Mesera echa a niño pobre de un café, luego él regresa y la hace llorar - Historia del día
Una mesera que siempre fue mala con un niño pobre descubrió lo mucho que él se preocupaba por ella. La mujer rompió a llorar y cambió su manera de tratarlo.
Jessica era una hermosa joven con aspiraciones de convertirse en actriz, pero era muy pobre. Soñaba con eso desde la infancia.
Su familia nunca pudo pagar la televisión por cable, pero sus vecinos habían tenido el privilegio de tenerla, por lo que ella pasaba mucho tiempo mirando su pantalla a través de la ventana.
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Los dramas que pudo ver quedaron grabados en su mente, y después de tener una conversación al respecto con su madre, Jessica supo cómo se hacían las películas.
A partir de ese momento nació su sueño convertirse en una actriz que haría que la gente sintiera algo con sus actuaciones. Sentía verdadera pasión.
Desafortunadamente, sus padres no podían costear el enviarla a ninguna escuela de actuación, así que tan pronto como creció, se mudó a una ciudad más grande para avanzar en su carrera.
En la ciudad que eligió primero no había manera de que pudiera ganar dinero, así que se mudó a la capital. Allí consiguió un trabajo como mesera en un café.
Jessica vivía con la cabeza en alto, pero en lo más profundo de sí, se sentía avergonzada por su origen pobre. Dormía en un refugio y su ropa de trabajo siempre estaba arrugada porque a veces dormía con ella. El Sr. Santos, su jefe, se había quejado una vez.
“Entiendo tu situación actual Jessica, es por eso que te contraté. Lo que no entiendo es por qué insistes en presentarte al trabajo con un uniforme arrugado”, le dijo una mañana cuando ella se topó con él.
“Lo siento señor, encontraré una solución pronto”.
“No es bueno para las reseñas de los clientes cuando una de mis trabajadoras siempre aparece luciendo tan descuidada”, dijo su jefe.
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Aparte del estado de su ropa, la vida que llevaba Jessica era mucho mejor que la que tenía con su familia. Su trabajo también la ayudaba a conocer a más personas.
Esto era muy importante para ella; es bien sabido que los buscadores de talentos a menudo pasaban el rato en los cafés con la esperanza de encontrar a personas prometedoras.
Por eso la mesera encontraba al pequeño Juanito muy molesto. Era un niño que iba al café todos los días solo para mirar las vitrinas de helados o sentarse en una mesa mientras veía comer a los demás clientes.
Ella pensó que era una estrategia de mendicidad porque los clientes del café siempre parecían felices de dejarle algo de cambio al salir.
Jessica lo toleraba porque entendía lo que era ser pobre; sin embargo, los días en que había mucho trabajo por hacer o si ella estaba de mal humor, lo echaba del café a patadas.
Ambos escenarios surgían a menudo, pero a pesar de lo mala que era con él, el chico siempre tenía un cumplido para ella.
“Es usted muy hermosa, señorita Jessica”, le decía con una sonrisa tonta en el rostro. Por supuesto, ella lo ignoraba y, en cambio, le recordaba que no merodeara frente a la exhibición de helados.
Debido a la cantidad de tiempo que pasaba en el café, Juanito la escuchaba con frecuencia quejarse de su vida. En esos momentos, hacía todo lo posible para animarla con sus tontas payasadas.
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El pequeño Juanito también era pobre, quizás incluso más que Jessica; vestía ropa sucia y arrugada todos los días, y si se veía gordo, era por todas las sobras que recibía de los trabajadores y clientes del café. Sin embargo, estaba contento con esto, nunca se quejó.
Debido a que le agradaba Jessica, Juanito deseaba que hubiera alguna forma de ayudarla a vivir mejor. Un día, fue al café y le pidió un menú. Ella se acercó a él de mala gana, temiendo estar perdiendo el tiempo de nuevo.
“Si intentas hacerme perder tiempo, te estrangularé y lo digo en serio”, dijo.
“Juro que no, señorita”, dijo con sinceridad.
“Está bien, ¿qué quieres hoy?”, preguntó.
“¿Cuánto cuesta un banana split?”, preguntó con timidez.
“Cinco dólares”, respondió Jessica.
“¿Y el más barato de los helados?”, quiso saber el niño, sin imaginar que sus preguntas habían comenzado a molestar a la mesera.
“Dos dólares”, respondió ella con impaciencia, mientras sus ojos se fijaban en una pareja bien vestida que entraba al establecimiento.
“Bueno, quiero eso entonces”, dijo sonriendo.
Jessica se fue y volvió con un cuenco del helado más económico. Juanito le agradeció, lo comió, pagó y se fue.
“Gracias a Dios que ese chico se fue en silencio hoy”, murmuró mientras caminaba hacia la mesa que él usaba.
Estaba a punto de limpiar los platos cuando notó que el chico le había dejado una propina enorme. Eran tres dólares, e inmediatamente recordó las preguntas que había hecho sobre el helado que quería.
Rápidamente hizo los cálculos; Juanito le dejó tres dólares y compró un helado por valor de dos dólares, lo que significaba que tenía cinco en total. Podría haber comprado el banana split, pero como quería dejarle una generosa propina, pidió el más barato.
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Jessica no pudo contener las lágrimas ante esa realidad. “¿Quién es? ¿Y por qué hizo eso por mí?”, se preguntó una y otra vez mientras se apresuraba a buscarlo.
Sin embargo, fue demasiado tarde; el chico se había ido hace mucho tiempo. Esperó a que regresara más tarde ese día, pero no lo hizo.
Jessica se sintió terrible. Recordó lo desagradable que a menudo actuaba con el chico y juró ser más amable con él a partir de ese día.
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Al día siguiente, cuando el chico entró tranquilamente en el café con su habitual sonrisa, Jessica también le sonrió. Eso lo asustó al principio, pero después de unos minutos, comenzó a disfrutar de la atención.
“¿Por qué hiciste eso?”, preguntó ella mientras dejaba un tazón de banana split frente a él.
Sus ojos se agrandaron. “¿Para mí?”, preguntó.
“Sí, para ti, y sabes a qué me refiero, así que deja de actuar como si no lo supieras”, respondió ella, provocando un sonrojo en él.
Se llevó varias cucharadas del delicioso manjar a la boca antes de responder.
“Siempre le escucho quejarse de lo difíciles que son las cosas, así que decidí que le ayudaría un poco. Mi mamá dice que es lo correcto entre amigos”, dijo.
A Jessica le dio mucho en qué pensar, pero desde ese día en adelante, siempre fue amable con el pequeño Juanito.
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¿Qué aprendimos de esta historia?
- No correspondas el mal con el mal. Jessica siempre estaba abrumada, y cuando pareció que Juanito le hacía perder el tiempo, comenzó a echarlo del restaurante. El chico no la odiaba por eso y en cambio quería encontrar una manera de hacerle la vida más fácil. Eso cambió la forma en que se sentía por él.
- No rendirse nunca. Jessica estaba decidida a lograr sus sueños, y si tenía que trabajar en un café para comenzar ese viaje, no tenía problemas con eso. Estaba dispuesta a dar todo lo que fuera necesario, y de eso está hecho el éxito.
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