Un hombre se niega a celebrar Acción de Gracias tras perder a su mujer, pero un encuentro inesperado lo cambia todo — Historia del día
Tras el fallecimiento de su esposa, Walter dio la espalda al Día de Acción de Gracias, dejando que esa tradición se desvaneciera en el silencio. Pero cuando un misterioso y joven visitante aparece en su puerta, su tranquilo mundo se tambalea.
Walter caminaba lentamente por los pasillos del supermercado, con los hombros pesados y la mirada apagada. Por todas partes colgaban adornos de Acción de Gracias: pavos rollizos, hojas otoñales y mesas preparadas para comidas familiares.
Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
Cada adorno era como un cruel recordatorio que le evocaba recuerdos que preferiría enterrar. Antes le encantaba Acción de Gracias, apreciaba la alegría que le proporcionaba, pero aquellos días le parecían otra vida. Ahora sólo era una ocasión vacía.
Cogió su habitual "set de soltero", como lo llamaba burlonamente Rose, su difunta esposa: una caja de macarrones con queso, una barra de pan, una docena de huevos y un cartón de leche.
Se dirigió a la caja, ensimismado, cuando un golpecito en el hombro rompió su trance. Al girarse, vio a David, una cara familiar de pasadas Acciones de Gracias.
Los ojos de David se iluminaron. "¡Walter! ¡Mírate! Me alegro mucho de verte", dijo con una sonrisa.
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Walter inclinó brevemente la cabeza y dejó caer la compra sobre la cinta. "Sí", respondió.
David lo observó un momento y luego preguntó: "¿Así que este año volverás a ser el anfitrión de Acción de Gracias? A la vieja pandilla le encantaría".
Walter hizo una pausa y negó con la cabeza. "No".
David frunció el ceño. "¿Por qué no? Tu casa reunía a todo el mundo; nadie se sentía solo".
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Walter apartó la mirada. "Porque ahora soy yo quien está solo".
La expresión de David se suavizó. "Walter, hace dos años que falleció. Quizá..."
Walter le cortó. "El tiempo no lo arregla, David. Nunca podría". Terminó de empaquetar la compra y se volvió para marcharse. "Nos vemos", murmuró, sin mirar atrás.
Cuando Rose vivía, Acción de Gracias había sido algo especial. Todos los años abría su casa a cualquiera que se encontrara solo durante la festividad. Era una reunión de desconocidos, vecinos, estudiantes, incluso transeúntes.
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Rose insistía en que nadie debía pasar solo Acción de Gracias. Walter aún podía oír sus palabras, suaves pero firmes: "Todo el mundo merece un sitio en la mesa, Walter".
Cada año, el grupo crecía, llenando su casa de risas, conversaciones y los reconfortantes olores de la comida casera. Había sido un día de calidez, de conexión.
Ahora, todo eso había desaparecido. Rose se había ido. Los recuerdos eran agudos, no reconfortantes. Walter no soportaba celebrarlo, así que se quedó en casa, dejando que las fiestas pasaran como cualquier otro día.
Al llegar a su casa, vio que había alguien en el porche. Curioso, aparcó y se acercó. Era una mujer joven, con los ojos enrojecidos por el llanto y las manos apoyadas de forma protectora sobre el vientre. Se levantó cuando él se acercó, revelando que estaba claramente embarazada.
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Apenas aparentaba dieciocho años, quizá menos, y tenía la cara manchada de lágrimas. Él frunció el ceño, y las arrugas de su rostro se hicieron más profundas. "¿Quién eres y qué haces aquí?", preguntó.
La muchacha pareció sorprendida, pero consiguió responder: "Me llamo Lily. Fui alumna de tu esposa. Cuando aún era...". Su voz se apagó y bajó la mirada, incapaz de terminar.
El rostro de Walter se endureció. "Bueno, ahora ya no está", dijo. "No tienes por qué quedarte aquí. Puedes marcharte".
Lily levantó la vista, con ojos suplicantes. "Sé que se ha ido, pero Rose siempre decía que podía venir aquí si necesitaba ayuda".
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Walter entrecerró los ojos, claramente impaciente. "¿Ayuda? ¿Para qué necesitas ayuda exactamente?".
Lily respiró entrecortadamente. "Mi madre y mi padrastro... me echaron cuando se enteraron de que estaba embarazada. Dijeron que ahora estaba sola. No tengo adónde ir".
La expresión de Walter se suavizó, sólo un poco. "¿Cuántos años tienes?".
"Dieciocho", respondió ella. "Acabo de terminar la secundaria. Iba a ir a la universidad, pero ahora...". Apartó la mirada. "Mi madre dice que no me la pagará".
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Walter sacudió la cabeza, frustrado. "Entonces vete a buscar trabajo", dijo, pasando junto a ella hacia la puerta.
"Por favor", dijo Lily, con voz temblorosa. "No tengo adónde ir".
Walter hizo una pausa y suspiró profundamente. Volvió a mirarla, claramente molesto, pero ablandado por su desesperación. "De acuerdo. Pasa".
Abrió más la puerta y se hizo a un lado mientras Lily entraba. Miró a su alrededor y vio fotos de Rose y detalles que hacían que la casa pareciera habitada, cálida. "Parece como si siguiera aquí", susurró.
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"Es a propósito", dijo Walter, con un tono llano. Se dirigió a la cocina, sacando comida de la bolsa.
Lily lo siguió, observando. "Deja que te prepare algo", le ofreció.
Walter negó con la cabeza. "No necesito nada. Quédate el tiempo que necesites, pero procura no estorbar".
Lily asintió y se quedó callada. Walter terminó de guardar la última compra y se volvió para estudiarla. Había algo en ella que tiraba de su memoria.
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"¿Has estado aquí antes?", preguntó, con un tono casi curioso.
"Sí", dijo Lily en voz baja, mirándolo a los ojos. "Fue hace unos cuatro años. Mi madre... no es una persona amable. En mi casa no celebrábamos las fiestas". Hizo una pausa y sus ojos se desviaron hacia una foto de Rose que había en la pared.
"Pero Rose me invitó aquí aquel año. Fue la única persona que fue amable conmigo. Me hizo sentir que pertenecía a algún sitio. Pero cuando murió...". A Lily se le entrecortó la voz y una lágrima resbaló por su mejilla. "Mi madre ni siquiera me dejó ir a su funeral. Nunca pude despedirme".
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El rostro de Walter se suavizó, con un atisbo de tristeza en los ojos. "Estuve con Rose casi cincuenta años", dijo en voz baja. "Y ni siquiera yo pude despedirme de ella. Crees que estarás preparado, pero... nunca lo estás".
Lily se secó la mejilla, asintiendo. Lo comprendía, quizá mejor de lo que él se daba cuenta. "Gracias por dejar que me quede", manifestó, con la voz apenas por encima de un susurro.
Walter se aclaró la garganta. "Te acompañaré a tu habitación. La condujo por el pasillo hasta la habitación de invitados, espaciosa y acogedora, con colores cálidos y mantas confortables. "Rose lo preparó así. Siempre decía que los invitados debían sentirse como en casa".
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Mientras Lily miraba a su alrededor, Walter continuó: "Traeré una cuna del desván. Alguien nos la regaló una vez, pero nunca la utilizamos. Rose siempre decía que sus alumnos eran como sus hijos".
"Oh, no, por favor, no tienes que hacer eso", dijo Lily rápidamente, con la voz llena de gratitud.
"Lo necesitas", dijo Walter con firmeza. "Rose me perseguiría si no hiciera todo lo posible por ayudarte".
"Gracias", susurró Lily, y Walter asintió, dejándola instalada.
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En las semanas siguientes, Walter sintió que una extraña calidez regresaba a su casa. La presencia de Lily, silenciosa pero decidida, cambió el ritmo de sus días. Su risa llenaba los espacios silenciosos, sus pasos ligeros resonaban por el pasillo.
Walter le había dicho que no hiciera ninguna tarea, insistiendo en que descansara, pero Lily no podía estarse quieta. Él la pillaba fregando platos, doblando toallas u ordenando. Ella sonreía tímidamente cuando él la pillaba, y él refunfuñaba, aunque en el fondo no le importaba.
Un día la encontró rascando pequeños dibujos en un plato con el tenedor, ensimismada. Sin mediar palabra, sacó del armario el viejo caballete y las pinturas de Rose y se los puso en el porche. A partir de entonces, cada tarde, Lily se sentaba fuera, pintando lo que se le ocurría.
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La víspera de Acción de Gracias, Lily lo miró con cara esperanzada. "¿Qué pasa con Acción de Gracias, Walter? ¿Lo celebramos?".
Él negó con la cabeza. "No. Es una época que compartí con Rose... ahora sólo me recuerda lo que se ha ido". Lily bajó la mirada, respetando sus deseos, aunque él percibió su decepción.
Más tarde, la llevó a la ecografía y esperó en el coche mientras ella entraba. Se preguntó si aún habría forma de sentirse completo en Acción de Gracias.
Cuando Lily volvió, se le iluminó la cara de emoción. La miró, enarcando una ceja. "¿Va todo bien?", preguntó con voz firme.
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Lily sonrió. "¡Voy a tener una niña!".
Walter asintió, con expresión tranquila. Pero por dentro se sentía feliz por ella.
Lily se puso una mano en el vientre mientras su sonrisa se suavizaba. "He estado pensando en nombres. Desde que supe que estaba embarazada, sabía cómo la llamaría si era niña". Hizo una pausa, mirando a Walter, como si esperara su respuesta.
Él la observó, curioso pero silencioso.
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"Rose", dijo ella en voz baja.
La cara de Walter cambió. Se quedó inmóvil, sorprendido. Se le llenaron los ojos de lágrimas y asintió, incapaz de hablar.
Aquella noche, mientras Walter estaba sentado solo, su mente se llenó de pensamientos sobre Rose. Había estado tan absorto en su propia tristeza, en su propia tranquilidad, que no se había dado cuenta de que el tiempo se movía a su alrededor.
Se dio cuenta de que la vida había continuado, aunque él hubiera permanecido inmóvil. Rose no habría querido esto, habría querido que viviera, que compartieran amabilidad y calidez como siempre habían hecho.
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Decidió, en ese momento, preparar la cena de Acción de Gracias. No para él, sino para Lily, una chica que nunca había conocido de verdad la alegría de las fiestas.
A la mañana siguiente, Walter se aventuró a ir al supermercado. Recorrió los pasillos, eligiendo cuidadosamente todo lo que necesitarían. Su carro estaba lleno hasta los topes de verduras, ingredientes para el relleno y un pavo gigante.
Incluso encontró una absurda tarjeta con un pavo de dibujos animados -que sostenía un pavo más pequeño en el regazo- para Lily. Sacudió la cabeza y murmuró: "No hay tarjetas para futuras madres en Acción de Gracias. Ya me lo imaginaba".
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Al volver a casa, notó un silencio inquietante. La casa parecía vacía. "¿Lily?", gritó, con el eco de su voz. No hubo respuesta. Cuando entró en el salón, una multitud de personas se levantó de un salto, gritando: "¡Sorpresa!".
Walter tropezó, con los ojos muy abiertos, y luego los vio: caras conocidas de todas aquellas cenas de Acción de Gracias, amigos y desconocidos que una vez se habían reunido con él y Rose.
Miró a su alrededor, desconcertado. "¿Qué... qué está pasando aquí?", preguntó, con voz temblorosa.
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David se adelantó, sonriendo cálidamente. "Todo fue idea de Lily", dijo. "Quería sorprenderte con una celebración de Acción de Gracias. En cuanto nos lo dijo, todos estuvimos de acuerdo. Rose y tú... nos abrieron las puertas de su casa durante tantos años. Ya es hora de que devolvamos algo".
La mirada de Walter se desvió hacia la mesa del comedor, bellamente puesta, con las velas parpadeando. Lily sonrió suavemente. "Nadie debería estar solo en vacaciones, Walter. Rose y tú me lo enseñasteis".
A Walter se le hinchó el corazón y, a partir de aquel día, recuperó la tradición. En su pueblo, nadie volvió a estar solo en las fiestas.
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Este artículo está inspirado en historias de la vida cotidiana de nuestros lectores y escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o lugares reales es pura coincidencia. Todas las imágenes tienen únicamente fines ilustrativos. Comparte tu historia con nosotros; tal vez cambie la vida de alguien. Si quieres compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.