Pensé que mi estricto padre llevaba al hijo del vecino a pescar solo para molestarme, pero la verdad era mucho más trágica — Historia del día
Al volver a casa para pasar el verano, Mason esperaba la tensión habitual con su distante padre. Pero cuando vio a su padre enseñando a pescar al hijo del vecino, se despertó algo inesperado: una mezcla de celos y curiosidad. ¿Por qué su padre era el padre que Mason siempre había deseado, pero para otra persona?
Me detuve en el camino de entrada de la casa de mis padres, la visión del familiar porche delantero despertó una mezcla de emociones con las que no estaba preparado para lidiar.
Hacía meses que no venía y, aunque una parte de mí se sentía bien, otra se preparaba para la inevitable tensión.
Volver a casa era como entrar en una cápsula del tiempo: buenos y malos recuerdos esperaban en cada esquina.
Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
Al estacionar, me fijé en el hijo del vecino que jugaba al baloncesto en su jardín. El sonido de la pelota al golpear el suelo me produjo una inesperada oleada de nostalgia.
Yo solía hacer lo mismo: pasaba horas perfeccionando mi tiro, imaginando a la multitud animándome. Eran tiempos más sencillos, antes de que las cosas se complicaran entre papá y yo.
Cuando entré, me recibió el olor familiar del hogar: suelos limpios, leves rastros del perfume de ambiente de lavanda de mamá y algo horneándose en la cocina.
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La voz de mamá sonó antes de que pudiera llamarla.
"¡Mason! Mi querido muchacho, ¡te he echado tanto de menos!". Mamá, Evelyn, se apresuró a acercarse con los brazos extendidos, su cálida sonrisa me hizo sentir al instante un poco más aliviado.
"Yo también te he echado de menos, mamá", dije, inclinándome para abrazarla. Su abrazo fue tan reconfortante como recordaba.
Eché un vistazo al salón y vi a papá, Chuck, en su sitio habitual, su sillón reclinable favorito, viendo otro de sus documentales de guerra.
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Las imágenes parpadeantes de la pantalla iban acompañadas de un sombrío narrador que describía alguna batalla que no me importaba identificar.
"Hola, papá. Ya estoy en casa", grité.
Apartó los ojos de la pantalla un momento y me examinó de arriba abajo como si estuviera inspeccionando a un recluta. Arrugó la frente.
"Las botas sucias, Mason. Y métete la camisa por dentro. Parece que todos los años que pasé intentando enseñarte disciplina fueron en vano", dijo, sacudiendo la cabeza antes de volver a la televisión.
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Reprimí un suspiro. Así era papá.
Algunos dirían que sus comentarios eran duros, pero para mí eran... normales. Mi relación con él siempre había sido complicada.
Mientras crecíamos, sólo conectábamos durante las carreras matutinas, los entrenamientos al estilo del campo de entrenamiento o viendo sus adorados documentales de guerra.
Era un soldado hasta la médula, y su forma de demostrar amor tenía más que ver con la disciplina que con la calidez.
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"Papá, mañana hay un partido de baloncesto cerca", le dije, intentando sonar informal.
"Será divertido. ¿Quieres venir a verlo conmigo mientras estoy en la ciudad?".
"Mañana estoy ocupado. Quizá en otra ocasión, soldado", respondió, con la mirada fija en la pantalla.
"Sí, señor..." Respondí automáticamente, una vieja costumbre de la infancia.
Me dirigí a mi habitación, con sentimientos encontrados. Incluso ahora, estar en casa me parecía un campo de batalla, familiar pero agotador.
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A la mañana siguiente, me desperté al oír un leve sonido de movimiento cerca de la puerta principal.
Al principio pensé que lo había imaginado, pero el murmullo de voces me dijo lo contrario. Curioso, corrí la cortina y me asomé al exterior.
Allí estaba papá, junto al coche con el hijo del vecino.
El niño, que probablemente no tendría más de diez años, escuchaba atentamente mientras papá le enseñaba las cañas de pescar. El rostro de papá, normalmente severo y concentrado, se iluminó con una calidez poco habitual en él.
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Sonreía mientras le explicaba cómo funcionaban las cañas. Era muy paciente, un rasgo que nunca había asociado con él.
Estaba claro que iban a pescar.
Llevaban el equipo bien ordenado en el coche, con las cajas de aparejos y las neveras perfectamente apiladas, como sacadas de una revista.
Se me hizo un nudo en el estómago. No recordaba la última vez que había visto a papá así, tan tranquilo, tan amable.
Me quedé allí, paralizado por una extraña mezcla de emociones.
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Los celos me ardían en el pecho. Estaba siendo el padre que siempre había querido que fuera, pero no para mí.
Cuando bajé, la casa olía a tocino y café recién hecho. Mamá estaba en la cocina, canturreando suavemente mientras daba la vuelta a los panqueques. Se volvió hacia mí con una sonrisa radiante.
"¡Buenos días, Mason! El desayuno está listo", dijo alegremente, señalando un plato que ya me había preparado.
"Buenos días, mamá", murmuré, deslizándome en mi asiento. Hurgue un momento en la comida antes de hablar.
"He visto a papá antes. Parecía que había ido a pescar con un chico", dije, manteniendo un tono despreocupado.
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Mamá enarcó una ceja y luego asintió con complicidad.
"Probablemente sea Henry, el hijo de Linda, el vecino. Últimamente Chuck y él pasan mucho tiempo juntos. Se llevan muy bien", dijo.
"Eso no suena a papá", respondí, con la voz teñida de incredulidad.
"Lo sé", admitió con una pequeña sonrisa. "Yo tampoco había visto nunca esta faceta suya".
Me quedé callado, pero mi mente iba a mil por hora. ¿Por qué de repente papá estaba tan interesado en este chico? ¿Podría ser Henry su hijo? ¿Otro hijo al que había decidido tratar mejor que a mí?
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El pensamiento me quemaba, pero no lo compartí con mamá, no quería disgustarla.
"¿Sabes adónde han ido?", pregunté en su lugar.
"¿Recuerdas el lago al que iba tu colegio de excursión? Allí es donde fueron".
"Entendido", dije, apartando mi plato.
"Le llevaré algo de comer a papá por si la pesca no va bien".
"Buena idea, cariño. Ten cuidado", dijo mamá, con un tono ligero, pero apenas la oí. Mi mente ya estaba en el lago y en las preguntas para las que necesitaba respuestas desesperadamente.
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El lago estaba tranquilo, el agua reflejaba los suaves tonos del cielo del mediodía. Unos cuantos patos flotaban perezosamente cerca de la orilla, sus movimientos silenciosos se mezclaban con la quietud.
Escudriñé la zona, buscando a papá y a Henry. Cuando por fin lo divisé, mis pasos se ralentizaron.
Papá estaba sentado solo en una silla de camping plegable, con dos cañas de pescar apoyadas en el suelo a su lado.
La silla de al lado estaba vacía y su ausencia era evidente. No había ni rastro de Henry.
Me acerqué con cautela, inseguro de lo que veía. Al acercarme, algo me dejó sin aliento: papá estaba llorando.
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A mi padre, que siempre había sido una roca, la encarnación de la fuerza y la disciplina, le corrían las lágrimas por la cara. Parecía más pequeño, el peso de sus emociones lo replegaba sobre sí mismo.
"¿Papá?", dije en voz baja, intentando no sobresaltarlo. "¿Qué ha pasado?"
Se secó rápidamente la cara con el dorso de la mano, con movimientos apresurados, casi frenéticos.
"¿Mason? ¿Qué haces aquí?", preguntó con voz áspera. "No pasa nada. Sólo estoy pescando".
"Estabas llorando, papá...". Dije, con tono suave.
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"No seas ridículo", dijo, aunque su voz carecía de su agudeza habitual.
Señalé la silla vacía. "¿Dónde está el niño? ¿Henry?"
La mirada de papá bajó hacia las barras.
"Su madre lo recogió hace una media hora", dijo, evitando el contacto visual.
"¿Lo ha recogido? Creía que iban a pescar juntos".
"Lo hacíamos", admitió, suspirando pesadamente.
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"Pero me frustré y levanté la voz cuando no lo hizo bien. Se enfadó y quiso irse a casa... No debería haberlo hecho. No sé ni por qué lo intento. No me sale bien esto".
Me acerqué un paso más, mi preocupación se mezclaba ahora con la confusión.
"¿Por eso estás enfadado? ¿Porque las cosas no fueron bien con el hijo del vecino?". Hice una pausa, con la voz tensa. "Nunca te he importado tanto".
Papá se estremeció ante mis palabras, con la mandíbula tensa.
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"No lo entiendes", dijo, con voz tranquila. "Tengo que conectar con él. Se lo debo".
"¿Por qué?", solté de golpe, la pregunta salió de mis labios antes de que pudiera detenerla. "¿Porque es tu hijo?"
"¿Qué?". Papá levantó la cabeza, con una expresión de sorpresa e incredulidad. "¡Claro que no!"
"¿Entonces por qué?", exigí, con las emociones a flor de piel.
"¿Por qué este chico es más importante para ti que tu propio hijo?"
Papá se quedó un momento en silencio, mirando el lago. Por fin habló, con voz apenas audible. "Porque es el hijo de Bob".
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"¿Bob?", repetí, confundido.
"Sí", dijo, con un tono cargado de recuerdos.
"Bob fue la razón por la que volví vivo de la guerra. Me salvó la vida a costa de la suya. Antes de morir, me hizo prometer que cuidaría de su hijo. A Bob le encantaba pescar y soñaba con enseñar a Henry a pescar, pero nunca tuvo la oportunidad".
La rabia que sentía en mi interior empezó a desvanecerse, sustituida por la comprensión. "Ahora tiene sentido...", dije suavemente.
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Papá sacudió la cabeza, con los ojos fijos en el agua.
"Pero no sirvo para esto, Mason. No puedo enseñarle como Bob hubiera querido".
Le puse una mano en el hombro.
"No te preocupes, papá. Sé lo que podemos hacer", dije con una pequeña sonrisa. Y por primera vez, sentí que estábamos en el mismo equipo mientras recogíamos y nos íbamos .
Me acerqué a la puerta del vecino, con la pelota de baloncesto en la mano, sintiendo una mezcla de nervios y determinación.
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Cuando se abrió la puerta, Henry estaba allí, sus ojos se clavaron inmediatamente en el balón. Se le iluminó la cara de emoción y se le dibujó una amplia sonrisa.
"Hola, Henry", dije, ofreciéndole una sonrisa amistosa.
"Soy Mason, el hijo de Chuck. Vivo en la casa de al lado. Te vi jugar ayer: tienes un gran tiro de tres puntos. ¿Quieres jugar conmigo y con papá?".
La expresión de Henry pasó de la sorpresa a la pura alegría. "¿De verdad? Me encantaría!", dijo, prácticamente saltando.
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"Estupendo", dije, señalando con la cabeza el camino de entrada. "Vamos".
Cuando nos acercamos, papá estaba esperando junto al automóvil, con una flamante canasta de baloncesto apoyada en el maletero.
Su habitual actitud severa se suavizó al ver la reacción de Henry. Los ojos del chico se abrieron de asombro al darse cuenta de que la canasta era para él.
"Esto es para ti, muchacho", dijo papá, levantándolo con facilidad y llevándolo hasta la entrada.
"¡Vaya! ¿De verdad? Muchas gracias", exclamó Henry, con un entusiasmo contagioso.
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Instalamos el aro juntos, apretando tornillos y ajustando la altura. Cuando estuvo listo, empezamos a jugar. Henry hizo el primer tiro, un tiro limpio a través de la red.
"¡Muy bien!", dije, aplaudiendo cuando la pelota rebotó.
Nos turnamos y nos reímos cuando fallábamos y aplaudíamos cuando alguien marcaba. Incluso papá se unió, y su rara sonrisa hizo que el momento fuera aún más especial.
Por primera vez, no sólo estaba viendo a papá conectar con otra persona. Formaba parte de ello.
Cuando el sol empezó a ponerse, me di cuenta de que eso era lo que siempre había querido: sentir que pertenecía a él, que tenía su atención. Y ahora, por fin la tenía.
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Este artículo está inspirado en historias de la vida cotidiana de nuestros lectores y escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o lugares reales es pura coincidencia. Todas las imágenes son meramente ilustrativas. Comparte tu historia con nosotros; tal vez cambie la vida de alguien. Si quieres compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.