Encontré al amor de mi vida en un hospital, pero luego desapareció y su secreto lo cambió todo — Historia del día
Nunca esperé que un encuentro casual en un hospital cambiara mi vida. Una conversación, una risa, una chispa: todo me pareció tan fácil, tan correcto. Lo que empezó como algo sencillo se convirtió en algo real. Pero justo cuando la felicidad parecía estar a mi alcance, una verdad inesperada puso mi mundo patas arriba.
Odiaba los hospitales: las largas colas, los enfermos, las toses y los estornudos interminables. Pero, sobre todo, odiaba los hospitales por los recuerdos que me traían.
Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
Recuerdos dolorosos. Aún podía ver a mi madre en la cama del hospital, con las fuerzas mermadas cada día que pasaba.
Yo sólo era una niña, indefensa, incapaz de hacer nada más que ver cómo se marchaba.
Sacudí la cabeza, apartando esos pensamientos. Sólo era una revisión rutinaria tras recuperarme de la gripe.
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Nada más. Me senté en la sala de espera, inquieta, contando los segundos que faltaban para que dijeran mi nombre. Entonces, un hombre se sentó a mi lado.
Lo miré y me quedé paralizada. Sus ojos eran los más hermosos que había visto nunca.
Se dio cuenta de que le miraba fijamente y levantó una ceja, sus labios se curvaron en un atisbo de sonrisa.
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"Lo siento", solté. "Tienes unos ojos preciosos. Me he perdido en ellos".
Me llevé las manos a la cara. Me ardían las mejillas. ¿Por qué había dicho eso en voz alta?
"No sé por qué dije eso", murmuré entre las palmas de las manos, cerrando los ojos. Quizá si no le miraba, el momento pasaría.
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Silencio. Luego una risita. Miré a través de los dedos. Estaba sonriendo. Sus ojos -esos mismos hermosos ojos- brillaban divertidos.
"Nunca nadie había flirteado conmigo en un hospital", dijo con voz ligera.
"Eso no ha sido coquetear". protesté, negando con la cabeza. "Realmente tienes unos ojos preciosos".
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"Sigue sonando a flirteo", dijo, con una sonrisa cada vez más amplia.
Protesté. "Te juro que no era la idea".
Me tendió una mano. "Paul".
Dudé sólo un segundo antes de estrechársela. "Linda".
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Su apretón era cálido, firme. Sentí que algo se agitaba en mi pecho.
"¿Qué te trae por aquí, Linda?" preguntó Paul.
"Sólo una revisión después de la gripe", dije. "¿Tú?"
"Recoger los resultados de unas pruebas", dijo.
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Hice una pausa. Dudé y pregunté: "¿Algo grave?".
Sacudió la cabeza. "Las enfermedades suelen mantenerse alejadas de mí", dijo con una sonrisa.
Yo sonreí. Quería quedarme, seguir hablando. Pero justo entonces, una enfermera me llamó por mi nombre.
"Parece que es mi turno", dije. "Ha sido un placer conocerte".
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Paul miró a su alrededor, cogió una revista y arrancó una página.
"¿Qué haces?" pregunté riéndome.
Garabateó algo y me la dio. "Ojalá eso hubiera sido un flirteo", dijo. "Supongo que tendré que tomar yo el toro por las astas".
Bajé la mirada. Su número de teléfono.
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Una sonrisa se dibujó en mi cara. "Llamaré", dije.
"Estaré esperando", contestó.
"Buena suerte con tus resultados", dije, poniéndome de pie.
"Soy inmortal", dijo Paul guiñándome un ojo.
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Me reí mientras entraba en la consulta del médico, con el corazón aún acelerado.
Quería ser el tipo de mujer que se lo tomaba con calma, que esperaba unos días antes de llamar.
Pero no podía dejar de pensar en Paul: su sonrisa, su risa, la forma en que se le iluminaban los ojos cuando hablaba. Cuando llegó la noche, cedí y marqué su número.
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Contestó al primer timbrazo. "Empezaba a pensar que no llamarías", bromeó.
"Estuve a punto de no hacerlo", admití. "Pero aquí estamos".
"Aquí estamos", repitió con voz cálida.
Aquella llamada dio lugar a nuestra primera cita. Luego otra. Y otra más. Con cada una, me enamoraba más.
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Paul tenía una forma de hacerme sentir especial, como si yo fuera la única persona del mundo. Me escuchaba cuando hablaba.
Me hacía reír hasta que me dolían los costados. Nunca me había sentido tan comprendida, tan deseada. Siempre sabía cuándo necesitaba café, cuándo tenía frío, cuándo estaba cansada.
Tras unas cuantas citas, dejamos de fingir que no iba en serio. Estábamos juntos. Y desde la primera cita, lo supe: Paul era el hombre que quería para siempre.
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Pasaron los meses. Nuestra relación se hizo más profunda, más fuerte. Una noche, estábamos tumbados en mi sofá, con sus brazos rodeándome.
El sonido de los latidos de su corazón llenaba la silenciosa habitación. Tracé pequeños círculos en su pecho, con los pensamientos acelerados. Me dolía tanto el corazón. Si no le decía lo que sentía, podría estallar.
"Paul", dije en voz baja, con el corazón latiéndome con fuerza.
Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
"¿Sí, cariño?", respondió él, con voz cálida.
Vacilé y respiré hondo. "Tengo algo que decirte".
Paul enarcó una ceja, con una sonrisa juguetona en los labios. "Oh, no, ¿estoy en un lío?".
"Depende de cómo lo mires", dije, encontrándome con su mirada. Sus hermosos ojos buscaron los míos. Pude ver un destello de nerviosismo.
Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
Cogí su mano y la estreché con fuerza. "Te amo, Paul", dije. "Te amo más de lo que he querido nunca a nadie".
Su sonrisa se ensanchó. Sus dedos rozaron mi mejilla.
"¿Y por qué iba a ser eso un problema?", preguntó.
"Porque ahora estás unido a mí", dije. "Para siempre".
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Paul soltó una suave carcajada. "Me parece perfecto", dijo. Me acercó y me besó. "Yo también te amo", susurró. "Más que a nada".
Aquella noche, envuelta en sus brazos, me sentí la mujer más feliz del mundo.
Pero la felicidad puede ser frágil. Y la mía estaba a punto de romperse.
Menos de una semana después de confesarnos nuestro amor, Paul desapareció de mi vida. Dejó de responder a mis llamadas, ignoró mis mensajes.
Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
Al principio, pensé que estaba ocupado. Pero a medida que las horas se convertían en días, la preocupación me arañaba el pecho. Le llamé una y otra vez, con los dedos temblorosos cada vez. Nada.
El pánico se apoderó de mí. Me lo imaginé herido, tumbado en la cama de un hospital, solo. Quizá había tenido un accidente.
Quizá había ocurrido algo terrible. Estaba a punto de llamar a los hospitales, quizá incluso a la policía, cuando sonó mi teléfono.
Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
@Paul
Estoy bien. Pero necesito que dejes de llamarme y enviarme mensajes.
Me quedé mirando la pantalla, con el corazón acelerado.
@Yo
¿Es broma? ¿Dónde has estado todo este tiempo?
Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
@Paul
No importa. Deja de mandarme mensajes.
@Yo
¿Puedes explicarme al menos?
@Paul
No te amo. Te mentí. No te quiero en mi vida.
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Las palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. Me temblaban las manos mientras las leía una y otra vez. Intenté llamar de nuevo. Saltó el buzón de voz. Volví a intentarlo. Bloqueado.
Me quedé helada, con las lágrimas derramándose sobre mi regazo. El hombre al que amaba me había abandonado como si no fuera nada.
Me había mentido, me había utilizado, me había hecho creer que teníamos algo real. Lloré todos los días.
Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
Entonces, semanas después, lo encontré. Una nota metida en mi cajón. Se me cortó la respiración al desdoblarla, reconociendo la letra de Paul.
Espero que encuentres esta nota cuando te sientas triste. Te amo, Linda, y siempre te amaré. Espero que esto te haga sentir un poco mejor :)
Las lágrimas me nublaron la vista. Si nunca me quiso, ¿por qué escribió esto?
Necesitaba respuestas. Cogí las llaves y conduje directamente a su casa.
Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
Golpeé su puerta, gritando su nombre. Los vecinos se asomaron, frunciendo el ceño. Me daba igual. No me iba a ir sin la verdad.
Por fin se abrió la puerta.
Había un hombre delante de mí, delgado, débil, casi irreconocible. Tenía la piel pálida y las mejillas hundidas. El corazón me latía con fuerza. Entonces lo miré a los ojos.
Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
Era Paul. Mi Paul.
Su expresión era ilegible. "¿Qué haces aquí?". Su voz era áspera, apenas un susurro.
Extendí la mano y mis dedos rozaron su mejilla. Su piel era cálida pero frágil, como si fuera a romperse. "¿Qué te ha pasado? susurré.
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Paul dio un pequeño paso atrás. "No importa. Por favor, vete".
Sacudí la cabeza. "¡No me voy nada! Me merezco la verdad". Mi voz se quebró.
Sus manos se cerraron en puños. "¡Me estoy muriendo!", gritó.
Las palabras me golpearon como el hielo. "¿Qué?" Sentí que me flaqueaban las piernas.
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Paul suspiró y se hizo a un lado. "Pasa".
Entré, con la respiración entrecortada. El apartamento estaba en penumbra, sin vida. Me volví hacia él. "Cuéntame".
Se tumbó en el sofá. "Tengo cáncer. Me estoy muriendo".
Me agarré al borde de una silla, con el cuerpo tembloroso. "¿Desde cuándo lo sabes?"
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Sus ojos se encontraron con los míos. "Desde el día en que nos conocimos".
Tragué con fuerza. "¿Cómo has podido ocultármelo? Eso es tan egoísta". La ira y el dolor chocaron en mi interior.
Paul se pasó una mano por el pelo ralo. "Los médicos pensaban que el tratamiento funcionaría. Yo les creí. Pero no funciona. Está empeorando. No quería que volvieras a pasar por esto. No después de lo de tu madre". Su voz vaciló. "Por eso te alejé".
Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
Las lágrimas me nublaron la vista. "Pero me hiciste daño. Me mentiste. Me dijiste que no me querías".
El rostro de Paul se retorció de dolor. "Lo siento", susurró.
"¿Cuándo?" pregunté, con la voz temblorosa.
"Una semana. Quizá días", dijo, con lágrimas resbalándole por la cara.
Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
Exclamé. "Dios mío, Paul", susurré. Di un paso adelante y lo rodeé con los brazos.
Me abrazó. "Lo siento", volvió a decir. "Te amo, Linda".
"Deberías habérmelo dicho", dije, con la voz quebrada. "Tendría que haber estado allí".
Paul apretó su frente contra la mía. "Ya me has dado más felicidad de la que nunca he merecido".
Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
Aquella noche, Paul yacía en mis brazos, llamándose a sí mismo idiota, diciendo que el mero hecho de estar cerca de mí lo hacía sentirse mejor.
Su voz era débil, su cuerpo frágil, pero aun así intentó sonreír. Lo abracé, susurrándole una y otra vez: "Te amo, Paul. Te amo mucho".
Sus dedos se enroscaron alrededor de los míos, su agarre ligero. Su respiración se hizo más lenta, más suave, más tranquila. Luego se detuvo.
Oí su último aliento. Y con él, una parte de mí también murió. La habitación estaba vacía. Fría. Lo abracé, incapaz de soltarle.
Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
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Este artículo está inspirado en historias de la vida cotidiana de nuestros lectores y redactado por un escritor profesional. Cualquier parecido con nombres o lugares reales es pura coincidencia. Todas las imágenes tienen únicamente fines ilustrativos. Comparte tu historia con nosotros; tal vez cambie la vida de alguien. Si quieres compartir tu historia, envíanosla a info@amomama.com.