Jefe pilla a mesera robando sobras de una pizza de la cafetería y la llama a su oficina - Historia del día
Jefe pilla a una camarera de su restaurante robando porciones de pizza. Se escandaliza al verla incumplir las normas y la despide, pero muy pronto se arrepiente de su decisión.
A los 43 años, John por fin era dueño de la pizzería de sus sueños. El restaurante era conocido por sus sabores únicos y su hospitalidad, y él pensaba que ganaría millones gracias a su impecable reputación.
Además de adquirir el buen nombre de la pizzería, John también consiguió un personal formado y un local bien amueblado. No tuvo que construir su negocio desde cero, pero pagó un precio considerable al comprar un restaurante en pleno funcionamiento.
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Entre el personal se encontraba Samantha, una amable camarera de 24 años. Llevaba un año trabajando en la pizzería y sabía todo lo que ocurría entre bastidores para que el negocio siguiera prosperando.
Sin embargo, John siempre se negaba a escuchar sus recomendaciones. Un día, estaba sentado en las mesas exteriores comiendo pizza mientras su personal se preparaba para cerrar el local. Disfrutaba de un vídeo en su teléfono mientras comía cuando dos adolescentes se acercaron a su mesa.
"Señor, tenemos hambre", gritó uno de ellos. "¿Podemos comer las sobras de pizza?".
Enfadado, John les gritó y les dijo que se marcharan inmediatamente. Samantha vio a su nuevo jefe gritar a los chicos, así que salió del restaurante e intentó explicarle acerca de la tradición del restaurante.
"Nuestro antiguo jefe siempre nos decía que diéramos comida a los necesitados porque pensaba que esas buenas acciones ayudan a hacer crecer su negocio", sonrió. "Dar las sobras a los pobres era una tradición".
"¡Basta de tradiciones estúpidas!", dijo John. "Yo decido cómo llevar este lugar. ¿Está claro?".
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John recogió la caja con los restos, se paró de la mesa y empujó a los adolescentes, mientras caminaba hacia el cubo de la basura para botar todo. "¡Aquí es donde deben ir las sobras!", dijo con severidad.
Samantha negó con la cabeza mientras entraba en el restaurante. Estaba decepcionada, pero no era la primera vez que su nuevo jefe rechazaba sus sugerencias. Ella le había hablado de otra tradición hacía unos días, pero a John no le había gustado.
"Siempre escribimos una nota inspiradora para nuestros clientes y se la entregamos con su pedido", le dijo. "¡Intentamos alegrarles el día con este sencillo gesto! A nuestros clientes les encanta".
"¡Oh, por favor!". John puso los ojos en blanco. "Estoy aquí para vender comida, no inspiración. No seguiré con tradiciones tan inútiles".
John puso un par de reglas nuevas después de comprar el restaurante. Además de prohibir al personal que diera las sobras a los pobres, también limitó el número de porciones que podían llevarse a casa.
"Nadie puede llevarse más de una porción. ¿Entendido?", les dijo el primer día.
A Samantha le entristecía que John pusiera fin a tantas prácticas maravillosas, pero no dejó que eso afectara a su trabajo. Siguió siendo la camarera alegre y simpática, que era muy amable con quienes la rodeaban.
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Todos en el restaurante querían a Samantha por su personalidad burbujeante. No paraba de decir que estaba ahorrando dinero para hacer un viaje por todo el país. La joven soñaba con viajar algún día, sin saber que su vida pronto cambiaría para siempre.
Como John era estricto con sus normas, visitaba a menudo la cocina para asegurarse de que nadie robaba pizzas. Un día, se sorprendió al ver que la camarera infringía las reglas. Pilló a Samantha metiendo cuatro porciones de pizza en su bolso.
"¡A MI OFICINA! AHORA MISMO!", le gritó, y se fue dando pisotones a su despacho.
"¡Sé que has estado robando sobras, Samantha!", le gritó. "¡Has roto la regla más importante! Has robado cuatro trozos de pizza pensando que nadie te vigilaba".
"Pero no me las llevaba a casa para mí. Quería dárselas a los chicos hambrientos", explicó ella. "Las sobras irían a la basura de todos modos. ¿Qué sentido tiene no dar de comer a los pobres? No tiene nada de malo".
"¡No me digas lo que tengo que hacer!", refunfuñó John. "No te he llamado a mi despacho para escuchar tus consejos. No puedo lidiar con tus discusiones sin sentido. ¡Estás despedida! Ve a trabajar en una organización de derechos humanos".
"¿Qué?", exclamó Samantha. Pudo ver cómo sus sueños se hacían añicos ante sus ojos.
"¡Sé lo mucho que necesitas este trabajo, pero no me has dejado otra alternativa que despedirte!", dijo John.
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Samantha suplicó a su jefe que no la despidiera, pero él no la escuchó. Pronto despidió al resto del personal y contrató a nuevos trabajadores, pero su medida afectó a la reputación de su restaurante. No tenía ni idea de que el equipo al que había despedido era su mayor activo.
En cuanto se marchó su personal, el ambiente de su pizzería se volvió deprimente. Los clientes habituales sentían que algo iba mal, y aunque la calidad de la comida seguía siendo buena, ya no disfrutaban la experiencia igual.
A veces, John echaba de menos a sus antiguos empleados porque nunca había tenido que formarlos. Por otra parte, sus nuevos empleados necesitaban que les enseñaran todo, pero no podía quejarse. Finalmente podía imponer sus reglas sin que nadie protestara o las cuestionara.
John se esforzó por hacer crecer su negocio, pero definitivamente algo estaba mal. Hizo todo lo posible para que las cosas funcionaran, pero la afluencia a su pizzería disminuyó considerablemente.
Unos meses más tarde, volvía a casa conduciendo desde su pizzería cuando vio una larga cola de gente delante de un nuevo camión de comida que vendía pizza. Estaba seguro de no haberlo visto antes, así que aparcó el coche y se acercó para ver a qué venía tanto alboroto.
Al acercarse al camión de comida, vio a Samantha y a los dos pobres adolescentes en su interior. ¡Dios mío!", exclamó John.
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John quiso saltarse la cola para hablar con su exempleada, pero la gente que estaba en ella no le permitió hacerlo.
"¡No puedes saltarte la cola!", le gritó una anciana a John, y eso le avergonzó lo suficiente como para montarse en su coche y marcharse.
Al día siguiente, John volvió a su restaurante. Se sentó en uno de los asientos, esperando a que entrara el primer cliente, pero no apareció nadie hasta más tarde esa misma noche.
Una pareja entró en el restaurante y miró todos los asientos vacíos de la pizzería. Uno de los camareros se dirigió rápidamente hacia ellos, dándoles la bienvenida, pero se dieron la vuelta y empezaron a caminar hacia la puerta.
"¡Vamos a la furgoneta de comida que está a la vuelta de la esquina!", le dijo la chica a su novio. "No me gusta este sitio. Parece que aquí no viene nadie, pero esa furgoneta de comida siempre esta llena de gente agradable".
Las esperanzas de John se convirtieron de repente en tristeza cuando vio a la pareja salir de su restaurante. Por mucho que quisiera impedir que se fueran, no podía hacer nada al respecto.
De repente se dio cuenta de que la mujer que había despedido de su restaurante se había convertido en una competidora. El camión de comida de Samantha estaba en boca de todos y él no podía hacer nada para evitar que sus clientes fueran allí.
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Más tarde, esa misma noche, John volvió a casa, pero no podía apartar a Samantha de su mente. Se arrepentía de haberla despedido y creía que debería haber seguido su consejo de continuar con las tradiciones del restaurante.
"Tengo que hablar con ella mañana y disculparme por haberla despedido", pensó John. "Después de todo, esa joven no se equivocaba".
A la mañana siguiente, John salió de su casa y se dirigió al camión de comida de Samantha en lugar de a su pizzería. Como era de día, la cola fuera de la furgoneta era más corta de lo habitual, así que esperó su turno para poder hablar con Samantha.
"¡John!", exclamó ella al verlo de pie como uno de sus clientes. "¿Cómo estás?".
"¿Podemos hablar?", preguntó John, haciendo un gesto para que le dedicara unos minutos.
"Claro", dijo ella y salió de la furgoneta.
"Solo he venido a disculparme, Samantha", John bajó la mirada. "Desde que te fuiste, la afluencia a mi restaurante ha disminuido considerablemente. Parece que eras la razón por la que la gente visitaba la pizzería".
"¡Oh, eso no es cierto!". Samantha se rio entre dientes.
"Pues parece que si lo es", replicó John. "¿Cuándo empezaste tu negocio? Me gusta mucho la idea".
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"Bueno, decidí no trabajar para nadie después de que me despidieras", dijo Samantha. "Como había aprendido a hacer pizzas, pensé que montar un camión de comida funcionaría".
"¿Y las finanzas?". John tenía curiosidad. "Estoy seguro de que no podrías haber ahorrado tanto dinero para comprar un camión y todos estos suministros".
"Pedí un préstamo con la ayuda de mi tío", respondió Samantha. "Es un encanto. Me ayudó mucho durante todo el proceso. Y sabía que estos chicos nunca me dirían que no. Así que los contraté para que trabajaran conmigo. Hasta ahora ha sido una experiencia agradable".
John levantó las cejas y sonrió mientras miraba por encima de su hombro a los dos adolescentes que servían pizzas a todos.
"Entonces, ¿cuál es tu secreto?", sonrió. "¿Cuál es el secreto de tu floreciente pequeño negocio?".
"Simplemente hago lo que mejor sé hacer: trato a la gente como quiero que me traten a mí", sonrió ella y le entregó una pizza gratis y una nota que la acompañaba.
"Trata y ama a los demás como a ti mismo", decía la nota.
John sintió de repente una oleada de arrepentimiento en el cuerpo. Sintió que sus mejillas se encendían y se ponían rojas. Le da un mordisco a la pizza, pero no se la traga. "¿Qué he hecho?", pensó.
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Al volver a casa aquel día, John no dejaba de pensar en la furgoneta de comida de Samantha y en la nueva confianza que hacía brillar sus ojos. Le impresionó su ética de trabajo y decidió volver a visitarla, con una propuesta.
Al día siguiente, condujo hasta la casa de Samantha y le preguntó si podía dejarla en su lugar de trabajo. "Quiero hablar contigo", le dijo.
Una vez que Samantha se sentó en su coche, él compartió sus pensamientos con ella. "Samantha, quiero volver a contratarte a ti y a tus compañeros. Cometí un error y quiero rectificarlo", le dijo mientras conducía.
"No sé si sea una buena idea para mí". Samantha no sabía qué decir.
"Te contrataré como gerente y te pagaré mucho mejor de lo que ganas ahora", dijo entusiasmado. "También contrataré a esos chicos".
"¿Pero por qué harías eso?" Samantha estaba confusa.
"Quiero recuperar mi antigua y floreciente pizzería, y creo que tú y tus compañeros podéis ayudarme a conseguir mi objetivo", respondió. "Pero también hay algo más".
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"¿Qué es?", preguntó Samantha con curiosidad.
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"Podemos utilizar tu furgoneta como una sucursal económica en sectores más humildes de la ciudad", contestó él. "Estoy seguro de que te encantará esa idea. Por supuesto, seguirá siendo tuya. Y en ella podrías viajar por todo el país, como siempre has soñado, llevando nuestra pizza a todos los rincones".
"Bueno, me lo pensaré", dijo Samantha. "Ya te llamaré, John. Gracias por traerme".
John vio a Samantha salir de su coche y caminar hacia su furgoneta de comida. Se sintió aliviado tras compartir su idea con ella y confiaba en que respondería positivamente.
A la semana siguiente, John se puso en contacto con sus antiguos empleados y les pidió que volvieran a unirse a su restaurante después de que Samantha aceptara su puesto como gerente.
Estaba encantado de tenerlos a todos de vuelta y decidió continuar con las tradiciones que antes se negaba a aceptar. Regalaba comida a los pobres, lo que le hizo experimentar una nueva satisfacción que nunca antes había sentido. Le hizo comprender por qué Samantha era tan amable.
Unos meses más tarde, la pizzería de John se convirtió en uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Además de los residentes, la gente de los pueblos vecinos también la visitaba y les encantaban las pizzas y la calidez del lugar.
Después de ver crecer su negocio, John miró su vida retrospectivamente y se dio cuenta del precio tan alto que había pagado por su arrogancia. Se sintió agradecido de que el destino le hubiera dado otra oportunidad. Ahora su generosidad hacía que su vida fuera feliz.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Trata a los demás como quieres que te traten a ti: Samantha siempre era amable con todos. Pronto, John se dio cuenta de que esa amabilidad y generosidad eran la clave del éxito y la felicidad.
- Hay que saber escuchar: Como John era arrogante, nunca quiso escuchar los consejos de Samantha. Pensaba que solo él tenía las respuestas al ser el jefe, pero pronto se dio cuenta de que ella tenía valiosas recomendaciones para su restaurante.
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