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Madre soltera de dos hijos tiene que vivir en un pequeño garaje - Historia del día

Diego Rivera Diaz
31 oct 2021
19:40

Jamás me imaginé que algún día sería una madre soltera, desempleada y con dos hijos, viviendo en el garaje de alguien.

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A los 16 años, tenía una clara visión de cómo sería mi vida. Y en ninguna parte de esa visión hubiese cabido la idea de vivir en el garaje de alguien más, con dos niños pequeños a cuestas.

Pero a veces, la vida se te va de las manos. Las cosas pasan de repente, y pasa el tiempo, y ya no te reconoces a ti misma. A tu propia vida. Para mí, todo empezó en la universidad, en segundo año. Cuando me enteré de que estaba embarazada.

Mujer viendo prueba de embarazo. | Foto: Shutterstock

Mujer viendo prueba de embarazo. | Foto: Shutterstock

Mi familia siempre tuvo bastante dinero. Mi papá era dueño de varios concesionarios de autos de lujo. Desde niña, nunca me faltó nada, y la vida siempre fue fácil. Ni sospechaba que las cosas pudiesen ser diferentes.

Crecí muy malcriada. Siempre quería tenerlo todo, y de las mejores marcas. A los 18 años, mi papá me regalo un descapotable rosa, mi madre me llevó a renovar mi guardarropa en París, y luego entré a una prestigiosa universidad.

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¡La pasé de lo lindo! Me fui de farra, aprendí a beber, pero estudié poco. Mi primer año se fue volando, entre fiesta y fiesta. Me tomé la universidad como una especie de festival de cuatro años, e iba a disfrutarla lo más que pudiera.

A la mitad de mi segundo año, me enteré de que estaba embarazada. Honestamente: no sabía quién era el padre. En ese momento tenía una pareja diferente cada semana. Pudo haber sido cualquiera de ellos.

Cuando me di cuenta de lo que había pasado, hice lo mismo de siempre: corrí a mamá y papá. Estaba segura de que, una vez más, resolverían todos mis problemas.

Pero me llevé una desagradable sorpresa. Mis padres no fueron nada comprensivos. Me echaron de la casa, y dijeron que no me apoyarían en nada. Tuve que mantenerme gastando la herencia que me dejó el abuelo.

Mujer embarazada. | Foto: Unsplash

Mujer embarazada. | Foto: Unsplash

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Mi madre me dijo que buscara ayuda en un refugio de madres solteras. Yo estaba atónita. Pasé de ser su hija mimada a un desecho descartable. Su transformación me parecía increíble. Fue una pesadilla de la que jamás desperté.

Me fui al refugio, y mi hijo nació meses después. Llamé a mis padres ese día, pero ni siquiera contestaron. Mi bebé y yo estábamos realmente solas en este mundo. Era hora de crecer.

Usé dinero de la herencia para conseguir un pequeño departamento. Salí a buscar trabajo, pero como no terminé la universidad y no tenía experiencia, fue muy difícil. Eventualmente, hallé un trabajo en lo único que sabía hacer: festejar.

Comencé a trabajar como barman en una de pequeña pero popular taberna en la ciudad. Logré persuadir al dueño de darme el primer turno, de 5 de la tarde a 11 de la noche. Casi todo el sueldo se me iba entre la renta y la niñera.

El resto de mis gastos, como el gas, la electricidad, mi comida y el transporte los saqué de mi herencia. Creo que nos fue bien, a la pequeña Lisa y a mí. Cuando ella tenía 3 años, conocí a un chico que parecía un sueño hecho realidad.

Joven pareja abrazándose. | Foto: Shutterstock

Joven pareja abrazándose. | Foto: Shutterstock

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Hugo era guapo, y muy divertido. Me hacía sentir joven y despreocupada. Estar enamorada otra vez se sentía divino, y Hugo adoraba a Lisa. Comenzamos a hablar de matrimonio, y él se mudó con nosotros.

Fue una época espléndida. Como si fuéramos una familia real. Cuando me enteré de que estaba embarazada nuevamente, quedé aterrada. No sabía cómo reaccionaría Hugo.

Pero él estuvo encantado. Comenzó inmediatamente a planificar nuestra nueva vida juntos. Me dijo que el departamento era demasiado pequeño para todos, y que pronto tendríamos que comprar una casa.

Fuimos a ver varias propiedades durante semanas. Luego de mucho buscar, conseguimos una hermosa y pequeña casa que estaba dentro de nuestro presupuesto.

Compraríamos la casa con una hipoteca. Escribí un cheque por casi todos los fondos que me quedaban como parte de pago por aquella casa, $135.000, y se lo di a Hugo. Aquella noche, cuando regresé de trabajar, Hugo no estaba.

Solo estaban Lisa y la niñera. Hugo no volvió esa noche. Tomó mi dinero y se marchó. Me quedaron $6.000 y su bebé en mi vientre. Estaba a punto del colapso, y solo me mantuve entera por Lisa.

Mujer cubriendo su rostro mientras llora. | Foto: Shutterstock

Mujer cubriendo su rostro mientras llora. | Foto: Shutterstock

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Sabía que ya no podría costear mi departamento, pues el dinero de la herencia con el que completaba mi presupuesto mensual se había esfumado. Busqué algo más barato, pero lo único que conseguí fue un garaje reconvertido.

Era muy barato, y el vecindario era decente y seguro. La dueña era una señora mayor que había quedado viuda. Remodeló el garaje para su hijo, con un baño y una pequeña cocina, pero él se fue mudó y ella necesitaba el dinero.

Luego de explicarle mis circunstancias, llegamos a un acuerdo. Se convirtió en mi niñera. Cuidaba a Lisa y a mi bebé mientras yo trabajaba en el bar. Y la verdad, nos fue muy bien, aunque no era nada fácil vivir los tres en ese pequeño garaje.

De vez en cuando recordaba mi propia infancia, y todos los lujos que tuve. Pero no creo que mis hijos estuviesen peor que yo. Sí, tuve mucha comodidad material, pero Lisa y Joaquín tienen amor. Siempre estoy ahí para ellos.

La Sra. Dávila, mi casera, adora a los niños. No tiene nietos, y dice que su hijo no está casado y nunca tendrá hijos. Suena a que hay una historia ahí, pero no me gusta inmiscuirme en los asuntos de los demás.

Seis meses después de mudarme, el dueño del bar me ofreció un ascenso a gerente. Era mucho más dinero, pero al principio lo rechacé. El trabajo requería quedarme hasta la hora de cierre, las 2 de la madrugada.

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Hombre atendiendo bar. | Foto: Shutterstock

Hombre atendiendo bar. | Foto: Shutterstock

Pero la Sra. Dávila me hizo una proposición. Me pidió que me mudara a su casa con los niños. Dijo que no tenía sentido que viviéramos en el garaje, pues había tres dormitorios disponibles en la casa.

Yo podía seguir pagando la misma renta, y ella podía alquilar el garaje a un estudiante. Además, estaría cerca de Lisa y Joaquín todas las noches, así que yo podría trabajar hasta tarde y aceptar el ascenso.

Y eso hice. Nos mudamos a la casa de la Sra. Dávila, acepté el ascenso, y nunca he sido más feliz. Sé que mis hijos están a salvo con alguien a quien aman y sé que la Sra. Dávila también se preocupa por mí.

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Nos hemos convertido en una verdadera familia. Ella es la madre cariñosa que nunca tuve, y adora a Lisa y Joaquín. Uno de nuestros vecinos, Diego, me invitó a salir. Tiene dos hijos y es muy dulce. ¡Quizás todavía pueda encontrar la felicidad!

Mujer sonriendo y viendo su teléfono móvil. | Foto: Shutterstock

Mujer sonriendo y viendo su teléfono móvil. | Foto: Shutterstock

¿Qué podemos aprender de esta historia?

1. No importa lo mal que se pongan las cosas, mantén siempre la esperanza de tener una vida mejor.

2. Lo más importante que puedes darle a tus hijos es amor y apoyo.

Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos.

Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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