Hombre que cuida de tía solitaria descubre que le dejó su casa de $1,3 millones a una repartidora desconocida — Historia del día
Un hombre se sorprende al oír que su tía, a quien ha estado cuidando durante años, le había regalado su casa a una repartidora desconocida. Cuando lo consulta con la anciana, ella piensa que está bromeando, hasta que descubre que ha sido víctima de una estafa.
Carlos, de 43 años, era un buen hombre. Era un padre amoroso, un esposo devoto y un sobrino cariñoso. Tanto era así que, a pesar de tener tres hijos y el cuarto en camino, así como un montón de otras responsabilidades, cuidaba con devoción a su tía, Marlene.
La mujer lo había criado desde que era un niño de diez años. Los padres murieron en un desafortunado accidente automovilístico y el corazón de Marlene se compadeció por él. Prácticamente sacrificó su vida para cuidarlo.
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En ese entonces, Marlene era una joven hermosa que tenía docenas de pretendientes. Pero ninguno de ellos quería a una mujer con un hijo, por lo que decidió que no los quería en su vida.
Marlene siguió siendo madre soltera de su sobrino, quien apreciaba sus sacrificios y la amaba mucho. Pasaron los años, y al envejecer, ella se volvió débil y necesitaba ayuda y cuidados especiales.
Una luminosa mañana de domingo, Carlos estacionó el auto en el camino de entrada de Marlene, y sus tres hijos pequeños corrieron hacia la puerta de su casa.
"¡Abuela Marlene! ¡Estamos en casa!", gritaron al unísono, y minutos después, la anciana colmaba a sus pequeños nietos de abrazos y besos en el porche.
"El pastel está listo en la cocina y podemos pedir pizza, ¿qué les parece?", les dijo a los chicos, quienes la abrazaron y besaron. "¡Nos encanta!", exclamaron mientras desaparecían en el interior.
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Las visitas de fin de semana a la casa de Marlene se habían convertido en un ritual para Carlos y su familia. Debido a que su esposa estaba embarazada, no la visitaba con tanta frecuencia, pero el resto de la familia nunca se perdía un fin de semana.
"¿Cómo estás, tía Marlene?", preguntó mientras la envolvía un cálido abrazo. "Les permitiste pedir pizza, ¿no?".
Ella sonrió y lo abrazó por un rato. "Estoy de maravillas, hijo mío", dijo. "¿Cómo está Amelia? Hice unas galletas para sus antojos de embarazo. ¡Y no son unas galletas cualquiera! ¡Usé la receta de mi abuela! ¡Son especiales!".
"No debiste molestarte, tía", dijo Carlos. "El doctor dijo…".
"Tengo toda mi vida para descansar, querido sobrino. ¡Espero que sea niña esta vez! ¡Será tan adorable como tu esposa!".
Así era Marlene: una mujer dulce y amorosa que se preocupaba por todos, excepto por ella misma. Tenía presión arterial baja y los médicos le habían aconsejado que descansara, pero ella prefería escuchar a su corazón, no a los médicos.
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Ese fin de semana, Carlos y sus hijos disfrutaron de un festín de pizza y pastel de manzana, y Marlene les pidió que volvieran a visitarla pronto. Le pidió a su sobrino que trajera a Amelia también, ya que tenía una sorpresa para su cumpleaños.
Desde que Carlos era un niño pequeño, Marlene le había hecho algo especial en su cumpleaños. Este año, tenía la intención de que fuera aún más memorable y decidió regalarle las cartas que su difunta madre solía escribirle sobre cada uno de sus pequeños pasos.
La madre de Carlos había querido que tuviera un hermano, pero falleció prematuramente. Así que algunas de las cartas que ella le había escrito a Marlene eran muy tristes, y no quería que él las leyera.
Unos días antes del cumpleaños, subió las escaleras del ático y pasó un par de horas clasificando las cartas felices. Lloraba de alegría mientras las leía.
Una vez que tuvo lo que necesitaba, comenzó a bajar las escaleras. Lamentablemente, se apresuró, perdió un paso y cayó de espaldas. El dolor que sentía era muy intenso.
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Por suerte, llevaba el teléfono en el bolsillo de su pantalón, así que llamó a los paramédicos, quienes la llevaron al hospital. Se había fracturado la cadera, por lo que quedó postrada en cama; no podía moverse sin una silla de ruedas.
Cuando Carlos se enteró de la condición de Marlene, corrió al hospital y la regañó. Estaba muy preocupado por sus acciones.
"¡Tía Marlene!", exclamó en voz alta. "¿Cómo se te ocurrió subir sola esas escaleras?".
"¡Soy muy creativa!", respondió con picardía. "¿Y sabes qué? ¡Tengo tu sorpresa lista! Y no te diré lo que es, no importa cuánto insistas", añadió entre risas.
"¿Cómo puedes seguir riendo y haciendo bromas?". Carlos suspiró. "¿Y si la lesión hubiera sido más grave?".
"¿Para qué pensar en algo que no ocurrió?", dijo con una suave sonrisa. "¡Mírame! Estoy bien, ¡y mañana salgo de aquí!". Y luego movió su pierna enyesada apoyada en almohadas.
"¡Tía!", gritó Carlos. "¡Eres realmente imposible!".
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Al día siguiente, Marlene fue dada de alta y regresó a casa. Carlos y Amelia dijeron que se mudarían con ella por unos días para cuidarla, pero ella sugirió que contrataran una enfermera.
"¡No quiero que te cuide una total extraña!", argumentó Carlos. "A veces eres demasiado ingenua y confiada. Alguien sin escrúpulos podría aprovecharse de ti".
Marlene sonrió; sabía que detrás del argumento de su sobrino estaba su amor por ella. Ella accedió a dejar que se mudaran, y Carlos realmente se desvivió por cuidarla.
Le llevaba las comidas a la cama, empujaba su silla de ruedas por la casa y decidió trabajar desde casa para poder estar cerca de ella. Marlene estaba agradecida de tener un sobrino tan maravilloso y amoroso.
Una mañana, cuando Amelia estaba ayudando a Marlene a bañarse, sonó el teléfono de la anciana. Carlos atendió y el hombre al otro lado de la línea se presentó como el Señor Prieto, su abogado.
Dijo que quería hablar con Marlene sobre sus asuntos de propiedad, y Carlos dijo que le transmitiría el mensaje porque era su sobrino.
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"Preferiría hablar con la Señora Farías; es un asunto privado relacionado con la transferencia de su casa", dijo. "Lamento no poder revelar ningún otro detalle. Es confidencial. Recibí los documentos esta mañana y me gustaría hablar con ella lo antes posible. Gracias".
El señor Prieto colgó el teléfono y Carlos se sorprendió de saber que Marlene planeaba transferir su casa de $1,3 millones a alguien. Entonces, cuando su tía preguntó quién había llamado, le dijo lo que había dicho el abogado.
"¿De verdad lo estás considerando? Pensé que amabas tu casa", dijo Carlos con un ligero escepticismo en su voz.
"¡Oh, cielos! ¿Esta es una de tus bromas, Carlos?". Marlene se rio. "No voy a transferir mi casa a nadie. ¿Por qué lo haría?".
"¿Qué?", preguntó Carlos. "¡Pero el abogado dijo eso! ¡Dijo que necesita hablar contigo!".
"Espero que no sea una de tus bromas", dijo Marlene. Minutos después, llamó al abogado. "Sí, señor Prieto. Así es, era mi sobrino. ¡Oh no! No, yo no… ¿Quién envió los documentos?".
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"No había dirección en el sobre, señora Farías, lo cual me pareció extraño, así que decidí llamarla. Lo último que habíamos planificado era redactar un testamento y hablar sobre la transferencia de la propiedad y todo eso".
"Sí, ese era el plan, ¡pero no tengo idea de quién es la señora Marcano! ¿Podría enviarme los documentos, por favor? Hasta entonces, no haga nada…".
"Me temo que los documentos ya están firmados por usted", dijo Prieto. "Y allí se confirma que transfirió su casa a la señora Marcano, convirtiéndola en la propietaria legal".
El corazón de Marlene comenzó a latir rápidamente cuando colgó el teléfono. "¡No sé de qué está hablando!", dijo llorando. "Lo había llamado hace algún tiempo y…".
Marlene trató de recordar los eventos de las semanas anteriores. Estaba segura de que no conocía a ninguna señora Marcano. Pero recientemente había sido muy amable con una extraña… ¡La cartera que le entregaba el correo!
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La joven era dulce y amable, que había ayudado a Marlene en un par de ocasiones. La veía a menudo en el vecindario y la joven tenía una amable sonrisa. Un día, la había ayudado a llevar la compra del auto a su casa.
¡La repartidora había estado presente el día que el señor Prieto visitó a Marlene! Le había pedido un poco de agua, y la había pillado hurgando en los documentos en la mesa del frente cuando regresó de la cocina.
"¡Disculpe, accidentalmente los tiré de la mesa y solo los estaba arreglando!", le dijo la joven, y Marlene había visto algo en sus ojos, algo que decía que estaba mintiendo. Pero no había pensado mucho en ello.
Días después, apareció un día en la puerta de su casa y le pidió que firmara un documento, como hacía cada vez que le entregaba algo, y Marlene lo firmó. ¿Había caído en una trampa al confiar en ella?
"¡Oh, eso es todo lo que recuerdo! Nunca dejo entrar a extraños, pero ella fue amable y servicial. ¡Recuerdo que se presentó como Patty!". Marlene lloró. "¡Y ahora que me doy cuenta de que no la he visto en semanas!".
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"Bueno, si es la repartidora, ¡podemos localizarla! Necesitamos informar a la policía tan pronto como podamos", dijo Carlos.
Hizo la denuncia en la policía, y buscaron en la oficina de correos de la ciudad a Patty y también a la señora Marcano. ¡Pero resultó que no existía ninguna repartidora con esos nombres!
"Probablemente, este es el trabajo de unos estafadores", le dijo el policía a Carlos. "Veremos qué podemos hacer, señor Farías. Le estaremos avisando".
Carlos se sintió muy mal por Marlene. Lo primero que hizo fue instalar cámaras por toda la casa y le dijo que tuviera cuidado. "Tengo que volver a la oficina la próxima semana, ¡y esto debería ayudar si ella vuelve aquí! Repórtala a la policía si aparece", le dijo.
Pero pasó un mes y no había pistas de la policía ni de las imágenes de la cámara. Patty nunca volvió a aparecer en la puerta de Marlene.
Carlos había perdido la esperanza de poder salvar a su inocente tía de la estafadora hasta que salió de su oficina temprano una noche. Justo afuera de la sala de conferencias, escuchó a la conserje hablando por teléfono.
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"¡Los ricos nunca entenderán las dificultades que vivimos los demás! ¡Todo lo que hacen es dirigir a sus subordinados! ¡Esos idiotas! ¡Merecen pudrirse en el infierno!".
Carlos habría ignorado sus palabras y también habría ignorado su terrible actitud si no se hubiera dado cuenta de lo que asomaba de su bolso, que estaba tirado en el suelo.
Mientras la mujer iba a dejar el balde y el trapeador en su lugar, Carlos hurgó su bolso y ¡encontró un uniforme de cartero! También estaban los documentos de la casa de Marlene. ¡Eso fue una gran señal de alerta!
Carlos volvió a guardar todo, y alertó a la policía. También decidió seguirla esa noche. La vio ponerse el uniforme de repartidora en el estacionamiento y supo que el misterio de la señora Marcano estaba resuelto.
Cuando pasó por la casa de una pareja de ancianos disfrazada de repartidora esa noche, Carlos estaba allí con la policía y la arrestaron. Ella había tratado de escapar, pero, por suerte, no era una buena corredora.
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"Estás detenida por estafar a la señora Farías", dijo el policía mientras la esposaba. "Recuerde que tiene derecho a permanecer en silencio y derecho a un abogado. Cualquier cosa que…".
"¡Todos ustedes son basura! ¡Todo este sistema es una basura!", gritó. "¿Qué vas a obtener después de arrestar a una simple trabajadora? ¡Nos vemos obligados a vivir en la pobreza debido a los ricos como tu tía!".
"¡Esa anciana tiene un montón de dinero que no necesita, mientras los pobres se mueren porque no pueden pagar sus cuentas! ¡Todos son despreciables!".
"Eso no es cierto", dijo Carlos. "¡No puedes culpar a alguien por tu desgracia! Mi tía y los ancianos de los que te aprovechas no son responsables de la pobreza de otros".
"Tal vez el mundo no es justo ni ideal, pero el día que comiences a trabajar con honestidad, ¡te dará cuenta de lo equivocada que estás! Solo las malas personas pueden engañar a los inocentes y deleitarse con ese tipo de victoria".
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Culpar a alguien por tu desgracia no te ayuda a salir adelante: La señora Marcano culpaba a los ricos por la desgracia de los pobres, lo que la hizo recurrir al robo y la estafa para vengarse.
- La honestidad es una de las mejores herramientas para progresar en la vida: Marlene pudo recuperar su casa y la culpable fue arrestada por sus acciones. Por fortuna, en este caso, la verdad triunfó.
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