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Un hombre en un supermercado | Foto: Shutterstock
Un hombre en un supermercado | Foto: Shutterstock

Hombre comparte víveres con anciano que pide limosna: lo reconoce de su infancia - Historia del día

Vanessa Guzmán
20 ene 2022
12:50

Un antiguo bravucón se encuentra accidentalmente con el hombre del que solía burlarse cuando intentaba hacer una buena acción para un mendigo de aspecto demacrado.

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Roberto Duarte estaba pagando sus compras en el supermercado más grande de la ciudad. Cuando el empleado terminó procesar sus productos, en lugar de abandonar el local, se paró cerca de la salida, perdido en sus pensamientos.

"¿Por qué compré tantos comestibles?", se preguntó, mirando sus manos llenas. Roberto era divorciado al que aún le dolía su separación. No se había acostumbrado a vivir de forma independiente, por lo que a veces se pasaba compraba de más sin darse cuenta.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Shutterstock

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Shutterstock

“Puede que tenga que tirar muchos de estos porque cocinar no es algo en lo que sea muy bueno de todos modos”, se dijo a sí mismo.

Mientras seguía analizando la situación, observó a un hombre de aspecto mayor que llamó su atención. Roberto pensó que podría ser el candidato perfecto para su brillante idea.

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También recordó que el hombre mayor era el que estaba en la entrada de la tienda pidiendo limosna. Lentamente, se acercó a él y le ofreció sus víveres, té, galletas y algo de comida.

Al principio, el adulto mayor se negó. "No podría aceptar lo que me estás ofreciendo, nadie como tú suele dar nada gratis. ¿Es broma?".

Las palabras del viejo hombre confundieron a Roberto, quien solo quería compartir su comida para no desperdiciarla. Pero tenía perfecto sentido para el mendigo. Había reconocido a Robert sin importar su edad.

"Te aseguro, viejo, esto no es una broma, simplemente no quiero que todo esto se desperdicie, eso es todo", dijo.

Tomó algunos momentos, pero el hombre finalmente estuvo de acuerdo, pero no podía mirar a Roberto a los ojos debido a su vergüenza. Se apretó más la sudadera con capucha para ocultar su rostro.

Mientras Roberto le pasaba algunos de los paquetes que había comprado en el supermercado, recordó la muleta que el mendigo había estado usando para moverse.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

"No puedes caminar correctamente, ¿verdad?", preguntó.

El otro hombre carraspeó y se aclaró la garganta, tratando de evadir la pregunta para proteger su vulnerabilidad.

"Bueno, creo que no podrá traer tantas cosas a donde duerme si no puede caminar bien", dijo Roberto. "¿Por qué no me dejas llevarte a tu casa? Mi auto está estacionado a la vuelta de la esquina".

"No creo que tengas que ir tan lejos", dijo el anciano, pero Roberto ya se estaba alejando con ambas bolsas de mercancías, incluida la del mendigo. Con un suspiro, recogió su muleta y caminó detrás de Roberto, como en los viejos tiempos.

Cuando llegaron a la casa del anciano, Roberto revisó las dos bolsas para asegurarse de que le había dado suficiente al hombre porque algo dentro de él sentía mucha pena por él.

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Al entrar en la casa del indigente, Robert no pudo evitar sentir lástima. El lugar se veía terrible, y toda la casa parecía que podría derrumbarse al menor empujón.

Todo dentro estaba en mal estado y lleno de polvo. Allí no se podía vender nada para ganar dinero, razón por la cual ningún ladrón había intentado robar. La mayoría de las casas de esa cuadra no habían tenido tanta suerte.

Roberto se dirigió con cuidado al viejo refrigerador del hombre, que estaba completamente vacío, y lo ayudó a organizar los alimentos.

Después de hacer eso, el hombre le ofreció a Roberto un poco de té.

"No te preocupes, yo lo hago", dijo Roberto.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Se pusieron a conversar mientras tomaban té y comían galletas. De pronto Roberto se dio cuenta de que el rostro del mendigo era familiar.

"¿Nos conocemos?", preguntó.

"¿Qué quieres decir?", respondió el hombre mayor.

A Roberto le tomó unos momentos ubicar sus pensamientos, luego respondió. "Oh, no te preocupes por mí, olvidé presentarme. Soy Roberto Duarte, ¿cómo puedo llamarte?".

"Así que te diste cuenta, ¿eh?".

Roberto lo miró fijamente una vez más, y el anciano literalmente podía escuchar cómo su cerebro trabajaba.

"¿Piernaseca? ¿Eres tú?", dijo Robert, con los ojos muy abiertos.

"De hecho, mi nombre es Jaime Fonseca y sé quién eres, Roberto Duarte. No hay necesidad de presentaciones".

Roberto se sorprendió. 'Piernaseca' era el apodo por el que él y sus amigos bravucones llamaban al vecino de su familia cuando aún era un niño. En aquel entonces, él y sus otros amigos solían acosarlo por su cojera, pero ahora estaba arrepentido.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Una vez se metieron a su jardín y rompieron varias ventanas de la casa con su pelota. Fue el turno de Roberto de sentirse muy avergonzado. Además, sentía curiosidad sobre el motivo que lo llevó a ser un mendigo.

"¿Cómo terminaste en esta situación?", preguntó después de un tiempo.

"Mi hija vendió mi casa y se quedó con la mayor parte del dinero. Todo lo que me dio fue esta pequeña casa en la ciudad porque era mucho más barata".

"Eso es terrible", dijo Roberto con el ceño fruncido.

"Eso ni siquiera es lo peor. No creerías que trató de enviarme a un asilo de ancianos. A ella no le importa mi comodidad, solo quería deshacerse de mí vendiendo hasta esta pequeña casa".

Fonseca le dijo a Roberto que la única razón por la que no estaba en un hogar de ancianos era su perro. "No puedo dejar solo a Monty mientras voy a que me atiendan", fue el argumento que le dio a su hija.

Con el tiempo, Roberto hizo que hablar con Fonseca fuera algo cotidiano. Siguió comprando alimentos para él y ayudándolo en la casa. No solo para enmendar sus malas acciones en el pasado, sino porque realmente disfrutaba de la compañía del hombre.

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Un día, Roberto recibió una llamada de su exesposa, Rosa. "Oye, cariño", dijo la mujer.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

"¿Qué quieres Rosa?", dijo con un suspiro.

"No pareces feliz de saber de mí. ¿Está todo bien?", señaló.

Cuando el silencio se prolongó, Rosa siguió hablando. "Te llamé para decirte que estoy embarazada", anunció feliz antes de revelar que ella y su esposo solo podían atender a dos niños y no a cuatro.

Tenía la custodia de sus hijos con Roberto, un niño llamado José y una niña llamada Angélica. Sin embargo, con mellizos en camino, quería que los dos niños mayores se mudaran con Roberto.

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Roberto estaba eufórico con la noticia: se le permitiría pasar todo su tiempo libre con sus hijos. Programó una cita para recogerlos y felicitó a su exesposa por la concepción.

Sin embargo, cuando Roberto estaba a punto de tener a sus hijos, el perro de Jaime murió, lo que significaba que su hija probablemente decidiría vender la pequeña casa y enviaría al hombre mayor a un asilo.

"No perderás esa casa", le aseguró Roberto al hombre y comenzó a idear un plan.

"Accede a que tu hija venda la casa", le dijo Robert al hombre.

"¿Está seguro?", preguntó.

"Sí, no te preocupes, no perderás esta casa, confía en mí".

Como dijo Roberto, Fonseca dejó que su hija vendiera la casa, pero sin que ella lo supiera, el comprador era el hombre divorciado con dos hijos. Pero en lugar de darle el dinero a la mujer, se lo dio a Jaime.

El bravucón reformado renovó la casa y la convirtió en un refugio para Fonseca y sus hijos, a quienes les encantaba visitar al hombre. Juntos jugaban y se divertían. Ese vínculo hizo que Jaime invirtiera parte de su dinero en un fondo para su matrícula universitaria.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

¿Qué aprendimos con esta historia?

  • El pasado no define el futuro: Roberto era un bravucón terrible cuando era niño, pero creció y se convirtió en un hombre moralmente recto. Tenía suficiente humanidad para compadecerse de un mendigo. Deja ir el pasado para aceptar quién puedes ser.
  • Haz el bien; comienza un nuevo ciclo: Ese único favor que Roberto le hizo a Fonseca después de volver a verlo cambió la vida del hombre y, a cambio, Jaime decidió gastar su dinero en los hijos de quien le cambió la vida.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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