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Una grulla de origami | Foto: Shutterstock
Una grulla de origami | Foto: Shutterstock

Chica tímida le da un origami a un hombre, 3 años después él nota un texto escrito y se toma la cabeza - Historia del día

Años después de que la hermosa chica de la que estaba enamorado me había dado un origami, me di cuenta de que había un mensaje oculto dentro.

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Me enamoré de Elisa Fernández en clases de Estudios Orientales. Solo había inscrito esa materia porque tenía que hacer un crédito extra. No me interesaba en absoluto, pero una vez que vi a Elisa me interesé mucho en ella.

Era la chica más hermosa del salón y estaba seguro de que ni siquiera lo sabía. Tenía estos hermosos ojos oscuros, ese largo cabello negro y una tez de porcelana perfecta.

Mujer sonriendo frente al espejo. | Foto: Pexels

Mujer sonriendo frente al espejo. | Foto: Pexels

Siempre había preferido a las chicas bronceadas y atrevidas, pero en ese momento había preferido a la tímida joven. Ella entraba a la clase agarrando sus libros y su computadora portátil y se sentaba a mi lado.

A veces me miraba tímidamente, pero esa era toda nuestra comunicación. No era el único que se fijaba en la chica. La mitad de los muchachos de la clase se sentían atraídos por ella. Pero Elisa no estaba interesada.

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Algunos incluso se animaban a hablarle e invitarla a salir, pero ella siempre decía que no con mucha educación.

¡No había forma de que le pidiera salir conmigo si solo iba a rechazarme! Después de todo, ¡algunos de los chicos que la habían invitado eran mucho más guapos que yo!

Así que, durante el resto del semestre, me quedé sentado junto a ella, mirándola y pensando que no se daría cuenta, adorándola desde lejos. Ni siquiera salía con otras muchachas, a pesar de que mi compañero de cuarto siempre intentaba organizarme citas a ciegas.

Hermosa chica con barquitos de papel en sus manos. | Foto: Unsplash

Hermosa chica con barquitos de papel en sus manos. | Foto: Unsplash

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Luego, en la última conferencia del semestre, ¡Elisa me había sonreído de verdad! Se había girado cuando estaba a punto de irse, me entregó una delicada grulla de origami y sonrió. “Esto es para ti”, dijo con su voz suave.

Me quedé paralizado, con el origami en la mano y la boca abierta. Esperó unos segundos a que yo dijera algo, luego se dio la vuelta y se alejó. Para cuando recuperé mis sentidos, ella se había ido.

Seguí recriminándome. ¿Por qué me había congelado? ¿Por qué no había dicho algo, aunque fuera un “gracias”? o pedir su número… ¡CUALQUIER COSA! Le conté a mi compañero de cuarto lo ocurrido y él dijo alegremente: “¡Eres un idiota nato!”.

Eso no me había consolado mucho, pero esa delicada grulla de origami sí. La puse en un estante sobre mi cama y la miraba todas las noches. Ese año, cuando me uní a un programa de posgrado en física, el ave de papel me acompañó.

Durante los siguientes tres años, ese origami viajó por todo el mundo en mi equipaje. Luego conseguí un puesto en un centro de investigación en Santa Bárbara, y fue entonces cuando hice un descubrimiento.

Persona sosteniendo un origami en su mano. | Foto: Unsplash

Persona sosteniendo un origami en su mano. | Foto: Unsplash

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Le había alquilado un apartamento a un colega que estaba en un año sabático y me advirtió que el lugar venía con un gato residente. Tendría que alimentarlo y cuidarlo.

Eso estaba bien por mí. Me mudé y coloqué mi origami en la mesita de noche hasta que logré instalar una repisa. Esa noche, cuando llegué a casa de cenar con unos amigos, encontré a la grulla en el piso, aplastada.

Mira, sé que es estúpido, pero casi lloro por ese papel doblado. Elisa me lo había dado y tocado con sus manos, y, a veces, sentía que podía oler su perfume en los pliegues.

Cogí el origami arruinado con cuidado y traté de moldearlo de nuevo a su forma original con mis grandes y torpes dedos. Fue entonces cuando noté unas letras dentro de un doblez.

Lo abrí un poco y leí la palabra “corazón”. Inmediatamente desdoblé la grulla y alisé el papel. El mensaje completo decía: “Una sonrisa tuya haría que mi corazón se disparara”.

El mensaje fue seguido por un número de teléfono celular. “¡DIOS MÍO!”, pensé. ¡Tenía esa nota de la chica que amaba desde hace tres años y ni siquiera lo sabía! Marqué su número con los dedos temblorosos.

Hombre angustiado con su mano sobre su rostro. | Foto: Pexels

Hombre angustiado con su mano sobre su rostro. | Foto: Pexels

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“¡Hola!”, dijo la voz de un niño en el teléfono. “¿Hola?”, pregunté con cautela. “¿Está Elisa Fernández allí?”. Hubo un fuerte resoplido del otro lado, luego la voz del niño gritó: “¡Tía, es para ti!”.

Escuché que alguien se acercaba al teléfono. “¡Por supuesto que es para mí, es mi teléfono!”. Luego una voz bien recordada dijo en tono bajo: “Hola, soy Elisa”.

Estuve a punto de ahogarme, luego dije: “¡Hola! ¿Soy Felipe Lara, de San Cristóbal? ¿Me sentaba a tu lado en la clase de Estudios Orientales?”. Hubo un largo silencio al otro lado del teléfono. “Sí”, dijo en voz baja, “te recuerdo”.

“Mira, sé que probablemente sea demasiado tarde, pero cuando me diste el origami me congelé porque estaba muy enamorado de ti. Pero lo atesoré, y luego el gato... La cosa es que solo vi el mensaje diez minutos atrás. ¿Llego demasiado tarde?”.

“¿Demasiado tarde?”, preguntó Elisa. “¿Demasiado tarde para qué?”. “Para invitarte a una cita”, dije nerviosamente.

“Bueno”, dijo la chica, “no demasiado tarde, pero probablemente demasiado lejos. Ya no estoy en San Cristóbal. Me mudé a Santa Bárbara para estar con mi familia”.

Pareja joven abrazada con el paisaje de la ciudad en el fondo. | Foto: Unsplash

Pareja joven abrazada con el paisaje de la ciudad en el fondo. | Foto: Unsplash

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Jadeé. “¡Estoy en Santa Bárbara! ¡AHORA MISMO! ¡Podría verte ahora mismo!”. Elisa se echó a reír. Nunca la había escuchado reír antes. “¡Felipe, tienes una cita!”, dijo la joven.

“¡Con el destino!”, estuve de acuerdo, riendo también. Y me pregunté, ¿cuáles eran las probabilidades de que encontrara el mensaje de la chica que amaba justo cuando me había mudado a la ciudad donde ella había estado viviendo durante los últimos dos años?

¿Destino, karma? No lo sé, pero Elisa y yo nos casamos un año después. El día de nuestra boda, ella me dio otro origami, un gato, por supuesto, y el mensaje en el interior decía: “Para siempre”.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Lo que se pretende que sea será. Felipe y Elisa pasaron por algunas desventuras, pero terminaron encontrándose nuevamente.
  • No tengas miedo de mostrar tus sentimientos. Felipe tenía demasiado miedo al rechazo y Elisa era demasiado tímida, por lo que casi dejaron pasar el amor.

Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos a ser mejores.

Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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