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Una niña sola en una carretera | Foto: Shutterstock
Una niña sola en una carretera | Foto: Shutterstock

Hombre queda aterrado cuando ve a niña en camisón llorando en la calle de noche - Historia del día

Vanessa Guzmán
05 oct 2021
10:30

Nunca imaginé que ese horrible encuentro con una niña en camisón en medio de la calle por la noche cambiaría mi vida.

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Pensé que mi vida estaba escrita en piedra, que ya sabía lo que tenía por delante. Tenía cuarenta y nueve años cuando descubrí que el destino y el futuro son tan fluidos como el agua, y estaba a la deriva en una corriente.

Yo había enviudado hace diez años y había criado a mi hija Esmeralda solo. Ella había sido el centro de mi mundo, pero ahora se había ido para dar forma a su propia vida. Mientras conducía a casa esa noche, estaba pensando en cuánto la extrañaba, y fue entonces cuando vi a la niña.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

La pequeña estaba parada en medio de la carretera, iluminada de repente por mis faros. Apenas tuve tiempo de pisar los frenos y desviarme. ¡Gracias a Dios que la esquivé! ¡Me salí un poco de la carretera y choqué un auto aparcado!

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Mi corazón latía tan fuerte que sentí como si fuera a saltar fuera de mi pecho. Abrí la puerta y corrí hacia el medio de la calle donde había visto a la niña. ¡Ella estaba allí y estaba a salvo!

¡No la había golpeado! La alcancé y la tomé en mis brazos, la llevé a un lado de la carretera. Podía sentir su pequeño cuerpo temblar, sacudido por silenciosos sollozos. Me senté allí mismo, sosteniendo a esa niña, susurrando esas palabras sin sentido que usamos para consolar a los bebés.

Pensé que había olvidado esas palabras mágicas, pero allí estaba, cantándoselas. ¡Era tan pequeña! Pensé en eso primero. A la luz de los faros, todo lo que había registrado es que era una niña: cabello rubio lacio y ojos enormes y aterrorizados.

Me di cuenta de que era diminuta, de no más de tres o cuatro años, con ese olor a bebé que recordaba de la infancia de mi hija. Seguí canturreando y meciéndola hasta que dejó de sollozar y su cuerpecito se relajó.

Luego le pregunté: "¿Cuál es tu nombre, cariño?".

Una suave voz entrecortada susurró: "Mila".

"Mila", dije suavemente. "¿Dónde está tu mami?".

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

"Mami se ha ido. Me desperté y mami se había ido". Estaba agitada de nuevo y al borde de una nueva tormenta de sollozos.

"Escúchame Mila", le dije. "Encontraremos a mami. ¿Dónde está tu casa?". El cuerpecito en mis brazos se movió con un nuevo propósito.

"Te lo mostraré", dijo y luchó por soltarse de mis brazos y volver a ponerse de pie. Me tomó de la mano y comenzó a guiarme por la calle desierta, pasando por casas y jardines hasta que llegamos a una cabaña victoriana.

Mila me condujo hasta el porche. La puerta estaba abierta. Empujé la puerta y grité: "¿Hola? ¿Hay alguien en casa?".

Mila dijo: "Mami se fue, miré y llamé, pero ella se fue". Me miró con ojos trágicos. "Ella le dijo a papá que quería irse y ahora se ha ido para siempre".

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"No, no lo ha hecho", le dije con firmeza. "Mami nunca se iría sin ti". Ante esas palabras, su pequeño rostro contraído parecía esperanzado. "Quizás mami tuvo que ir a algún lado con prisa".

Mila me miró y su boquita trató de sonreír. "Quizás".

"Creo que tienes que volver a la cama y dormir", le dije. "¿Dónde está tu habitación?".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Mila me llevó arriba a un dormitorio pintado de rosa y lleno de todos los signos de que es una niña querida. "Métete en la cama", le dije. "Esperaré a tu mami abajo".

"¡No!", ella gimió. "¡Por favor, no me dejes sola!".

"No lo haré", dije suavemente, y me senté en la silla junto a su cama y sostuve su mano hasta que se durmió. Debo haberme quedado dormido porque me desperté con voces fuertes y vajilla rompiéndose.

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Inmediatamente miré a Mila. ¡Estaba durmiendo profundamente, gracias a Dios! Lo que me dijo que el altercado de abajo probablemente era tan común que ni siquiera despertó a la niña.

Bajé las escaleras, preguntándome cómo reaccionaría quienquiera que fuera a mi presencia en la casa, y la noticia de que había dormido en la habitación de su hija. Al pie de las escaleras, los vi.

Allí había una mujer y un hombre. Escuché el sonido de una botella de cerveza que había sido arrojada contra la pared. "¿La dejaste sola?", gritó la mujer. "¿Para comprar cerveza?".

Fue entonces cuando di un paso adelante. "¿Disculpe? Soy Enrique Farriar. Encontré a su hija en medio de la carretera. Fue un milagro que no la atropellara".

La mujer se volteó y me miró con la boca abierta. El hombre parecía en blanco y más que un poco borracho. "¿Qué estás haciendo en mi casa?", él gritó. "¡Sal!".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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La reacción de la mujer fue completamente diferente. "¿Mila?", jadeó y pasó a mi lado para correr escaleras arriba. El hombre dio un paso amenazante hacia mí.

"¡Vete!", me dijo otra vez. "¿Estás tratando de causarme problemas? ¡Te haré papilla!".

La mujer estaba pálida, pero serena. "La dejaste sola y casi la atropellan. Casi la pierdo. La dejaste sola para tomar cerveza, ¡borracho!".

Pude ver que se avecinaba una pelea épica, así que silenciosamente me dirigí hacia la puerta y escapé. Entré en mi coche y me fui.

Esa noche, mientras conducía a casa, mi mente estaba con la niña. Deliberadamente pasé por delante de la casa. Las luces estaban encendidas y de pie en la acera estaban Mila y su madre. La mujer luchaba con una maleta pesada.

Paré inmediatamente y salí. "¡Oye! ¿Están bien ustedes dos?".

La mujer me miró sorprendida. "¡Oh! Tú eres el hombre que salvó a Mila. Ella me dijo que la arropaste y te quedaste con ella. ¡Gracias!".

"Está bien, era lo menos que podía hacer", le dije. "¿Qué está pasando, si no le importa que se lo pregunte?".

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"Mi esposo nos echó. Es algo bueno, de verdad", dijo la mujer. "Voy a registrarnos en un motel para pasar la noche".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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"Por favor," dije impulsivamente. "Quédense conmigo. Tengo una casa enorme y vacía. Tú y Mila pueden quedarse hasta que encuentren un nuevo lugar. Estoy muy poco en casa, ¡así que tendrán su privacidad!".

"¿Lo dice en serio?", respondió la mujer.

Pude ver de dónde había sacado Mila sus enormes ojos. Asentí y la mujer me sonrió. "Soy Mónica, Mónica Torre".

"Hola Mónica", le dije. "Soy Kike". Tomé la maleta y los bolsos y los puse en el maletero, luego las llevé a mi casa. Acomodé a Mónica en la habitación de invitados y a Mila en la antigua habitación de mi hija.

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Esa noche dormí mejor que en mucho tiempo y me desperté con los sonidos y olores de alguien que estaba preparando el desayuno. Mónica y Mila estaban en la cocina. Me prepararon un delicioso plato de huevos revueltos con tocino y champiñones.

Finalmente supe toda la historia. Mónica había conocido a su esposo en la universidad. Había sido una estrella del fútbol y un gran hombre en el campus y ella había creído que estaba enamorada de él.

Lo inevitable sucedió y Mónica quedó embarazada a la edad de 21 años. Se casó con él y ambos abandonaron los estudios. Entonces la madre de Mila descubrió que beber toda la noche era más que un pasatiempo universitario, era toda su vida.

Después del nacimiento de Mila, Mónica consiguió un trabajo en una tienda abierta las 24 horas. Trabajaba el turno de noche, lo que significaba que el esposo tenía que estar allí para cuidar a Mila.

Estaba lejos de ser confiable y a menudo salía para comprar cigarrillos y cerveza. Mónica descubrió que su marido había dejado a la niña sola cuando lo encontró desmayado y ebrio en el sofá.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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La noche anterior había provocado la pelea más grande de la historia. El ex héroe del fútbol universitario había echado a patadas a su esposa e hija por la borrachera. Escuché en silencio y le dije a Mónica que era abogado y que estaría feliz de ayudarla a solicitar el divorcio.

Resultó que la casa era de ella porque la había heredado de su abuelo antes de casarse, así que inmediatamente solicité el desalojo de José Colmenares. Todo esto tomó más de seis meses y durante ese tiempo, Mila y Mónica se quedaron conmigo.

Nunca había sido más feliz. Me despertaba con los sonidos de sus voces y el olor a café recién hecho y me unía a ellas para desayunar y conversar con Mila, quien quería saberlo todo y tenía mil preguntas.

Me acostumbré a que estuvieran allí. Estaba en casa a las seis todas las noches para que Mónica pudiera ir a trabajar. Ella arropaba a Mila y le contaba un cuento antes de marcharse.

Adquirí el hábito de despertarme para saludar a Mónica cuando llegaba a casa a las 3:00 am con una taza de té caliente. Una noche me di cuenta de que ese pequeño ritual era la mejor parte de mi día.

Amaba a la niña y estaba enamorado de Mónica. Era ridículo, por supuesto. Yo era décadas mayor que esa madre de tan solo 26 años de edad. Mi propia hija tenía 24 años. Aun así, cuando se aprobó el decreto de divorcio y su exmarido fue desalojado de su casa, me entristeció.

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Mónica y Mila se mudaron y me di cuenta de lo solo que me quedé. No estaban muy lejos, solo dos calles más abajo y comencé a pasar varias veces a la semana. Mónica fue transferida al turno de día, lo que le facilitó la vida a ella y a Mila.

Realmente ya no me necesitaban, pero yo las necesitaba a ellas. Quería decirle a Mónica cómo me sentía, pero cada vez que abría la boca, me atragantaba. Así que un día le envié unas flores, rosas rojas.

Pensé que adivinaría que era yo, entonces no tendría que decir nada, lo sabría por su reacción. Cuando lo visité esa tarde, Mila vino corriendo. "¡Kike, Kike!", gritó. "Mami tiene un enamorado secreto".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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Estaba tan emocionada que le brillaban los ojos. “Mami dijo que no está interesada porque..."

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"¡Mila!", gritó Mónica. "¿Qué es lo que estás diciendo?".

"Le estaba diciendo a Kike que no quieres un enamorado secreto", le explicó a su madre.

Mónica explicó. "Alguien me envió rosas. Honestamente, ¡prefiero las flores silvestres!".

"¡Ah, de verdad!", dije. "Pensé que a las mujeres les gustaban las rosas. ¡Románticas y todo eso!".

Mónica negó con la cabeza. "Yo no. ¡Pero olvídate de las rosas! Entra. ¡Hice tu té favorito!". El día siguiente era sábado, así que me levanté al amanecer y salí y recogí un enorme ramo de flores silvestres.

Aparqué en la calle de la casa de Mónica. Iba a colarlas en el porche y ella nunca sabría que era yo. Acababa de poner las flores en el felpudo de la puerta de entrada cuando tuve el susto de mi vida.

Una voz gritó: "¡MAMÁ! ¡Kike está aquí!". La puerta se abrió y me encontré de rodillas frente a Mónica agarrando las flores silvestres. No es exactamente lo que había estado planeando.

"¡Santo cielo!", exclamó Mónica. "¡Qué haces!”. Me quedé arrodillado mirándola. Mi boca estaba abierta pero no salía nada, así que le entregué las flores.

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Mila me estaba mirando. "Kike si eres gracioso", le dijo a su mamá. "Su boca se abre y se cierra, pero no sale ningún ruido".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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"Está bien, Mila", dijo Mónica. "Sé lo que quiere decir". Y luego se inclinó, tomó las flores y me besó. "Está bien Kike", dijo, "¡Yo también te amo!".

No pasó mucho tiempo antes de que le pidiera a Mónica que se casara conmigo y volviera a vivir en mi casa.

Mi única preocupación era mi hija. No sabía cómo se sentiría con una madrastra sólo dos años mayor, pero me sorprendió. "Papá, todo lo que importa es tu felicidad", dijo. "Nunca me permitiré arruinarla. Porque te amo".

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Mi hija y Mónica se hicieron amigas y ella se enamoró de Mila de inmediato. Después de que nos casamos, adopté a Mila, y mi hija estaba encantada, y más aún cuando anunciamos que tendría otra hermana solo dos años después.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Cuanto más damos, más rica se vuelve nuestra vida: La amabilidad de Kike hacia Mila y Mónica le trajo una vida nueva y mucho más feliz.
  • La diferencia de edad no es importante cuando los corazones se conectan: Kike temía que Mónica no pudiera amarlo porque era mucho mayor, pero estaba equivocado.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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