Viuda ve a niño sostener el reloj con el que había enterrado a su esposo el día anterior - Historia del día
Un relojero fallece, y es enterrado con su reloj de bolsillo. Pero al día siguiente, su viuda ve a un niño rezando en la iglesia con ese mismo reloj en sus manos.
Edith y Carlos Urbeck habían estado juntos desde siempre, o al menos eso parecía. Habían crecido en la misma calle de Buenos Aires, habían ido a la misma primaria y se habían puesto de novios en la secundaria.
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Eran inseparables y funcionaban más como uno que como una pareja. Hasta aquel día fatídico en que el teléfono sonó una mañana de sábado, cuando se suponía que Carlos debía estar jugando al golf. La noticia derrumbó a Edith de rodillas sobre el suelo: su Carlos había fallecido.
Edith no lo podía creer. ¿Cómo podía ser posible? ¿Cómo podía haber muerto Carlos? Era joven, tenía 55 nada más. ¿Cómo podía seguir sin él?
Todos los arreglos, el funeral, el velorio y el entierro le parecían irreales a la viuda. No podía dejar de esperar que todo fuera un sueño, una mala broma, una equivocación.
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Pero no era sueño ni broma. Y en el fondo ella lo sabía, mientras buscaba el traje de gala de su marido, y buscaba en un cajón su tesoro más preciado.
Dentro de una cajita especial había un reloj muy antiguo, uno que Carlos había heredado de su padre. Durante los primeros días de su matrimonio, él le había dicho que algún día se lo daría a su hijo, y que quizás él también se convirtiera en relojero.
Pero no hubo hijos en el matrimonio. En algún momento eso incluso puso en riesgo la relación, y habían llegado a estar tres meses separados, pero habían podido superarlo.
"Me casé contigo porque te amo, Edith", había dicho él. "No puedo vivir sin ti". No habían vuelto a hablar del asunto.
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Edith tomó el reloj en sus manos y se lo dio al funebrero. "Quiero que esto sea enterrado con él", pidió. El encargado de las pompas fúnebres asintió.
Así que Carlos yacía en su féretro con el reloj. Lucía muy vivo para estar muerto. Edith quería gritar que era todo un error, pero como en un sueño alguien cerró el féretro, alguien la llevó en un coche negro al cementerio, y pronto su compañero de vida estaba bajo tierra.
Se había terminado. Carlos había partido de este mundo. Esa noche no pudo dormir, removiéndose en la cama y pensando en él.
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A las 6 de la mañana se levantó. Se vistió, tomó su cartera y sus llaves y salió de la casa. Anduvo por las calles hasta que sus pasos la llevaran sin planearlo a una iglesia.
Todo estaba muy silencioso, no había nadie más que un niño que encendía una vela. Así que Edith se acercó a San Eligio, patrono de los relojeros, a quien su esposo solía rezar. Se arrodilló.
Minutos más tarde sintió que alguien se arrodillaba a su lado. Escuchó un sollozo apagado, y cuando miró vio que había un niño allí.
El niño traía en sus manos algo que lucía muy familiar para Edith: era el reloj de Carlos. Se puso de pie. "¿De dónde sacaste eso?", gritó, y su voz sonó como un trueno en la iglesia vacía.
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El niño se puso de pie y salió corriendo. "¡Ladrón!", gritó Edith. Un hombre alto con sotana salió desde la sacristía.
"Señora Ubeck", dijo el padre Garmendia, "¿está usted bien?".
Edith trataba de recuperar el aliento. "Ese niño, traía el reloj de mi esposo, pero a mi esposo lo enterraron con su reloj...".
El cura la miró sobresaltado. "Conozco al niño, es uno de los monaguillos de la parroquia, y es un buen chico, ¡nunca robaría!".
"Pues quiero saber de dónde sacó el reloj, o tendré que llamar a la policía".
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El padre Garmendia la miró y dudó. Pero la llevó a un edificio cercano y tocó el timbre. Una mujer de unos 40 años salió de un departamento de la planta baja, abrió y los miró sorprendida.
"Padre Garmendia", dijo la mujer, "¿pasó algo?".
"Lo siento mucho, Florencia, pero podríamos hablar con Pablo?". La mujer asintió, entró, y el chico salió. Tenía unos 15 años, cabello oscuro y espaldas anchas. Sus ojos estaban enrojecidos por el llanto.
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Edith se tensó. "¿De dónde sacaste el reloj de mi marido?".
El adolescente alzó la cabeza. "Es MI reloj, señora". Y alzó la mano. A primera vista, era exactamente igual al reloj de Carlos, pero apretando un pequeño botón se abrió un compartimiento detrás, que Edith sabía que el otro no tenía.
"Hijo mío, valora cada momento como yo te valoro", decía.
"¿Hijo mío?", preguntó Edith, confundida.
"Por favor", dijo la mujer a quien el cura se había referido como Florencia. "Nunca quisimos herirla a usted. Verá, Carlos y yo tuvimos algo cuando ustedes estaban separados...".
"Pero él nunca me mintió, sabía que estaba enamorado de su Edith. Cuando quedé embarazada, me lo dejó muy claro. Ha sido un padre presente para Pablo, pero usted era su mundo".
"¿Pablo? ¿Hijo de Carlos?", preguntó, confundida. Miró al adolescente y de repente todos los parecidos le saltaron a la vista con la fuerza de lo obvio. ¡Era tan parecido a su Carlos en la adolescencia!
"Bueno, me alegro de que haya parte de Carlos en este mundo...", dijo, con la voz quebrada.
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Pablo la abrazó, y ambos lloraron juntos. Desde entonces, Edith se convirtió en una visita frecuente en casa de Florencia y Pablo, y se aseguró de que el chico tuviera su parte de herencia. Quizás habría alguien que heredaría el negocio familiar después de todo.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- A veces el destino abre puertas que llevan a un nuevo futuro. Edith pensaba que lo había perdido todo, y descubrió nueva familia.
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Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.