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Una cama de hospital | Foto: Shutterstock
Una cama de hospital | Foto: Shutterstock

Solo antes de morir, una madre escuchó palabras de gratitud de su hijo - Historia del día

Guadalupe Campos
17 oct 2021
05:00

A un hijo único le molestaba tener que cuidar de su madre moribunda. La envió a pasar sus últimos días a una casa de retiro, y se desentendió del asunto.

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Nadie que hubiera podido ser testigo de la infancia de Jorge Lander podría haber entendido su accionar. Dora Lander, su madre, había sido una mamá cariñosa que siempre había apoyado a su hijo.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

Pero cuando enfermó de cáncer, su hijo ya adulto eligió tomar distancia. Su devoción no fue retribuida en absoluto.

A Dora le diagnosticaron cáncer poco antes de cumplir los 68 años. Le tocó combatir esta enfermedad de la misma forma que enfrentó muchos otros desafíos en su vida: con determinación, y sin una queja.

Cuando se lo dijo a su hijo, tuvo el cuidado de hacerlo con calma y tras prepararlo para la noticia: no quería ocasionarle un shock. Pero fue la reacción de él la que resultó sorprendente:

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"Supongo que te voy a tener que pasar a buscar y llevarte a tratamientos a cualquier hora", dijo, irritado.

"No, hijo", respondió Dora, intentando esconder su tristeza. "El hospital tiene un servicio de logística, me llevan y me traen para las sesiones de quimioterapia".

"Mejor, ya veía que iba a tener problemas en el trabajo. Estamos en un momento bastante complicado...", explicó él.

Durante los meses subsiguientes, Dora enfrentó su cáncer sin la compañía de su hijo. Por supuesto, sus amigos la acompañaban en lo que podían, pero nadie entendía la ausencia de Jorge, y su callada crítica le dolía a Dora casi tanto como la falta.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Dora estaba convencida de que esta indiferencia aparente de Jorge no era sino una forma de tomar distancia de la posibilidad de perderla. Ella entendía muy bien ese sentimiento.

Cuando Dora era joven, había perdido a sus dos padres en pocos meses. Ambos habían muerto de cáncer. También le había tocado perder a su esposo muy joven: él había muerto tras un accidente de coche que lo dejó tres meses en coma.

Sí, si había algo que Dora conocía muy bien era eso de pasar días enteros en una sala de hospital viendo cómo la vida de alguien a quien amas se apaga minuto a minuto. Conocía la impotencia, el dolor y las esperanzas rotas. Se convenció de que era eso lo que su hijo no quería pasar.

Así que atravesó sola su cáncer, con la compañía ocasional de amistades y vecinos. Tras dos años de tratamiento, Dora era la sombra de la mujer vital que había sido, y la muerte parecía contar los minutos al lado de su cama por las noches.

En este punto, su oncólogo llamó a Jorge, y lo citó en el hospital. Le costó encontrar un horario que el hijo de Dora aceptara para la entrevista.

"Señor Landers", le dijo sin rodeos, "su madre está en sus últimos días. Hay poco que podamos hacer ahora, más que medicarla para garantizar que pase sus últimos días con el menor dolor posible y que disfrute de lo que le quede por disfrutar".

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Shutterstock

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Shutterstock

Le explicó: "en nuestra experiencia, los pacientes suelen preferir pasar sus últimos días con sus seres queridos en un entorno familiar. Mi consejo sería que se lleve a su madre a casa, para aprovechar estos últimos días juntos".

Jorge quedó lívido. "Pero, pero... Yo trabajo, señor, no puedo estar 24 horas cuidando a mi madre enferma...".

"No se preocupe, señor Landers", replicó el médico. "El seguro de su madre cubre el servicio de enfermería. Podemos disponer que haya ayuda profesional siempre a su lado. Mire, su madre realmente quiere volver a casa, le pediré que por favor al menos lo piense".

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Jorge se quedó en silencio. Esto era muy disruptivo para su vida tan ordenada y eficiente. "Bueno, supongo...", titubeó. "¿Cuánto tiempo estima que le queda? ¿Son solo unas semanas?".

El médico miró al hijo de Dora con tristeza. "Sí, me temo que es así. Su madre no será una carga para usted por mucho tiempo". Jorge se removió incómodo en su asiento ante el tono de reproche del galeno.

Pero las cosas no resultaron como el médico había predicho. Dora se instaló en el estudio de su hijo, reacondicionado como habitación. Pero si bien no mejoraba, tampoco parecía empeorar.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Las semanas se hicieron meses, y Dora parecía poder luchar contra la muerte con una determinación férrea. Jorge empezaba a impacientarse con la situación.

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Al llegar cada día a casa, pasaba por la habitación de su madre. "¿Cómo te sientes?", le preguntaba.

"Cada vez que te veo encuentro la fuerza para vivir otro día más", decía Dora, con una sonrisa en su rostro sufrido.

Cuando se cumplieron los tres meses, Jorge, inquieto, llamó al médico de su madre y le pidió una nueva entrevista.

"Usted me dijo que mi madre no viviría más de un par de semanas", le dijo, "pero ya pasaron tres meses y sigue ahí".

El oncólogo lo miró con incredulidad. "Señor Landers, que su madre esté viva es un milagro, y así debería vivirlo usted", dijo.

"Milagro bien agrio", replicó él. "Yo no estoy en condiciones de convertir mi casa en un hospital para siempre, tengo una vida también; tiene que haber alguna alternativa", dijo.

"Por supuesto, señor Landers", respondió el médico con desdeñosa resignación. "Puedo recomendarle una institución que brinda cuidados paliativos. No vaya a ser cosa que la muerte de la mujer que lo trajo a la vida sea un inconveniente para su agenda".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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Días después, Dora fue internada en un hospicio. Tras examinarla, el personal le dijo a Jorge que no le quedaban sino pocos días para vivir. Le insistieron en que tenía que pasar con ella el mayor tiempo posible.

Al día siguiente, Jorge apareció en el hospicio con un ramo de margaritas. "Hola mamá, te traje margaritas. Tus favoritas, ¿verdad?".

El rostro de Dora se iluminó con una sonrisa. "¡Oh, te acordaste de eso!", dijo. Él se sentó a su lado y conversaron un rato. Luego, el hijo le presentó un documento.

"Mira, mamá, mi abogado dijo que sería buena idea que firmes esto", explicó. "Es para poner tu casa a mi nombre, así no hay que pagar el trámite sucesorio. Verás...".

"Por supuesto, hijo", interrumpió Dora, con la sonrisa más apagada. Firmó. "Lo que necesites".

Jorge prometió volver al día siguiente, pero no apareció por el hospicio. De hecho, durante las seis semanas siguientes no volvió a pisar la institución. Los médicos estaban sorprendidos de que Dora se aferrara tanto a la vida.

Un día, una de sus cuidadoras llamó a Jorge. "Disculpe, señor Landers", le dijo, "su madre está sufriendo mucho, y desea verle".

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

"Estoy ocupado", la cortó Jorge. "Haga su trabajo, manténgala cómoda y dele alguna medicación para el dolor. ¡Duérmala o algo!", dijo, de malos modos, y cortó.

Jorge miró a su alrededor, en su estudio doméstico. La cama había sido retirada, pero quedaban un par de adornos y pertenencias de su madre en las repisas. Empezó a guardarlos en una caja. Luego sus dedos se detuvieron sobre una vieja fotografía.

En ella, Dora, joven y hermosa, pasaba un tierno brazo sobre los hombros de su hijo, que sostenía una bicicleta. En la imagen, Jorge tenía siete años, y lucía delgado y asustado, con una rodilla despellejada por alguna caída.

"Ese es el día que me enseñó a andar en bicicleta", recordó. "¡Vaya susto que me di!", murmuró. "Ella me dijo que creía en mí y que podía lograr cualquier cosa...".

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Jorge se quedó de pie con lágrimas en las mejillas. "Mamá, qué hice", dijo. Veinte minutos más tarde, estaba junto a la cama de su madre, sosteniendo su mano.

"Mami", le dijo, "¿sabes que te amo?".

Dora abrió los ojos y le sonrió.

"Hijo, finalmente estás aquí".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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"Mamá, perdona por no habértelo dicho antes, pero no podría haber llegado a nada sin tu apoyo y tu amor. Te amo, y te ruego que me perdones...".

"Nada que perdonar, mi amor. Sé que me amas, solo necesitaba que tú también lo supieras, así no te quedan arrepentimientos", dijo.

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Esa noche, Dora falleció pacíficamente en brazos de su hijo. Todo el tiempo había estado esperando a poder decirle adiós al niño que ella había criado, no al hombre insensible en el que llegó a convertirse.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Así como los padres cuidan de uno en los primeros años, deberíamos cuidarlos en sus últimos días. Jorge finalmente recordó el cariño que su madre le brindó y fue a su lado.
  • El arrepentimiento es el mayor dolor. Saber que hicimos algo malo y no lo podemos remediar es terrible. Dora quería proteger a su hijo de ese sentimiento.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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