Hombre pasa la noche junto al ataúd de su mujer y ve una cinta con una nota que sobresale de su bolsillo - Historia del día
Un afligido anciano estaba junto al ataúd de su esposa, llorando su muerte, cuando del bolsillo de su abrigo asomó una cinta de casete con una nota. Se la llevó en silencio, sin adivinar que la grabación que contenía daría un vuelco a su vida muy pronto.
Christopher llevaba el pelo blanco bien peinado. Vestía impecable y limpio, como un colegial en su primer día de exámenes. Sus chispeantes ojos grises se paseaban de un lado a otro, mirando con desagrado a los invitados vestidos de negro y con ropas formales. Algunos llevaban una corona de flores, otros velas, y otros llegaban con rostros pálidos y fríos, sosteniendo ramos de las mejores rosas y narcisos.
El anciano de 75 años odiaba tanta fragancia y ruido alrededor. No entendía por qué su casa, que solía ser tan tranquila, de repente se llenaba de tantas caras desconocidas. La casa que sólo se llenaba con su risa, los mejores clásicos de Elvis Presley sonando en una vieja grabadora y Emma gritando a pleno pulmón su nombre, ahora parecía vacía y seria.
No había risas. Ni música. Y, desde luego, no estaba Emma. Allí yacía, fría e inmóvil, en un ataúd, y Christopher seguía pensando que estaba haciendo algo en su dormitorio. Así que se levantó enfadado, dirigiendo una fría mirada a los invitados, y marchó a decirle que echara a la gente. Aún no podía aceptar que el cuerpo frío y sin vida del ataúd era el de su esposa...
Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels
"Señor Jara, ¿adónde va?", dijo un invitado, y le cerró el paso a Christopher. "Su mujer..."
Christopher se detuvo en seco. Olvidó que se había dirigido a la habitación contigua y se quedó inmóvil. "¿Dónde está mi madre?" preguntó, mirando a su alrededor en busca de su madre, Graciela, que había muerto décadas atrás, lo que desconcertó aún más al invitado.
"Ven aquí, por favor", dijo Martín, el sobrino de Christopher, y apartó al invitado. "Sr. Jara, mi tío... tiene problemas de memoria. No recuerda que mi tía ha fallecido".
Christopher se dirigió a su habitación y, cuando menos se lo esperaban, encendió la grabadora. Una música estridente retumbó en el salón donde estaba el ataúd de Emma, rodeado de invitados y dolientes.
"Nunca permite que nadie se acerque a la cinta. Nadie lo ha oído sonar. Pero tiene algo que este hombre no quiere que nadie sepa".
"Que alguien le diga que su mujer ha muerto... quería que organizáramos el funeral en casa, pero parece haberlo olvidado todo", le dijo una mujer a Martín.
"Iré a traer a mi tío. Por desgracia, ha olvidado mi nombre y no sabe quién soy. Por favor, deme un minuto... Ahora vuelvo".
Cuando Martín irrumpió en el dormitorio de Christopher, éste se quedó inmóvil sin pestañear, incapaz de procesar lo que tenía ante sus ojos.
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"¿Tío Christopher? ¿Qué haces?", preguntó con la boca cerrada y la mirada fija.
Christopher estaba sentado en una mecedora, sosteniendo la foto enmarcada de Emma, con las lágrimas salpicando sin cesar el cristal. Martín suspiró aliviado por un momento, suponiendo que su tío había recuperado el sentido y recordaba todo. Justo cuando se acercaba a él, Christopher dijo lo impensable.
"¿Aceptará mi proposición?", preguntó, con "Can't Help Falling in Love" de Elvis sonando de fondo.
"Toma mi mano... Toma toda mi vida, también... Porque no puedo evitar enamorarme de ti..." Christopher empezó a cantar.
"Tío, ¿qué estás haciendo?"
"Estoy ensayando la canción para pedirle matrimonio a mi novia. Viene al pub esta noche, y he quedado con un grupo local para que le cante esta canción..."
Pobre Christopher, seguía atrapado en un bucle temporal. Pensaba que estaba en 1975 cuando ideó un plan con sus amigos para enamorar a Emma, la chica más popular del instituto.
Harto, Martín apagó furioso la grabadora y sacudió a Christopher para que saliera con él a ver quién estaba en el ataúd.
"Tío Christopher, la tía Emma se ha ido... se ha ido para siempre y no va a volver... Por el amor de Dios... ¿puedes volver al presente?".
Martín agarró la mano de Christopher y lo llevó hasta el ataúd.
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Christopher permaneció de pie junto al ataúd de su esposa, apretando los ojos, tratando de forzar las lágrimas para que se apartaran de los bordes. Aún no podía creer que la mujer que lo había llenado de besos y lo abrazaba para dormir hacía tres noches estuviera muerta y a punto de ser enterrada en breve.
Se arrodilló y lloró como un niño, mientras sus recuerdos pasaban ante sus ojos como cortinas que se cierran sobre un escenario vacío después de una obra de teatro. Christopher seguía sin recordar el nombre de su mujer. Intentó pensarlo, pero lo había olvidado. Pero no aquella cara.
Durante cincuenta y cuatro años, se había despertado viendo ese hermoso rostro pecoso cerca del suyo. ¿Cómo podía olvidar a Emma, que fue la única que se preocupó por él todos estos años? ¿Cómo podía no recordar a la mujer que lo acunaba para dormir en su regazo, que lo seguía a todas partes como una sombra para que no se perdiera y que lo cuidó como una madre después de que le diagnosticaran demencia a los 65 años? ¿Cómo pudo?
Todo parecía normal entonces. Emma y Christopher estaban en el parque, su lugar favorito por las tardes. Iban allí todos los días a ver a los niños corretear. Dios los había traicionado. Nunca los había bendecido con un hijo, así que estar rodeados de pequeños aliviaba el corazón de la pareja.
Una tarde, que parecía habitual, Emma y Christopher estaban en el parque cuando, de repente, Emma se encontró sentada sola en el banco. Su marido había desaparecido. ¡Si hubiera sabido qué había pasado!
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"¿Christopher? ¿dónde estás? Chris...?", dijo, y lo buscó con la mirada. Se le arrugó la frente de pánico al ver a su marido lanzarse por el tobogán y correr con los niños para ser el primero en la cola de los helados. Tenía 65 años y se comportaba como un niño, algo que nunca había hecho antes.
La inusual alegría en los ojos de Christopher le dijo a Emma que algo iba mal... terriblemente mal.
Dos días después, en casa, Christopher se marchó en mitad de la cena, diciendo que le traería una lata de refresco de la nevera. El tiempo pasaba y Emma estaba preocupada. Aún no había rastro de la bebida prometida. Buscó a Christopher y lo vio mirando la lata, perplejo.
"¿Estás bien, cariño?", le preguntó preocupada.
Christopher negó lentamente con la cabeza. "No recuerdo cómo se abre esto", respondió. Había olvidado cómo abrir una lata de refresco que antes solía abrir en segundos. Pero eso era sólo el principio de lo que acabaría convirtiéndose en la peor pesadilla de Emma.
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A partir de entonces, empezó a notar que su marido se olvidaba de cosas al azar. Más tarde, los médicos le dijeron que se mantuviera fuerte cuando le diagnosticaron demencia, y su corazón se derrumbó. Emma se peleó con Dios por haberle hecho esto.
"¿Por qué, Jesús, por qué? ¿Te hizo feliz hacernos pasar por esto?", pensó llorando muchas noches de insomnio junto a Christopher, que miraba fijamente al techo en blanco, intentando recordar algo extraño y aleatorio.
Por desgracia, llegó un día en que olvidó el nombre de su esposa.
Esto golpeó a Emma como una tonelada de ladrillos. "¿Cómo te llamas y quién eres?" no eran el tipo de preguntas que una esposa querría oír de su querido marido. Pero ahí estaba ella... juntando sus pedazos rotos para ser el único pilar de fortaleza de Christopher cuando nadie lo hacía... ni siquiera la familia.
Era nada menos que un dolor punzante en su corazón cada vez que intentaba ayudar a su marido a recordar cosas. Recuerdos de su primer encuentro... su beso apasionado, su noche romántica bajo el cielo estrellado de la ciudad, tantas cosas bellas...
Y cada vez que Christopher sonreía y empezaba a hablar de aquellos preciosos recuerdos, Emma se aseguraba de que sonaran de fondo las canciones clásicas de Elvis Presley. Parece que evocan sus recuerdos, pensó. Y justo una semana antes de morir, preparó una dulce sorpresa para su marido.
Tal vez adivinó que pronto se iría. Emma a menudo lloraba a Dios, pidiéndole que la llevara a ella y a su amado Christopher juntos. No quería dejarlo solo porque sabía que nadie cuidaría de él como ella. Pero una vez más, y por última vez, sus plegarias quedaron sin respuesta...
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Emma falleció de un derrame cerebral y la familia decidió organizar un funeral en casa para que Christopher tuviera tiempo de llorar su pérdida. Pero allí estaba él, poco dispuesto a hablar de nada, por mucho que su familia y amigos trataran de persuadirlo.
A Christopher se le cortó la respiración cuando se levantó de repente. De nuevo, su memoria empezó a jugarle malas pasadas, y tardó algún tiempo en mirar de cerca el rostro que había en el ataúd. Se quedó inmóvil, tras darse cuenta de nuevo de que su amada mujer estaba eternamente dormida.
Christopher rozó suavemente el ataúd cuando algo llamó su atención. Una cinta de casete y una nota sobresalían del abrigo que cubría el cuerpo sin vida de Emma.
Cuando nadie se dio cuenta, Christopher cogió la nota y leyó las palabras: "Escucha, cariño. No me he ido a ninguna parte. Sigo estando contigo. Y cada vez te quiero más".
Escondió rápidamente el casete en el bolsillo de su abrigo, recordando cómo Emma bromeaba una vez con dejarle una dulce sorpresa incluso en su lecho de muerte. Entonces se reía de su inocencia y de su amor por él. Pero ahora, lloraba.
El corazón de Christopher latía cada vez más rápido al escuchar aquella cinta. Estaba impaciente y no podía esperar a que todos se marcharan después del funeral. No quería que nadie la viera, pero por desgracia, Martín ya la había visto.
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"¿Qué pasa, tío Christopher?", preguntó, atrayendo la atención de todos hacia Christopher. "Creo que acabo de ver una cinta en tu mano...".
"Nada... es que...". Christopher tartamudeó, incapaz de pensar en nada.
"¿Puedo verla?"
"¡No!"
Martín y los invitados suplicaron a Christopher que les enseñara la cinta, pero él se negó en redondo. No cedió.
Puede que le fallara la memoria, pero no el corazón. Seguía sonando en su interior, diciéndole que no le diera la cinta a nadie.
"¡Ah, está bien, tío! Tranquilo", la voz de Martín destilaba malestar.
Hacía apenas una semana, Emma le había pedido que cuidara de su tío si a ella le ocurría algo. Como sus tíos no tenían hijos, Martín estaba seguro al cien por cien de que heredaría su casa después de su tío. Aceptó.
Terminó el funeral y todos se fueron menos Martín. Él se quedó con su tío. Pensó que sería fácil cuidar de él, pero a medida que pasaba el tiempo, resultaba más complicado de lo que había pensado. Un día, vio a Christopher guardando el casete debajo de la almohada y decidió robárselo.
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"¿Qué haces en mi habitación?" Christopher se despertó de repente al sentir presión bajo la almohada. Agarró la mano de Martín y le arrebató la cinta.
"¿Cómo te atreves a cogerla?", le espetó, con un hilo de advertencia en la voz.
"No, tío Christopher... Sólo quería...".
A partir de ese momento, la relación de Martín con su tío se enrareció. Christopher dejó de hablarle y nunca le permitió entrar en su dormitorio. Martín pensaba que su tío lo olvidaría todo, teniendo en cuenta sus problemas de memoria. Así que un día, irrumpió en el dormitorio de su tío para llamarle a comer y vio que la habitación estaba vacía. Christopher se había ido... Dios sabía adónde.
El miedo y la ansiedad se apoderaron de los nervios de Martín, que llamó a todos sus conocidos para preguntarles si habían visto a su tío. Entonces sonó su teléfono. Era la seguridad del parque cercano.
"El señor Jara está en el parque, señor Valle. Dijo que está esperando a su esposa... Oí que la señora Jara falleció hace poco. Por eso lo llamé. ¿Podría venir a buscarlo y llevarlo a casa?", dijo el hombre.
Al llegar al parque, Martín encontró a Christopher sentado en un banco, mirando al cielo azul, con lágrimas rodando por sus mejillas.
"Tío Christopher, ¿estás bien?", rompió el silencio del hombre.
"¿Dónde está mi mujer?" Christopher miró a su alrededor y detrás de Martín. "¿Quién eres tú?", preguntó entonces.
Martín pensó con amargura que la situación era insostenible y que era cuestión de tiempo para que la situación se volviera peligrosa para su tío y su entorno. Decidió que sería mejor dejar al hombre mayor en una residencia de ancianos donde lo cuidaran todo el día.
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Una semana después enviaron a Christopher a una residencia de ancianos en los suburbios. No se llevó gran cosa: solo una vieja maleta con algo de ropa. Una camisa blanca, la favorita de su difunta esposa, aún impregnada de su fragancia, que abrazaba para dormir cada noche. Y el precioso casete que ella le dejó junto con una vieja grabadora. Nada más. Ni dinero, ni materiales mundanos... ¡sólo el débil recuerdo de su amada perdida!
Christopher vivía entre gente de su edad e incluso mayores. Pero nadie parecía importarle. Nunca hablaba con nadie más que con su enfermera, Sofía. Comía cuando quería y no lo hacía aunque tuviera hambre. Estaba herido, y los recuerdos de Emma aún lo atormentaban. En algún lugar de su corazón, seguía esperándola, pero ahora había aprendido a aceptar que se había ido a los cielos para no volver jamás.
Nadie le veía hablar mucho, y por eso todos se quedaron atónitos un día en que estalló en cólera.
Los conserjes que habían limpiado su habitación se habían llevado el casete y la grabadora sin su permiso. Christopher se enfadó muchísimo.
"¿Qué hay en esa cinta?", discutían algunos al ver a Christopher furioso convirtiendo su habitación en un infierno con sus palabrotas.
"¿Quién sabe? Nunca permite que nadie se acerque al casete. Nadie lo ha oído sonar. Pero tiene algo que este hombre no quiere que nadie sepa".
Cuando Sofía entró, los hombres y mujeres mayores se agolparon fuera de la habitación de Christopher. Todos sabían que sólo ella podía calmarle y esperaban a ver qué iba a pasar.
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"Aquí tiene su casete y la grabadora, señor Jara", le dijo con una sonrisa.
Christopher corrió hacia ella como un niño pequeño, sonriendo y llorando a la vez.
"Gracias... muchas gracias... gracias", repetía sin cesar, con las lágrimas cayendo sin cesar por su arrugado rostro.
Sofía sonrió y comprendió lo mucho que significaba para él aquella cinta.
"¿Es de un ser querido que perdiste?", le preguntó sin detenerse a responder.
"Cuando murió mi madre, me sentí traicionado. Dejé de creer en Dios... dejé de ir a la iglesia. Pensé que no tenía a nadie, ¡ni siquiera a un padre! Mi vida se reía de mí como si fuera un chiste feo. Me quedé huérfano. Me sentía solo incluso cuando la gente se agolpaba a mi alrededor. Estaba así de solo".
"Pero me di cuenta de que mi madre no se había ido a ninguna parte. Aún vive conmigo en mis recuerdos".
Christopher se quedó quieto, atónito ante las palabras de la enfermera. Lo que acababa de decir le pareció una revelación, una llave que abría su corazón y dejaba fluir sus emociones. Cogió la cinta, la puso en el reproductor y pulsó el botón. Por primera vez, subió el volumen para que alguien oyera algo que su mujer quería que sólo escuchara él...
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El reproductor empezó con el éxito “I'm Leavin'” de Elvis Presley y siguió reproduciendo algunos de los mejores temas que Christopher y Emma habían bailado en otro tiempo. Entre canción y canción se escuchaba la voz de Emma, que había grabado para que Christopher pudiera vislumbrar el recuerdo y lo que hacía especial cada melodía.
Cada canción tenía un momento único de amor que conectaba a Christopher con su amada. Algunas lo hacían reír. Con algunas, lloraba... y con otras, se quedaba helado, como si no quisiera volver al presente. Aquellos recuerdos... ¡eran hermosos!
A Sofía se le llenaron los ojos de lágrimas. Se sorprendió de que un hombre con demencia que no recordaba su nombre, su edad, el nombre de su mujer ni nada, recordara el hermoso pasado relacionado con su amada. Quedó asombrada por el poder del amor que este hombre sentía por su difunta esposa y no pudo contener las lágrimas.
"¡Baila conmigo!", le dijo, extendiendo sus cálidas manos a un desconsolado Christopher. Bailaron toda aquella noche, con lágrimas de alegría y dolor desbordando sus ojos.
Sofía dejó de odiar a Dios. Empezó a creer en los milagros e incluso juró a Cristo que pronto llevaría a su nuevo padre, Christopher, a la iglesia. Sofía decidió llevarse a Christopher a casa. Quería que fuera el padre que nunca tuvo. Quería llamarle papá, algo que nunca había llamado a nadie, y cuidar de él como si fuera su hija hasta que se reuniera con su amada en el Cielo.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- El dolor no es más que otra preciosa emoción que se desborda ante la pérdida de un ser querido. Christopher y Sofía eran dos seres separados, pero su dolor los unió. Mientras Christopher había perdido a su amada esposa, Emma, Sofía había perdido a su madre. Estaban destrozados tras perder a sus seres queridos, y ese dolor les llevó a arrimar el hombro el uno al otro.
- Ninguna cantidad de dinero ni una montaña de oro pueden comprar la riqueza más preciada que tienes: ¡Tus recuerdos! Por más que todos lo intentaron y lloraron, Christopher nunca permitió que nadie escuchara las grabaciones de la cinta que su difunta esposa le dejó. Al final, las grabaciones resultaron ser una recopilación de las canciones y su voz, cada una con un bello recuerdo del pasado que una vez atesoraron.
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