Mujer pobre es rechazada por hijo biológico tras él enterarse de que trabaja como lavaplatos - Historia del día
Un estudiante adinerado rechazó los esfuerzos de su madre biológica por conectar con él tras enterarse de que era la que lavaba los platos en su colegio, pensando que era vergonzoso.
Laura tenía 52 años y llevaba una vida muy miserable. Era pobre y la mayor parte de su sueldo se destinaba al alquiler de su pequeño apartamento y a pagar las facturas de los servicios públicos.
Trabajaba en un colegio de su barrio como lavaplatos, en la cafetería. Aunque el sueldo era bajo, aceptó el empleo porque le daban vales de comida que le permitía comer dos veces al día. Pero no era suficiente, por lo que cada día era más delgada y frágil.
Con el tiempo, la debilidad le pasó factura; Laura se volvió torpe. No podía soportar la carga de los platos, por lo que a menudo los rompía. Varias veces, esto ocurría delante de los alumnos.
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Al ver esto, los chicos que hacían cola para recibir su comida empezaron a burlarse de ella. Clive, un chico adinerado, era especialmente cruel con ella. "¿Por qué sigues trabajando, abuela? Deberías estar en una residencia de ancianos. Está claro que ya no puedes llevar los platos", se burló.
Los niños se rieron de su comentario, y viendo que a la gente le gustaban sus bromas sobre la mujer, empezó a burlarse de ella más a menudo, entristeciendo a Laura.
Un día, empujó "accidentalmente" a Laura mientras llevaba los platos hacia la parte delantera de la línea. Los platos se rompieron y ella se horrorizó.
"Uy", le dijo Clive al ver lo que había provocado. "Lo siento, abuela. No te ví", dijo burlonamente.
Laura suspiró, casi llorando. No podía permitirse perder su trabajo, y con varias advertencias por romper platos, ya estaba a punto de ocurrir. "Tendré que pagar por todo esto", dijo entre lágrimas.
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Clive se encogió de hombros y, burlón, le dijo: "Pues haz horas extras. Tú puedes, abuela".
Laura cogió una escoba para barrer las cerámicas rotas del suelo. Lo hizo entre lágrimas, al darse cuenta de que su dinero, ganado con tanto esfuerzo, se agotaría una vez más, y por una razón que ni siquiera era culpa suya.
Más tarde, ese mismo día, se fue a casa y empezó a pensar en su hijo. Estaba agotada y pensar en él cuando era un bebé la reconfortaba. Reflexionó sobre el niño cruel del colegio e imaginó que su hijo sería mucho más amable y compasivo.
Después de años sin ponerse en contacto con ella, decidió llamar por primera vez a Camille, la madre adoptiva de su hijo. Cuando Laura lo dio en adopción, pidió tener la posibilidad de contactarlos en cualquier momento, si quería conocerlo.
Camille y su esposo Adam accedieron, ya que apreciaban mucho a Laura y agradecían que les hubiese permitido hacerse cargo de su hijo. Nunca tuvieron oportunidad de decirle el nombre que finalmente le dieron al pequeño.
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"Hola, Camille", dijo por teléfono.
"¡Laura! Qué sorpresa. ¿Cómo estás?", respondió Camille.
"Estoy bien", dijo ella. "¿Cómo está el niño?", preguntó Laura.
"Está bien. Está creciendo muy rápido, de hecho. ¿Te gustaría verlo?", preguntó Camille.
Laura se secó las lágrimas. Hacía años que no veía a su hijo y no tenía ni idea de cómo era. Tardó tanto en llamar porque no quería perturbar su infancia. Ahora que tenía doce años, pensó que era el momento de presentarse.
"Me encantaría", le dijo, y Camille le dijo que se encontraran en el parque del barrio al día siguiente, después del colegio.
Tras colgar el teléfono, Camille llamó a su hijo a su habitación para explicarle la situación. Al cabo de unos instantes, Clive entró. "¿Qué pasa, mamá?", preguntó.
"Sabes qué mamá y papá te quieren, ¿verdad?", preguntó Camille.
Clive asintió, y fue entonces cuando Camille le contó la historia.
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"Verás, papá y yo no hemos sido del todo sinceros contigo. Hace doce años, antes de tenerte, los médicos nos dijeron que nunca podríamos tener hijos propios", reveló. "Teníamos tantas ganas de ser padres, y un día conocimos a una mujer que ya no podía pagar las facturas del hospital de su hijo. Nos ofrecimos a pagar las facturas y acogerlo. Ese niño eres tú, mi amor".
Clive estaba sorprendido y confuso. Nunca imaginó que era adoptado, ya que compartía el mismo cabello castaño claro que su padre. "¿Por qué me cuentas esto ahora, mamá?", le preguntó.
"Bueno, le hice una promesa a tu madre biológica y ahora quiere conocerte", le dijo Camille a Clive. Él no creía que fuera necesario conocer a su madre biológica. Sin embargo, accedió después de que la curiosidad se apoderara de él.
Al día siguiente, Camille recogió a Clive del colegio en su coche deportivo descapotable. Lo llevó al parque del barrio, que no era tan limpio y exclusivo como el parque al que iba con sus amigos. Estaba preocupado y quisquilloso. No quería que ninguno de sus amigos lo viera.
Entonces Camille vio a una mujer sentada sola en un banco, esperando. Le hizo un gesto con la mano en cuanto sus miradas se cruzaron.
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"Clive, esta es Laura. Es tu madre biológica", le dijo Camille a su hijo. En ese momento, levantó la vista de su teléfono y vio a la pobre mujer. "Los dejo para que conversen. Estaré en el coche", le dijo a su hijo.
"¿Tú?", dijo. La reconoció al instante como la lavaplatos del colegio. Laura también se sorprendió, al ver que su hijo biológico era el chico que constantemente le hacía pasar malos ratos en su trabajo.
"Hola, hijo", sonrió Laura suavemente, haciendo todo lo posible por alejar de su mente los malos ratos que el chico le había hecho pasar. "¿Te gustaría ir a la heladería de la esquina? Podemos tomar un helado de pistacho", sugirió.
"¡Soy alérgico a los pistachos!", dijo Clive, irritado. Todavía no podía creer que aquella mujer fuera su verdadera madre.
"Lo siento. No lo sabía", respondió ella.
"Claro que no lo sabías. Me abandonaste cuando era un bebé". Se notaba el resentimiento del chico, pero Laura comprendía que tenía derecho a sentirse así.
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Entonces Laura se fijó en el colgante que Clive llevaba al cuello, que tenía la forma de un ala de ángel.
"Es un colgante precioso", le felicitó Laura.
"Lo tengo desde bebé. Claro que tú tampoco lo sabrías", se burló.
"Me recuerda a algo", dijo Laura, alargando la mano para tomar algo del interior de su bolso. Le tendió a Clive una cajita.
"¿Intentas conquistarme con regalos? Adivina. No va a funcionar", le dijo él, tomando la caja de las manos y burlándose.
"Por supuesto que no. Solamente quería verte. Llevo años deseando conocerte, hijo", dijo ella, con los ojos llenos de lágrimas.
"¡No soy tu hijo!", gritó Clive, tirando la caja y haciéndola caer al suelo.
En ese momento, Laura se dio cuenta de que su hijo la despreciaba demasiado y estaba muy enfadado y resentido. Asintió con la cabeza, le dedicó una suave sonrisa y decidió marcharse, sollozando mientras se alejaba.
Clive recogió la caja del suelo y, al abrirla, vio un collar similar al que llevaba puesto. Venía con una carta, que decidió leer.
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Se sentó en el banco con el collar y la carta en la mano y leyó:
"Querido hijo,
Tengo el corazón roto por no haber llegado a saber tu nombre. Siento no haber podido estar a tu lado como tu madre. Tu padre me abandonó cuando se enteró de que estaba embarazada. El embarazo fue difícil y tuve que dejar de trabajar porque debía estar en reposo absoluto. Cuando di a luz, te diagnosticaron una enfermedad que te obligó a permanecer en el hospital durante un mes. No tenía dinero, pero estaba desesperada por salvarte".
Clive empezó a llorar. Estaba abrumado por lo que empezaba a descubrir, así que tuvo que dejar de leer para comprenderlo del todo.
"Estaba dispuesta a hacer todo lo posible por salvarte, incluso si eso significaba perder el privilegio de ser tu madre. Podrías haber muerto si no se pagaba la factura del hospital. Tuve que darte en adopción. Conocí a Camille y a Adam y vi que serían buenos padres para ti. Lo siento, hijo. Espero que estés viviendo una buena vida".
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Cuando terminó de leer la carta, estaba húmeda de lágrimas. Se tocó el colgante de su pecho y vio que el ala que faltaba al ángel estaba en el collar de su madre biológica.
Clive corrió en busca de Laura y finalmente la alcanzó. La abrazó con fuerza, dándose cuenta de que ella había hecho todo lo posible por salvarlo, aunque eso significó no estar en su vida. "Te perdono, mamá", susurró.
"Siento haber sido cruel contigo en el colegio. Creo que ese trabajo está dañando tu salud y lo mejor sería que no lo hicieras más. Te prometo que te encontraremos uno mejor", le dijo Clive.
Clive pidió a sus padres adoptivos que la ayudaran a encontrar trabajo. Finalmente, surgió una vacante como escritora para la empresa que poseía Adam, que era realmente la pasión de Laura desde el principio.
Aunque Clive siguió viviendo con Adam y Camille, mantuvo un estrecho contacto con Laura, y se convirtieron en una gran familia feliz.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Los trabajadores de servicios merecen nuestro respeto y admiración. Clive era cruel con Laura en la escuela, la menospreciaba y le causaba dificultades por ser la encargada de lavar los platos. Los trabajadores de los servicios hacer labores que ayudan a hacer más fácil la vida a muchas personas, por lo que les debemos respeto y consideración.
- Los sacrificios que los padres hacen por sus hijos les hacen merecedores de respeto. Clive odiaba a su madre biológica por haberlo abandonado, hasta que se dio cuenta de los sacrificios que había hecho por él.
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