Hombre que está renovando una casa vieja arroja un ladrillo y halla una llave adentro - Historia del día
Un hombre que estaba renovando una casa derribó un ladrillo suelto y descubrió una extraña llave en su interior. Siguió el rastro de la llave y aprendió una lección importante.
Héctor Santos era solo otro joven que andaba por las calles buscando un medio para mantenerse y ayudar a su familia. Como muchos, soñaba con convertirse en millonario rápidamente.
Había vivido en su pequeña y tranquila ciudad hasta que tuvo la oportunidad de estudiar en una universidad de la capital. La matrícula era alta, por lo que tuvo que buscar varios trabajos.
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Era su prioridad mantener a su madre, quien había tenido sobre sus hombros toda la carga del hogar desde que su esposo falleciera. Ella había luchado para poner comida en la mesa y se encargó de que Héctor y su hermana fueran a buenas escuelas.
Solo él sabía cómo su madre llegaba con las rodillas hinchadas después de largos turnos en diferentes trabajos. Por eso se prometió cambiar las cosas para su familia.
Estaba tan decidido a lograr sus metas que no dejaba espacio para visitar a su madre o tener una buena conversación con su hermana. Ocupaba todo su tiempo en trabajar y estudiar.
Leyó todos los libros que pudo sobre el mundo de las finanzas, y solo le decían que construir una riqueza como la que soñaba le llevaría años. Y él lo necesitaba de inmediato.
Su vida cambió un verano mientras trabajaba como obrero de la construcción en la gran ciudad. Ese día, su jefe le había informado sobre su tarea: derribar las paredes internas de una mansión vieja y en ruinas que el equipo estaba renovando.
Fue un trabajo duro; las máquinas que podrían hacerlo con facilidad no podían llegar al interior del edificio, por lo que tuvieron que usar pesados mazos. Héctor sudaba profusamente y su humor empeoraba minutos a minuto.
Cuando una gota de sudor se deslizó por su ojo provocando una sensación de ardor, Héctor explotó. Culpó a la pared y la golpeó con tal fuerza que derribó una tonelada de ladrillos, incluido uno que cayó sobre su pierna.
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“¡¡¡Owww!!!”, gritó. “¡Deja ese ladrido chico!”, gritó uno de los trabajadores desde su puesto.
Los veteranos eran así. No les gustaba escuchar quejas, y a Héctor no le gustaba ser reprendido por expresar sus sentimientos. Esta vez se enfureció contra el ladrillo.
Lo agarró y estaba a punto de arrojarlo contra la pared cuando notó que la sección interior estaba ahuecada en forma de llave. Una mirada rápida a su alrededor reveló que el objeto estaba encima del montón de ladrillos.
Era una llave de aspecto extraño, y Héctor podría haber jurado que no había visto ninguna cerradura. Aun así, algo le hizo esconder el descubrimiento a su supervisor y a los otros trabajadores.
Se la llevó a casa y se quedó perplejo durante horas, pensando en varios escenarios de conspiración a los que podría estar vinculada. Una inspección cuidadosa de la llave reveló un símbolo extraño y las iniciales, “E.I.”
Después de horas de estudiar detenidamente artículos y documentos de Internet, descubrió que los ladrillos se habían hecho en una fábrica que pertenecía a un hombre que alcanzó la cima de su riqueza a fines del siglo XIX. Su nombre era Edgar Ibarra.
Héctor estaba emocionado. Sabía que esto era algo grande, y aunque su cerebro le dijo que tratar de encontrar la cerradura de la llave resultaría ser una búsqueda inútil, su instinto le dijo que siguiera hasta el final.
Si existe la posibilidad de que haya riquezas al final de este camino y pueda obtenerlas ahora mismo, ¿por qué no debería intentarlo? Es lo que quería, ¿no?, pensó el joven.
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Se encontraba de vacaciones de verano en la universidad, por lo que tuvo tiempo de hacer un viaje a la fábrica sobre la que leyó en el artículo de la web. La mayor parte estaba en ruinas, y después de hurgar durante varios minutos, no encontró nada.
Estaba a punto de darse por vencido cuando tropezó y se cayó. Una vez más, la rabia se apoderó de él y pateó el piso con fuerza. Escuchó el ruido sordo de la madera.
Una inspección más cercana reveló una trampilla construida en el suelo. Estaba asegurada con una cerradura de aspecto extraño que se abrió milagrosamente tan pronto como insertó la llave que encontró. Adentro había una escalera.
La luz del sol solo iluminaba hasta el cuarto escalón, pero eso no impidió que el valiente y desesperado joven entrara. Abajo todo estaba completamente oscuro y un olor a humedad lo golpeó.
Afortunadamente, fue preparado con una mochila llena de herramientas de emergencia, incluida una linterna que le permitió iluminar el lugar. Estaba rodeado de riquezas; viejos billetes de un dólar, abrigos de piel y cuadros, la mayoría de los cuales se habían arruinado por el polvo, las polillas y las alimañas.
Ver esos tesoros dañados enfureció a Héctor. Había pasado días rastreando la cerradura y, de hecho, lo había llevado a la riqueza, solo que la mayor parte estaba en ruinas. Dejó el lugar intacto y regresó a su apartamento.
Después de unos días, decidió que mantendría su descubrimiento en secreto hasta que hubiera valorado el contenido. Todavía esperaba conseguir una buena suma de dinero por ellos.
No pudo encontrar un funcionario para valorarlo, por lo que solicitó la ayuda de una estudiante de historia llamada Magdalena. Esa chica le había gustado desde su primer año en el campus, pero nunca había tenido el valor de hablarle.
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“Oye”, la llamó un día. “Soy Héctor.”
“Y yo Magdalena”, respondió ella. “¿Puedo ayudarte?”. “Sí, por favor. Mira, tengo esta cosa que quiero… eh… valuar. Es de… importancia histórica”, tartamudeó.
Maldijo en su mente; incluso teniendo un tema y una razón para hablar con ella seguía siendo muy difícil.
“Está bien ¿Qué necesitas?”, preguntó con un brillo peculiar en su mirada. Era el mismo brillo que tenía Héctor en sus ojos cuando había aceptado el desafío de encontrar la cerradura. Eso lo calmó.
“Ven conmigo y lo verás”, dijo, repentinamente confiado.
Héctor llevó a Magdalena a la fábrica y, después de examinar la habitación, confirmó que todo había pertenecido a Edgar Ibarra. “Era un inmigrante adinerado que una vez fue dueño de una fábrica de ladrillos en la gran ciudad”, le dijo.
“Continúa”, dijo Héctor.
“Bueno, según los libros, Ibarra era una persona muy codiciosa que deseaba todo lo que veía. Una vez, un terrateniente al borde de la bancarrota vino a pedirle un favor y, a cambio de su ayuda, le pidió la mano de su hija en matrimonio”.
“Había visto a la atractiva mujer llamada Melania, y un día se acercó a ella y fue rechazado. Lo que ella no sabía era lo que Ibarra quería, lo conseguía”.
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“De hecho, algunos especulan, aunque sin pruebas, que Ibarra fue de alguna manera responsable de la quiebra de su padre. Sabía que vendría a mendigar y cuando el hombre lo hizo, le preguntó por su hija. Esa misma semana, se casaron”.
“Es terrible”, dijo Héctor, horrorizado.
“Eso no es ni la mitad. Con el dinero que obtuvo, el padre de Melania compró un terreno y construyó una fábrica que prosperó. Ibarra también puso su ojo en eso y usó su influencia para incriminar a su suegro en un delito para poder apoderarse de la fábrica”.
“Cuando parecía que el hombre saldría en libertad, Ibarra arregló que muriera en la cárcel. Melania sumó dos y dos y se suicidó. Su muerte lo sacudió. Vivió una vida solitaria durante los años que le quedaban. No tenía amigos, no amaba a nadie, solo a su dinero”.
“Cuando murió, nadie derramó una lágrima ni dijo nada amable sobre él y ahora veo que su riqueza también se convirtió en polvo”, finalizó Magdalena.
“¿Pero por qué Ibarra perseguía el dinero si no tenía a nadie en quien gastarlo?”, se preguntó Héctor.
Reflexionó sobre lo que había aprendido durante todo el día y decidió que era importante informar de su descubrimiento a un museo histórico y desprenderse totalmente de su hallazgo.
Más tarde ese día, llamó a su familia y disfrutó de una verdadera conversación con ellos. También siguió viendo a Magdalena mientras trabajaba duro para ganar su primer millón.
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¿Qué nos enseñó esta historia?
- La codicia conduce a la destrucción. Ibarra era codicioso y, desafortunadamente, tenía el poder de tomar todo lo que quería. Eso incluyó a Melania, quien perdió la vida después de que él provocara la muerte de su padre. Su desmedida ambición hizo daño, y nadie lamentó su partida.
- Dedique tiempo a sus seres queridos. Héctor trabajaba tanto que rara vez hablaba con su familia o visitaba a su madre, quien había trabajado muy duro para conseguirle una buena vida. Estaba tan atrapado tratando de ganarse la vida que se olvidó de vivirla.
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Esta es una obra de ficción inspirada en la historia de un suscriptor y escrita por un redactor profesional. Los nombres, personajes, negocios, eventos e incidentes son productos de la imaginación del autor. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o hechos reales que hayan ocurrido es pura coincidencia. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.