
La verdadera historia detrás de la muerte de Alejandro Labaka e Inés Arango: los misioneros que serán beatificados por el papa León XIV
El papa León XIV reconocerá la entrega de Alejandro Labaka e Inés Arango, dos misioneros asesinados en 1987 en la selva ecuatoriana al intentar proteger al pueblo tagaeri. Esta es la historia de su labor, su fe y su trágico final.
El próximo acto de beatificación de Alejandro Labaka e Inés Arango, aprobado por el papa León XIV, ha traído al presente una historia de sacrificio y entrega ocurrida en la selva amazónica del Ecuador. Ambos misioneros murieron en 1987 en manos del pueblo indígena Tagaeri, mientras intentaban evitar una masacre.

Una monja de la comunidad "Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia" muestra la última fotografía tomada a la religiosa colombiana Inés Arango Velásquez, expuesta en un pequeño museo donde se conservan algunas de sus pertenencias en Medellín, Colombia, el 22 de mayo de 2025. | Foto: Getty Images
Sus muertes han sido reconocidas por la Iglesia como una “oferta de vida”, una forma de santidad que implica la entrega voluntaria por amor al prójimo. Este concepto fue introducido por el papa Francisco en 2017 como una nueva vía para la beatificación.
Alejandro Labaka: una vida entregada a Dios
Alejandro Labaka Ugarte nació en 1920 en Beizama, España. Ingresó al seminario capuchino a los 12 años y fue ordenado sacerdote en 1945. Inicialmente destinado a China, fue expulsado por el régimen comunista en 1953 y luego enviado a Ecuador, donde encontró su misión definitiva.
En la Amazonía ecuatoriana se integró al Vicariato de Aguarico. Fue nombrado obispo en 1984 y su labor se centró en la defensa de los pueblos indígenas, especialmente los huaorani y tagaeri, que vivían en aislamiento voluntario. Labaka promovía el respeto a sus culturas y lenguas, actuando como mediador frente al avance de la industria petrolera.

Mural que recuerda a Alejandro Labaka e Inés Arango en Ecuador. | Foto: Getty Images
Su participación en el Concilio Vaticano II influyó en su visión pastoral. Documentos como "Ad gentes" fortalecieron su convicción de convivir con los pueblos originarios, sin imponer, aprendiendo su cosmovisión y modos de vida.
Inés Arango: vocación y servicio en la Amazonía
Inés Arango Velásquez nació en Medellín en 1937. Ingresó a los 17 años a la Congregación de las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia. En 1977 fue enviada a la selva ecuatoriana, donde trabajó en el mismo vicariato que Labaka.
Su labor consistía en catequesis y tareas comunitarias, asistiendo a pueblos que enfrentaban el desarraigo por la expansión petrolera. Inés compartía la convicción de que su presencia era necesaria para evitar la violencia contra las comunidades aisladas, como los tagaeri.

Una monja muestra una foto de la hermana Inés Arango en su museo en Medellín. | Foto: Getty Images
Poco antes de su muerte, dejó una carta donde expresaba su decisión de permanecer con los indígenas a pesar del riesgo. Su vocación estaba guiada por un sentido de compromiso total con los más vulnerables.
El día de su muerte: una decisión trágica
El 21 de julio de 1987, Labaka e Inés fueron dejados en helicóptero en la zona del río Tigüino, dentro del Parque Nacional Yasuní. Su objetivo era mediar para evitar un conflicto violento entre los tagaeri y trabajadores petroleros. La frase que ambos compartieron antes de partir fue contundente: “Si no vamos nosotros, los matan a ellos”.

La carta final de Inés Arango. | Foto: Getty Images
Al día siguiente, sus cuerpos fueron hallados sin vida. Ambos habían sido atacados por los indígenas, una respuesta violenta que evidenció la profunda desconfianza de los tagaeri frente a cualquier intervención externa. La interpretación errónea de su presencia como una amenaza derivó en el trágico desenlace.
Reconocimiento póstumo por parte del Vaticano
El papa León XIV, quien cuenta con una extensa experiencia misionera en zonas de conflicto social en Perú, firmó sus primeros decretos de beatificación precisamente para estos dos misioneros. La Santa Sede reconoció oficialmente su muerte como una “oblatio vitae”, es decir, una entrega voluntaria y consciente de la vida en favor del prójimo.
Ambos religiosos ya eran venerados por muchas comunidades locales como santos, símbolo de entrega a la causa de la justicia social, la paz y la defensa de los derechos indígenas. En Coca, donde descansan sus restos, son recordados como mártires de la selva amazónica.
El decreto del papa León XIV ha sido interpretado también como un mensaje contundente sobre el compromiso de la Iglesia con los territorios amenazados por la industria extractiva. Se espera que la beatificación impulse nuevas acciones a favor de la Amazonía y sus habitantes.
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