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Cómo cambia la vida profundamente después de la muerte de los padres

Diego Rivera Diaz
08 mar 2019
12:17

La muerte de los padres es un momento que marca la vida para siempre. Sin importar la relación que tengamos con ellos, el momento en el que parten de nuestra vida es un antes y un después que lo cambia todo.

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Todos en algún momento debemos enfrentar la muerte de nuestros padres. Quienes la enfrentan en la infancia suelen quedar marcados por el trauma de la orfandad, pero el ser adultos no necesariamente hace las cosas más fáciles. Perder el sentido de la protección que nos dan nuestros padres es algo simplemente indescriptible.

Cruz de madera. | Foto: Pexels

Cruz de madera. | Foto: Pexels

No volver a ver a la persona que nos trajo al mundo es algo que puede parecer insuperable y, en muchos casos, lo es. Lo mejor que podemos esperar es aprender a vivir con la pérdida. Superar requiere comprender, y comprender la muerte es una de las preguntas imposibles de la vida. Pero podemos entender cómo la vida cambia en el proceso.

La forma en que procesamos la pérdida tiene mucho que ver con cómo se produjo en primer lugar. Según refiere La mente es maravillosa, las muertes "naturales" son siempre dolorosas, pero la herida que deja un homicidio o accidente es mucho peor. Una muerte tras una larga enfermedad no es lo mismo que una súbita.

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La separación entre la muerte de cada padre es otro factor. Mientras más próximas sean las muertes, más difícil será el proceso de duelo. Mayor tiempo permite más preparación y aceptación.

Pero incluso cuando vemos venir la muerte, su precisa llegada es siempre inesperada. El dolor de un prolongado padecimiento se cristaliza en un instante. Y en ese mismo instante está una vida de experiencias, recuerdos, palabras, risas y llantos. Se trata de un día que pensamos que nunca llegaría, y que siempre nos toma por sorpresa de la peor manera.

Mujer visita tumba en cementerio. | Foto: Pexels

Mujer visita tumba en cementerio. | Foto: Pexels

La muerte también nos permite entender mejor a los que se van. Comprendemos su naturaleza de forma más completa y profunda. La repentina ausencia de un ser querido nos señala por contraste la causa y motivación de muchas cosas que siempre fueron un misterio, una paradoja inexplicable.

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La muerte también está acompañada por la culpa en quien sobrevive. Debemos dominar este instinto, pues nada bueno deja y mucho mancha y oscurece. Los errores del pasado deben quedar atrás; a fin de cuentas, todos somos humanos. El perdón va en ambas direcciones.

Tengamos la edad que tengamos, cuando nuestros padres mueren solemos sentirnos abandonados. No es lo mismo que cualquier otra muerte, incluso cuando no le damos la importancia que merece. Es sólo un mecanismo de defensa, una negación encubierta y peligrosa que suele volver a asomarse como una enfermedad y depresión.

Niña posa cabeza sobre rodillas en muelle. | Foto: Pixabay

Niña posa cabeza sobre rodillas en muelle. | Foto: Pixabay

Cuando los padres se han ido, quedan atrás las viejas disputas, pero el vínculo emocional con ellos es irrompible. No importa que seamos adultos independientes, o que la relación haya sido distante y agria. Su ausencia permanente implica que jamás nos ofrecerán esa protección que tanto deseamos, y ese vacío es doloroso.

Si la muerte estuvo marcada por una injusticia o negligencia, propia o de un tercero, superarla puede ser aún más difícil. Es por eso crucial dedicarles tiempo a nuestros padres en vida, mientras aún podemos hacer algo por ellos, y mientras siguen allí para apreciarlo.

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