Señora indigente abate a 3 ladrones cuando amenazan la vida de un niño - Historia del día
Una mujer mayor sin hogar que visita con frecuencia un parque se enfrenta a tres hombres que amenazaban a un niño cuando regresaba a casa desde la escuela. Ella le salva la vida con la ayuda de sus amigos “especiales”.
Olivia Rodríguez y su esposo Eduardo se llenaron de alegría cuando nació su hijo Joel y tenían grandes planes para él. Ellos eran huérfanos y se criaron en un hogar de acogida, por eso sabían lo que era crecer sin amor ni calidez.
Desafortunadamente, el destino no estaba de su lado. Olivia perdió a Eduardo debido a un ataque al corazón un año después del nacimiento de su hijo.
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Después de eso, criaba sola al chico mientras trabajaba en varios trabajos para mantenerlo. Joel, de seis años, era un niño bondadoso que nunca dudaba en ayudar a cualquiera que lo necesitara.
Por ejemplo, aunque fue atacado por perros callejeros cuando tenía cuatro años y, a pesar de tenerles terror desde entonces, amaba a los animales y quería ayudarlos.
Entonces, cada vez que veía a un can hambriento le dejaba algo para comer a una distancia segura y luego se alejaba. Una tarde, Joel regresaba de la escuela cuando vio a una frágil mujer mayor sentada en el parque, rodeada de perros.
La señora no estaba en mejor forma que los perros, y se veía igualmente descuidada y débil. El niño también notó que les estaba dando algo a los perros de una pequeña bolsa de plástico negra.
Él seguía mirándola y quería ayudarla, pero tenía miedo de acercársele por los perros. Entonces decidió esperar a que los peludos se fueran.
Unos minutos después notó que la anciana se levantaba de su asiento y caminaba hacia la salida del parque, con los perros siguiéndola. Joel salió disparado, aterrorizado de que los canes lo atacaran.
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Al día siguiente, tomó su almuerzo de la escuela y lo dejó donde había visto a la anciana el día anterior. Luego se escondió detrás de un arbusto y esperó a que ella llegara.
Cuando la mujer mayor vio la comida, quedó perpleja y miró a su alrededor para ver quién la había dejado allí. Cuando vio que nadie se acercaba, la abrió y la compartió con los perros que la habían seguido.
Joel estaba encantado de ayudarla a ella y a los peluditos, y comenzó a dejarles el almuerzo diariamente. Un día, cuando llegó a casa de la escuela, se enteró por los vecinos de que su madre había sido llevada de urgencia al hospital.
La Sra. Hidalgo, su vecina de al lado, le había preparado el almuerzo antes de irse a su trabajo en el hospital de la ciudad. También le dejó una nota diciendo que lo vería por la noche.
El pequeño Joel se sentía solo porque ese día no tenía a nadie en casa. Entonces salió al rato y comenzó a deambular por las calles. En eso estaba cuando volvió a ver a la anciana en el parque rodeada de perros.
Desafortunadamente, él no tenía nada que ofrecerle ese día. Se sentó en un banco lejos de ella, sumido en sus pensamientos sobre la enfermedad de su madre.
De hecho, el niño estaba tan preocupado que no se dio cuenta cuando la anciana se le acercó y se sentó a su lado.
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“Hola, mi nombre es Teresa”, dijo, presentándose. “¿Eres tú el que me deja comida todos los días?”, preguntó la mujer mayor.
Joel estaba aterrorizado cuando vio que los perros lo miraban fijamente. Se levantó de su asiento con la intención de huir, pero Teresa lo detuvo. “No tengas miedo. No te harán daño”, aseguró, acariciando a uno de los perros en la cabeza.
“¿Está segura?”, inquirió vacilante el niño. “¿Y si me muerden?”.
Teresa sonrió. “He pasado mucho tiempo con ellos y los conozco bien. No te harán daño de ninguna manera. Son casi como mis amigos”.
Cuando la anciana dijo eso, Joel se relajó y acarició suavemente a uno de los canes. Sorprendentemente, el perro comenzó a lamerlo por afecto, y todos lo rodearon, buscando ser acariciados por el chico.
“¿Cómo supo que era yo quien le dejaba comida?”, preguntó Joel, felizmente jugando con los perros.
“Bueno”, dijo Teresa. “Muchas veces noté que te ibas del parque después de que llegaba, y un día también te vi dejando comida en el banquillo donde suelo sentarme, así que supe que eras tú”.
“Pero, ¿qué estás haciendo aquí a estas horas? ¿No se supone que deberías estar en casa?”, preguntó la anciana.
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“No hay nadie en casa”, dijo en niño con tristeza. “Mami está enferma. La llevaron al hospital. No sé cuándo volverá”.
“Dios mío”, inhaló Teresa. “¿Fuiste a ver a tu madre al hospital?”.
“No”, dijo Joel, abatido. “Tengo miedo de ir solo. Y no sé dónde está el hospital. Solo sé el nombre”.
“¿Por qué no vamos a ver a tu madre?”, propuso la señora, ofreciéndole al niño un paquete de galletas de jengibre.
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“Podemos visitarla y darle algunas galletas también. Te esperaré afuera, y después de que hayas terminado de compartir con ella, puedo acompañarte a tu casa”.
“¿De verdad? ¿Me llevaría al hospital?”.
“Sí, querido. ¿Cuál es tu nombre, por cierto?”.
“Ah, olvidé presentarme”, se rio el chico. “Soy Joel, Joel Rodríguez”.
“Ese es un nombre encantador. Entonces, ¿nos vamos ahora, Joel?”, preguntó Teresa. El niño asintió con su diminuta cabeza y se unió a ella para ver a su madre. “¿Vive usted aquí?”, preguntó el niño cuando salían del parque.
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“Sí, Joel”, dijo Teresa. “No tengo hogar, y este parque se siente como mi casa”.
Cuando el niño llegó al hospital para ver a su madre, la mujer enferma se sorprendió. “Joel, cariño, ¿qué haces aquí solo?”.
El chico le contó cómo había conocido a Teresa y le dijo que ella lo había acompañado y le había dado galletas. Olivia se conmovió por la generosidad de la anciana y le pidió a su hijo que agradeciera a la señora por su ayuda.
Sin embargo, le preocupaba que su pequeño de 6 años estuviera solo con una indigente. Así que le aconsejó a Joel que no se acercara a ella cuando estuviera solo o cuando no hubiera nadie más en el parque.
También le pidió a su vecina que lo vigilara más de cerca hasta que le dieran el alta y regresara a casa. Pero con el paso del tiempo, Joel y Teresa se hicieron buenos amigos.
Joel pasaba con frecuencia por el parque antes de regresar a casa. Con el dinero que Olivia le daba compraba comida para Teresa y los perros que a menudo venían al parque con ella.
Un día, Joel acababa de irse del parque tras conversar con Teresa, cuando ella vio que tres hombres robustos lo seguían. Parecían cuarentones, y ambos eran grandes y musculosos.
Teresa los vio ir tras el niño cuando se fue. “¿Lo están siguiendo a propósito?”, se preguntó la señora mayor, preocupada por el peligro que podía implicar para el chico.
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Así que se fue del parque tras ellos. Vio cómo uno de los hombres sorprendía a Joel por detrás y lo empujaba a un callejón cercano. Teresa sabía que tenía que actuar rápido, antes de que fuera demasiado tarde.
Corrió hacia el callejón y soltó a los perros hacia los hombres, y cuando uno de ellos se giró al escuchar a los perros ladrar, comenzaron a correr para salvarse.
El pequeño Joel corrió hacia Teresa mientras los canes saltaban sobre los tres hombres, impidiéndoles huir.
“No se atrevan a huir”, les advirtió la anciana. “¡De lo contrario, les ordenaré que los muerdan!”. Luego le indicó al niño que fuera al parque y pidiera que alguien llamara a la policía.
Cuando llegaron los oficiales, arrestaron a los tres hombres. Ellos admitieron que querían robar la casa del niño. Resultó que habían estado siguiendo a Joel durante aproximadamente una semana después de descubrir que estaba solo en casa.
Tenían planeado asaltar su vivienda, secuestrarlo y luego exigirle dinero a su madre, pero Teresa evitó que todo esto sucediera. Los oficiales agradecieron a la mujer mayor por haber ayudado al niño y luego lo acompañaron a su casa.
Cuando Olivia se enteró de lo sucedido, se llenó de gratitud hacia la señora sin hogar. Por eso, cuando le dieron el alta, lo primero que hizo fue visitarla y darle las gracias.
“No puedo expresar lo valiosa que ha sido su ayuda, señora Teresa”, dijo la mujer. “Si no hubiera sido por usted, Joel podría haber estado en peligro". Y más tarde, ayudó a la anciana sin hogar a alquilar una casa.
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Teresa no quería tener que alejarse de los perros, así que, un tiempo después, Joel la ayudó a construirles casas. La mujer luego comenzó a tejer gorros y guantes para vender y así ganarse la vida.
La mujer que alguna vez estuvo sin hogar y que había perdido a su familia y su casa en un incendio ahora tenía trabajo, vivienda e incluso personas que la cuidaban.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Muestra amabilidad y ayuda a otros en necesidad. Debido a la amabilidad de Joel hacia Teresa y los perros, ella a su vez ayudó a salvarlo de los secuestradores.
- Los canes son los mejores amigos del hombre. Los perritos callejeros que Teresa alimentaba y cuidaba la ayudaron a salvar la vida de Joel.
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