Hombre sin hogar gasta el dinero que le queda en pastel para niños perdidos, luego encuentra a su madre - Historia del día
Un vagabundo fue recompensado con riquezas más allá de su imaginación, luego de gastar todo su dinero en dos pequeños niños perdidos que no conocía.
"Dame todo tu dinero".
Eso fue lo último que escuchó Diego Pérez mientras caminaba por una calle de Madrid. Había un clamor masivo de ayuda de parte de los civiles, debido al alto índice de asaltos en esa zona. Diego también se convirtió en una víctima.
Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images
Cuando escuchó las palabras, sintió el cañón de la pistola contra su columna vertebral y percibió el olor del cigarrillo. “Lo más probable es que este tipo tenga el gatillo fácil”, pensó.
Diego ya había estado en la misma situación una vez y pudo escapar, sin embargo, en esta ocasión, al hacer un movimiento, el atracador lo golpeó con la culata de la pistola. Lo dejó inconsciente en el acto: lo habían robado.
Cuando volvió en sí, los pocos dólares que tenía habían desaparecido, así como el bonito sombrero que había hallado en la calle poco antes. Se sintió triste por esa pérdida.
Sus emociones eran particularmente intensas, debido a que antaño había sido un poderoso hombre de negocios que podía permitirse cualquier cosa. Esa vida se terminó cuando conoció a Agnes, una joven que lo había hechizado con su aspecto exótico y su elocuencia.
Agnes lo engañó y se quedó con todo su dinero, dejándolo en la ruina. También lo echó de su casa y se aseguró de que la seguridad lo mantuviera lejos de sus terrenos.
Tuvo que vivir como un nómada durante algún tiempo, ya que ninguno de sus antiguos amigos lo ayudó cuando no tuvo nada que ofrecerles.
Después de vagar durante unos meses, acabó estableciéndose en Madrid. Comenzó a vivir debajo de un puente con otros indigentes, juntando su comida diaria de los restos de las de otras personas.
Diego solía mendigar cerca de la estación de tren. Un día, vio a dos chicos que se parecían tanto que podrían haber sido gemelos. También se dio cuenta de que pedían dinero a la gente que iba y venía. Casi inmediatamente, los reconoció como lo que eran: mendigos.
Imagen con fines ilustrativos | Foto: Shutterstock
Cuando lo vieron, caminaron hacia él e inclinaron la cabeza en señal de respeto. "Hola", le dijeron enseguida. "¿Nos puede dar algo de dinero para comprar comida?".
Diego se sorprendió, hacía tiempo que nadie le pedía dinero. Sin embargo, esa sorpresa se tradujo rápidamente en enfado, cuando trató de entender por qué los niños le pedían dinero, viendo lo harapiento que iba vestido.
"Piérdanse", les dijo. No obstante, los chicos no se movieron. Los niños que parecían tener 11 años, se quedaron allí, mirándolo.
Diego no se atrevió a darles la espalda; parecían sucios y estaba claro que también se ganaban la vida en la calle. Tras unos tensos momentos, les dio todas las monedas que tenía.
El dinero habría cubierto su almuerzo de ese día, pero sabía que los chicos lo necesitaban más, así que se los dio. Estaba dispuesto a pasar hambre hasta que pudiera ganar lo suficiente para tener comida de nuevo.
No esperaba que los gemelos compraran comida y volvieran para compartirla con él, pero lo hicieron. "Vimos que era el único dinero que te quedaba, así que pensamos en compartirlo contigo", le dijeron los chicos.
"Gracias", respondió sinceramente.
Se sentaron en un pequeño rincón del metro a comer y Diego vio esto como una oportunidad para saber más sobre ellos. "Entonces", dijo. "¿Cuál es su historia?" Los jovencitos no necesitaron más incentivos.
Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels
"Nos mudamos aquí con nuestra madre desde otra ciudad, pero nos separamos de ella entre la multitud y nos perdimos", contó Nelson.
"¿Y desde entonces están los dos en la calle?", preguntó.
"No queremos creer que nuestra madre nos ha abandonado, por eso nos quedamos cerca del lugar donde la vimos por última vez por si acaso viene a buscarnos", respondió Juan. "Vivimos en un sótano cercano. Mañana es nuestro cumpleaños, deberías venir".
"Oh, vamos, dile a todo el mundo dónde vivimos para que dentro de poco ya no nos pertenezca", gruñó Nelson.
"Está bien Juan, no intentaré expulsarte de tu morada", aseguró Diego al chico. Todos se separaron con sonrisas de felicidad y Diego prometió visitarlos.
Para ello, el hombre ahorró todo el dinero que pudo conseguir de los transeúntes. Quería comprar a los gemelos una tarta para alegrarles un poco el día de su cumpleaños.
Estaba en una panadería ojeando un catálogo de dulces cuando un viejo folleto le llamó la atención. Tenía una foto de los niños e instrucciones para llamar a la policía o a la madre de los chicos si los hallaban.
Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels
"¿Puedo usar su teléfono?", preguntó respetuosamente a la dependienta.
"Por supuesto", dijo la mujer, y lo condujo a un teléfono fijo a través del cual pudo comunicarse con la madre de los jovencitos.
"Los he encontrado", le dijo. "He encontrado a sus hijos".
"¿Qué? ¿Quién es? Oh, ¡gracias a Dios! ¿Dónde están? ¿Dónde puedo encontrarlos?", preguntó Vanessa, su madre, con un alivio evidente en su voz.
"Te lo diré, pero con una condición", dijo.
"¿Cuál?".
"Me ayudarás a elegir su pastel favorito", respondió.
"Oh, es su cumpleaños. Realmente los has localizado", suspiró la mujer, y pareció que se apresuraba a salir de la casa.
Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels
"No cuelgues", dijo ella. "¿Cómo están mis hijos?".
"Señora, creo que es mejor que los vea usted misma", respondió Diego.
Le dio una dirección y al día siguiente se reunió con Vanessa. La llevó al sótano donde estaban los chicos. Ella llevaba el pastel que Diego había comprado para ellos.
Se apresuraron a abrazarlo, pero en cuanto vieron a su madre, la mujer tuvo que alzar el pastel por encima de su cabeza para evitar que se aplastara entre ellos.
Diego intervino para tomarlo y así Vanessa pudo abrazar libremente a sus hijos, mientras lloraba de alegría. Llevaban un año desaparecidos.
Vanessa no sabía cómo agradecer a Diego. Más tarde le contó lo que le había sucedido, y ella decidió ayudarle invitándole a ir con ellos cuando regresaron a Barcelona.
Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels
Le alojó temporalmente en su habitación de invitados y le ayudó a conseguir un trabajo como contable en una pequeña empresa de informática. Vivió en su casa durante meses mientras trabajaba para recuperarse, no obstante cuando llegó el momento de irse, no pudo hacerlo.
Sus interacciones y el vínculo que compartía con sus hijos habían hecho que Vanessa se enamorara de él, y su belleza y gracia también habían ayudado.
Siguieron viviendo juntos y luego de un tiempo decidieron casarse. Juan y Nelson fueron los que llevaron los anillos.
¿Qué hemos aprendido de esta historia?
- La empatía es importante: Los gemelos se dieron cuenta de que Diego les había dado el último dinero que le quedaba y aunque estaban muy hambrientos, decidieron volver para compartir su comida y su historia con él. Esto hizo que se ganaran la simpatía de Diego y cuando halló la oportunidad de ayudarles de verdad, la aprovechó.
- La bondad nunca queda sin recompensa: Cuando Diego les dio a los gemelos todo el dinero que tenía, se resignó a pasar hambre el resto del día. Nunca esperó que regresaran, ni que encontraría al amor de su vida a través de ellos. Su pequeño acto de bondad le brindó muchas recompensas.
Comparte esta historia con tus amigos. Puede que les alegre el día y les inspire.
Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.