Adolescentes llaman "pobretón" al hijo de un conductor de bus y 10 años después casi no lo reconocen en la reunión de egresados - Historia del día
Un hombre del que se burlaron por ser el hijo de un conductor de autobús se encuentra con sus excompañeros de clase 10 años después, y les da una gran lección.
Cuando Roberto Quiroga llegó al lugar, se le hizo evidente que habían pasado diez años. La apariencia física de sus compañeros de clase había cambiado drásticamente, al igual que la forma en que se comportaban.
Sus ojos se posaron en el líder de su clase, Jaime Wilson. Él había sido uno de los chicos más populares de la secundaria. Tenía una mandíbula afilada y una figura atlética definida, y casi todas las chicas deliraban por él.
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Luego, su mirada se centró en Linda Monagas, la animadora más popular y la única que habría sido amable con él. ¡Ambos se veían tan diferentes ahora!
Jaime tenía una prominente barriga. Su cabello estaba bien peinado, pero lucía grasoso, y Linda, que una vez había tenido una figura de reloj de arena, ahora estaba casi irreconocible. Sin embargo, Roberto nunca podría olvidar sus ojos inocentes y su amable comportamiento.
De repente, hubo un gran aullido en el pasillo, y Roberto notó que se acercaba el “popular” David Lavalle y su grupo. Nunca olvidaría cuánto lo habían intimidado ellos cuando eran más jóvenes.
“Hola chicos, miren”, se burlaba de él cada vez que entraba a la clase. “Aquí está el tonto Roberto, otra vez. ¿Por qué no vas a una escuela comunitaria o algo así? ¡Esta escuela no es para perdedores como tú!”, decía en tono de burla.
Si hubiera sido un adolescente impulsivo, Roberto habría perdido la calma y habría golpeado a David en la cara para ponerlo en su lugar, pero él no era así. Solo tenía un objetivo en la vida en ese momento, y era sacar a su familia y a sí mismo adelante, económicamente.
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El padre de Robert era un conductor de autobús que no podía pagar la educación de su hijo, por lo que había aceptado una beca. No tenía la ropa cara, ni iPhone, ni los aparatos geniales que tenían sus compañeros de clase, pero era aplicado y honesto, lo que lamentablemente añadía leña al fuego.
“¡Por favor!”, se había burlado David en una ocasión. “¿Vas a pararte frente a nosotros así? Oye, Rob, al menos límpiate”. Y toda la clase se había echado a reír.
Lo que sucedió ese día fue provocado por David. Había colocado un huevo en el asiento de Roberto y, cuando se sentó encima arruinó sus pantalones.
Otras veces, David y sus amigos se habían burlado de él por su atuendo, por su apariencia o sus antecedentes familiares, y le decían que no lograría nada en la vida. Y la lista de “bromas” seguía y seguía…
Ahora, cuando Roberto volvió a ver a David y sus amigos en la reunión, se preguntó qué pensarían de él. ¿Seguirían insultándolo? ¿Lo llamarán "pobretón" porque no vestía trajes caros como ellos?, se preguntó.
Pronto, todos los compañeros de clase procedieron a cenar y Roberto, aunque estaba a cierta distancia de ellos, podía oírlos hablar. “No puedo decirte lo difíciles que son estos días para mí, hombre”, dijo Frank, el amigo de David.
“Quiero decir, ¡mira a mi jefe! ¡Es un idiota! ¡Me hace trabajar tantas horas por tan poco dinero! ¡Te juro que a veces tengo ganas de golpearle la cabeza contra la pared!”.
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“¡Ay hombre, eso es tan cierto!”, agregó David. “Quiero decir, he estado buscando trabajo durante tanto tiempo y envío correos electrónicos a todos los que puedo, pero es muy difícil en estos días”.
“Para mí ha sido un poco fácil”, dijo Linda. “Mi esposo y yo somos dueños de un pequeño negocio de alquiler de autos, y aunque la pandemia nos causó pérdidas, creemos que aún podemos salir adelante. Además, tengo dos hermosos hijos y me encanta cuidarlos”.
Frank se echó a reír. “Oye, David, ¿qué te parece perder unas cuantas libras y encontrarte una mujer mayor con dinero? Esa es una salida fácil. Puedes hacerla feliz y ella puede mantenerte... ¿Qué dices?”.
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“¡No es divertido, Frank!”, respondió David, irritado. “Tengo una esposa y una hija, y mi principal preocupación en este momento es encontrar trabajo. Ya no somos adolescentes irresponsables. Tengo una familia que mantener y necesito conseguir ingresos para hacerlo”.
“Oye, hombre. Relájate. Solo estaba bromeando”. Justo en ese momento vio acercarse a un desconocido con una interesante oferta para David.
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“Hola, David. ¿Te gustaría trabajar en mi empresa?”, preguntó el hombre, con una cálida sonrisa en su rostro.
De golpe, todas las cabezas se volvieron para mirar a Roberto. A diferencia de los asistentes, él vestía una camisa blanca y jeans azules. Por un momento, ninguno de sus antiguos compañeros de clase lo había reconocido.
Roberto sonrió. “Ay, vamos, muchachos. Soy Roberto, Roberto Quiroga”, dijo, extendiendo su mano para estrechar la de los demás. Pero ellos se quedaron tiesos mirándolo.
“Roberto... Tú…”, atinó alguien a tartamudear.
“Sí, el hijo del conductor del bus, ¿recuerdan? Espero que no me hayan olvidado”.
Todos lucían confundidos. No podían creer que ese fuera el chico del que se habían burlado hacía una década.
“De ninguna manera, Roberto”, dijo Linda mientras lo abrazaba y lo besaba en la mejilla. “¿Cómo estás?”.
Antes de tener oportunidad de contestar, el que más lo había acosado, David, se acercó a él. Su copa de vino se le había resbalado de la mano al escuchar las palabras de Roberto.
“¿Así que tienes tu propio negocio?”, preguntó David.
“Sí... quiero decir, no es enorme ni nada, pero tenemos un buen equipo de trabajo. Es una empresa que fundé, y he trabajado muy duro en ella. No me he casado todavía, pero tengo novia”.
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“Me disculpo por mi apariencia poco formal, pero vine directamente de la oficina... De todos modos, esta es mi tarjeta de presentación”, explicó mientras se la entregaba a David. “Si te animas con mi oferta, solo llámame. Ahora debo marcharme. Fue genial verlos a todos de nuevo”.
Nadie creyó su historia. Roberto no parecía el tipo de persona que lograría fundar su propia empresa, por lo que concluyeron que simplemente había inventado todo para evitar las burlas.
Estaban convencidos de que trabaja, en el mejor de los casos, de forma remota. Y que aún vivía con sus padres o alquilaba una habitación en una zona residencial.
Sin embargo, se sorprendieron cuando lo siguieron en secreto hasta el estacionamiento. Roberto, el perdedor, se puso al volante de un costoso vehículo justo delante de sus ojos.
La encantadora dama que aguardaba en su interior le dio un beso y Roberto se sentó en el asiento del conductor y se alejó. Toda la clase quedó desconcertada. Pero ese no fue el final.
Semanas más tarde, David se animó a ir a su empresa para una entrevista de trabajo, Roberto lo contrató sin dudar. Eso le hizo sentir avergonzado por cómo lo había tratado en el pasado, y aunque no podía cambiar lo ocurrido, supo que le había dado una gran lección.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- No debes juzgar un libro por su portada. Los compañeros de clase de Roberto lo juzgaron como perdedor por ser el hijo de un conductor de autobús, pero al final él logró sus metas y tuvo éxito en la vida.
- La mejor cualidad es un corazón generoso. Aunque David y su grupo maltrataron y humillaron a Roberto en el pasado, él supo dejar eso atrás y darle una mano cuando más lo necesitaba.
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