Anciano sin techo ahorra dinero durante años para llevar un regalo al orfanato en el que creció - Historia del día
Un anciano sin hogar se propone retribuir al orfanato en el que creció, pero los que vigilaban el lugar lo rechazaron por su apariencia.
Osvaldo Castillo tenía 70 años y había pasado la mayor parte de su vida en las calles, moviéndose de refugio en refugio mientras hacía todo lo posible por vivir lo mejor que podía.
Se imaginaba a sí mismo como un nómada urbano, que nunca permanecía demasiado tiempo en un solo lugar. Hacía su hogar en todas partes, incluso debajo del puente, en una casa abandonada o cerca de un vertedero.
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Sin embargo, había algo especial en él, algo que lo hacía diferente a otros indigentes: era un gran trabajador. Era una cualidad que debería haber asegurado su salida de la vida en las calles hace mucho tiempo.
Pero por alguna razón, Osvaldo nunca parecía estar mejor. Era como si el dinero se desvaneciera en el aire. A veces se veía al enigmático hombre con su latita pidiendo limosna. Otras veces, se le veía trabajando por unos centavos.
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Cuando no estaba haciendo nada de eso, pasaba el tiempo en los basureros buscando algún tesoro que pudiera vender.
Osvaldo evitaba el alcohol, a diferencia de otros hombres que vivían una vida nómada. Su vida generaba especulaciones de otros indigentes y algunas de las personas que se fijaban en él.
“¿Por qué sigue mendigando cuando puede trabajar?”, se preguntaban algunas personas.
“Todo el dinero que gana con esos pequeños trabajos probablemente se destine a las drogas”, decían otros.
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Pero a Osvaldo no le importaba. Simplemente seguía viviendo a su manera, haciendo todo lo que pensaba que era correcto, incluso cuando todos a su alrededor se reían y lo humillaban. No tenían idea de que simplemente estaba ahorrando, pero, ¿para qué?
Continuó durante varios años más hasta que una tarde, un Osvaldo de aspecto rudo se acercó a las puertas del orfanato donde creció.
“¿Qué buscas aquí, viejo?”, le preguntó el jefe de seguridad del orfanato.
No querían dejarlo pasar el portón de acceso por lo desarreglado que lucía. Sabían que era un mendigo, y pensaban que no tenía nada que ver con la institución.
“Quiero ayudar”, dijo Osvaldo.
“Mírate, ¿cómo crees que puedes ayudarnos? ¡Ayúdate a ti mismo y luego hablamos!”, le dijo el guardia.
“La directora se llama Mariana, ¿no? Mariana Quispe”, dijo, tras un silencio.
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Los guardias se sorprendieron de que supiera el nombre y apellido de la directora del orfanato, y eso les dio que pensar.
“Por favor, comuníqueme inmediatamente con ella”, dijo el jefe de guardias a un subordinado que se apresuró a cumplir con el pedido.
Llamaron a Mariana por teléfono y accedió a encontrarse con Osvaldo, pero no pudo reconocerlo a primera vista. Eso no impedía que el hombre dijera lo que tenía que decir.
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“En otro tiempo me cuidaste, cuando éramos niños. Fuiste como una hermana mayor para mí cuando todos me rechazaban. Hace ocho años descubrí que ahora trabajas como directora en este orfanato donde nos conocimos y nos criamos”.
“Ambos sabemos que nunca ha sido financiado y sé lo difícil que es para ti mantenerlo a flote, así que quería ayudar a mi manera”, le dijo el indigente a la mujer.
Mariana tenía 73 años y había sido su mejor amiga durante su infancia. Ella siempre lo cuidó cuando lo necesitaba, pero se separaron cuando ella fue adoptada.
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Después de su discurso, le entregó a Mariana, con los ojos llorosos, una tarjeta de regalo, pero ella no le prestó mucha atención al obsequio y abrazó al hombre.
La tarjeta había sido comprada en una famosa tienda por departamentos y tenía un valor de $15.000. El orfanato podía usarla para comprar ropa y juguetes para sus niños.
“Sé que esto puede no ser suficiente, pero quería hacer algo para ayudarte a ti y a los niños”, dijo el indigente, haciendo llorar a Mariana.
Ella lo abrazó un poco más y le agradeció por lo que había hecho. Pero no podía dejarlo ir así como así. “Mi viejo amigo”, dijo. “Siempre me pregunté qué había sido de ti y estoy feliz de que te hayas convertido en un hombre tan bondadoso”.
“Si no te importa, prefiero que me ayudes por aquí más a menudo, de esa manera también puedo ocupar legalmente una de las habitaciones construidas para los trabajadores aquí. ¿Qué te parece ser un guardia de seguridad?”.
“No quisiera invadir…”, comenzó a decir Osvaldo, pero fue interrumpido.
“Tonterías, tú perteneces aquí, ¿cómo podrías invadir?”, dijo la mujer.
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Los guardias también se disculparon por ser groseros con él, habiendo aprendido que las apariencias engañan.
Rápidamente se hicieron buenos amigos de Osvaldo, quien los impresionó con su espíritu trabajador y su naturaleza generosa.
El hombre permaneció allí, cuidando a los niños y donando cosas hasta que exhaló su último aliento. Una vida bien vivida, si le preguntan.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Nunca juzgues a alguien por su apariencia. Osvaldo parecía un indigente pobre. Por esa razón los guardias del orfanato intentaron negarle la entrada, incluso después de que reveló que quería ayudar. Todos lo habían juzgado, pero él les demostró que estaban equivocados.
- Nunca olvides retribuir. Osvaldo recibió atención del orfanato cuando era niño, y eso lo hizo querer retribuir como adulto, a pesar de que tenía escasos recursos. Perseveró y pudo reunir lo suficiente para ayudar y, a cambio, encontró un hogar.
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Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.