida.
- La familia se trata más de amor y cariño que de biología: Los Blanco adoptaron a Camila y a Jaime y se convirtieron en sus amorosos padres.
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